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domingo, 1 de mayo de 2016

VISIÓN DE GÉNERO DE LA SEXUALIDAD MASCULINA Y FEMENINA


VISIÓN DE GÉNERO DE LA SEXUALIDAD MASCULINA Y FEMENINA


Este escrito ha surgido inspirado en el capítulo 9 (Sexualidad masculina y femenina) del libro de Alexander Lowen  “Amor y orgasmo” Kairos, 1998. Barcelona, España.

Me permito seguir el guión trazado originalmente por A. Lowen al considerar su posicionamiento ante mi punto de vita. Aquí muestro mis coincidencias y también mis desacuerdos con su visión.

Es cierto que él no se propone considerar la sexualidad masculina y femenina desde el punto de vista de género, pero cualquier alusión a la sexualidad aplicada en ámbito relacional dentro del marco de la cultura “occidental” está íntimamente entrelazada con la cuestión de género. Lowen tampoco ha podido librarse de ciertas contaminaciones de la interpretación de género propias de la tradición autoritaria patriarcal de la que somos herederos desde milenios. Ni yo mismo pretendo estar libre de ello a pesar de mi continuo cuestionamiento. Seamos, pues, indulgentes en esta comprensión, pero no renunciemos a una crítica constructiva.


Ya en escritos anteriores, especialmente en el anterior “La heterosexualidad” explico que estamos infectados de un hererosexismo propio de la tradición cultural de origen patriarcal. Fuera del heterosexismo cultural que lo interpenetra todo, debemos considerar que, al margen de las conflictividades neuróticas que podamos padecer, se debe abrir el alcance de los conceptos de masculinidad y feminidad adecuándolos a una realidad alternativa. Hay diversas masculinidades y feminidades, no determinadas por factores neuróticos y sí por efectos epigenéticos, que desdibujan los límites entre la heterosexualidad y la homosexualidad, pudiendo solaparse ambas categorías. La división entre heterosexuales y homosexuales, así como otros aspectos de género responde a una necesidad compulsiva de fijación y control propia de la ideología autoritaria de nuestra cultura patriarcal. Creando un grueso de población que cumple con una normativa normalizada y una cierta minoría marginal molesta que es obligada a segregarse por diversos medios, algunos muy sutiles, creando subculturas y enfrentamientos diversos. El viejo lema de “Divide y vencerás” se ajusta al dedo. Mi tesis es que constitucionalmente todos nacemos de sexo masculino o femenino, pero nuestro cerebro está más o menos masculinizado o feminizado conforme a los efectos epigenéticos que escapan, al menos hoy por hoy, a cualquier control. Somos la gran mayoría XX o XY en la configuración cromosómica y esta determinación nos da la dimensión organísmica como varones y hembras; pero nuestros cerebros fetales (diencefalo) pueden haber quedado influidos por los efectos de hormonas sexuales conforme a su cantidad y el efecto de encimas que actúan tratando de regularizarlas. El resultado es que en el cerebro de un organismo XX (varón) puede darse diversidad de matices de la relación masculinización y feminización; y lo mismo en un organismo XY. Hay, por  consiguiente, muchas gradaciones de masculinidad y feminidad en las personas independientemente de su sexo biológico. La imposición hererosexista obliga a tod@s a adecuarnos a esta norma, generando una pugna interior profunda de la que resultará problemáticas neuróticas, y aquell@s que no puedan o no quieran adecuarse al criterio normativo serán marginados directa o indirectamente con categorías de género diversas que acertadamente se pueden calificar de “Quer” contando con su acepción transgresora y de desafío de género y civil.
No es que las minorías homosexuales y  transexuales hayan sacudido y herido los valores de masculinidad y feminidad tradicionales; son los valores autoritarios heterosexistas los que los arrojan a la marginación y a su consecuente movilización y activismo civil.

Reconocemos que estos valores específicos de masculinidad y feminidad han sufrido un acusado deterioro y de que se da una pérdida generalizada de identidad que va más allá de los ámbitos del género en nuestro mundo occidental.

A. Lowen
Estoy de acuerdo con A. Lowen cuando dice que la actual confusión tiene su origen en el derrumbe del doble estándar en el cual se basaba el viejo orden. Y también estoy de acuerdo en que este doble estándar negaba a la mujer como persona e ignoraba el cuerpo como fuente de verdad. Justamente en esta aseveración de ignorar el cuerpo como fuente de verdad, es en lo que me apoyo para afirmar que sus sensaciones y sentimientos manifiestan su verdad y estos no pueden ajustarse a criterios de normalización normativa. Las manifestaciones biológicas no se pueden adaptar a reglas culturales, sino todo lo contrario, lo cultural debe adecuarse y canalizar satisfactoriamente las características y manifestaciones de la variabilidad biológica y orgánica.

