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sábado, 2 de enero de 2016

Proceso elaborativo de meditación ¿Quién soy Yo?


 Proceso elaborativo de meditación ¿Quién soy Yo?

A partir de la meditación del 30 de Diciembre de 2015 hasta 1 de Enero del 2016.


Durante el mes de diciembre se ha realizado en Cepsi la versión ontoenergética de la meditación ¿Quién soy yo? de Ramana Maharshi. Este es el relato de lo experimentado durante esta última sesión y los tres días siguientes mientras se producía la entrada en el Año Nuevo.


¿Quién soy yo?
Pregunta repetidamente formulada, no aceptando las respuestas de la mente.
La mente como receptora y elaboradora de información está alejada del Ser. Todas sus respuestas proceden de fuera, de interpretaciones, de creencias, de acuerdos… Todo eso que no soy yo. Es lo que el mundo familiar, social y cultural ha escrito e mí.
Testifico, observo sus contenidos, por ello sé que no es; tan sólo lo que tengo. Y lo que tengo y poseo no puede manifestar el Ser. Lo observado es algo objetual, no esencial. El observador, la consciencia, libre de cualquier interpretación está muy próxima al ser, quizá lo sea.

Ahí estoy, en la oscuridad del abismo, tratando de contemplar la nada, el vacío. Asaltan pensamientos, impresiones, hechos insustanciales, triviales, monótonos y sorprendentes. Son como moscas molestas tratando de posarse en mí y distraer mi propósito. Me doy cuenta de ello y entonces desaparecen momentáneamente permitiéndome mirar en la vacía oscuridad de la nada. Y allí, al poco aparece un destello de luz, cual estrella o sol radiante. ¡Soy luz! ¡Soy armonía! Me digo. Entonces alrededor de este sol de luz surge una membrana que lo envuelve convirtiéndolo en una esfera. Sus destellos de luz apenas asoman de esa membrana. No es un caparazón, es una membrana, una piel que la envuelve.
¿Qué es? ¿De qué se trata? Disipo nuevamente las moscas que acuden a molestar la contemplación. Nuevamente desaparecen…
Surge una impresión que no me gusta; pero debo aceptarla, debo tomar contacto con ella aunque me disguste…

Tomando cuerpo, veo que se trata de “Horror”. Esta membrana está compuesta de horror. Es horror. Desde ella percibo el mundo. Percibo a gentes objeto de persecución, a gentes sufrientes por causas propias y ajenas. Veo a niños adiestrándose para matar y odiar a los otros, veo a mujeres y niñ@s ahogándose en el mar mientras tratan de alcanzar Europa. Veo incomprensión, competividad, avaricia, soberbia; veo egoísmo, rencor; veo resentimiento, envidias, celos… Veo temor a los diferentes…  Les veo endurecerse y sentir maldad. Veo que son muchedumbre quienes con sus acciones y vivencias me causan el horror.
Trato de ver cómo es su luz. Hay luminosidad apagada, gris… Sus  membranas son corazas. En ellos veo temor, miedo, angustia, ansiedad… Se protegen con ella y desde allí, desde el otro lado, el exterior de la coraza, aparece la ira, la cólera, el odio, dando lugar a la violencia como forma de defesa, atacando en vez de confiar.
En un mundo de asustad@s y resentid@s no puede producirse luz, no puede abrirse el corazón… Y ese corazón cerrado, protegido, insensibilizado, hace posible las decisiones y acciones que causan mi horror.

Deseo ir más allá, deseo e intento adentrarme más e mi luz, tratando de hallar cómo deshacerme de la molesta membrana, pero sin éxito… Ta sólo aparecen escenas ligadas con lo que causa el horror.
De nada sirve reprimirlas, no puedo sublimarlas. Quiero sentir la luz radiante, no la confinada dentro de la membrana. No puedo ir más allá…
Concluyo el tiempo de meditación; me quedo con la desagradable sensación de bloqueo, de insatisfacción por el sentimiento de horror, que persiste más allá de la meditación.

Lo comparto con los demás participantes. Me sorprende el que consideren que mi experiencia es interesante. Esto fue el miércoles 30 por la tarde-noche.

