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domingo, 31 de enero de 2016

La Psicoterapia Bioenergética



La Psiterapia bioenergética

      La Psicoterapia bioenergética trata de restablecer la unidad dinámica del cuerpo y de la mente a fin de que el cliente obtenga más vitalidad y efectividad en sus funciones somáticas (corporales) y psíquicas (mentales-afectivas). Ya que en bioenergética sostenemos que el organismo humano es un sistema abierto en el que se puede aumentar o disminuir la energía por mecanismos internos o influencias externas.

   La finalidad de la Psicoterapia Bioenergética consiste en ayudar al cliente a restablecer la unidad funcional dinámica del organismo que fue lesionada y, en parte, rota por las restricciones y limitaciones en la infancia.
      Fueron las heridas a las necesidades de amor, comprensión, aceptación y seguridad, sobretodo en los primeros años de la existencia, las que alteraron el desarrollo integral, y luego la expresión de estos sentimientos de protesta quedaron reprimidos para evitar mayores castigos y frustraciones, creando en el niño y/o adolescente un “modo de vivir” o carácter que le permitió sobrevivir adaptativamente.

      Ayudar al cliente a expresar su enojo, rabia y tristeza porque no le dieron lo que necesitaba en la infancia, le ayudará a librarse del peso de sus represiones y a tomar consciencia de lo que le faltó. Pero esto no es todo; hay que restaurar el derecho de manifestar la sed de cariño, atención y seguridad que faltó en la infancia y adecuarla madurativamente a la situación adulta genital. De lo contrario muy pronto formará otras máscaras para sobrevivir. Por eso el terapeuta debe ser más que un sanador, un padre, una madre y un amigo sustituto que le ofrezca lo que le faltó y le apoye en el desarrollo hasta su situación de adultez.

    Por ello el Terapeuta debe esforzarse como primer paso por establecer un contacto personal y afectivo con el cliente.

      El trabajo psicoterapéutico se puede realizar de forma individual, en pareja y grupal. Cada modalidad tiene su especifidad.





sábado, 23 de enero de 2016

Reflexión interpretativa acerca de un sueño tipo Centauro


Reflexión interpretativa acerca de un sueño tipo Centauro


La consideración del ámbito Centauro en la psicología transpersonal se refiere al estado de evolución de la personalidad en la que más allá de las necesidades, la persona aspira y responde a motivaciones integrativas y también transpersonales, es decir, de autorrealización.

Expongo aquí una reflexión ligada a un sueño reciente que ejemplifica esta posición.

El asunto de la acertada interpretación de los sueños es algo muy delicado. La misma palabra “interpretación” plantea su misterio. Interpretar nos sitúa en el ámbito justo, en activo y pasivo; por parte del analista interpretador sea externo o propio y el creador, el soñador, cuya creación está íntimamente ligada a sus necesidades y  motivaciones internas marcadamente inconscientes. Por ello debido a la complejidad de las motivaciones humanas, el marco interpretativo es presentado por la dinámica profunda del soñador.

La naturaleza de la personalidad del sujeto da dirección, sentido y significado a los elementos simbólicos que constituyen su sueño. La composición formal de los  símbolos como imágenes y argumento, cuando lo hay, no debe engañarnos. Pueden, a ojos del interpretador, parecer algo obvio, sin serlo. El contexto interpretativo del interpretador interfiere, como lo hace la transferencia y contratransferencia, en este fenómeno.

Más allá del limitado enfoque freudiano y postfreudiano del análisis onírico, se presenta el entender los sueños como manifestación de tipo existencial. Ya no son resultado de deseos y necesidades mal resueltas o pendientes de satisfacción propias del acontecer neurótico, sino impulsos profundos que indican sugerencias creativas tendentes a la autosanación y autorrealización.  El contenido de los símbolos oníricos son creaciones a partir de fuerzas inconscientes de la personalidad del soñador y, sólo desde este ámbito, cobran sentido y significado. Actualmente, aún con un influjo innegable de la omnipresente neurosis, muchas personas se adentran o se sitúan en el ámbito Centauro. El Centauro ya es, por sí mismo, una metáfora y un símbolo arquetípico. Representa la integración más o menos armónica de la consciencia organísmica, el “Yo corporal”, con el novedoso contacto expansivo de la consciencia del ser.