Dejo momentáneamente de aludir a la población que no se adecua al patrón masculino y femenino. Me centro a ese grueso de población que se identifica con la adscripción heterosexual, tal como lo hace A. Lowen en el capítulo al que nos referimos. Asegura que la incertidumbre respecto a la actitud social y sexual normal no se limita a la mujer, sino que también los hombres están aquejados de un desconcierto similar sobre sus roles en la relación marital. Simpáticamente comenta que todos ellos se ven constantemente haciendo equilibrios malabaristas. A partir de aquí centra el tema afirmando que cuando aparecen tales problemas en una situación familiar, las dificultades tienen generalmente su origen en las alteraciones de la relación sexual del matrimonio y en la falta de claridad sobre las expectativas sexuales entre los compañeros. Aunque la institución matrimonial sigue siendo la norma en la sociedad, actualmente se dan diversas formas de convivencia familiar que no pasa por el matrimonio en exclusivo (familias monoparentales, comunales, parejas de hecho, etc.). Nos dice que en una familia normalizada heterosexual, el hombre que domina su casa lo hace porque cree conscientemente que el papel de la mujer es el de ser sumisa, tanto sexual como personalmente. Que el hombre que permite a su mujer controlar la relación actúa en la mal entendida creencia de que se espera que él sirva a su mujer, es decir, que tenga que satisfacerla. Añade que  las actitudes pasivas a menudo son racionalizadas como expresión de altruismo por ambos, hombres y mujeres y, por ello, la autoafirmación se confunde con egoísmo, en la falsa asunción de que uno tiene la obligación de satisfacer a su pareja sexual a cambio de los derechos que la relación le proporciona. Él mismo asegura en este punto, acertadamente, que se trata de una actitud neurótica que prolifera debido a la falta de comprensión de los factores biológicos que condicionan la relación entre ambos sexos. Habla de creencias, de introyectos, de informaciones introducidas en nuestro psiquismo de modos muy sutiles por la poderosa influencia de la cultura a través de la familia y la sociedad. Se hace referencia a hombres y mujeres conducidos por creencias derivadas de expectativas que subyacen en nuestra forma cultural, no hace referencia a hombres y mujeres que se auto dirigen conforme al contacto con su yo corporal y existencial. Los autodirigidos no sufren de confusión de valores, porque son fieles a sus propios valores surgidos de sus sensaciones y sentimientos yoicos-corporales y fundamentan los valores de su personalidad. La persona que no está arraigada en su propio “Yo corporal” no puede autodirigirse, ni tampoco estar motivado hacia la auto realización como criterio de salud psico-afectiva.
Para comprender satisfactoriamente estos factores implicados es necesario que tengamos cierta claridad acerca de la evolución del desarrollo psicosexual y como puede influir en lo que devendrá un hombre o mujer individual.

En bioenergética se divide el desarrollo psicosexual del individuo en tres periodos: El pregenital, el de latencia y el genital. Esta división se ajusta a cambios biológicos significativos que aparecen en el organismo durante cada uno de estos periodos.  

Desde mi punto de vista debo asumir la existencia de un periodo previo al pregenital, lo denomino en encarnativo (embrionario y fetal) en el que el organismo vivo adquiere su manifestación organísmica. Se crean los órganos, entre ellos el cerebro y los inmaduros órganos genitales internos y externos. En esta creación, en función de la interacción de la información de los cromosomas y los genes implicados  con el ambiente intrauterino, se fundamenta el grado de masculinización o feminización del cerebro por la acción de las hormonas sexuales y todas las encimas relacionadas. Cuando nacemos no somos una tabla rasa. Ya han acontecido inmensidad de fenómenos internos que nos han configurado unas cualidades determinadas que después, en su momento, emergerán en sinergia con las experiencias del tránsito (perinatales) y extrauterinas en el mundo familiar, relacional, social y natural. No voy a repetirlo, ya lo expongo en el anterior escrito “La heterosexualidad” http://cepsiblog.blogspot.com.es/2016/04/la-heterosexualidad.html

La fase pregenital se inicia en el nacimiento y evoluciona hasta la edad aproximada de seis años, cuando los dientes “de leche” van siendo sustituidos por los primeros definitivos. Es un auténtico evento biológico que marca el final de la etapa que en términos generales consideramos el estadio infantil. El periodo pregenital se puede subdividir en diversos subperiodos, de ellos es de gran importancia el denominado (de gestación extrauterina) ocupando esos meses en los que el recién nacido está en una condiciones muy vulnerables y depende para sobrevivir del cuidado y atención maternal (la madre o quien haga sus funciones) satisfactoriamente (énfasis en la calidad e intimidad de la relación materno-filial) y que concluye en el momento en que la criatura ya es capaz de sostenerse por sus propios pies y dar los primeros pasos, como ocurre en todos los mamíferos terrestres. A lo largo de este periodo pregenital se produce la integración progresiva del movimiento y de las sensaciones corporales en actividades coordinadas y dirigidas hacia metas concretas. Simultáneamente, los impulsos libinidales pregenitales originariamente muy difusos y manifestados por todo el cuerpo, van siendo integrados para ir enfocando el placer hacia el área genital. Una vez completado este proceso, el placer se centra principalmente en la zona genital quedando las demás zonas erógenas en una condición secundaria. De esta manera, al completar esta fase (alrededor de los 6 años), la criatura ha abandonado su deseo de gratificación oral y ya no necesita chupar el pecho, el chupete o el dedo. El adiestramiento de limpieza fecal ya está concluido y el interés del niño se ha apartado de ellas a favor de interesarse por su órgano genital y sus funciones. Psicológicamente se ha producido el destete; la criatura  se desplaza a pie con seguridad y ha desarrollado la coordinación motora necesaria para funcionar como un organismo independiente dentro del grupo familiar. Las funciones de la realidad han quedado ancladas en ambos extremos del organismo: arriba en el yo y abajo en la genitalidad. Y con ello se ha cumplido una etapa básica de socialización e incorporación de prácticas culturales familiares con sus valores implícitos.
Conforme avanza el periodo pregenital, en virtud de lo expuesto,.el niñ@ adquiere consciencia de su zona genital y del placer que experimenta mediante la masturbación. Es una fase en la que se da  considerable actividad masturbatoria, juegos sexuales infantiles con otros niñ@s y se muestra curiosidad sobre el sexo. Ahora la realidad se expande en su consciencia más allá del mundo de la madre e incluso de la familia y paralelamente se reduce la dependencia hacia la madre como modo de obtener placer erótico. Debemos tener claro que la masturbación propia de esta fase no tiene el significado adulto de descarga de excitación, sino que, más bien,  ocasiona una agradable excitación de tipo sensual en todo el cuerpo. Lo vemos especialmente en las niñas que, al masturbarse, no se centran en el clítoris, que es un órgano muy pequeño, sino que abarca toda su zona genital incluyéndolo. En el niño la actividad masturbatoria consiste en tocarse el pene pero no intenta llegar a un clímax realizando movimientos rítmicos como ocurrirá más tarde.
Durante esta fase, en primer lugar la madre y luego incorporándose el padre, los padres debes satisfacer todas las necesidades orales de su hij@: alimento, seguridad, afecto, atención, etc. La satisfacción de todas estas necesidades son necesarias para el crecimiento y desarrollo del incipiente Yo y de la personalidad. Experimentar carencias, fuera de las ocasionales, en esta fase fija a la criatura en este ámbito pregenital u oral quedando marcada su personalidad con tendencias hacia el apego, el enganche y la dependencia. Más tarde, ya como adulto, utilizará la relaciones personales y sexuales para tratar de satisfacer (necesariamente de modo insatisfactorio) estas carencias remotas  y afanarse en la obtención de apoyo en su yo inmaduro. La fijación en el aspecto sensual hará que el contacto corporal en la sexualidad se sensualice y disminuya el deseo y la capacidad de descarga orgásmica. Resultan en adultos sensualistas y no tanto sexuales.
El íntimo contacto con el cuerpo de la madre (el modo perfecto para la criatura de recibir alimento, atención, seguridad y afecto) favorece y activa el desarrollo corporal y el de la personalidad. En este necesario contacto toma consciencia de su cuerpo desarrollando una imagen corporal de sí mimo edificada sobre la placentera experiencia del contacto con el cuerpo de la madre. Al finalizar este periodo de un modo sano, la criatura “vive” su cuerpo gozosamente; es decir obtiene ricas percepciones y realiza una satisfactoria coordinación motora.
Es de añadir que en esta fase pregenital no se dan diferencias funcionales entre niños y niñas. Fuera del influjo cultural (tipos y colores en vestimenta, juguetes, expectativas, etc.) en criaturas de 4 o 5 años no hay diferencias comportamentales que diferencien su sexo; salvo que hayan sufrido algún tipo de abuso sexual. Es útil añadir que al final de esta fase algunas criaturas ya muestran algunos indicios de tendencia homosexual, pero no afectan en nada su comportamiento; aún con ello pueden producirse algunos conflictos debidos a los usos y costumbres culturales establecidas que les choca en algunos aspectos. Englobándolos a todos, los niños y niñas al a lo largo de esta fase funcionan esencialmente como individuos sexualmente indiferenciados, aunque la percepción consciente de su sexualidad asombraría a la mayoría de los adultos.