Durante el jueves 31 de diciembre sigo con esta sensación de incomodidad. El quehacer cotidiano me distrae de este persistente sentir. Esa tarde, en la residencia geriátrica acontece algo más que incide en mi sensibilidad. Jacinta, una anciana centenaria, a la que conozco desde hace unos 10 años, aquejada de demencia senil, está en estado comatoso, agonizando, transitando sus últimos momentos en esta vida. Parte del trabajo de hoy es hacer acompañamiento de la familia asistiendo a la moribunda.
Corazones tocados por el dolor. Sus hij@s con sus parejas e incluso una nieta la observan en su forzada respiración agarrándose a un hilo de vida. Hablamos sobre la muerte, sobre lo que puede durar esta agonía… de cómo de ausente está su consciencia de su estado físico y sensorial. Jacinta está serena, con los ojos cerrados, como dormida; sin apenas reaccionar a los besos y caricias que entre lágrimas le dan.
Se aproxima el momento en el que cumple mi horario laboral. Acudo a despedirme del resto de los residentes y antes de concluir con todos ellos, la enfermera me susurra al oído que Jacinta ya se ha ido. Acudo de inmediato a la habitación y allí yace sin vida, rodeada ahora por tres familiares llorándola ahora sin contención.
¡Adiós Jacinta del Castillo! Acabas de concluir tu existencia de 102 años. Muerte serena y apacible rodeada por quienes la aman. ¡Buena muerte! – me digo. Doy mis condolencias a los familiares presentes. Me despido de todos ellos, regreso al salón con los demás residentes concluyendo la despedida. Ahora son las 17:20 H. del 31 de diciembre del 2015. Saliendo del hogar geriátrico pienso que esa tarde se moría una vida y en poco más de seis horas iba a morir el año.
Lúgubre sentimiento de pena más potente que ese de horror de horas antes… ¿O quizá un añadido más? La muerte no me causa horror… está más cercana a la ternura, al cariño.
Se me pasa por la mente la reflexión de la futilidad de tatos estados emocionales negativos ante la presencia de inevitable de la muerte. ¿Qué es cualquier sentimiento, angustia o temor ante la idea de la propia muerte? Desde allí el mundo que me rodea, con el que convivo, me parece irreal. Sólo la muerte aparece como la más trascendente verdad. Yo, como todos, nos entregaremos a sus brazos llegado el momento; y todo lo demás perderá su valor; el valor que yo haya dado en vida.

Poco después se aproxima la celebración del fin de año. En casa los preparativos de la cena, de las uvas y el jolgorio que le sigue.
Llamo por teléfono a mi padre, a mi hermana. Llamo a mi tío Paco a quién días antes había acompañado al cuap aquejado por un fuerte dolor de ciática en la mitad de la noche. Intercambiamos deseos de salud, bienestar y prosperidad para el año naciente.

Horas de distracción, en cuyos entreactos, acude el recuerdo de los sentimientos tan cercanos. El horror, la pena, la tristeza. Y después del brindis de halagüeños deseos, de haber dado la bienvenida al año nuevo, cuando ya vence el sueño, acudo al lecho retomando la desnuda dimensión del sentir… luego acontece una niebla en la consciencia y desaparezco en el sueño.

Como es acostumbrado, a las 7:30 H. se acciona el despertador consistente en la radio. Poco a poco me alcanza la nueva información.
 Ya es el Primero de Enero. Oigo opinar acerca del mensaje del Papa Francisco en el Año Nuevo. Ha dedicado, al parecer, su discurso al tema de la oscuridad y la maldad humana que aparece como poderosa cubriendo la bondad, ocultándola a la vista de la gente.
Me sonrío. El propio Papa Francisco haciendo un discurso muy parecido al que en el día pasado yo mismo me hacía y con el que aún sigo. Me entristece ese aire pesimista e boca del gran representante del cristianismo católico. Esperaba mayor luz en sus palabras y no el lamento de su no-manifestación en el conjunto de lo que acontece en el mundo.

