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sábado, 6 de diciembre de 2014

Consideraciones bioenergéticas sobre el amor sexual ¿El sexo es amor? y ¿El amor es sexo?


Consideraciones bioenergéticas sobre el amor sexual

¿El sexo es amor? y ¿El amor es sexo?


     Desde el punto de  vista de la Bioenergética y Ontoenergética ver el sexo y el amor como dos sentimientos distintos es una característica propia de los individuos neuróticos.
     Desde la salud se proclama que el sexo es una expresión del amor como verdad fundamental.

     En la vida corriente estos dos hechos plantean una aparente contradicción. Hay numerosas conductas en ambos sexos que parecen reforzar esta contradicción.
      En nuestra cultura nadie está libre de conflictos neuróticos y éstos tan sólo varían en cuanto al grado de intensidad y, con ello, tampoco se está exento de actitudes ambivalentes; es decir, con sentimientos y emociones opuestas hacia el mismo fenómeno humano o relación.
     Donde tendría que darse un sentir unitario, aparece una pugna de amor y odio; afecto y hostilidad, cariño e ira. Esto evidencia un conflicto neurótico en la gente que enfrenta en una oposición lo que debería ser un sentimiento unitario.
     Ya he dicho que los impulsos naturales tanto instintivos como existenciales aparecen en tres direcciones: hacia el afecto, hacia la acción y hacia el conocimiento. La sexualidad es un ejemplo claro y sin excepciones de esta unicidad en sus tres ámbitos. Sexo es acción, es afecto y crea conocimiento con su experiencia. No hay nada más motivante y cautivador que el impulso sexual, produce una tendencia activa sin igual y se manifiesta en la pura acción. Acción y fusión afectiva son inseparables en el individuo sano.
     Otra cosa es que este flujo trino resulte bloqueado o reducido por una maniobra defensiva. El resultado es que el miedo desviará la acción hacia la defensa, el afecto (lo que ha resultado herido) tienda a disminuirse o convertirse en resentimiento u odio y el conocimiento obtenido sea contrario a la propia confianza y seguridad.

     Cuando hablamos del sentimiento de amor hacemos referencia a muchas modalidades de relaciones que no son sexuales. Manifestamos amor a amigos, a familiares, a nuestras mascotas, a la localidad, a nuestro país, incluso a lo abstracto como puede ser una idea o al propio concepto de divinidad. Lo incuestionable es que se aplica el sentimiento de amor a algún tipo de relación de la que se desea proximidad y contacto, sea físico o no. En su aspecto intenso incluye el deseo de fusión, confluencia y unión con lo amado. Si la pulsión de la acción nos impulsa al movimiento, al desplazamiento para acercarse o alejarse; el del amor nos impulsa a obtener una vivencia de plenitud, de experimentar la unión; el logro es la fusión, es ser uno con lo amado; sea persona, relación, idea o fenómeno físico, interpersonal o espiritual.
     El sentimiento de amor nos impulsa a desear y necesitar la proximidad y el contacto tanto con el espíritu (procesos mentales mediante la identificación) como con el cuerpo (contacto físico, abrazo, beso, penetración).
     Deseamos ser uno con lo que amamos y amamos aquello que forma parte de esta unidad.

     Con esta corta exposición acerca del amor vemos la conexión que implica con el sexo. Aquí se ve sin la menor duda que el sexo es amor en su pureza. Es un deseo y necesidad de confluir, de unión; también es un aspecto espiritual ya que implica la experiencia de identificación y el conocimiento del fenómeno, relación o persona con lo que se logra confluir. El acto físico implica acción, la experiencia hace perder los límites del Yo en un “nosotros” y queda registrada en la consciencia como saber y conocimiento; es decir, como información significativa y experiencia integrada en el Yo y Self.
     En el aspecto convivencia, se entiende el amor como un sentimiento que conduce a una relación interpersonal con la persona deseada y querida con la que se establece tres manifestaciones.
Intimidad

 La primera es la intimidad, es decir la gratificación de abrir y participar la afectividad con confianza. Es el abrir el mundo interior y participarlo a la persona amada con la seguridad de reciprocidad. La segunda es la parte pasional, es decir la realización del deseo vehemente de fundirse y experimentar la unión física con el/la amado/a. El tercer aspecto es la consecuencia  de estas dos experiencias que crean un espacio y tiempo en el que, en diferente grado, se puedan dar los dos aspectos primeros con la máxima seguridad y eficiencia, lo que implica los aspectos más racionales de la relación como son el sentido de responsabilidad, el de compromiso y otros valores y acuerdos que apoyan y hacen posible la continuidad formal de esa relación amorosa. Esta última no sólo implica la relación entre los dos amados, sino también su interacción e implicación con el tejido interpersonal y social de la comunidad.

     El sentimiento de amor es necesidad de cercanía y fusión, el lograrlo es su culminación; ello implica necesariamente relación y tanto el objeto del amor como la relación que implica abarcan muchas modalidades de relación y estimación además de las sexuales. Si tenemos en cuenta todo aquello que despierta sentimientos amorosos, seguramente nos sorprenderemos al comprobar que casi todo cuanto nos rodea, sea de índole material, sea de orden inmaterial, es digno de ser amado. Al hijo, al abuelo, hacia el/la pareja, al grupo de amigos, a una ideología o creencia, a un tipo de música o de literatura, a un paisaje, a poblaciones, a naciones, a ideas, a conocimientos, a la propia concepción de la  Naturaleza, a la vida o hacia la concepción de la divinidad personal; y sólo por citar algunas de esa multitud de fenómenos amados. Todo cuanto tiene que ver con la manifestación expansiva de la vida es amado. La gracia, la vitalidad, la armonía, la belleza… Amor tiene que ver con necesidad de completarse y realizarse, tiene que ver con motivaciones de índole creciente y ¡cómo no! Con las meta motivaciones de la experiencia de auto realización. Cuanto más abierta y fluida está la espontaneidad y la libertad yoica de una persona, tanto más ama su vida y a todos los fenómenos que implican vida y sus logros en lo que le rodea.
Amor y respeto a la vida



     El amor exige, además del deseo, la proximidad activa y pasiva y la culminación, el contacto fusional, la veraz experiencia de placer y realización. No se trata sólo de una fusión psicológica que denominamos identificación, no. Se da una realización personal como en el arte o el saber, o valores como libertad, justicia, fraternidad… y ¡cómo no! Contacto físico entre los seres amados: abrazo que pone en contacto dos corazones. Beso que funde el deseo de incorporar y nutrir. Penetración que disuelve los límites yoicos en una experiencia pico.