En la actualidad hay un acuerdo entre la mayoría de psicólogos, psiquiatras y psicoterapeutas e el considerar que la mayor parte de la personalidad de un individuo ya está casi casi determinado a la edad de seis años. Ello significa que las raíces de la mayoría de los trastornos de la personalidad suelen darse a partir de las experiencias traumáticas o dolorosas acontecidas durante el periodo pregenital. No hablo sólo de mal tratos, ni de abandonos, ni de pedofilia como ejemplos sino de algo más cercano y corriente como el mostrar indiferencia a los sentimientos del niñ@ resultando ser la violación más importante de sus necesidades (Ej. Falta de respeto por las preferencias alimentarias = negación de su personalidad; hurgar con bastoncillos de algodón, poner lavativas u otros chismes en sus orificios corporales también resulta en una violación de su personalidad pues es penetrar en su interior con relativa violencia sin consentimiento alguno; ignorar sus miedos o no responder a sus gritos supone infringir una falta de respeto a su persona y sentimientos).

El periodo pregenital termina con la manifestación psicológica denominada “Edípica”. En ella la niña se hace consciente de su femineidad y se siente atraída sexualmente, no genitalmente, por su padre. Ella disfruta de la cercanía física y del contacto de su padre de un modo diferente al que disfruta del de su madre. El niño experimenta sentimientos análogos con su madre. Esos sentimientos sexuales difundidos por todo el cuerpo, que se van haciendo muy intensos, culminan con un ligero predominio en los genitales dando lugar al establecimiento de la primacía genital. Como resultado, el niño puede producir ideas y fantasías en las que se ve suplantado al padre como amante de su madre. De manera similar en las niñas aparece un sentimiento competitivo con su madre respecto a la proximidad del padre como objeto de deseos de contacto exclusivo de tipo sexual (fantasía de casarse con papá).

Llegados a este punto consideremos la influencia de lo que hemos denominado “tecnologías de violencia de género” en estas criaturas además de las manifestaciones neuróticas entre sus padres. Tengamos en cuenta también cómo todo este influjo cultural y familiar con sus ideologías y creencias pueden afectar a esas niñas y niños que antes hemos mencionado que, por efectos epigenéticos, los efectos hormonales en el cerebro fetal han producido unas peculiaridades en la función masculinización-feminización algo diferentes a la mayoría considerada estadísticamente. Esa niña, al hacerse consciente de su feminidad, puede sentirse ambivalentemente atraída en sus sentimientos sexuales por ambos progenitores en diverso grado; los ama a ambos y puede sentirse atraída por sentimientos sexuales por ambos o incluso en una mayor medida por su propia madre, dándose además la natural identificación. Como la sexualidad aún no está centrada plenamente en los genitales, los padres pueden no advertir tales sentimientos o incluso ignorarlos. Consideremos de igual modo a ese niño que, de forma análoga, se siente sexualmente atraído por ambos o predominantemente por su propio padre al margen de la consecuente  identificación, sin que ellos adviertan sus sentimientos o bien consciente o inconscientemente los ignoren. En tales criaturas la presión cultural, social y familiar heterosexista les obligará al esfuerzo de adecuarse a los imperativos del ambiente familiar, social y cultural reprimiendo importantes sentimientos vinculados a su identidad sexual y como aún no emerge la genitalidad, la sexualidad del niñ@ pasa desapercibida.
Lowen ofrece dos posibles explicaciones a la aparición de la fase edípica. En una sugiere que se trata de un brote precursor de la inminente genitalidad, algo que anuncia su cercanía. La otra hace referencia que a esta edad, en una fase temprana de la evolución de la humanidad (prehomínidos u homínidos primitivos) ya se producía la pubertad; fenómeno que evolutivamente se fue posponiendo a medida que  el cerebro se iba haciendo más complejo con sus implicaciones en la comunidad;  y la vida se devenía más longeva. Ambas resultan plausibles y contemplándolas con perspectiva puede que, en su fondo, sean sólo una, observada desde dos puntos de vista diferentes.
En resumen se puede decir que estos niños y niñas de cinco o seis años ya presentan imágenes y fantasías con plena consciencia de sexualidad independientemente de la configuración de atributos epigenéticos en sus cerebros, pero esta sexualidad aún está marcadamente generalizada en todo su cuerpo y no específicamente ligada a los genitales como ocurrirá más adelante. Así la fantasía y sentimientos de intimidad con la madre o el padre (fantasía de casarse como ejemplo) es ahora un deseo de contacto físico, de comunicación afectiva o de abrazar y jugar sin que se de excitación genital. La fase edípica no dejaría consecuencias patológicas si no interviniera el componente neurótico de los padres en sus pugnas entre sí y, lo que es más doloroso para los niñ@s, la tendencia inconsciente de forzar alianzas de lealtad con un progenitor en contra del otro. Esto rompe la integridad de la criatura colocándola en un autentico infierno. Los sentimientos edípicos son manipulados y convertidos en armamento en la lucha neurótica entre los padres. Aliarse con uno en contra del otro es convertir a este otro en un enemigo con enorme poder ante fragilidad afectiva, la indefensión, infantil.
Lowen también propone una idea sugeridora estableciendo una analogía o una relación entre las dos formas de dentición, una al final de la lactancia, la otra al final de la pregenitalidad; y la evolución de la sexualidad humana. Una al final de la llamada gestación extrauterina (autonomía de la criatura al poder morder y masticar sólidos y al tiempo caminar), y la otra el paso de autonomía real cuando aparecen sentimientos sexuales afianzando la identidad sexual (pertenencia de género) que anuncia la proximidad de la pubertad.