¡Ay! ¡Destella la consciencia! Me entra risa de mí mismo.
¡Ahora caigo en lo que durante estos dos días me faltaba! ¡El asombro! ¡La maravilla!
Observo desde la consciencia, desde el testigo, el observador; el acontecer en el mundo como algo sorprendente causante de una sensación de asombro. ¡Qué maravilloso portento de energía creativa e este mundo! Aunque la creación pueda resultar una pesadilla. Y con el asombro, se deshace el horror. La maravilla, el asombro vence al horror en mí y también puede vencer el temor y la angustia en todos a quienes este sentimiento les atenaza.
¡Cuánta necedad en mí! ¡Qué tonto he sido durante tantas horas! Siempre aliento a abrirse al asombro, a la experiencia del acontecer de la vida. Y justamente ese miércoles pasado no se hizo presente cuando tanto lo necesitaba. ¿Cómo pude ignorarlo y no sentirlo como respuesta al intento de vencer a la membrana que comprimía mi luz interior? ¡Qué fácil hubiera sido el sólo convocarlo e invocarlo! Y no se me ocurrió. Por eso me río de mi estupidez. Nunca llegamos a ser lo suficientemente lúcidos para disipar nuestras propias tinieblas en un momento preciso. Y si entonces no pude sintonizar con el asombro, debía ser consecuencia de mi propia desconexión con mi autenticidad, con mi verdad. Estaba más atrapado por la mente de lo que entonces imaginaba.
El acontecer creativo en el mundo, fruto de la consciencia, pensamientos, deseos y acciones de la gente; manifestándose portentosamente independientemente de su cualidad positiva-favorable o negativa-dolorosa. Todo creaciones del Tonal de los tiempos en boca y manos de la gente que da forma al mundo y a los aconteceres de la humanidad en este hermoso planeta-hogar que es la Tierra.
¡Adiós sensación de horror! Ahora sí vuelvo a sentir el radiar de mi luz, al disiparse la membrana que la confinaba. ¿Cuánto durará este armonioso sentir? ¿Cuándo la necedad volverá a inundarme distanciándome de mi verdad, de mi armonía y la sensación de conexión y amor a Todo y tod@s?
No me importa. Sé que cuando menos lo espere. Pero hoy no es.  Hoy luce la luz en mi corazón y está abierto, lo siento grade, claro y fuerte. ¡Qué más puedo pedir!
Tan sólo el desear que puedas realizarlo tú y con ello nos podamos agrupar en gran número con este sentir, acariciando el hermoso y asombroso propósito de transmutar lo que nos separa en la belleza y armonía que nos une.



Ahí va mi testimonio y mi deseo para todas mis relaciones para hoy y todos los días sucesivos en la inmensidad del espacio-tiempo.

Un gran abrazo a Tod@s.

Ernesto Cabeza Salamó



lunes, 3 de marzo de 2014

Terapia ancestral a resultas de un sueño.

Terapia ancestral a resultas de un sueño.


         Amanecer del 03/03/2014.

           Esta madrugada un sueño me ha despertado súbitamente. Me ha conectado con un atiguo miedo que creía extinguido. Muestra de cómo los acontecimientos y lo onírico contribuyen a dar oportunidad de sanar viejas heridas, algunas de ellas bastante misteriosas.

          En estos días hay un ambiente pre-bélico en Ucrania. Las tropas rusas ocupan enclaves e intereses propios en la Península de Crimea. Este es el contexto que me sugiere desencadenante.
         En el sueño me veía andando por una explanada en una ciudad imprecisa, con largas hileras de bloques de pisos a mi izquierda. Esa explanada bien pudiera tratarse, quizá, de una playa, aunque no aprecio el mar que estaaría a mi derecha.
          Repentinamente se suceden estruendos intensos y me doy cuenta de que ese lugar está siendo bombardeado. Acude a mí el miedo tratando de orientarme hacia dónde puedo encontrar algún refugio. Pero en vez de refugiarme, mi percepción despega del suelo y se eleva como siendo testigo de lo que acontece desde lo alto. Desde allí veo veloces aviones de combate que disparan proyectiles.

           Veo como esos misiles partiendo de los aviones se dirigen hacia las lineas de edificios de pisos y estallan en ellos ocasionando todo su derrumbe en pocos instantes.
            El horror me atenaza. ¡Son edificios de viviendas! ¡En ellos vive multtud de personas! Y todos caen en el ataque. Siento el trágico horror de los centenares de personas que en este instante están muriendo.