     Fisiológicamente esta expresión de sentimiento, de emotividad, se manifiesta orgánicamente de una forma dual; por un lado los tejidos musculares se ablandan y se hacen conductores; de otro, se produce una acumulación de sangre en los órganos implicados. La erección del pene es debida a la acumulación de sangre en su interior, la excitación de la vagina, vulva y clítoris también depende del flujo generoso de sangre en la pelvis femenina. Tenemos que el aspecto activo-agresivo (muscular) precisa relajarse para producir y conducir el sentir; y el aspecto pasivo-receptivo (órganos huecos) se llenan de sangre, flujos y se activan. Aquí vemos la complementariedad de los dos aspectos en sí mismos. El yang tiene en sí yin; y el yin tiene en sí yang. Lo que pone en contacto y relación a ambos aspectos es el sistema nervioso, en especial el autónomo; que actúa como nexo entre ambos en el núcleo del cerebro y en los plexos vegetativos.

     Si corazón es metáfora de amor, su fluido, la sangre, es su sustancia, la propia energía vital. El sistema circulatorio es su circuito que lo distribuye por todo el cuerpo. El sistema muscular acumula, concentra y libera esta energía hacia el contacto y también lo controla reduciéndolo o inhibiéndolo. El propio corazón es un órgano muscular. Y el sistema nervioso autónomo organiza y equilibra el proceso. El sistema nervioso cerebro-espinal, asentado en la aplicación de la conciencia, el entendimiento y la integración apoya la realización del proceso.

     Las llamadas zonas erógenas se caracterizan por la riqueza de suministro de sangre, son órganos de contacto con enorme cantidad de terminaciones nerviosas y están adaptadas para el contacto. Lo vemos en los órganos sexuales, también el los labios, el dar de mamar y en zonas muy sensibles y erógenas de la piel. Y todo ello manifiesta tipos o aspectos del amor.

     Llegados a este punto se debe abordar la diferencia del sentimiento de amor y la idea o concepción cognitiva del amor. El sentimiento de amor se localiza corporalmente; se advierte en la zona del corazón y del pecho. El corazón parece engrandecerse, abrirse e incluso brincar dentro de una sensación de apertura de pecho; parece que las costillas y el esternón ya no limitan sino que expanden la cavidad pletórica de cálido sentimiento; de allí se extiende a los brazos (como impulso de abrazar) y alcanza las manos y dedos que se muestran cálidos y sensibles posibilitando esa cualidad cálida y tierna que llamamos cariño y ternura. También alcanza, a través del cuello, al rostro suavizándolo y dulcificándolo, llenando de deseo los labios y haciendo centellear o chispear la mirada en los ojos. Acariciar el rostro y cuello, besarse y mirarse los ojos captando esa verdad demuestra la experiencia de amarse. El deseo de abrirse, de compartir, de entregarse manifiesta el anhelo de contacto tierno, de agradecido placer por todo el cuerpo y piel deviene el sublime órgano de contacto pudiendo producirse un contacto fusional emotivo. Asimismo el sentimiento alcanza la pelvis y genitales, cuando es sexual, posibilitando la íntima fusión y la disolución de los yos en el orgasmo. Así responde el Yo, el cuerpo, al sentimiento de amor.

     Pero busquemos fenómenos que puedan cuestionar todo cuanto hasta ahora se ha dicho. Uno de ellos que, aparentemente, parece contradecir que el sexo es una manifestación del amor es el fenómeno masculino de la erección matutina, también llamada fría. Comúnmente se asocia con la sensación de la vejiga llena y que tal presión produce una sensación de carga energética en la pelvis. Pero esta interpretación no es afortunada por la simple razón que en nuestro discurrir diario cotidiano, numerosas veces debemos aguantar la necesidad de orinar por razones obvias y no se produce tal erección. El caso es que el hombre se despierta con una erección sin que esté asociada a deseo sexual; otra cosa es que, al verse en erección, piense y evoque un impulso o deseo sexual. Esta erección a los pocos instantes desaparece en cuanto el sujeto se ocupa de actividades conscientes cotidianas, entre ellas el orinar. Anatómicamente esta erección matutina se caracteriza por la carga de sangre en las cavernas internas del pene mientras que las pequeñas arterias y capilares superficiales se hallan contraídas dando por resultado poco calor superficial. El pene tiene erección, pero adolece de sensibilidad; lo instintivo, lo inconsciente manifiesta su función (pulsión sexual) pero el Yo, la consciencia ordinaria está desconectada y por tanto fría.

     Precisamente esta peculiaridad del pene erecto, pero desconectado de la cualidad afectiva también se observa en los hombres en los que el calor de la entrega íntima y la pasión les falta. Son hombres que muestran rigidez caracterológica y consecuentemente insensibilidad. En ellos el sentimiento de amor no se manifiesta en el acto sexual y la experiencia y encuentro no resulta satisfactorio.

     En relación con lo que voy diciendo es importante exponer que, en el caso de la mujer, hay asimismo fenómenos biológicos correspondientes. Los tenemos en los pezones y clítoris, ambos órganos eréctiles, entran en erección cuando la sangre fluye generosamente en estos órganos dándoles asimismo calidez y gran sensibilidad. Pero aún más importante es el flujo generalizado de sangre en el interior del área pélvica femenina, donde se acumula especialmente en el plexo uterino y en el plexo vaginal; ambos venosos. Cuando el plexo vaginal está pletórico, la vagina está rodeada de sangre y la mujer se vive excitada sexualmente. Cuando el área pélvica está plena de sangre la mujer experimenta un calor interno asociado al deseo y a la manifestación sexual.
La sensación es muy diferente a esa otra pre-menstrual en la que el endometrio está pletórico de sangre y a punto de iniciar su desprendimiento con la menstruación; aquí la condición de útero algo contraído produce la sensación de malestar o dolor pre-menstrual. Ambos fenómenos no deben confundirse, son diferentes, aunque, por supuesto, pueden darse simultáneamente circunstancialmente. Es bastante común, según mi experiencia clínica, que disfunciones circulatorias generen sensaciones de movimiento, comúnmente ascendentes de ese calor pélvico hacia áreas superiores y, más común aún, que acontezca la sensación de calor o quemazón interno en el área pélvica femenina disociada del deseo sexual, o que se aprecie más en un lado que en el otro de la pelvis; de acuerdo con bloqueos de tipo afectivo de diversa índole que, entonces, puede irradiar hacia las extremidades y también ascender hacia el tórax e incluso hacia la cabeza creando preocupación e incluso ansiedad. Ello nos indica que también ellas pueden disociar el sentimiento, la cualidad del corazón, de su respuesta pulsional sexual; siendo más fácil de notar que en el hombre.

