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domingo, 28 de marzo de 2021

El Ser y sus valores en Auto realización.

 


El Ser y sus valores en Auto realización.




En escritos anteriores plantee la cuestión de la auto realización asociándola a los valores que le son propios. Vimos las consideraciones asociándolas con los aspectos de la creatividad en sus fases primaria y secundaria y seguidamente abordé el tema de la importancia y los efectos de las experiencias cumbres.

Consideramos que en el proceso de auto realización se da la simultaneidad del “Ser” y “deber ser” y  como esto se da en la psicoterapia y en la educación humanista. Se dijo que “Ser” y “deber ser”, en la auto realización, resultan inseparables. Habiendo asentado esto veámoslo más a fondo ahora.

A la realidad la denominamos “lo que es”, nos esforzamos por mejorarla en lo que podemos como marco en el crecer en humanidad; por otra parte sentimos y consideramos lo que “Debe ser”, aquello ideal a lo que aspiramos y deseamos que se realice por considerarlo mejor, tanto en el ámbito personal como en lo colectivo. En lo que respecta a lo personal, forma parte de nuestro sentido existencial y es aquello que da sentido y significado a nuestra existencia. Ello nos implica en un esfuerzo personal y colectivo no exento de cierto conflicto que tratamos de armonizar. Nos pone en contacto con la tarea dificultosa que tiene que ver con nuestras expectativas “el cómo debería ser” la realidad en la que deseamos vivir y el “cómo es” la realidad en sí. Un aspecto apunta al posible devenir  y el otro nos pone en contacto con la imperfección a la que asistimos y percibimos y que deseamos mejorar o transformar.

Valores humanos

Si estamos centrados y arraigados en nuestra identidad organísmica, tenemos “los pies en la tierra” y nuestros anhelos asimismo están asentados en la realidad, diferenciando lo ilusorio de lo posible y probable. Para ello nuestra mente debe estar anclada en nuestro cuerpo, sin disociación, confiando en que nuestra visión de lo que “Debe ser” coincida de algún modo con la visión de nuestros conciudadanos. Esto no significa que se deba tener una mentalidad homogénea, sino la certeza que nuestras motivaciones son coincidentes y podamos alcanzar acuerdos significativos. Cada identidad es única, pero los valores humanos, estando sanos son coincidentes. Todos aspiramos a tales valores que vuelvo a enunciar: Verdad, Belleza, Compasión, Ausencia de contradicción, Justicia, Fraternidad, Colaboración, Respeto, Confianza, Honestidad, Bondad, Diversidad, Abundancia, Satisfacción, etc. Así la obtención y manifestación de la propia y genuina identidad está arraigada en la propia naturaleza y en la búsqueda realizable del “deber ser” y del propio “Ser”. ¿Quién con objetividad, claridad y discernimiento podría oponerse o resistirse a tal consideración? Sólo personas sujetas a directrices y dogmas rígidos se podrían oponer; es decir personas con firmes apegos, controladoras en sí mismos y para con los demás.

En la auto realización, con objeto de sentirnos íntegros debemos contemplar este aspecto para obtener estabilidad y armonía personal. Sentir y darnos cuenta de que vivimos en un mundo carencial, imperfecto, por mejorar; que crea incomodidad y conflicto, resulta en una potente motivación. Por ello uno de los valores que aporta y también que impulsa la auto realización es la aceptación; no como resignación, sumisión o acatamiento, sino como una dialéctica personal. Nuestra autoexigencia de perfeccionamiento y mejoramiento choca irremediablemente con la realidad en la que vivimos con sus imposiciones restrictivas causantes de incomodidad e incluso pesar. Hace falta lograr una comprensión entre nuestra imagen idealizada de cómo deseamos que sea el mundo y el cómo se nos presenta. La contradicción de que nuestra aspiración ideal no coincide o no pueda ser compartida por la masa humana con la que convivimos; incluso lo que reconocemos que somos está distante de lo que consideramos que “deberíamos ser”. Cada cual puede tejer una utopía, pero debemos quedar satisfechos y agradecidos si lo que podemos lograr es nuestra eutopía (el lugar en el que nos encontramos y sentimos bien en la actualidad). Así, pues, tanto en el ámbito de la terapia como en el ámbito de la educación se hace imprescindible pasar por un proceso de aceptación personal y social o cultural. Esta aceptación es el cimiento sobre el que construir algo mejor.