          En este estado de horror despierto del sueño. Ya sabía que era un sueño, pero el regusto de horror queda. Poco después en las noticias de la radio me alivio al oir que no hay nada parecido en el mundo real de hoy. Pero aún así me siento mal, estoy removido y de muy mal humaor. Haciendo responsables a los demás de un sentimiento de victimismo.
          Abordo el acontecer cotidiano con esta sensación corrosiva y el ánimo hosco. Con las horas se mantiene vivo y por fin dispongo de tiempo para ocuparme de ello. Me doy cuenta de que me lleva a un antiguo sentimiento de temor en mi adolescencia de que no quería acudir al servicio militar (la mili) por no tener ocasión de participar en un escenario bélico. Se trataba de miedo, a veces me lo tildaba de posible cobardía, pero ahora rescatándolo lo veo con un componete del mismo horror que en el sueño. Elaboro ese sentir juvenil considerando que antaño tenía la creencia de que se producía una guerra en cada generación; como si se tratara de una maldición bíblica, que era algo del destino que había que afrontar por ser hombre. Con estas consideraciones de sentimientos el malestar se aplacaba, pero no desaparecía.
          Ya por la tarde se produce la nueva conexión que le dá sentido completo.

          Me viene el recuerdo de mi abuelo materno Francisco y de su súbita muerte en mi adolescencia mientras hacía bachillerato. He recordado vívidamente una vez que mi abuela Rosa me contó que su marido, Francisco, mi abuelo, estaba preso en la carcel la Modelo tras la entrada de las fuerzas nacionales franquistas en Barcelona; y que mi auelo estaba en la sala de los condenados a muerte. Mi abuela, junto a otros familiares hacían lo posible para encontrar gente que pudiera testificar en su favor y no ser ajusticiado. Llegó el día en que ella acudió a buscarlo y, en este punto me relataba con emoción:
      
"Llamaban al abuelo  - Francisco Salamó, salga con todas sus pertenencias." Y mi abuelo no salía. Pasaba el tiempo sin salir."
"Repetían otra vez: - Francisco Salamó salga con todas sus perteencias. Esta vez más fuerte. Y nada. No aparecía."
Creo recordar que decía que lo repitieron varias veces.
Al fin el contenido de la llamada se modificó significativamente: "Francisco Salamó salga con todas sus pertenencias. Su familia le espera." Y entonces la abuela contó que él acudió a todo correr con el semblante como enloquccido de haber pasado por un cruel terror.

          Recordar esto y este sentir de mi difunto abuelo me ha producido una conexión y he caido en la cuenta de que este pánico o terror ha quedado en el contexto genético o en el ambiente energético de la familia; y que en su momento se reproducía en mí como puber y adolescente.
            Tan pronto como se ha producido esta conexión emocional, todo el malestar ha desaparecido. He quedado libre de esta emoción atávica transmitida desde mi abuelo a mi persona.
             Un intenso sentimiento de amor ha surgido hacia mi abuelo y abuela, ambos muertos; y se ha extendido a tantas gentes que lo compartieron como ellos, algunos con peor suerte; y a tantos seres humanos en todos los tiempos que por ello han pasado y a los  que les puede pasar.
              Los horrores y terrores mortales de las guerras y sus consecuencias.

            ¡Que todos ellos puedan ya descansar en paz!

Ernesto Cabeza Salamó


domingo, 27 de marzo de 2011

Sola

Sola

      Laura llegó allí. No sabía muy bien como había ocurrido, sólo que estaba allí.

   Se había pasado la vida luchando, y un día se quedó sin objetivos. Lo único que le quedó fue regresar, totalmente vacía, por dentro y por fuera.


     Ya no había ningún hombre, para qué los quería... Le gustaría que en el mundo sólo hubiera mujeres, todo iría mejor. El precio de la tranquilidad sería que no hubiera sexo. Quizá tampoco quería eso para ella, pero era una justificación para seguir así, plana de proyectos, sin futuro.
     A veces quería recapitular, reflexionar sobre lo sucedido, pero era demasiado duro enfrentarse con la realidad. Él ya no la quería, eso era un hecho. Pero lo que Laura no comprendía era cómo Jaime pudo alejarse tanto, teniendo en cuenta que ella era prácticamente perfecta. Le dio mucho, demasiado.
    “La locura por amor mal entendido es más frecuente de lo que parece”, le dijo su amigo. “Tú en realidad no le querías, nunca has sido tonta, lo que te faltaba era un golpe de decisión para acabar con todo”. “Los hombres somos así, no nos gusta acabar una relación sin haber afianzado otra. Y tú te has dejado llevar por la situación hasta llegar a un callejón sin salida”. “Pero saldrás adelante, siempre lo has hecho. Estoy convencido”.

