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sábado, 26 de julio de 2014

Encuentro de las pulsiones instintivas con las existenciales



Encuentro de las pulsiones instintivas con las existenciales

     El pulso de la vida se manifiesta en tres vertientes: el amor, la acción y el conocimiento. Las tres se proyectan desde su núcleo esencial; el ámbito existencial y el ámbito instintivo. Ambos aspectos resultan complementarios y están al servicio de la vida humana. Uno arraigado en la propia expresión viva como información que garantiza la vida tanto en el ámbito de preservación de la propia vida como en la continuidad de la especie. El pulso instintivo sexual y de supervivencia. Está inscrito en lo genético, en la información necesaria que se transmite por herencia de generación a generación.

    El otro aspecto antitético, complementario, el existencial, reside en lo profundo del Ser, en el ámbito de la consciencia con su desarrollo, para lo cual precisa de apoyo social en la expresión cada vez más palpable del potencial humano manifestándose en la sociedad humana.


   La herencia cultural rompe con esta complementariedad mediante una oposición y pugna promovida. La tradición llamada “judeo-cristiana” ha condenado a la Naturaleza en un ámbito inferior, con la función de ser objeto de dominio y explotación en todo su conjunto por parte de un ser creado “ex profeso” por Dios para señorear sobre el resto de la creación. Entonces todo cuanto no es “hombre” queda convertido en algo puramente objetual (incluida la mujer que es un subproducto del hombre según el mito de la creación de Eva). Esta concepción está en pleno contraste con la mayoría de las tradiciones paganas que admitían e incluso propugnaban que la sustancia divina creadora asimismo se manifiesta en la Naturaleza y todas sus manifestaciones, tanto inorgánicas como orgánicas. Lo que denominamos la historia antigua oficial consiste en una lucha permanente entre las versiones de la tradición judeo-cristiana-islámica contra el paganismo, especialmente por su aspecto politeísta. Creándose la noción de infierno, no como el de los paganos que es un lugar metafísico en el mundo espiritual o de ultratumba, sino como lugar de condena y suplicio eterno para los que agravian los dictados de Dios a través del clero, su mediador. La correspondencia de un único dios absoluto con un sacerdocio al servicio de sus “dictados” y una clase dirigente de tipo teocrático elegido por decreto divino creó un modelo de vida que se enfrentaba plenamente con el aspecto instintivo tanto como supervivencia individual como de especie, al tratar de bloquear los sentimientos que surgen del deseo y la sensación de pertenencia a la Naturaleza entendida como diosa o Gran Madre de la vida. La lucha despiadada por la posesión y explotación de la Naturaleza llevada a cabo por caudillos leales a un único dios masculino codujo a la negación del potencial femenino tanto en la mujer como en el propio hombre. Animus y Ánima fueron separados y Ánima sufrió condenación en el confinamiento del ámbito infernal de castigo, siendo tan sólo aceptado su aspecto totalmente sublimado como amor y devoción abnegada a Dios en la beatitud y la santidad, que suponía el triunfo total sobre la bárbara influencia del instinto, siempre favorecido por la fuerza maligna definida como demonios y su gran jefe supremo o Satanás.


     Así las fuerzas instintivas o se dignificaban al servicio del dios y de los gobernantes, o eran condenables por las leyes humanas y divinas. Aún quedan vestigios aterradores de esta práctica sistemáticamente dirigidas hacia el mundo de la mujer en su aspecto principal de la moral sexual y de su libertad, el derecho a ser ella misma.

Manifestación 8 de Marzo
    Aun no dándose comúnmente estos aspectos radicales fanáticos hoy en día, la lucha contra lo femenino es secular en nuestra civilización y prueba de ello es la incansable lucha y esfuerzo del feminismo en pro de que la mujer ocupe su plena dignidad e identidad; y claramente tenemos los efectos de tal contienda en las ambivalentes legislaciones acerca de los derechos sociales y sexuales-reproductivos del mundo de la mujer y, sobretodo, el aspecto de que ésta sigue siendo el centro de interés de actividades económicas muy lucrativas como las modas, la prostitución y la pornografía como los más destacados.