   El arranque de esta disociación puede producirse principalmente en dos estadios diferentes de la evolución y maduración psico-afectiva infantil. Una de ellas es el estadio oral con la necesidad de satisfacción erótica de contacto corporal, amamantamiento, afecto y cuidado. Los tres aspectos primeros se satisfacen intensamente en la función de darle el pecho. En esta etapa básica evolutiva todo el conjunto energético de la boca responde como un órgano erótico, con excitación y placer, con capacidad orgásmica. El pezón, también excitado, responde otorgando sensaciones placenteras y vertiendo la nutricia leche. Al mamar la criatura manifiesta su amor hacia la madre, expresa el deseo de contacto íntimo y la fusión de boca y pecho les hace ser “uno”. El niño se entrega incondicionalmente llegándose a producir el llamado “orgasmo oral”. Cuando esta necesidad no se satisface adecuadamente por los motivos que sean, se produce un bloqueo evolutivo y una fijación en ella que permanece confinada en el inconsciente constituyendo una defensa caracterial.
     El otro posible arranque de la disociación trata de las dificultades, obstáculos y prohibiciones en la manifestación de la sexualidad infantil principalmente por parte de los padres a sus hijos entre los dos y seis años. Esta sexualidad infantil se manifiesta en el juego erótico, la curiosidad por el cuerpo de otros niños y muy revelantemente en el contacto íntimo corporal con la figura parental del sexo opuesto. Se trata de la complejidad llamada edípica. Estas manifestaciones de la sexualidad infantil se confunden con la sexualidad adulta y suscita preocupación removiendo los sentimientos neuróticos de los padres respecto a su sexualidad, constituyendo un exponente del sentimiento de culpa respecto a su propia sexualidad. Suele ser un tocamiento de genitales propios y de otros niños como curiosidad y el consecuente juego erótico; ante ello los padres responden con algún tipo de castigo relacionado con la retirada de amor y de la aprobación; dependiendo de la sensibilidad, tolerancia y propia salud psico-afectiva de los padres. Para los niños es un juego erótico de exploración, como cualquier tipo de juego es un modo de exploración de las posibilidades de placer que el propio cuerpo le produce. El error adulto consiste en confundir el juego erótico con una actividad sexual genital adulta. Lo que supone una distancia del propio adulto de los recuerdos y sentimientos de la propia infancia; ese niño interior confinado en el olvido, en la celda del inconsciente. La otra manifestación mucho más importante acontece entre los cuatro a seis años. El reto de esta fase evolutiva es enorme puesto que la criatura se ve en el dilema de elegir entre el amor por sus padres o sus sentimientos sexuales. Hay que ponerse en el lugar del niño/a en sus intensos sentimientos hacia sus padres y que en esta fase experimenta algo desconocido; se trata de un sentimiento entrañable de proximidad y contacto físico con la figura parental del sexo opuesto. Ama y desea la proximidad y el contacto con él o ella, experimenta esa atracción hacia su persona y toda su sensibilidad física y afectiva se enfoca hacia él o ella. Esto plantea una problemática de enorme trascendencia. Remueve entre los padres posibles y profundas heridas que repercuten en la dinámica familiar añadiéndose a las circunstancias y conflictos actuales. El niño/a suele enfrentarlo suprimiendo, es decir, reprimiendo sus sentimientos sexuales, priorizando una actitud obediente a la autoridad de los padres. En esta etapa el afecto, la autoridad y la sexualidad se enlazan en la dinámica del sistema familiar; siendo una situación tremendamente difícil de sobrellevar para la criatura, especialmente también porque, asimismo, a los padres les resulta conflictiva y difícil.

     El niño/a renuncia a sus sentimientos amorosos ahora sexualizados (tiene pleno contacto con el cuerpo, sensaciones y sentimientos asentados en su identidad sexual, se está construyendo su identificación de género incorporándolo en su identidad) y ello no logra hacerlo sin que el enojo y la frustración resultantes sean reprimidos posibilitando la sumisión; proceso mediante el cual se genera una rigidez defensiva que hace posible reprimir los sentimientos sexuales y el enojo. Así puede acceder al estadio evolutivo siguiente (periodo de latencia) habiendo eliminado el componente sexual de sus sentimientos de amor. Ahora puede manifestar sus afectos, pero separados de su significado corporal y erótico.

     Vemos que la dinámica hasta el momento es el de reprimir los sentimientos sexuales a favor del amor desexualizado. Durante l periodo de latencia así sucede sin apenas conflictividad en condiciones normales; pero al despertar la pubertad reaparece el impulso sexual trastornando este estado artificial de tipo neurótico. Ahora se vuelve a presentar el conflicto entre amor y sensaciones sexuales, ahora en forma de impulso genital. Los padres vuelven a la escena del conflicto en forma de nuevas medidas de control y prohibición; ahora claramente dirigidas contra la actividad genital (sea mediante la masturbación, sea hacia las relaciones sexuales). Una vez más el adolescente procura hacer un esfuerzo por reprimir sus impulsos sexuales con el objetivo de manifestar amor y mostrar un adecuado comportamiento moral. Esta situación no puede sostenerse mucho tiempo y pronto, a los pocos años (dependiendo según las familias) acontece un cambio drástico. Se espera del joven que cumpla sexualmente, con un sentido de madurez que nunca ha tenido ocasión de experimentar; así que para empezar a funcionar ahora sexualmente, tiene que afrontar nuevamente el conflicto pero en el otro bando (el contrario del asumido en la infancia). Ahora se le pide desenvoltura sexual; lo que debe hacer es suprimir sentimientos de amor. En la proporción en que se suprimía la sexualidad antes, ahora se suprime el amor. Ahora la rigidez inicial que se generó para excluir la sexualidad, se convierte en una coraza que le separará de los tiernos sentimientos amorosos del adulto.

     Con toda esta exposición se hace claro el cómo se consigue la disociación de tipo neurótico entre sexualidad y amor y cómo se establece en el mundo adulto esta dicotomía en la que el sexo y la sexualidad quedan independientes del amor. Y esto es justamente lo que después alarma a los padres respecto a sus hijos cuando ven manifestaciones sexuales infantiles que sólo ellos (los ahora padres, como adultos) los interpretan como desconectados del amor mediante un mecanismo de proyección.

     Lo dicho da explicación a un fenómeno actual frecuente en el que los jóvenes masculinos prefieren contratar los servicios de una prostituta antes de molestarse en la labor de ligar con una chica con la finalidad de fornicar. La misma existencia de tales palabras (joder, fornicar, follar) son una muestra inconfundible de esta manifestación de disociación neurótica. Podemos darnos cuenta de su alcance cultural tanto desde el punto de vista histórico como de su gran presencia actual y todas las vertientes de tipo económico y alienante que comporta.

     Ya he dicho antes (y en anteriores escritos) que esta disociación también se da en los ámbitos de la salud y el abordaje sexológico de las disfunciones sexuales; donde se considera el síntoma como abordable independientemente de la vivencia amorosa. Lo que se logra es atenuar la angustia y ansiedad asociada a la sintomatología afianzando esta disociación que jamás podrá aportar al individuo y a la pareja implicada una satisfacción sexual saludable. Se trata de funcionar adecuadamente, no de experimentar el amor sexual.

     Y hablando de amor sexual, ¿qué ocurre con actos, algunos de ellos delictivos, que contradicen lo que hasta ahora se defiende que el amor es sexo?
     Podemos entender cómo un hombre puede preferir el servicio de una prostituta a una relación sexual con su pareja, a la que quiere, y por la que no se excita. En tal caso puede que por interiorización de convencionalismos sociales, de clase o estatus, se sienta desvitalizado, avergonzado, insatisfecho, etc., y entonces pueda sentirse más libre y genuinamente él mismo en este tipo de relación en el que no participa su pareja. Así puede abrirse a una mujer o entregarse a ella estando libre de unos condicionamientos que le pesan; sintiéndose más libre, espontáneo y sincero.