Así tenemos que mientras algunas personas son dirigidas por necesidades y deseos de tipo egótico con manifestación de asuntos de fundamentación neurótica principalmente; hay otras personas que incluyen en menor o mayor medida otra potente motivación subconsciente relacionada con el pulso del Ser. Sin llegar a plantearnos o situarnos  en estados tan llamativos como los denominados “Emergencia espiritual” o “Despertar transpersonal”; toda persona que incluye en su dinámica vital la indagación de la consciencia más allá de los límites encorsetados de la personalidad egótica y neurótica (el carácter como defensa), muestra en su simbología esta impregnación más profunda.



 Hace muy poco desperté con el impacto de un sueño cuyo contenido incidía en este contexto. El sueño daba inicio en una salida de fin de semana en familia. Iba conduciendo el auto por una carretera secundaria en un ambiente campestre, con campos de cultivos y zonas boscosas. Era una carretera tranquila sin apenas circulación de vehículos en la que conducía apaciblemente disfrutando del paisaje.

En esto veo a alguien atendiendo una pequeña hoguera que me llama la atención por un momento. Algo me dice intuitivamente que está cuidando de que ese pequeño fuego para evitar convertirse en una amenaza. 
Al poco ello queda en el olvido mientras prosigue el viaje.
Pronto llegamos a lo que parece el lugar de destino: un lugar de esparcimiento de fin de semana con un restaurante integrado en la naturaleza.

Todo discurre agradablemente. Seguidamente me veo junto a mi familia acomodados en una mesa del restaurante junto a un ventanal gozando de un agradable menú. El sonido de una sirena me invita a mirar hacia una pista forestal por la que va un vehículo de emergencias. Se trata de un furgón de bomberos haciendo sonar su sirena. Inmediatamente recuerdo la pequeña hoguera de unas horas antes. La desazón me invade. Esa atención en vigilar el pequeño fuego ha parecido fallar y éste puede haberse convertido en un incendio. Hay motivos de alarma.

De inmediato me veo yendo a pie, sólo, por el campo al encuentro del lugar del fuego. Efectivamente se trata de un incendio que cada vez adquiere mayor proporción y peligro. Sé que mi familia permanece en ese establecimiento de fin de semana con su garantía de protección, pero yo estoy ahora en una especie de población a la que el fuego amenaza. Sus pobladores se disponen a abandonar el lugar en diversos medios. En ello me doy cuenta de que no se advierte la presencia de dotaciones de brigadas contra incendios, ni suenan sirenas de vehículos de bomberos. En esta población hay un apeadero de ferrocarril y en él un tren que se va llenando de gente para abandonar el lugar.

En esto oigo rumores o “siento” que el fragor del incendio se encamina al lugar donde está mi familia y que este tren no pasa por él. Así que procedo a regresar con prisas, quizá corriendo a reunirme con ellos. Viéndome nuevamente con la familia nos vemos cercados por el incendio, pero no me alarma. Sé que estamos seguros, a salvo. Lo que me pregunto es por la suerte del vehículo familiar aparcado en un prado a modo de aparcamiento cerca del establecimiento y en la posibilidad de que el fuego lo alcance y dañe.

Al parecer no importa lo que sucede seguidamente, parece que no es importante, porque seguidamente me veo andando por los parajes consumidos por el fuego, entre árboles quemados y terrenos calcinados. Por lugares desolados, asolados por la destrucción recibiendo intensas sensaciones emocionales. Y en ello despierto del sueño. 