Dice Lowen que “si el desarrollo normal sigue su curso, quedan reprimidas las fantasías e imágenes sexuales bastante fuertes del niño cuando éste entra en la siguiente fase, pero no se pierde su conocimiento de la sexualidad. El significado de las diferencias sexuales queda relegado al inconsciente. Si el niño a esta edad y de esta manera renuncia a su primer punto de apoyo en el funcionamiento genital, lo hace en el interés del principio de realidad que le promete una mayor recompensa más adelante. De hecho no abandona su posición sino meramente retira su interés.” Todo ello tiene que ver con el desarrollo cognitivo propio de la escolaridad y el juego compartido entre miembros coetáneos del mismo sexo.
Lo dicho demuestra que la sexualidad y la individualidad están de tal modo relacionado que sin una no se da la otra. Los niños adquieren consciencia de la propia muerte y la de los demás adquiriendo sentido existencial; se produce juegos competitivos que afianzan la individualidad, los sentimientos de pertenencia al grupo y el sentimiento de lealtad al grupo; lo que marca una autonomía creciente respecto a los padres y los adultos en general. Así el incremento de la individualidad va unido a proceso de progresiva concreción de los sentimientos sexuales en el genital; la indiferenciación sexual propia de lo pregenital concluye cuando empieza a centrarse progresivamente en el mundo genital.

Desde la edad de los seis años hasta la pubertad el niño pasa por un nuevo estado que se conoce como el periodo de latencia. Ahora aparece un apaciguamiento o disminución de los sentimientos sexuales que estaban muy altos en la fase anterior. Se ha hecho consciente de las diferencias sexuales existentes, ahora su interés se centra en obtener destreza en su rol sexual, es decir en asumir y progresar en su identidad de género. Se trata de un nuevo y colosal reto para aquell@s que advierten que no encajan en los estándares heterosexistas de nuestra cultura. Un autentico infierno para muchos de ell@s que deben suprimir su modo de sentirse para adecuarse al entorno normativo o segregarse a la inadaptación o aislamiento, a suscitar el rechazo de sus camaradas, o sumergirse intensamente en las actividades intelectuales para evitar angustias y ansiedades consecuentes; hasta incluso en excesos de actividad masturbatoria. El interés sexual ahora se traslada a la propia personalidad y a la importante tarea de adquirir destrezas y conocimientos necesarios para introducirse y resultar eficiente en el mundo complejo e inminente de los adultos. A esto W. Reich diría que esta fase de latencia es antinatural y que se da por el efecto del código moral antisexual de nuestra cultura; una cultura que exige un fuerte entrenamiento educacional, no tanto por adquisición de conocimientos, sino por la domesticación de la naturaleza libre y espontánea que, sólo así, puede acatar la forma de vida en esta sociedad; así con la reducción del interés y de los sentimientos sexuales mediante la presión en la adquisición de contenidos “de provecho” se facilita la concentración de la atención en esta tarea impuesta.  Cada individuo tiene una vivencia subjetiva de su propio estado de latencia pudiendo darse variaciones de individuo a individuo; pero en las personas en las que no se resuelve satisfactoriamente el problema edípico y no se da el apaciguamiento de los sentimientos sexuales junto a su desplazamiento a lo cultural, el fenómeno queda alterado. Durante el periodo de latencia algunos niñ@s practican ciertos juegos sexuales con otros niños o la masturbación, esto, si no es ocasional, nos indica la presencia de algún problema sexual sin resolver de la etapa anterior; es su modo de descargar la tensión del problema sexual irresuelto. Es difícil determinar qué puede considerarse normal en este periodo porque cada niñ@ madura a su modo, el mejor criterio es percibir el grado de ansiedad  que transmite en su actividad o juego sexual; y/o la medida en la que estas actividades interfieren en la capacidad del niño para dedicarse satisfactoriamente a las actividades normales propias de este periodo.
A lo largo del periodo de latencia se logra la identificación consciente con el cuerpo. En él se da un interés en las actividades físicas, tanto en ellas como en ellos, así afianzan la visión del propio cuerpo; sólo con lentitud van dando entrada a ocupaciones más intelectuales y culturales. Con las sensaciones y sentimientos que subyacen en esta visión del cuerpo se crea la base somática sobre la cual se delinea y asienta la personalidad  final. El adquirir fuerza y confianza en su personalidad es el objetivo y el logro inconsciente de estos años y está íntimamente relacionado con los sentimientos corporales. Tengamos ahora presente cómo encauza en todo esto, la situación de un niño o niña en la que sus sentimientos sexuales no encajan con la norma heterosexista; y consideremos  cómo se produce una pugna en lo profundo de su Yo por adecuar las expectativas que le golpean por doquier con sus sentimientos y vivencias. En esta fase la mayoría de homosexuales ya relatan sus sentimientos de tipo homosexual aún cuando los oculten o traten de reprimirlos. Esta sería la etapa más conveniente para ayudarlos a aceptar su vivencia tanto a nivel personal, grupal, familiar y social desafiando el poder heterosexista. Imperante. De este modo evitaríamos las profundas angustias en la pubertad y adolescencia, cuando los sentimientos sexuales se unen a los genitales y se vierten en las relaciones interpersonales entre adolescentes; hasta llegar al momento de “salir del armario”, que en muchas ocasiones acontece en la tardía adolescencia e incluso más tarde en la adultez; cuando tendría que afrontarse naturalmente en el periodo de latencia el contactar con el sentir de estos niños y niñas.