      Algo que nos ayudará a aclarar el asunto es retomando la temática de lo instintivo y lo consciente. En un artículo anterior apunté acerca de la manifestación instintiva y la consciente. El sexo es la manifestación instintiva y, por ello, inconsciente del amor; y su actualización cognitiva y consciente, el sentimiento de amor. Los condicionamientos patológicos de la propia cultura o subcultura pueden bloquear o suprimir el aspecto consciente o amor, incluso convertirlo en odio. De este modo es explicable el comportamiento sádico e incluso fanático en ciertas prácticas sexuales claramente delictivas tales como el maltrato o violencia de género, los abusos sexuales a niños y adultos, las violaciones, etc. El conflicto personal puede perturbar la razón, puede entremezclar de un modo tan confuso los sentimientos, los odios, las culpabilidades, las creencias y la necesidad de identidad y de reconocimiento que el amor como acto consciente, responsable y libre de entrega sea imposible y, por ello, frustrante e insatisfactorio; pero simultáneamente, el instinto, es decir el sexo, darse con vehemencia. Entonces la asociación del impulso sexual instintivo puede manifestarse con la descarga de esa complejidad confusa de sentimientos hostiles, fanáticos u odiosos; consiguiendo el individuo una cierta sensación de alivio o distensión que interpreta como placer. Efectivamente hay amor en su acto violento y destructivo en el ámbito instintivo, pero encubierto y mediatizado por una potente patología que lo deshumaniza. El deseo de violar compulsivo, el de la pedofilia, el de las violaciones como prácticas de guerra y tantas otras parafílias y perversiones tienen en ello su fuente.
     Lo instintivo, lo sexual, es una cualidad propia del acto de vivir y proyectarse más allá de la finitud de la vida. Es una entrega total al acto de vivir cuando la vida debe protegerse a sí misma dado que aún no se han generado  los recursos nerviosos adecuados para hacerse consciente de sí misma. El individuo perturbado mentalmente se halla en tal caos consciente que puede invalidar e imposibilitar el entregarse por amor; pero su biología, su programa instintivo está plenamente operativo y se abre paso a través del caos psíquico personal. En un individuo saludable, el impulso instintivo, a través de las sensaciones y sentimientos que genera lo convierte en una expresión plena de consciencia y de entrega auto realizándose con él mismo; manifestando amor al otro/a y a sí mismo/a.
     Esto es algo muy diferente a la afirmación de Theodor Reik cuando dice que el amor es un fenómeno psicológico, mientras que el sexo es un proceso físico. En esta afirmación se ignora la unidad básica del ser vivo. Ya lo he indicado anteriormente.

     He afirmado que el sexo, la sexualidad es amor; pero se puede decir que ¿el amor es sexo? En este aspecto aparece claro que tan solo en una de sus manifestaciones, puesto que el sentimiento de amor se manifiesta de múltiples maneras y en múltiples fenómenos. ¡Esto sí! Para que pueda manifestarse el sentimiento de amor es preciso disponer de una capacidad conciente evolucionada.     

     Se puede demostrar que aunque amor no sea sexo, sí deriva necesariamente de la función sexual. Y no sólo por el hecho de que la sexualidad sea una pulsión expansiva del instinto de vida.

     La vida es, en si misma, el resultado de una expansión o destello de la energía vital. Ya desde la descripción de los biones por W. Reich se puede apreciar que esos destellos de promovida tenían una luminación y pulsaban con ella, atrayéndose y fusionándose hasta dar lugar a un organismo vivo protozoario. En la descripción de la biogénesis W. Reich nos describe que la atracción, la fusión y la pulsación constituyen eslabones expansivos en cadena que dan lugar a vidas protozoarias; y que asimismo los atributos de atracción o mutuo deseo, fusión o contacto, y expansión como experiencia gozosa describen tanto el amor como la sexualidad.
Biones en forma de ameba

     Si seguimos, dentro de esta consideración, la evolución de la vida se puede demostrar que el sentimiento de amor está íntimamente asociado al desarrollo y evolución de la función sexual.
     El amor como sentimiento consciente es muy reciente en el campo evolutivo de las emociones; precisa de un gran desarrollo de la complejidad cerebral y esto sólo se da, con seguridad, en la especie humana; aún nos resulta impreciso, pero posible, en otros géneros mamíferos con gran complejidad cerebral como son los simios, cetáceos y, quizá, más o menos rudimentariamente en otros mamíferos con los que interactuamos.

Mitosis
     Desde la indiferenciación sexual de la mayoría de los seres unicelulares evolucionó la diferenciación sexual y, con ello, la actividad sexual. En los seres invertebrados vemos diversidad de aspectos reproductivos sexuales y asexuales; pero nada hay en ellos que nos permita apreciar comportamientos motivados por sentimientos de afecto o amor. Incluso posibles vestigios de sentimientos de amor maternal hacia las crías está completamente ausentes en los invertebrados y en muchos vertebrados como los peces. Sin embargo el sexo manifiesto y la reproducción no es tan diferente funcionalmente de animales más evolucionados.
     Centrándonos en los vertebrados, tenemos que el apareamiento en los peces consiste en que el macho se coloca sobre las masas de huevos expulsados por la hembra y sobre ellos descarga su esperma. No es posible observar en este comportamiento claros signos contacto, ternura y afecto entre macho y hembra; no hay contacto íntimo entre ambos progenitores.
     En los anfibios es cuando se aprecia el contacto entre ambos sexos en la actividad sexual. Los machos anuros, por ejemplo, sujetan a la hembra con unas almohadillas de sujeción en sus ancas mientras la hembra deposita los huevos en el agua. Los huevos y el esperma se descargan simultáneamente en el agua produciéndose la fertilización. Comparándolo con los peces, este comportamiento es más eficiente y asegura mejor la fertilización de los huevos. Aquí vemos un contacto físico entre los progenitores, pero sin penetración alguna, ni introducción de esperma en el cuerpo de la hembra. A más, los huevos son dejados en el agua a su suerte.
     Las funciones de penetración o deposición de esperma dentro del cuerpo de la hembra sólo aparecen en el paso evolutivo siguiente en el que las formas vivas se independizan del agua y viven enteramente en tierra firme. No aparece la necesidad de penetración entre los animales acuáticos. La vida se originó en el agua, en el mar, pero el contacto íntimo propio del acto sexual fue apareciendo en la medida que la vida evolucionó y se fue independizando del agua.
    En los reptiles se da una copulación, luego la hembra excava o construye nidos en los que deposita los huevos; en algunos reptiles los huevos quedan allí como en las tortugas; en otros las hembras los protegen y luego aportan alimento a sus crías.
     En las aves podemos observar complejas conductas de contacto entre el macho y la hembra que bien podríamos interpretar como afecto y ternura, uno acicala las plumas del otro en lo alto de una rama; luego se turnan en la labor de empollar los huevos hasta su eclosión y también cuidan y nutren a sus polluelos; incluso se les puede apreciar hechos interpretables como aprendizaje.
     Ello es aún más explícito entre los mamíferos, ya se trate de monotremas, marsupiales y especialmente los placentarios. Entre estos últimos, en los más evolucionados se puede descubrir genuinos sentimientos de afecto en muchas ocasiones totalmente desligadas del periodo de celo o del cuidado y aprendizaje de sus cachorros. Entre los animales domésticos comunes como perros y gatos se pueden percibir gestos y conductas afectivas independientes del sexo y la crianza. Es de remarcar que estas demostraciones de  conductas afectivas sólo aparecen en animales que muestran gran intimidad física durante el proceso de reproducción.
     En los humanos, los sentimientos de cariño, afecto, ternura se relacionan generalmente con el interés sexual. Todos estos sentimientos y emociones se engloban entre sí. Los sentimientos de tipo sexual son potentes aspectos de motivación junto a los afectos y, aunque con los años en  parejas de larga duración, el aspecto  de atracción sexual se ha reducido, se puede afirmar que el amor que los mantiene tiene mucho que ver con los sentimientos sexuales originarios y la experiencia de intimidad compartida.