En cuanto procedo a su análisis interpretativo me doy cuenta que la magnitud de la energía que en él se muestra refleja la intensidad de mi interés en comprender el contexto vital que me rodea desde la consciencia. Veo clara la idea del deseo de vivir gozosamente en armonía con la naturaleza, el compartirlo con las personas amadas. La sensación de que la humanidad está utilizando un “fuego” con la sensación de dominio, pero esa sensación es una ilusión y éste, por quién sabe qué “causa sorpresiva” escapa a control convirtiéndose en un cataclismo. Los medios para atajar y vencer este cataclismo resultan inexistentes o inoperantes; y las personas amenazadas por ello tampoco disponen de la alternativa de desplazarse de su lugar para evitar ser dañados.

Todos perdemos algo material en el acontecimiento que nos supera enormemente en magnitud, pero eso tampoco es lo importante, aunque sí objeto de tristeza. Lo que en verdad importa es la desolación y destrucción del mundo en el que transitamos. Lo útil y lo molesto quedan reducidos a cenizas. Lo senderos en el bosque y las zonas intransitables por la maleza quedan reducidos e igualados a alfombras de ceniza y negros carbones sobre las que pasar. Rocas desnudas ahumadas sobresaliendo de entre un manto de ceniza que todo lo iguala, sean valles o montañas. Troncos altos desprovistos de toda vida y ennegrecidos se yerguen como alfileres clavados en el paisaje grisáceo y ennegrecido.

El bien y el mal quedan igualados en este mundo calcinado. Todo queda igualado. Esto es lo que me sobrecoge profundamente. Asocio esta escena dantesca con el fragor que acontece en nuestro mundo azotado por fuegos culturales que destruyen nuestro mundo conocido. Todo cuanto hay de belleza como cuánto hay de fealdad y dificultad se reducen a nada ante el fuego desbastador. Todo queda igualado en la visión desolada de sus consecuencias. Ante ellas aparece el sentimiento de futilidad, de impotencia ante lo que, por arrogancia o soberbia, hemos desencadenado; de pena por lo innecesario de la destrucción causada y la soledad que aparece por la carencia de vida por todo el alrededor. Por intuición sabemos de qué se trata.

Considero el mundo que legamos a las jóvenes generaciones y el ingente esfuerzo que les exigirá volver a repoblarlo de vida y belleza. Ocurrirá, pero con lentitud, generación tras generación. Entretanto, inmersos en el incendio, con medios insuficientes para neutralizarlo y controlarlo, vemos como se consume y destruye lo que hemos heredado. Asombrados y penosos participamos en la pérdida de un contexto vital, un mundo conocido. Se desmorona ante nuestros ojos, se reduce a cenizas, a polvo. Lo miramos con horror.

La sensación es que asisto a este fenómeno de proporciones planetarias juntamente con todos los demás, la humanidad, con diversos grados de pérdidas materiales y personales. Ante ello, lo que consideramos bello y lo que juzgamos feo se reduce a fútiles ilusiones transformadas en ceniza por la creencia de poder controlar un poder que ya se nos ha escapado a control. El incendio ya acontece, nuestros recursos para contenerlo y vencerlo son del todo insuficientes e inexistentes;  tan sólo nos queda el resguardarnos del mismo ante la imposibilidad de combatirlo eficientemente, el aceptar lo que nos arrebata, las pérdidas que ocasiona, y el confiar que tras la desolación seamos capaces en generaciones venideras más conscientes y responsables de hacerlo resurgir en su diversidad de vida y belleza. 

"Varias generaciones son necesarias para hacerlo resurgir en su diversidad de vida y belleza"

Pero ya nunca será lo mismo que antaño. Persiste el substrato físico, no lo que crezca sobre los montes y valles; ello será del todo diferente. Eso diferente puede implicar la idea de mejoría por efecto de la experiencia vivida, pero dependerá de la calidad humana que se desarrolle en las generaciones que nos sucedan.

En el sueño yo soy un exponente de la humanidad. Yo soy la humanidad y la humanidad soy yo. Una fusión plena. Una única identidad.