     Esta contienda milenaria ha penetrado en todas las fibras que componen nuestra cultura; y si no lo advertimos es por su influencia  en muchas creencias que aún ocupan estatus de valores y escapan al abordaje crítico y objetivo. La familia como institución socioeconómica y base de la sociedad es un claro ejemplo. Con ello no me refiero a la convivencia amorosa de dos adultos atendiendo y cuidando de sus hijos,  sino a la condición contractual y, por tanto económica, del enlace matrimonial. No es tanto una libre unión basada en el amor y la igualdad sino una institución de poder que, además de aportar nuevas generaciones, les infunde los valores y creencias seculares aunque se autodeclaren laicos, agnósticos o ateos.


   El aspecto más patológico de la institución familiar es la manifestación de la lucha de poder entre lo masculino y lo femenino y este conflicto mediatiza todo lo demás.

     Se reproduce la lucha ancestral en un mundo vivencial, aquí se manifiestan los conflictos internos de los cónyuges entre su parte animus y ánima; aquí se exhiben las heridas sufridas por la anterior generación en cada uno de sus miembros y cómo, éstos atrapados en sus conflictos, los proyectan al otro/a  creando conflicto en vez de armonía. Generando un medio único donde generar un carácter y una situación edípica en los hijos que, a su vez, dará lugar a los conflictos neuróticos y que influirán cuando estos, a su vez, generen otra institución familiar.

    Por ello la problemática edípica es el resultado de esta lucha tan propia de la cultura que denominamos “judeo-cristiana” que ha extendido sus raíces hegemónicas y colonialistas por todo el mundo.

     Es el desarrollo del conflicto edípico lo que hace que las jóvenes generaciones rompan la complementariedad de instinto y consciencia a través de la creación de una estructura mental que trata de  negar lo primero y confinar a lo segundo en unos estrechos límites que la hacen inoperativa.


     Sólo la consciencia sondeando intrépidamente en el cuerpo, dándose cuenta de los maravillosos sentimientos que en este se producen, puede expandir al individuo mucho más allá de los dictados de la información fijada genéticamente y modificarla para la siguiente generación. Lo que hay en los genes es información y ésta se conforma en la interacción de la vida con el ambiente, por ello está sujeta a cambios adaptativos constituyendo progresivamente a la evolución.

     La estructura mental polariza entre lo racional y lo irracional, lo primero se aplaude y refuerza, lo segundo se combate y controla; pero cuanto más control se ejerce desde el imperio de lo racional, más vigor adquiere lo irracional constituyendo una peligrosa amenaza. La consciencia disuelve el conflicto al asentarse en un territorio a-racional, libre de conflicto.

     La dimensión instintiva humana, pulsional, inseparable de nuestra vivencia corporal, de nuestro Yo, manifiesta diferencias comparado con lo instintivo de otras especies animales. En el animal humano, debido a la inmensidad de conexiones neuronales en el cerebro, sus pulsiones aparecen como sensaciones y sentimientos. Su origen es inevitable, pero su conducción como vitalidad y excitación, y su manifestación como sentimiento, contacto y placer están sujetos a modulaciones, contención y genuina sublimación si se da consciencia corporal; es decir si el Yo está bien conectado sin interferencias egóticas. El darse cuenta de lo que vitalmente aflora como un flujo de vida, la asociación con el estímulo que lo excita y la comprensión de su significado en nuestra personalidad y en la de los otros nos permite unas  posibilidades inmensas de satisfacerlas, canalizarlas y transformarlas o, en su momento, contenerlas a la espera del momento favorable para su liberación; pero no en la obligación de reprimirlas o suprimirlas insensibilizando, creando una defensa caracterial.

     La función de la comunidad, sea pequeña o global es la de crear condiciones en las que los aspectos más básicos de lo instintivo queden resueltos y satisfechos. La seguridad, el cobijo, la alimentación y el cuidado de jóvenes, enfermos y mayores se aseguren. Donde los rigores predatorios de la naturaleza queden en gran parte inoperativos y se permita disponer de mayor tiempo para la socialización y el reparto de tareas para el beneficio mutuo de toda la comunidad. Estando garantizado el cobijo ante las inclemencias climáticas, el estar protegidos de los seres predadores y poder producir los recursos alimentarios suficientes para vivir saludablemente, dan a la comunidad la opción de desarrollar posibilidades inmensas de indagación propia (autoconocimiento), del ámbito exterior (conocimiento, ciencia) y de las relaciones afectivas aplicando a todo ello la creatividad. De aquí proviene el progreso cultural  social. Las tres modalidades de pulsión pueden darse con esplendor. La afectiva, la acción y el conocimiento. Si meditamos sobre ello vemos que el “darse cuenta”, el estar en contacto sensible con los procesos yoicos, muy potentes en los humanos, nos permiten expandir la consciencia abarcando la comprensión y utilización de los recursos ambientales y adentrarse con ella en los no menos misteriosos aspectos de nuestro mundo interior.