      En las líneas precedentes ya he dejado constancia de la importancia del contacto y atención de la hembra con su progenie y que sólo en los animales más evolucionados aparecen indicios y claras manifestaciones de relación física, íntima, entre ellos y su descendencia; pudiéndolo denominar sin vacilar de sentimientos de amor materno. En los mamíferos, la madre, además de protegerlos y nutrirlos, los limpia, juega con ellos y les enseña destrezas; y cuando se les separa de ella sufre aflicción. Este sentimiento maternal se manifiesta en una relación directamente proporcional al estado de indefensión de las crías y al tiempo que precisan para alcanzar la madurez que los hace autónomos e independientes.
    Ahora podemos decir que hay algún tipo de conexión entre el amor maternal y la sexualidad. Planteándolo como pregunta se expondría así: ¿Qué relación y conexión se da entre la crianza y el coito?
     Observando estos dos fenómenos en detalle apreciamos el deseo de cercanía, de contacto y el mutuo interés en confluir. Vemos que los seres que cumplen ambas funciones son los mamíferos y muy destacadamente entre ellos los placentarios. En ellos se da una gestación  completa con un desarrollo del feto hasta estar en condiciones de vivir en el exterior de la madre; no ocurre así entre los monotremas y acontece, en menor medida, con los marsupiales. Por otra parte es necesario que para realizarse esta gestación uterina se produzca la inseminación a través del pene en la vagina. Es un modo de reproducción muy eficaz y garante de supervivencia de las crías y, por ende, de la especie.
     El fenómeno del coito, el desarrollo en la placenta, el parto y la lactancia no pueden considerarse fenómenos aislados; configuran una serie de acontecimientos encadenados y necesarios; no es casual, pues, que coito y lactancia tengan una relación funcional. Como sugiere A. Lowen estos dos procesos se parecen mucho, el pene es un órgano eréctil como el pezón. La vagina, como la boca es una cavidad envuelta por una membrana mucosa y, además, estos cuatro órganos reciben generosa sangre. Tanto del pezón como del pene se segrega un líquido específico dirigido a su cavidad receptora y en tal circunstancia se produce un placer erótico por el contacto y fricción de sus superficies; y por último, ambos procesos exigen un contacto íntimo, físico y afectivo. La diferencia es que el pezón resulta pasivo comparado con la actividad del pene; y la boca resulta más activa que la vagina; pero es obvio que las semejanzas son, en mucho, superiores a esta relativa diferencia.
     Lowen, también, en su aguda observación aporta otra información de gran interés. Nos dice que en algunos animales la línea mamaria converge en el clítoris de la hembra o en el pene del macho. En la hembra las mamas son secretorias, mientras que el clítoris es inactivo y que en el macho ocurre lo contrario: las mamas son inactivas y el pene secreta. Con todo esto se concluye que las funciones de reproducción genital y lactancia parten de un origen común: Se da una proyección corporal (pene o pezón) desde la superficie ventral corporal hacia una cavidad receptiva (vagina o boca) con la finalidad de unir a dos organismos.
     Es evidente que ambas, tanto en animales como en humanos, sirven al imperativo instinto de vida. Tanto en los órganos activos como en los pasivos hay gran sensibilidad y la copiosa presencia los vitaliza, les confiere vibración, sentimiento y excitación. Son una expresión clara de una expansión energética; respondiendo de tal manera al principio del placer, aquello que nos expande, centrífugo.
     A partir de aquí podemos atender a las diferencias energéticas entre ambas funciones. En la lactancia hay una relación entre un organismo intensamente inmaduro con uno maduro (aunque en el terreno de lo humano psicológicamente podamos relativizar la palabra “maduro” según el grado de neuroticismo que albergue). En la función genital se da una relación entre dos organismos maduros.
     En la lactancia el organismo inmaduro (de cualquier sexo) tiene una dependencia total hacia el adulto; en la función genital, comúnmente, los participantes son de distinto sexo y la relación es igualitaria, sin dependencia.
      En esta exposición aparecen dos datos; en uno el lactante se encuentra en una dependencia total y no importa que sea macho o hembra (de hecho la inmadurez sexual hace que a simple vista, a veces, sea difícil asignarles el sexo a algunos cachorros); en el otro se da una relación libre de dos individuos independientes y comúnmente de distinto sexo.