Desafío del mundo en el presente
Este es el significado del sueño, su interpretación en consonancia con mis sensaciones y elaboraciones profundas. Todos estos materiales ya han ido apareciendo en consideraciones surgidas en procesos meditativos e impresiones ante el acontecer del mundo actual. ¡Claro que consiste en una creación fruto de un contexto vivencial actual! No creo que sea profético, pero sí representa un contexto vivencial actual y, por ello, transitorio. Se trata de una reflexión simbólica onírica ante el desafío del acontecer del mundo en este presente. Tengo claro que desde el ser me ayuda a incrementar la consciencia y el permanecer despierto y en alerta ante y frente al mundo que me envuelve e incluye. Reconozco que no resulta optimista, todo lo contrario, pero me sosiega el considerar que se trata de una situación vivencial de ahora y no de un estado permanente. Es decir: “paso por ello” y consecuentemente “no soy ello”.    

Ernesto Cabeza Salamó




sábado, 2 de enero de 2016

Proceso elaborativo de meditación ¿Quién soy Yo?


 Proceso elaborativo de meditación ¿Quién soy Yo?

A partir de la meditación del 30 de Diciembre de 2015 hasta 1 de Enero del 2016.


Durante el mes de diciembre se ha realizado en Cepsi la versión ontoenergética de la meditación ¿Quién soy yo? de Ramana Maharshi. Este es el relato de lo experimentado durante esta última sesión y los tres días siguientes mientras se producía la entrada en el Año Nuevo.


¿Quién soy yo?
Pregunta repetidamente formulada, no aceptando las respuestas de la mente.
La mente como receptora y elaboradora de información está alejada del Ser. Todas sus respuestas proceden de fuera, de interpretaciones, de creencias, de acuerdos… Todo eso que no soy yo. Es lo que el mundo familiar, social y cultural ha escrito e mí.
Testifico, observo sus contenidos, por ello sé que no es; tan sólo lo que tengo. Y lo que tengo y poseo no puede manifestar el Ser. Lo observado es algo objetual, no esencial. El observador, la consciencia, libre de cualquier interpretación está muy próxima al ser, quizá lo sea.

Ahí estoy, en la oscuridad del abismo, tratando de contemplar la nada, el vacío. Asaltan pensamientos, impresiones, hechos insustanciales, triviales, monótonos y sorprendentes. Son como moscas molestas tratando de posarse en mí y distraer mi propósito. Me doy cuenta de ello y entonces desaparecen momentáneamente permitiéndome mirar en la vacía oscuridad de la nada. Y allí, al poco aparece un destello de luz, cual estrella o sol radiante. ¡Soy luz! ¡Soy armonía! Me digo. Entonces alrededor de este sol de luz surge una membrana que lo envuelve convirtiéndolo en una esfera. Sus destellos de luz apenas asoman de esa membrana. No es un caparazón, es una membrana, una piel que la envuelve.
¿Qué es? ¿De qué se trata? Disipo nuevamente las moscas que acuden a molestar la contemplación. Nuevamente desaparecen…
Surge una impresión que no me gusta; pero debo aceptarla, debo tomar contacto con ella aunque me disguste…

Tomando cuerpo, veo que se trata de “Horror”. Esta membrana está compuesta de horror. Es horror. Desde ella percibo el mundo. Percibo a gentes objeto de persecución, a gentes sufrientes por causas propias y ajenas. Veo a niños adiestrándose para matar y odiar a los otros, veo a mujeres y niñ@s ahogándose en el mar mientras tratan de alcanzar Europa. Veo incomprensión, competividad, avaricia, soberbia; veo egoísmo, rencor; veo resentimiento, envidias, celos… Veo temor a los diferentes…  Les veo endurecerse y sentir maldad. Veo que son muchedumbre quienes con sus acciones y vivencias me causan el horror.
Trato de ver cómo es su luz. Hay luminosidad apagada, gris… Sus  membranas son corazas. En ellos veo temor, miedo, angustia, ansiedad… Se protegen con ella y desde allí, desde el otro lado, el exterior de la coraza, aparece la ira, la cólera, el odio, dando lugar a la violencia como forma de defesa, atacando en vez de confiar.
En un mundo de asustad@s y resentid@s no puede producirse luz, no puede abrirse el corazón… Y ese corazón cerrado, protegido, insensibilizado, hace posible las decisiones y acciones que causan mi horror.