La tercera etapa es el propio periodo genital, que se puede subdividir en tres estadios: Adolescencia, adolescencia final y madurez sexual.

El los chicos las sensaciones en los genitales se hacen muy potentes, como una fuerza expansiva que se manifiesta en la erección del pene; con estas primeras erecciones se retira el prepucio despejándose el glande y su excitante sensación. Con la masturbación resultante se activa el mecanismo de la eyaculación y con ella aparece una experiencia asombrosa. Energéticamente se siente una sensación e impulso de empujar con la pelvis, por ello se puede considerar el pene como una extensión del cuerpo. Es un flujo de energía dirigido hacia abajo a través del cuerpo, llenando la pelvis y alcanzando el pene. Desglosándola con mayor detalle podríamos describirla en un doble aspecto; por un lado es una sensación energética por toda la parte trasera del cuerpo, su poder motriz le da la cualidad de agresiva manifestándose con potentes sensaciones en las nalgas y el suelo pélvico; por otro lado es una entrañable sensación de fusión, como de licuarse y efervescer en la parte delantera del bajo cuerpo, son sensaciones de tipo tierno. Ambas corrientes simultáneas se unen en la pelvis dando lugar a un impulso irrefrenable de expulsión a través del pene.
En las chicas, durante la pubertad se producen más cambios físicos que en los niños cuyo desarrollo es más lineal. En las niñas se va produciendo un alargamiento de la pelvis que bascula hacia atrás dando como resultado que la vagina que, como niña se encuentra en una posición anterior, parecida a la del pene; ahora se desplaza hacia abajo entre los muslos, lo que causa una rotación en los mismos hacia el interior, En contraste con lo que ocurre con los chicos que el flujo energético se dirige hacia fuera, en ellas el flujo de excitación se dirige hacia el interior a lo largo de la pared vaginal, ello asegura una sexualidad al servicio de la reproducción humana.
La vagina se forma en un estado embrionario temprano, pero no se hace operativa hasta que no le alcanza las sensaciones energéticas que se activan en la pubertad. A partir de entonces, las sensaciones genitales más intensas se localizan en lo profundo de ella y se despiertan solamente por medio de la penetración del pene. Los posibles sucedáneos  sean artificiales o no, no cuentan con la cualidad energética de un pene pleno de vitalidad y sensación. El mutuo contacto energético desencadena tales intensas sensaciones vaginales y justamente la existencia de estas fuertes sensaciones nos permite diferenciar entre una respuesta de tipo superficial y una de tipo profunda. Esta transferencia hacia la profundidad la explican algunos como una transferencia de excitación del clítoris hacia la vagina; pero esta explicación resulta errónea pues, de hecho, no hay una transferencia de clítoris a vagina. La sensibilidad del clítoris se mantiene igual en la mujer adulta, lo que ocurre es que al aparecer sensaciones más potentes y profundas que implican la vagina, las del clítoris pierden en importancia.
Para en sano desarrollo de la personalidad e individualidad de una niña es muy importante que en las primeras etapas de la vida de una niña no le afecten situaciones neuróticas familiares; dado que éstos pueden impedir o dificultar este proceso de vuelco hacia dentro de las sensaciones sexuales. Cuando los padres consideran el rol femenino como algo inferior, la niña intenta compensar sus sentimientos de desvalorización o rechazo mediante un esfuerzo de identificación con los chicos y los valores masculinos. Incorporará  aspectos agresivos (asertivos) en su personalidad repudiando los aspectos receptivos; se hará severa en vez de tierna; imperativa en vez de comprensiva. Con ello el flujo de su energía vital en vez de dirigirse hacia el canal sexual de interiorización, se desviará hacia el de exteriorización propio de lo masculino; Su excitación en vez de seguir el curso desde el clítoris hacia la vagina, se quedará fijada en la superficie vaginal y en el clítoris, así es como la mujer puede sentir su identificación con el hombre, y su vagina quedará desvitalizada y falta de respuesta.
En el ámbito de la homosexualidad de origen no neurótico, término relativo porque habida cuenta de las dificultades por las que estos niños y niñas pasan en sus etapas previas, las reacciones de afirmación de la identidad y personalidad con los rechazos, incomprensiones e imposiciones y expectativas de tipo heterosexista hace que se produzcan potentes contradicciones y traten de convencerse y definirse superficialmente como heterosexuales normativos hasta cuando tal autoengaño se hace insoportable y se aceptan tal cual son. Biológica y bioenergéticamente su paso a la genitalidad coincide con lo ya dicho, la diferencia es que el sentir interno los impulsa a sentirse atraídos y excitarse tanto por miembros de su propio sexo como por el otro en diverso grado, y en función de las experiencias afectivas vividas satisfactorias y/o dolorosas irán clarificando y asentando su identidad como género.