    Laura pensaba en lo que le decían sus amigos, pero nunca acababa de creérselo. Ella se sentía muy diferente a cómo la veían los demás. Todo el mundo la animaba, no sabía por qué. Los sentimientos de admiración que despertaba en los demás no se correspondían con lo que ella sentía. No porque fuera mala, sino porque siempre se dio cuenta del velo que la separaba del resto del mundo. Ese velo fue la misma vida quién se lo puso, y ella luchaba por romperlo. Ahora la lucha se había vuelto contra ella, ya no había nadie a quien abrazar y poder tocar en todo momento, y sin contacto el velo se volvía mas grueso.
   
    Pero Laura tenía determinación, y a pesar de todo el dolor y el abandono, decidió mirarse en el espejo y verse guapa, guapa como sólo lo son las mujeres. Sabía que el mundo estaba hecho por los hombres, pero como había visto escrito en alguna parte, otro mundo es posible. La vida la aguardaba. Así que se vistió y salió a la calle confiada en que realmente era posible, que es posible. Laura sabía que por encima de todo, ella era capaz, y el mundo de ahí fuera también lo sabía. Y por unos instantes, el velo se disolvió y pudo sentirse dentro del mundo, por primera vez tras muchos años, desde que alguien le arrebató la niñez.





...sentirse dentro del mundo,...


Maite.





sábado, 5 de marzo de 2011

Montañas

Montañas


(...) había crecido entre montañas (...)

     Nuria había crecido entre las montañas. Eso le hacía feliz. No era porque fuera robusta, que lo era, o porque tuviera el rojo en las mejillas a causa del frío.
El viento de las montañas es diferente...
     Era feliz porque en las montañas uno siempre es más feliz que rodeado de casas. Los montes te dejan correr, y respirar, y sentir el viento. El viento de las montañas es diferente al de los pueblos y no tiene nada que ver con el de las ciudades. Es un viento que no se ha dejado cazar por los hombres, y puede llevársete de un soplido si le has caído mal. Nuria sabía todo esto porque en una ocasión sintió que el viento le perdonó la desfachatez de subir a una montaña más alto de lo que solían las personas. El viento no se la llevó porque había subido sin ningún motivo, sólo para disfrutar de la vista. Luego la montaña se portó también bien con ella, y pudo descender al valle sin hacerse daño a pesar de la pendiente. Eso es importante para un niño, porque si en una expedición se hace daño, los padres no le vuelven a dejar ir, y si se lo permiten es tras escuchar una larga sarta de consejos, advertencias y amenazas, que hace que el niño pierda todas las ganas.

A Nuria le gustaban muchas cosas de los montes, el sonido de los grillos, el cantar de los pajaritos, el leve crepitar de la nieve al caer. Y también había cosas que no, como las peleas entre los chicos y los no tan chicos, siempre por cosas sin importancia. Realmente, había muchos jabalís en su pueblo, muchos gamberros, no mala gente, sólo un poco bestias. El clima no permitía muchas sutilidades, pero de vez en cuando aparecía alguien capaz de además de ver las montañas, poderlas cantar. Nuria era uno de esos pequeños milagros.


     Su felicidad era tanta, que no entendía por qué la gente alardeaba tanto de sus vacaciones. ¿Para qué irse lejos del pueblo, si aquí ya hay todo lo necesario? Sabía de los mares y océanos, pero no le interesaban. “Si algún día me hace falta, ya iré a ver el mar”, decía. Eran las eternas discusiones, Nuria era un bicho raro para la mayoría de la gente. Pero a veces, ella se sentía mal, no le gustaba verse tan diferente. Había quien incluso le atacaba directamente, le decían que no tenía personalidad, y la comparaban con ellos mismos, eso era lo peor.

(...) pasar desapercibida...

     Pero ya habían pasado unos años desde aquello, y Nuria volvía a sentirse bien. Al final fue necesario ir a una ciudad costera, así que se fue. Sabía que volvería, pero no cuándo. Su temperamento paciente era una ayuda, aunque a veces quería que la espera acabara y así poder volver a sus montañas. Los estudios de Nuria no fueron muy largos, apenas tres años. En ese tiempo conoció a mucha gente, hizo varias amigas, también raras como ella. En las ciudades uno pasa más desapercibido, eso es bueno. Nuria siempre quiso pasar inadvertida, pero al parecer era imposible. Quizá era porque su aspecto siempre fue triste, con una tristeza viva y doliente. Pero siempre estaban ahí las montañas, para poderse refugiar y ser feliz...