Deseo ir más allá, deseo e intento adentrarme más e mi luz, tratando de hallar cómo deshacerme de la molesta membrana, pero sin éxito… Ta sólo aparecen escenas ligadas con lo que causa el horror.
De nada sirve reprimirlas, no puedo sublimarlas. Quiero sentir la luz radiante, no la confinada dentro de la membrana. No puedo ir más allá…
Concluyo el tiempo de meditación; me quedo con la desagradable sensación de bloqueo, de insatisfacción por el sentimiento de horror, que persiste más allá de la meditación.

Lo comparto con los demás participantes. Me sorprende el que consideren que mi experiencia es interesante. Esto fue el miércoles 30 por la tarde-noche.

Durante el jueves 31 de diciembre sigo con esta sensación de incomodidad. El quehacer cotidiano me distrae de este persistente sentir. Esa tarde, en la residencia geriátrica acontece algo más que incide en mi sensibilidad. Jacinta, una anciana centenaria, a la que conozco desde hace unos 10 años, aquejada de demencia senil, está en estado comatoso, agonizando, transitando sus últimos momentos en esta vida. Parte del trabajo de hoy es hacer acompañamiento de la familia asistiendo a la moribunda.
Corazones tocados por el dolor. Sus hij@s con sus parejas e incluso una nieta la observan en su forzada respiración agarrándose a un hilo de vida. Hablamos sobre la muerte, sobre lo que puede durar esta agonía… de cómo de ausente está su consciencia de su estado físico y sensorial. Jacinta está serena, con los ojos cerrados, como dormida; sin apenas reaccionar a los besos y caricias que entre lágrimas le dan.
Se aproxima el momento en el que cumple mi horario laboral. Acudo a despedirme del resto de los residentes y antes de concluir con todos ellos, la enfermera me susurra al oído que Jacinta ya se ha ido. Acudo de inmediato a la habitación y allí yace sin vida, rodeada ahora por tres familiares llorándola ahora sin contención.
¡Adiós Jacinta del Castillo! Acabas de concluir tu existencia de 102 años. Muerte serena y apacible rodeada por quienes la aman. ¡Buena muerte! – me digo. Doy mis condolencias a los familiares presentes. Me despido de todos ellos, regreso al salón con los demás residentes concluyendo la despedida. Ahora son las 17:20 H. del 31 de diciembre del 2015. Saliendo del hogar geriátrico pienso que esa tarde se moría una vida y en poco más de seis horas iba a morir el año.
Lúgubre sentimiento de pena más potente que ese de horror de horas antes… ¿O quizá un añadido más? La muerte no me causa horror… está más cercana a la ternura, al cariño.
Se me pasa por la mente la reflexión de la futilidad de tatos estados emocionales negativos ante la presencia de inevitable de la muerte. ¿Qué es cualquier sentimiento, angustia o temor ante la idea de la propia muerte? Desde allí el mundo que me rodea, con el que convivo, me parece irreal. Sólo la muerte aparece como la más trascendente verdad. Yo, como todos, nos entregaremos a sus brazos llegado el momento; y todo lo demás perderá su valor; el valor que yo haya dado en vida.

Poco después se aproxima la celebración del fin de año. En casa los preparativos de la cena, de las uvas y el jolgorio que le sigue.
Llamo por teléfono a mi padre, a mi hermana. Llamo a mi tío Paco a quién días antes había acompañado al cuap aquejado por un fuerte dolor de ciática en la mitad de la noche. Intercambiamos deseos de salud, bienestar y prosperidad para el año naciente.