Hay muchos sexólogos que consideran que el clítoris es el órgano de máxima sensibilidad en la mujer y por ello el principal órgano sexual de placer en ella, que de él arranca el orgasmo femenino. Llegan a tal conclusión considerando que en el clítoris hay inmensidad de terminaciones nerviosas como en el pene. Y por otra parte como no hay terminales nerviosas en las paredes vaginales, piensan que en ella no puede haber sensaciones significativas. La propuesta parece acertada, pero desde el punto de vista energético muestra una falta de comprensión de los fenómenos vitales. Las agudas sensaciones clitorianas, no dejan de ser fenómenos táctiles por mucha excitación que reúnan; y son de naturaleza sensual. Próximamente trataré el tema de la sensualidad y la sexualidad en otro escrito con mayor profundidad que clarificará lo que ahora simplemente señalo. Para que estas sensaciones sensuales se transformen en sexuales es preciso que la excitación inunde el cuerpo y se cargue con ella. Efectivamente, la excitación sexual, implicando a todo el cuerpo, ya es un fenómeno emocional; no se limita al clítoris y la superficie de la vulva. La sexualidad es fundamentalmente una actividad, una acción, se manifiesta en movimiento y secundariamente  un fenómeno de contacto erótico. Los estados emocionales (e-movere = movimiento) y los sentimientos profundos se manifiestan en el tejido muscular y la vagina dispone de ello, solo a través del movimiento sexual, tan voluntario como involuntario, se  moviliza estos estados emocionales. La vagina es para la mujer un órgano de recepción, de acceso a su interior y de manifestación de su emotividad sexual; así es como puede responder la mujer a su compañero sexual. Observemos que sólo mediante acto sexual se produce un potente contacto íntimo unido a un poderoso movimiento. Otras formas de contacto y actividad sexual tales como el genital-oral, el genital-manual o el genital-anal, no pueden proporcionar ni el grado de contacto físico suficiente, ni mucho menos la libertad de movimiento que se puede experimentar durante la relación pene-vagina si acontece saludablemente. La práctica genital-oral induce excitación en la mujer, estimula los labios, clítoris, superficie vaginal y periné, pero lo limita en cuanto a profundidad de contacto y en la espontaneidad de los movimientos que sólo implican a una parte de la pareja.  La práctica genital-manual intenta imitar el coito, pero el movimiento queda limitado al ritmo de ella y no a la entrega mutua. La  actividad genital-anal tiene diversos inconvenientes, de entre ellos que la zona anal y rectal no alberga musculatura expresiva, ni lubricación como para suplir la vagina, siendo más cuestión de fantasía que de genuino placer. Sólo la genuina penetración pene-vagina permite juego, excitación y movimiento diverso y sincrónico entre ambos como para sentirse en indiferenciada fusión. Por ello se puede afirmar que solamente con la relación entre vagina y pene se produce el ambiente y las condiciones optimas para descarga orgásmica completa, tanto en el hombre como en la mujer. Las prácticas homosexuales adolecen de esta dificultad o limitación y para solventarlas se hace necesario, además del poderoso sentimiento de amor, una imaginería e ingenio especial; a parte de que la obtención del orgasmo simultáneo requiere maniobras más controladas e instrumentos específicos, siendo lo más habitual primero el orgasmo de uno y luego el del otro.

La sexualidad del hombre y de la mujer es diferente, ya lo hemos visto, ambas se complementan funcionalmente. Veamos ahora como se relacionan las diferencias de la sexualidad de ambos.

Desde el punto de vista del hombre tenemos: Primero, en el hombre la excitación se enfoca puntualmente en el pene dirigiéndose hacia fuera, ello explica su tendencia a estar genitalmente excitado antes que la mujer. Segundo, el pene constituye un órgano de penetración lo que le da la iniciativa de instituir el acto sexual. Tercero, el hombre manifiesta un cuerpo muscularmente más desarrollado lo que da al por qué habitualmente él es el aspecto agresivo en las relaciones sexuales; entendiendo por agresión la tendencia y capacidad de “moverse hacia” y no en el sentido de hostilidad; es por ello una función ligada a la función muscular.
Uniendo todo ello nos aparece las siguientes características en el varón: Excitación rápida y manifiesta en el pene, el órgano de penetración; y la tendencia a movimientos de empuje. Arquetípicamente el principio cósmico masculino es aquel poder que mueve las cosas; así como el principio  cósmico femenino como aquel poder de recepción, contención y transformación de este espíritu.