    Ahora vamos a centrarnos exclusivamente en el mamífero humano. En él la situación energética, instintiva, yoica y existencial es diferente en ambas funciones. Tradicionalmente la lactancia y en concreto el amamantamiento implica a la figura materna. En la actualidad, avanzada¿? en la técnica y  subcultura; la función materna puede realizarla indistintamente la madre o el padre; pero aún así, se mantiene la ventaja de la lactancia a través de dar el pecho a la tendencia de sustituirlo por la lactancia artificial. Si esta tendencia puede generar problemas a corto, medio o largo plazo, es algo que con el tiempo iremos comprobando. Es indudable que la relación y contacto de excitación de la boca del bebé con la excitación del pezón materno produce un intercambio más íntimo de sensaciones, sentimientos y liberación de los mismos en forma de placer sensorial y experiencial, contribuyendo a un estado intenso de placer y relación. Hoy en día hay unidades familiares monoparentales y, en las demás, aunque lo común sea lo heterosexual, también las hay homosexuales masculinas y femeninas. Estimo que en cuestión de afectos su importancia no es ni mejor ni peor por tratarse de cualquier modalidad de situación familiar; pero queda, en algunos casos, fuera de lugar la relación de cuerpo excitado con el otro igualmente excitado. ¿Crea esto algún tipo de insatisfacción o bloqueo? Tal como lo expreso parece que obviamente es justo aseverarlo; pero hay muchas variables compensatorias y adaptativas que pueden relativizarlo. Lo mismo se puede decir respecto al modo de inseminación. La observación y la práctica clínica ya nos dará respuesta con el tiempo.
     Dejando al margen este aspecto, respecto al cual aún no hay respuestas claras, coloquemos en la situación de una lactancia común, en la que se da una relación inicial de lactancia materna y tras el destete a los pocos meses le sigue la artificial ofrecida por ambos padres indistintamente según circunstancias coyunturales. En el bebé se da una excitación en la boca con su componente sexual. La criatura se entrega totalmente a la madre y ésta le satisface simultáneamente en la nutrición y en la sexualidad oral. El bebé , en su entrega incondicional, experimenta satisfacción y placer.
     Hay un momento, sobre los tres meses, en el que el bebé reconoce a su madre lo cual indica la presencia de autoconsciencia por anticiparse a la satisfacción y el placer. Responde a ella con una sonrisa. Se da al tiempo la experiencia de insatisfacción, de temor y angustia. No siempre que está en contacto con la madre, ésta le satisface incondicionalmente. En ocasiones ella está alejada afectivamente, preocupada por otras cosas, incluso hostil y rechazante. Así la misma persona ocasiona dos estados anímicos opuestos. Los bebés antes del año no son conscientes del amor o desamor de su madre, pero sí captan los estados emocionales y reaccionan a ellos de forma instintiva e intuitiva. Sea como sea, se establece que unas veces la madre proporciona placer y felicidad y en otras frustración, temor y angustia. A esto se le llama relación objetal parcial. En ella unas veces hay “la buena madre” que se asocia a todo lo bueno y feliz y “la mala madre” castradora y frustrante. Mientras estas dos imágenes son distintas y separadas, el niño bebé no disocia, pero hay un momento en que la propia evolución del niño hace que esa “buena madre” y esa “mala madre” se unen y se hacen indistintas; entonces aparece una disociación y ambivalencia en el incipiente Yo infantil. Se dice que amor y temor se sienten hacia la misma persona de la que se siente completamente dependiente. La magnitud y gravedad del conflicto dependerá de la actitud y conciencia que adquiera la madre de las emociones que transmite y las que suscita en su hijo/a.
     El meollo de este asunto consiste en que este niño ya siente amor y no amor por su madre.
     Hay quienes definen amor como una anticipación del gozo del placer y satisfacción por parte de una persona o relación. En la criatura, cuando puede comunicarse con palabras y extender sus bracitos hacia la madre sabemos que manifiesta un sentimiento de afecto hacia ella que incluye memoria y anticipación. Lowen define amor como la anticipación de placer y satisfacción, siendo el resultado de la relación del niño con su madre. Mi visión del asunto es algo diferente a Lowen. Sin quitar que esa incidencia de consciencia se da e influye, percibo que en el niño hay algo más. Antes se daba la reacción biológica inconsciente al placer o al dolor; y ésta sigue dándose en todo momento. El niño se empieza a dar cuenta del sentimiento, nota sensaciones que le resultan conocidas desde siempre. Siente y nota la expansión, siente que su corazón brinca y que el pecho está abierto al placer. El sentimiento y la sensación son anteriores a la anticipación y memoria. El integrar estas sensaciones y sentimientos que surgen centrífugamente con la memoria y su anticipación da lugar al incipiente Yo. Es el punto de descarga, de contacto con el ambiente lo que le devuelve centrípetamente la sensación y constatación del límite del Yo. Allí está el No-Yo, lo otro. Ese no-yo en relación con la madre afianza la existencia del Yo limitando su alcance expansivo y produciendo en sus momentos intensos y dolorosos contracciones (temor).  El amor del niño/a es, en el grado de su consciencia, la capacidad de expandirse y abrirse al placer en relación con su madre, sea o no deseada, anticipado y anhelado. ¡Claro que el amor se reafirma con la consciencia de los límites del Yo! Y que va adquiriendo madurez en tanto que los límites se asientan y que ello suscita deseo e idealización; pero la idealización es una elaboración yoica que se une a la experiencia también yoica de entrega propia. Lo que menoscaba el amor es la angustia y el temor, no solo a que no acontezca el placer, sino a que se de el displacer y el dolor de la negación, la incomprensión, la solitud, la traición y el rechazo. La incipiente actividad yoica crea con esta experiencia los esbozos e inclusotas primeras defensas caracteriales.
     El amor, originariamente como expresión yoica y cognitiva no es de tipo romántico; este se produce después, cuando se evoca y proyecta en el tiempo la respuesta placentera de apertura y entrega de lo deseado. El amor romántico es un deseo o anhelo de conseguir la satisfacción afectiva a pesar de los inconvenientes y frustraciones que en tal búsqueda acontezcan.
     La acción expansiva inconsciente es un amor biológico que responde al principio del placer. El amor como sensaciones semiconscientes más conciencia de límites es lo que proporciona el amor como experiencia afectiva ya arraigada en el principio de realidad y  el amor romántico es una idealización pudiéndolo denominar “posrealidad”; con él se puede forzar la interpretación del mundo para que se ajuste a esa tenaz idealización. En este sentido aparecen las creaciones e interpretaciones de amores imposibles o que conducen a desenlaces funestos como en tantas obras épicas literarias como en “Romeo y Julieta”.

    No estoy de acuerdo con la percepción etnocéntrica de que los “salvajes” o “humanos primitivos” envidien la forma de amor que sienten los “civilizados”. La práctica de hacer el amor cara a cara ciertamente produce la sensación y experiencia de intimidad y de considerar la realidad del otro; supone mirar los ojos y ver en la mirada la identidad del otro. No idealicemos esto; en la cultura patriarcal no se pretende ver la igualdad de la compañera, sino su sumisión y dependencia. El que las posturas sexuales de gentes de otras civilizaciones tengan que limitarse a la cópula de cuclillas o desde atrás es un estereotipo etnocentrista establecido. Es considerar que esos seres humanos están más cerca de conductas afectivas de animales que de las “civilizadas”.

 
La diversidad de posturas depende del aspecto lúdico y de los sentimientos compartidos entre los amantes, no de la cultura. Hay civilizaciones no occidentales en las que la riqueza de prácticas sexuales y de posturas es de una amplitud enorme y que implican sexualidad frente a frente como la práctica habitual occidental. Hay cosas con las que se puede suscitar envidia en un sentido y en otras en sentido contrario. No es cierto que el “no occidental” obtenga menor satisfacción y goce menos del amor que el “occidental” etnocéntricamente avanzado.
     Las posibilidades de satisfacción amorosa depende de tantos aspectos como son la intimidad en viviendas comunales, el que sean las parejas monogámicas o poligámicas e incluso poliándricas. Las condiciones culturales y lo que se considera tabú influyen, como aquí en occidente; las dogmáticas religiosas en la población llana frente a la sofisticación de élites en estos aspectos.