Horas de distracción, en cuyos entreactos, acude el recuerdo de los sentimientos tan cercanos. El horror, la pena, la tristeza. Y después del brindis de halagüeños deseos, de haber dado la bienvenida al año nuevo, cuando ya vence el sueño, acudo al lecho retomando la desnuda dimensión del sentir… luego acontece una niebla en la consciencia y desaparezco en el sueño.

Como es acostumbrado, a las 7:30 H. se acciona el despertador consistente en la radio. Poco a poco me alcanza la nueva información.
 Ya es el Primero de Enero. Oigo opinar acerca del mensaje del Papa Francisco en el Año Nuevo. Ha dedicado, al parecer, su discurso al tema de la oscuridad y la maldad humana que aparece como poderosa cubriendo la bondad, ocultándola a la vista de la gente.
Me sonrío. El propio Papa Francisco haciendo un discurso muy parecido al que en el día pasado yo mismo me hacía y con el que aún sigo. Me entristece ese aire pesimista e boca del gran representante del cristianismo católico. Esperaba mayor luz en sus palabras y no el lamento de su no-manifestación en el conjunto de lo que acontece en el mundo.

¡Ay! ¡Destella la consciencia! Me entra risa de mí mismo.
¡Ahora caigo en lo que durante estos dos días me faltaba! ¡El asombro! ¡La maravilla!
Observo desde la consciencia, desde el testigo, el observador; el acontecer en el mundo como algo sorprendente causante de una sensación de asombro. ¡Qué maravilloso portento de energía creativa e este mundo! Aunque la creación pueda resultar una pesadilla. Y con el asombro, se deshace el horror. La maravilla, el asombro vence al horror en mí y también puede vencer el temor y la angustia en todos a quienes este sentimiento les atenaza.
¡Cuánta necedad en mí! ¡Qué tonto he sido durante tantas horas! Siempre aliento a abrirse al asombro, a la experiencia del acontecer de la vida. Y justamente ese miércoles pasado no se hizo presente cuando tanto lo necesitaba. ¿Cómo pude ignorarlo y no sentirlo como respuesta al intento de vencer a la membrana que comprimía mi luz interior? ¡Qué fácil hubiera sido el sólo convocarlo e invocarlo! Y no se me ocurrió. Por eso me río de mi estupidez. Nunca llegamos a ser lo suficientemente lúcidos para disipar nuestras propias tinieblas en un momento preciso. Y si entonces no pude sintonizar con el asombro, debía ser consecuencia de mi propia desconexión con mi autenticidad, con mi verdad. Estaba más atrapado por la mente de lo que entonces imaginaba.
El acontecer creativo en el mundo, fruto de la consciencia, pensamientos, deseos y acciones de la gente; manifestándose portentosamente independientemente de su cualidad positiva-favorable o negativa-dolorosa. Todo creaciones del Tonal de los tiempos en boca y manos de la gente que da forma al mundo y a los aconteceres de la humanidad en este hermoso planeta-hogar que es la Tierra.
¡Adiós sensación de horror! Ahora sí vuelvo a sentir el radiar de mi luz, al disiparse la membrana que la confinaba. ¿Cuánto durará este armonioso sentir? ¿Cuándo la necedad volverá a inundarme distanciándome de mi verdad, de mi armonía y la sensación de conexión y amor a Todo y tod@s?
No me importa. Sé que cuando menos lo espere. Pero hoy no es.  Hoy luce la luz en mi corazón y está abierto, lo siento grade, claro y fuerte. ¡Qué más puedo pedir!
Tan sólo el desear que puedas realizarlo tú y con ello nos podamos agrupar en gran número con este sentir, acariciando el hermoso y asombroso propósito de transmutar lo que nos separa en la belleza y armonía que nos une.



Ahí va mi testimonio y mi deseo para todas mis relaciones para hoy y todos los días sucesivos en la inmensidad del espacio-tiempo.

Un gran abrazo a Tod@s.

Ernesto Cabeza Salamó