Las funciones femeninas, las características de ella son: Recepción, contención y transformación; que tan importantes son tanto en el acto sexual como en la procreación. En ella la excitación generalmente acontece de un modo más pausado dándose en toda el área genital (labios, clítoris, vagina). Esta excitación lubrica y hace posible la recepción del pene y aquí es donde más se igualan ambos sexos pues tanto los movimientos voluntarios primero como los involuntarios que le siguen se armonizan como una danza desencadenándose el orgasmo, en el cual se deposita el esperma en el fondo de la vagina donde queda contenida hasta que la boca del útero. Al declinar el orgasmo femenino, se asienta allí facilitando el progreso hacia la concepción.
Con estas palabras no debemos concluir que la naturaleza de la mujer es pasiva y sumisa. Si la cualidad agresiva masculina es “hacia fuera”; en ella la cualidad agresiva es acoger e impulsar hacia dentro. El poder de la musculatura pélvica femenina es poderoso y nada hay en sus movimientos copulatorios y orgásmicos que nieguen su asertividad y agresividad. Por otra parte el deseo sexual de ella es tan movilizador como el de él y son tan activas como los hombres en la propuesta de relaciones sexuales. Los modos femeninos de indicar su deseo o redisposición para hacer el amor pueden ser miradas, toques o caricias y gestos y actitudes; menos veces lo expresa con palabras. De modo que muchas veces es muy difícil e incluso imposible determinar quién inicia realmente el contacto; pero una vez el acuerdo y el contacto se realiza, suele ser el hombre quien efectúa  los avances y ella quien los recibe, alienta  y, aportando de sus propios modos espontáneos, obtener placer, intensificar excitación y proponer el encuentro como un intenso desafío para el hombre.
Podríamos definir la actitud femenina como agresivamente receptiva aunque pueda resultar este término chocante. Él dirige su agresión desde adentro hacia fuera; y ella lo hace partiendo de dentro, envolviéndolo con él y dirigiéndose nuevamente hacia dentro. En ella no hay nada pasivo, ella es tan apasionada recibiendo al hombre como lo es él entrando en ella. La agresión es diferente, pero igualmente manifiesta.
El hombre confiando en su propia agresividad disfruta de la femenina, pero cuando tratan con mujeres demasiado agresivas sexualmente y que además toman la iniciativa en la relación sexual, suelen resentirse, sienten incomodidad al verse forzados e incluso inconscientemente manifiestan el efecto de incomodidad reduciendo su deseo sexual e incluso manifestando impotencia sexual.
Es relativamente frecuente, como ya indiqué en el escrito sobre la heterosexualidad la formación de parejas entre hombres con tendencias pasivas y mujeres excesivamente agresivas. A primera vista pareciera que podría ser una buena combinación complementada; pero suele resultar inapropiada e incluso destructiva por la propia dinámica que se genera. Él se resiente aunque no pueda evitarlo por el papel dominante en ella; y ella también se resiente porque le enerva su pasividad y la falta de agresividad donde no puede mostrarse con “hombría”, así que de no mediar algo psicoterapéutico, se acumula frustración y se pierde la mutua atracción. Son parejas o matrimonios con conflictividad que frecuentemente terminan en ruptura o divorcio y en algunos casos con alguna adicción como el alcoholismo.
En situaciones comunes de tipo sexual, independientemente de quien sea que sienta el deseo, es el deseo y las manifestaciones del mismo lo que facilitará la respuesta en ellos. Normalmente a la mujer le resulta más excitante si el compañero se comporta “agresivamente” y la incita de modo activo. Entonces ella se siente necesitada, gusta de ser deseada y corresponderá con excitación a las maniobras del deseo y excitación de él.  También suele ocurrir al revés, que el hombre se excita por el deseo sexual de ella, pero no resulta lo habitual. En un proyecto de vida en común hay ocasiones para todo ello y no suponen situaciones problemáticas.
Ya he dicho que la excitación femenina es más difusa que en el hombre (que es más focal) y se dirige hacia dentro, ello puede determinar un cierto grado de dependencia hacia el hombre o de la imagen que se hace de él para lograr una excitación sexual satisfactoria. Esto daría explicación a la veneración de los pueblos y culturas primitivas hacia el falo como símbolo de vida y fertilidad. El simbolismo de su erección es la plasmación visible del flujo del espíritu masculino creativo.

Cuando observamos la naturaleza, vemos que entre los mamíferos es el macho el que asume la posición dominante de cubrimiento durante el acto sexual. Aunque su libido sea precipitada por el efecto de las feronomas de la hembra en celo.
 En los humanos no se da el celo, pero sí suele ejercitarse la postura sexual superior del hombre (como dominante) en la que él impone la dinámica y el ritmo en la actividad sexual. De este modo determina la cualidad y contundencia del movimiento pélvico en la fase voluntaria, el ritmo y velocidad de las acometidas y el momento de las retiradas. La mujer entonces tiene que adaptarse en sus movimientos al de él de este modo, aunque le suele indicar mediante expresiones o toques su preferencia al respecto. Si ella se moviera en esta postura a contra ritmo rompería la armonía del proceso común. Si ella responde favorablemente dejándose llevar, entonces él fácilmente accede al clímax y con las fuertes acometidas pélvicas, ahora involuntarias, desencadena el clímax de ella. Así se produce el orgasmo simultaneo, en nuestra cultura este acoplamiento armónico suele verse alterado por las conflictividades neuróticas que interfieren en los sentimientos y las funciones sexuales espontáneos.
Antes he dicho que la mujer se siente dependiente de un modo que él no puede experimentar en relación con la mujer. Esto constituye una diferencia que aún no hemos considerado. Cuando él fracasa en el acto sexual, asimismo acontece el fracaso en ella. Cuando acontece la disfunción eréctil queda imposibilitado el acto sexual para ambos. En cambio si una mujer pierde sentimientos sexuales, no suele tener la misma consecuencia. Esta diferencia, desde el punto de vista de la mujer producirá unas consecuencias tarde o temprano, ya  sea consciente o inconsciente de ello; la mujer reacciona y reaccionará con hostilidad ante cualquier debilidad en el hombre con el que se siente implicada.