     La creación del amor romántico en la Edad Media influyó en mucho a través de la tradición de los trovadores, canciones y poemas literarios hasta la actualidad, aunque en su origen respondiera esta creación romántica a cuestiones de tipo espiritual y no mundano. A la separación del amor mundano del incondicional de tipo elevado y celestial, tal y como floreció a medianos de la Edad media en la zona centro-meridional de Francia y que luego se expandió por toda Europa.

   Allí, a comienzos del milenio, se desarrolló una civilización donde la poesía y la Minne (el amor ideal, el amor sublime, el amor idílico) tenían sus leyes. La leyenda cuenta que las leys d’amors fueron entregadas al primer trovador por un halcón que se hallaba posado en la rama de una encina de oro. El principio básico era que la Minne excluía el amor carnal o matrimonio. La Minne era la unión de las almas y de los corazones; el matrimonio, la de los cuerpos. Con el matrimonio muere la Minne y la poesía. Se creía que quien albergase en su corazón la autentica Minne no ansiaba el cuerpo de su amada, sino tan solo su corazón. La verdadera Minne es amor puro e incorpóreo. La Minne no es amor a secas; Eros no es sexo.
     Téngase en cuenta el modelo occitano y su relación con los albigenses antes de la cruzada que los llevó al exterminio. Esto último nos lleva a la relación entre amor espiritual o trascendente y el amor mundano que éstos llevaron a un extremo radical. En los mitos pre-cristianos centroeuropeos y su cristianización hay mucha información relevante si atendemos los informes de Marija Gimbutas. En las prácticas espirituales de tipo tántrico encontramos otra versión oriental, en el polo opuesto, de la práctica sexual espiritual; incluso en la tradición espiritual taoísta lo vemos reflejado de un modo innegable. 

     Alexander Lowen es de la opinión que el sentimiento de amor nace cuando en el niño se transforma la respuesta biológica, el placer y el gozo en una experiencia psicológica que puede expresar en palabras; explica que con el lenguaje el niño está capacitado para disociar. La combinación de recuerdos y la capacidad de anticiparse crea el sentimiento dirigido a la “buena madre” que ahora ya es consciente y puede expresar con lenguaje verbal. Escuetamente define amor “como la anticipación de placer y satisfacción”(A. Lowen. Amor y orgasmo). Así el niño regresa de forma nueva a la primitiva relación con la “buena madre”. Se establece la dicotomía entre “la madre dadora de gozo y placer” y  “la madre castrante y negadora”. El punto importante es “la relación con la madre” y su modo de elaboración. El decantarse por el amor romántico supone haber experimentado y conocido la hostilidad asociada a la “mala madre” y, por tanto, se coloca como algo completamente bueno, puro, noble, ideal. Aunque seguidamente asegura Lowen que es necesario puesto que aún no ha encontrado su realización. Lo compara con la esperanza, el deseo o los sueños; y añade que como aspiraciones y sentimientos son necesarios para la existencia humana.
Sentimiento de amor
     Tal enfoque considera como normal o relativamente saludable esta disociación de tipo neurótico. No veo tan claro como él que la experiencia de amar como sentimiento sea tan sólo una abstracción y una manifestación de tipo secundario a partir de la mente. Veo la experiencia de amor afectivo como una genuina expansión somática plena de deseo, pero no tanto de anticipación, sino de disposición a entregarse. La liberación del diafragma y la expansión torácica permite aflorar la presencia sin temor alguno y sentir el corazón abierto; ésta es la naturaleza de este deseo genuino. Vemos, consecuentemente, que la imperiosidad del amor romántico en la vida está en relación directa con la magnitud de la disociación y en relación inversa con el contacto directo o consciencia del Yo; y su exteriorización a través de la personalidad.
     El amor afectivo, no disociado, sino integrado es la manifestación madura del amor, cuando éste, por su contexto, se conecta con la genitalidad entonces deviene en amor sexual, es decir no disociado.
     El amor romántico disocia, se opone a “lo odiado” o “lo negante”; generando un opuesto que representa lo anhelado, lo que llena plenamente el deseo; es decir a la imagen introyectada de la “mala madre” se opone la imagen introyectada de la “buena madre” y como el objeto de amor reúne ambos aspectos, lo resultante es una ambivalencia. Aceptar la ambivalencia como un único fenómeno interno dual posibilita su inocuidad; pero cuando luchamos con el aspecto malo u odioso, entonces generamos “la sombra”, esa pseudo entidad oscura y temida que reúne y cobija a todo cuanto reprimimos y negamos de nosotros mismos. Con la misma intensidad con que tratamos de evitar contactar con la sombra, así presiona ella para emerger y manifestarse. Es una lucha que, consecuentemente, nos va debilitando y, ocasionalmente, cuando el rigor del control decae o cesa, ese contenido aflora irracionalmente creándonos problemas con los demás y con nosotros mismos. Entonces el anhelo es reencontrar el paraíso perdido, ese “amor impoluto”.
     Vemos que los dogmas religiosos de las grandes religiones conocidas se encuentran atrapadas en este dilema. El bien, belleza, luz y amor en lo divino; el mal, la fealdad,  la oscuridad y el odio en lo demoniaco; o como en un escrito anterior definía como un “dispater” en el que concurren ambos aspectos aplicándose a lo protector y a lo vengador o castigador.
     ¿Entonces la aspiración hacia el “amor”, hacia la búsqueda del paraíso es algo neurótico? Evidentemente no. En todo sentimiento de amor hay un cierto contenido de búsqueda del paraíso. ¿Acaso no nos sentimos en un paraíso cuando encontramos al ser amado? El problema no reside en el “amor” sino en el cómo y bajo qué condiciones se interpreta “lo amado”.
     No es el deseo y capacidad de plena entrega lo neurótico, sino el que ese deseo y necesidad de entregarse a sí mismo y a los demás esté imposibilitado o reducido por el temor a la misma entrega, por temor de abrirse a lo doloroso y al mismo tiempo la necesidad de entregarse confiadamente a ello. Esto sí es neurótico. El querer y no poder; el desear y temer al mismo objeto al que se dirige nuestro corazón.
     Es el conflicto de no poder superar este dilema ante esa primal figura materna que era “buena” y “mala” al tiempo.
     Se es neurótico porque ese amor no se puede satisfacer de un modo “sexual maduro adulto”, es decir, íntegramente genital. El deseo de colmar la carencia oral infantil nos impide obtener la satisfacción de la sexualidad genital; el grado de necesidad o carencia pregenital bloquea y altera la entrega de la sexualidad genital; y amor es la capacidad de entregarse (en la totalidad)  al ser amado. El problema no es la incapacidad de amar, sino la incapacidad o el bloqueo de expresar el amor de un modo adulto, maduro, íntegro. Eso no quiere decir que el niño no ame; ama como niño con las necesidades y demandas propias de niño, es decir, inmaduras desde el punto de vista adulto.
    Nuestro niño/a interior ama, pero ¿cómo es ese niño que llevamos dentro? ¿satisfecho y agradecido? ¿con carencias y asustado? Así se expresa como adulto. El amor que como adultos exteriorizamos tendrá la impronta de lo que nos frustra, nos dolió o tenemos como carencia afectiva. Y así será y continuará hasta que se  resuelvan estos conflictos inmaduros de tipo sexual. Este amor que se mantiene apegado a necesidades infantiles insatisfechas no muestra su conexión con la realidad biológica adulta, madura y es, de hecho, una dependencia o apego al pasado infantil; es un amor ilusorio, asentado en la fantasía y no en la realidad.