      Las sensaciones y sentimientos pulsionales conducen a la expansión de la consciencia y a la obtención de conocimiento. Aquí no hay conflicto alguno entre instinto y ser. Este punto debemos tenerlo muy claro, es un aspecto básico de gran importancia que nos libera de una tradición milenaria negadora de la vida implicada en nuestras creencias y valores culturales. La fuente instintiva es inconsciente en tanto que tiene sus raíces genéticas, pero la excitación de células y tejidos orgánicos son sensaciones y éstas muestran invariablemente sentimientos que, a menos que uno esté insensibilizado por tensiones crónicas caracteriales, alcanzan la consciencia creando bienestar y gozo; que la propia comunidad procura  satisfacer redundando en contacto placentero. En tal caso no hay lugar para la angustia, ni la ansiedad, ni la culpa, ni el miedo. Estos aspectos negativos y hostiles de la propia vida surgen del bloqueo y negación de los sentimientos y sensaciones vitales con las que se manifiestan las pulsiones del mundo instintivo.

      Cuando el “darse cuenta”, el tomar consciencia, de las sensaciones y sentimientos ocurre, todo ese marco de origen instintivo e inconsciente deviene plena consciencia y contacto con nuestro Yo. Se trata de la emergencia desde el núcleo  biológico hacia el aspecto cognitivo del Yo.

       Cuando  a través del Yo, cuando la sensibilidad, la emotividad y la afectividad es la mediadora entre el Yo y el inconsciente, entonces la experiencia de vivir, el sentir el flujo de la vida en el propio Yo, en la dimensión orgánica, abre el contacto a otro aspecto que dormita en el inconsciente; aspecto que se va haciendo consciente a través del Yo. Este aspecto sugiere respuestas a ciertas preguntas de índole filosófica, de índole ontológica. ¿Qué es vivir? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Qué juega en mi experiencia de vivir la existencia de los demás?, etc. Las respuestas se van madurando en la consciencia, van adquiriendo valor, contenido, significado. Son sensaciones que nacen en la conjunción con el Yo, incrementando su sensación de bienestar, de gozo de vivir; tienen un alto contenido intuitivo y que elaborándose devienen en conocimiento, en saber. Cumple, como indiqué al principio, con las tres vertientes. Amor, acción y conocimiento, pero esta vez vinculados con la creatividad y la transformación. Uno siente una transformación en lo profundo del Ser, se trasciende y aspira contribuir a la transformación del tejido social y cultural; al afán de contribuir al bien común como un acto de amor incondicional le lleva a la acción, a la asociación e intercambio con otros en situaciones parecidas, uniendo o asociando sus motivaciones trascendentes cada vez con amor más incondicional al género humano y a la vida en todo su conjunto y modo de manifestación. Buscando dar mayor integridad y congruencia a lo emergente,  sobreponiéndose y desafiando las contradicciones y las incomprensiones de quienes se sienten amenazados con su vivencia, aún condicionada culturalmente en las creencias y la herencia secular.

      Ello me lleva a considerar nuevos horizontes, de abordar las circunstancias y retos de la transformación yoica y ontológica desde nuevas visiones de: Sexología ontoenergética, ahora emergente. La psicología y su aplicación como psicoterapia a las meta patologías y el acompañamiento en las emergencias transformadoras transpersonales. La epistemología propia de este ámbito cada vez más diferenciado de aquello influido por el condicionamiento de premisas y creencias milenarias negadoras de la libertad, espontaneidad y de la vida como manifestación del bienestar y gozo.  También conduce, como en otros escritos he indicado, a una concepción dinámica e integral de la cultura, de la educación y de la salud. A una nueva edición del enfoque de la historia y a una construcción novedosa de lo que respecta a actos, conocimientos y afectos. Se crea la urdimbre sobre la que tejer un creativo entramado. Una trama, un tapiz, social y cultural en el que pulsión instintiva y despertar de la consciencia se den de la mano en cada persona generando una nueva concepción de humanidad y de interacción con el mundo y el Universo que la rodea, acoge e incita su curiosidad y conocimiento.


Desde el gozo de amar y vivir gestamos una nueva humanidad


Ernesto Cabeza Salamó, a 26 de julio de 2014.