Al principio, compasiva le comprenderá y estará dispuesta a ayudarle a superar sus dificultades; pero si los intentos no son satisfactorios y la debilidad continua, le abandonará o lo destruirá. Esta eventualidad en las mujeres es captada inconscientemente por los hombres y es posible que sea el motivo por el cual sienten cierto temor a su hostilidad que fundamente la necesidad por satisfacerla sexualmente. En una relación continuada, la mujer merced a su sentido intuitivo se dará cuenta y no se dejará engañar por esas tácticas. Ningún hombre puede esconder su debilidad ante una mujer. Si él lo intenta, ella le pondrá a prueba toda su personalidad con su misterioso instinto y le hará pedazos sus defensas. Quizá se trate de algún impulso biológico dirigido a la selección natural, favoreciendo la procreación con el mejor. El único antídoto es el potente sentimiento de amor, esa abnegación que mitiga e incluso anula el efecto de este programa instintivo biológico. Así, con todo esto, aunque podemos hablar de la total igualdad que los une él y ella, están en distintos polos. Esta antítesis puede resultar en un conflicto y antagonismo. 
En una situación inversa, es decir cuando una mujer no muestra la deseada respuesta sexual o de que sea frígida, el hombre no suele sentir hostilidad. Ellos se quejan, se pueden sentir frustrados y sentir resentimiento pero raramente mostrar hostilidad. Como siente que tiene que excitar y satisfacer a la mujer, considera que cierta responsabilidad tiene en ello. El hombre considera que ella no mostraría insatisfacción, falta de deseo o frigidez si él se comportara como un verdadero hombre. En la óptica del hombre vemos comúnmente que, cuando es ella quien fracasa, suele aguantar la situación hasta el momento en que entra otra mujer en su vida con la que encaja más. Su propia duda e inseguridad le retiene hasta que una nueva mujer le hace sentir otra vez viril y entonces suele tomar la decisión de romper la relación o el vínculo matrimonial. Actualmente a causa de la complejidad de las necesidades creadas se les hace más problemática a ambos y se tiende a soportar la situación por los convencionalismos y los intereses creados muy afines al estatus económico.
Llegados aquí, ante el fenómeno de la infidelidad vuelven a aparecer posiciones diferentes entre ambos sexos. Para una mujer la infidelidad de su compañero supone siempre un gran disgusto, pero es capaz de tolerarla mientras sea algo puntual, lo que no puede tolerar es la vinculación de él con otra mujer. En el hombre puede ocurrir lo contrario, que se sienta más herido por un desliz casual en ella que el que muestre un profundo afecto a otro. Con la infidelidad sexual de la mujer el hombre se suele sentir insultado en su orgullo y hombría, lo considera como un cuestionamiento de su capacidad de mantenerla y satisfacerla.
Evidentemente esto suscitará comentarios críticos, pero esta forma de reaccionar es propia del componente patriarcal de la cultura y por ello de la falocracia. Socialmente un marido con “cuernos” es objeto de burla; una mujer rechazada en favor de otra es objeto de lástima. Así en una cultura patriarcal, mientras el marido pueda mantener a su mujer en la posición social habitual, ella será respetada por la comunidad a pesar de todas las infidelidades de él. Esto también da sentido cultural a que una mujer pueda permitirse tener un amante, siendo de dominio público salvo el conocimiento de su marido o el fingimiento de desconocerlo.
En todo ello vemos un conflicto de valores culturales que deja ver la incongruencia y la relatividad moral y ético del modelo patriarcal, lo que se suele denominar “doble moral”.
El orgullo de una mujer no suele cuestionarse en relación a su capacidad de satisfacer sexualmente al hombre; su orgullo se basa en un fenómeno más amplio y doble. Parte de su orgullo no sólo se identifica con su desempeño sexual, sino con todo su cuerpo de un modo dual. Por un lado un aspecto que se basa en la relación con el hombre; la otra tiene que ver con la relación con sus hijos. Y en algunas mujeres esta dualidad está en conflicto. El valor cultural de la lozanía corporal y su poder de atracción (el ser sexi) choca directamente con la maternidad y sus marcas. El culto de la mujer de aspecto adolescente-juvenil queda destruido por el peso de la maternidad (gestación y lactancia) que rompen la imagen juvenil y que sabemos que puede llegar a invertirse ingentes recursos económicos en intervenciones “estéticas” con la finalidad de recuperar atributos juveniles pre-maternales.

Una dualidad comparable también se da en el hombre. Por un lado la relación con la imagen de su cuerpo y por otra la relación con su órgano genital. La estética actual del hombre de aspecto atlético y sin vientre mueve muchos intereses que conciernen al comercio de la imagen. En cuanto a la relación con su pene, el hombre lo vive como una extensión de sí mismo. Como no está sujeto a su voluntad o su ego, se relaciona con él como si se tratara de una existencia aparte. Podríamos decir que corporalmente, con su énfasis muscular, se prepara para funcionar en el mundo de los hombres o frente a la naturaleza y vemos que hay un consenso en la percepción de ello en las mujeres que, en muchos casos, alaban ese porte masculino como atractivo y sexi. El asunto del pene, sin embargo, se relaciona exclusivamente con la mujer y el poder satisfacerla. Aquí también percibimos claramente el influjo del modelo cultural patriarcal y su heterosexismo. Y también es obvio que todo esto está operativo de forma comparable en las relaciones homosexuales, aunque de sus filas más conscientes surja su crítica.
Tradicionalmente el mundo de él concierne el exterior y sus desafíos y aporta al mundo doméstico sus excitantes experiencias; y ella con su ocupación de madre y cuidadora,  limitada en su ámbito de movimientos a la zona de seguridad se muestra en su reino, pero dependiendo de él en cuanto a garante de la seguridad del hogar y sus ocupantes.
En la situación actual “avanzada” las funciones de actividad y retos externos se solapan entre ambos sexos, ya que la función de cuidar y nutrir se satisface con la participación de otras personas que también son mujeres (canguros, asistentas domésticas, cuidadoras de mayores, etc.); pero están en el ámbito laboral como lo están los hombres, en el "mercado del trabajo" como se denomina. Y entonces se igualan a los valores masculinos exteriores, sumados comúnmente a los de nutrir y cuidar en numerosos casos. Pero además ellas pueden aportar otros valores, asimismo importantes y necesarios. Ella aporta la sabiduría debida a su íntima conexión con los procesos energéticos de la vida y la muerte. También ella le inspira aspectos motivacionales y es receptora de los frutos de las actividades exitosas realizadas por él.

Es muy difícil exponer cómo podría ser una cultura no patriarcal moderna; pero es evidente que se trascendería el heterosexismo con todas sus secuelas.  La forma de entender las relaciones humanas sería muy diferente. Así comprender los intercambios de bienes y de organizar la política y la economía que sería de racionalización de recursos planetarios y no de explotación. Con tímidos pasos, generación tras generación nos encaminamos a este fin. Y en nuestras manos puede estar el acelerarlo o por lo contrario acabar o destruir los recursos antes de poder gestionarlos a nivel planetario, lo que podría suponer una dramática crisis de supervivencia de la especie humana. De nuestros actos y decisiones depende el futuro que se avecina. Puede ser un ejercicio muy inspirador que cada cual, intente proyectar cómo concebiría la evolución de la civilización actual superándose el sistema heredado de tipo patriarcal imperante. Intentemos realizarlo con independencia de las ideologías operantes. Seguramente resultara inspirador y sorpresivo. Por otra parte teniendo en cuenta todo lo dicho en este escrito, démonos cuenta lo que podemos transformar en nosotros mism@s y nuestro entorno familiar y social con sólo intentar acercarnos a la salud sexual personal y con nuestras parejas, sean del género que sean.


Ernesto Cabeza Salamó

Mayo del 2016.