     La búsqueda del amor desarraigado de la profundidad orgánica, en lucha por disociación, convertido en un anhelo inalcanzable, confundido con un sentimiento ideal, ha conducido y sigue conduciendo al sufrimiento, a la muerte, al homicidio y hasta el genocidio. Ha sido en la historia, ocurre en nuestra actualidad y seguirá dándose mientras se de y no se resuelva la disociación propia de la sexualidad insatisfecha infantil.

     Es oportuno ahora anotar unas consideraciones socioculturales respecto a cómo se construye el concepto de amor. Ya hemos visto que la experiencia de amor es algo construido a lo largo de siglos e incluso milenios y transmitido a través de la tradición cultural, inscrito en el tejido social. Centrándonos en el aspecto de "amor de pareja" podemos decir que presenta unos patrones y acuerdos en relación a los géneros (aquí específicamente masculino y femenino) que, en la construcción de la identidad de chicos y chicas, su orientación resulta opuesta. mientras  las chicas construyen su identidad orientada hacia la relación y sus afectos; los chicos se orientan a la creación, acción y a la protección e el espacio público. Ello constituye una forma de entender e interpretar un relato cultural convirtiéndolo en un introyecto o creencia y estereotipos que dan sustancia mental, egotista, a las experiencias amorosas comunes. Darse cueta de ello permite contactar con posibles formas alternativas de vivir y amar en las que el modelo cultural de amar expone al géero femeino a la violencia de sus parejas. Démonos cuenta de cómo de natural vemos al hombre relacionado con hechos y actos de importancia, siendo los principales protagonistas activos e las relaciones amorosas; pueden elegir, se les considera culturalmete como sujetos de sus propios deseos. Mietras que las mujeres se convierten en objetos del deseo.

     A la mujer le toca jugar el papel de "ser para ellos". Su éxito es el de ser elegida, convirtiéndose en objeto de amor; lo que significa renuciar a los propios deseos, aspiraciones y motivaciones ante las expectativas amarosas del género masculino. Esto empuja a muchas mujeres a supeditar e incluso negar sus propios deseos, motivaciones y evolución; es decir a renuciar a ser ellas mismas y adaptarse o adecuarse a deseos y expectativas ajenas hasta el punto de alienarse con la expectativa de agradar.
     Démoos cueta   también de la estereotipia de la dominate creencia (introyecto) por el cual se considera que el amor es la única o principal fuente de satisfacción para las mujeres, y que se logra a través de la relación de pareja especialmente matrimonial que culmina con la maternidad. Ello reduce enormemente e incluso excluye otras motivaciones que conducen a la auto realización. Se fija la disposición a la creencia de "ser para los demás". Con ello se cimenta y refuerza creencias, definidas por algunos como "mitos", como el de la"media naranja"; la creencia en la persona plenamente complementaria que representa el verdadero amor capaz de colmar las expectativas femeninas. Creencia qe exige que, por tradición, la vida de la mujer orbite alrededor de su hombre como de un plaeta alrededor del Sol. Lo que es una relación completamente asimétrica en la que la mujer cree que el amor es una experiencia expansiva y gozosa de su propio orgaismo que se comparte con la experiencia del otro; y que el otro no es responsable del amor.
     Asentada esta creecia o intoyecto se originan otros relatos o introyectos subordinados talescomo "Amor a primera vista"; es decir la complementariedad atrae como una fuerza más allá de la comunicación y el mutuo conocimiento. ¿Para qué si se trata de mi otra mitad? y que agrega otros introyectos como "el amor todo lo puede" o "todo puede disculparse por amor". Se trata de ideas bastante generalizadas que justifican muchas relaciones patológicas de violencia de género. Otra creencia subordinada es el énfasis en el "modelo maternal de amor" como eje fundametal de la feminidad y que se extiende más allá de la propia materidad hacia una actitud de tipo maternal dirigida a la pareja  y confunde amar con cuidar, quedando la mujer relegada a un ser al servicio de cuidar, nutrir, abastecer y complacer a los "amados necesitados". 
     En todo este contexto la mujer amante y virtuosa no se asienta en la asertividad e igualdad, sino en el aguante, en la renuncia, en el soportar; produciéndose una reacción rebelde que, en el intento de reprimirlo, genera culpabilidad. He aquí el falso concepto del amor que apoyando y, al tiempo, uniéndose a la disociación neurótica configura la patología de las parejas y familias; y que conduce inexorablemente a una guerra latente o manifiesta de "sexos", a "luchas de poder" con sus repercusiones durante la lactancia-maternidad y luego en la conflictividad edípica con los hjos.

    El amor como capacidad de entrega plena es indisolublemente un acto biológico vivido como expansión y entrega, produciendo placer y éxtasis y acompañado de una satisfacción física y  gozosa en el ámbito psíquico. La capacidad de fundirse, de disolverse en la entrega al otro/a es su sello de identidad. La certeza de la entrega incondicionada y la satisfacción que ello produce, en primer lugar en la relación sexual genital, en lo corpóreo como placer, se integran como experiencia gozosa y se expande más allá de uno mismo y la alteridad a todo el mundo asequible, es decir, hasta donde se concibe el Universo personal.

     En los humanos, lo espiritual, lo divino, no se encuentra en lo desencarnado ni en lo ultratumba; se encuentra en la capacidad de entregarse y experimentar el éxtasis, primero en el orgasmo genital, en nuestra capacidad de abrirnos y entregarnos en nuestras relaciones. Dándose esto, el potencial se expande más allá del confín yoico alcanzando profundidad existencial y transpersonal. El éxtasis sexual y el cósmico es la integración de nuestra naturaleza silvestre, animal, con la profundidad que proporciona las posibilidades de la consciencia; la consciencia orgánico o yoica, la existencial y la trascendente o transpersonal.



     Por último considero oportuno añadir que la persona sofisticada se siente impulsada por el sexo sin amor; y aquel que proclama el amor sin sexo, promete un reino que ciertamente no es de este mundo, del humano. Cuando en estos individuos emerge el caudal o fuerza existencial y/o transpersonal, entonces se sienten intensamente trastornados, confundidos y zarandeados por fuerzas que no pueden controlar; que consideran, temerosamente, de otro mundo pudiéndose, erróneamente, interpretar como delirios y alucinaciones. La disociación les hará oscilar entre lo paradisiaco y lo demoniaco.





Ernesto Cabeza Salamó

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