     Así que ahora Nuria ya había vuelto al pueblo. Pensó que el aire marítimo le había sentado bien, y que tenia un aire distinguido, quizá ahora me dejen en paz. Al menos tengo estudios, no soy una aburrida pueblerina. Así iba reflexionando, pensando en los nombres de las personas que encontraría, los parientes más próximos, y en qué les diría... Pero cuando el autobús hizo la última curva y se paró, ella cogió sus cosas y se las dejó a su padre, que había estado esperándola diez minutos. Echó a correr hacia la montaña Lita, la más cercana, y al llegar se sumergió en ella, la abrazó estirando los brazos todo lo que podía, y empezó a cantar la canción que la montaña le había enseñado cuando era una niña. Al acabar, Nuria le susurró: “Ya he vuelto, diles a las otras montañas que luego les pasaré a ver”.



     Su padre, que ya la había alcanzado, le hizo un gesto con la gorra y pensó: “Esta niña no cambiará nunca...”



Maite.




domingo, 6 de febrero de 2011

El Encuentro

El Encuentro

    
...el mar se acercó a saludarle...

      Juan estaba parado al lado del mar. Cuando llegó, el mar se acercó a saludarle, tal como hacía siempre. La naturaleza siempre había querido jugar con él. Al mirar los árboles, se ponían a bailar. Incluso a veces pasaba que los pájaros se sumaban a la danza, y describían espirales alrededor de Juan y de los árboles, al ritmo de la silenciosa canción de la Tierra.
     Su padre fue un hombre recto, todo el mundo lo decía. Las pocas veces que le acompañó al campo, siempre era con un libro en la mano. “Mira, este pájaro que hay a la izquierda es un cuervo. Malos bichos, los cuervos. Su nombre en latín es...”. Pero a Juan no le importaba ni el nombre en latín ni lo que pensara la gente de los cuervos. Para él, eran animales audaces cuando cruzaban volando las carreteras, y también sociables, pero sin gusto por las multitudes. Un poco como yo, pensaba.
(...) Malos bichos, los cuervos. (...)
     Juan recordó brevemente a su padre al mirar aquella foto vieja. Había muerto hacía varios años, y todo el mundo adoptó una postura reverente al acercarse a su cama y más tarde a su ataúd. Él estuvo en el entierro, y no lo sintió demasiado. Juan sabía que un día también moriría, de hecho sentía ya próxima la muerte. Con cada nuevo achaque se despojaba de una nueva capa de personalidad. ¿Para qué las quería? Poco a poco iba adentrándose más y más en el presente, qué otra cosa cabe cuando uno se hace viejo, decía, y sabe que ya no hay objetivos y que los recuerdos desaparecerán al traspasar el umbral.
     -No, yo no me ato a los recuerdos, ni a estas fotos, lo único importante para mí es que hayas venido a verme”, - le decía siempre a su sobrina.
     -Pero te agradeceré que me traigas algún póster de esos tan bonitos de paisajes que compras en la ciudad”.
     -Sí, tío, pero no te vuelvas a escapar de la residencia...

... él conocía a esa mujer...
     Y ahí estaba de nuevo, mirando los reflejos del agua cuando las olas retrocedían sobre la arena. Sintió una presencia y levantó la vista. Supo al momento que él conocía  a esa mujer desde un pasado lejano. Juan no sabía si ella era consciente de los que les unía. Se quedó unos instantes dudando qué decir, y cuando fue a abrir la boca ella le hizo un gesto. ” No es necesario”, sintió Juan que le decía. Los ojos de la mujer chispeaban de vida a pesar de su edad. Lo sabe todo, pensó.
    La cogió de la mano y se sentaron juntos en la arena, y cuando cayó la noche hacía rato que ellos ya no estaban allí.




                                                                             Maite.                        

   



sábado, 15 de enero de 2011

"El Águila" Un cuento de Sender"


"EL ÁGUILA"
Un cuento de Ramón J. Sender publicado en Andalán nº 351, Febrero de 1982.



     He recordado la existencia de este hermoso relato y recuperándolo me apetece compartirla con todos vosotros.
     Podría transcribirla, pero prefiero copiarla y así mantener su sabor original, ya bastante añeja; con su sugerente ilustración y el tono de impreso viejo.
     Un cuento tierno y entrañable que refleja una situación social y civil que, desgraciadamente, en muchos lugares de nuestro mundo aún sigue dándose.

Ramón J. Sender