La aceptación parte del reconocimiento del horror de lo que la realidad (lo que es) nos produce en el permanente tránsito hacia lo que “debe ser”. En este conflicto pasamos de la indignación y rebeldía a la resignación y como tal proceso nos parece injusto, elaboramos y caemos en la cuenta de que después de todo, nuestra realidad y la del mundo en que vivimos, no está tan mal. Hay que tener en cuenta que la manifestación natural del impulso vital nos confirma que absolutamente todo está en permanente flujo de cambio ofreciendo posibilidades de las cuales algunas son probables y que la consecuencia de esos impulsos significa evolución permanente de nuestro conocimiento, y su plasmación en la cultura asimismo recreándose.

Es realmente humano y comprensible sentirse que en muchos aspectos el mundo nos resulta fastidioso a pesar de amarlo. Experimentamos esta comprensión si renunciamos a nuestra tendencia egotista (nuestra forma de interpretar la realidad que debe ser igual para los demás) de juzgar y censurar las inconsistencias y contradicciones respecto a lo que “debería ser”. La compasión es un elemento importante de este proceso de maduración. Se trata de darnos cuenta de que puntualmente y transitoriamente consideramos que nosotros somos  y que el mundo es asimismo aceptable tal como se nos muestra. Me explico: se trata de vernos y observar el mundo que, a pesar de sus deficiencias, es hermoso, extraordinario y digno de amor.

Esto ocurre en el aquí y ahora. Nuestra experiencia subjetiva de querer y desear se funde entonces con la experiencia asimismo subjetiva de sentirse satisfecho, de estar en acuerdo con lo que somos y tenemos el objetivo de encaminarnos a lo que “debe llegar a ser”. Es la experiencia que acontece cuando recapitulando nuestra vida hasta el momento presente concluimos que hay una identidad entre lo querido y lo inevitable. No hay que esperar a verse en el tramo final de nuestra existencia o en el momento de sentir la proximidad de la muerte para caer en la cuenta de ello. Toda terapia es, de algún modo, una pequeña muerte y ante ello el ideal del yo y el y real tienden a encontrarse y fundirse. Esto aparece claramente en la relación conflictiva entre las generaciones jóvenes y las ancianas. Si lo consideramos y los tenemos en cuenta, más allá de la cantidad de vida transcurrida con sus experiencias y de la sabiduría adquirida, podemos posibilitar el respeto propio y el amor por nosotros mismos. El mundo en que nos toca vivir es digno de amor y así, liberándose de la presión del “deber” nos ofrece la posibilidad de abarcar y disfrutar de lo que es. Sabiendo que la motivación es siempre mejorar lo presente para el bienestar de nuestra vida y la de los demás, ya se trate de las generaciones venideras. Tengamos en cuenta que si nos desilusionamos  con lo humano al contemplar el punto en el que nos encontramos, esto mismo nos indica que albergamos ilusiones o expectativas que no pueden realizarse o soportar lo que vivimos en el día a día; es decir que tales expectativas son falsas e irreales.

No lograr esta fusión entre el ámbito de expectativas y el mundo (propio y general) que se da (real) nos conduce a la depresión e impotencia, a la amargura. Si consideramos este mundo como malo, sucio, mezquino, subhumano, entonces nosotros mismos nos convertimos en sucios, mezquinos y poco humanos. Por ello, el crecimiento en humanidad propia supone una redefinición en un criterio de mayor autoaceptación y así reducir la distancia entre lo que es y lo que debe ser.

La fusión en cuanto a valores humanos se presenta en dos direcciones. Por un lado, como se ha indicado con anterioridad, se trata de mejorar lo real para que se acerque a lo ideal y, por otra parte, asimismo reducir lo ideal para que se aproxime a lo real. Se trata de conseguir el balance armónico de ambos valores, es decir dar cumplimiento en sí del Tao, tal como se expresa y manifiesta en el texto básico taoísta del “Tao te Ching” de Lao Tse. Sirva esta cita del mismo:

Lao Tse

“Cuando contemplamos algo y lo vemos bello,

algo, en cambio, resulta feo.

Cuando contemplamos algo y lo vemos bueno,

algo, en cambio, resulta malo.

 

El ser y el no ser se crean mutuamente.

Lo difícil y lo fácil se apoyan mutuamente.

Lo largo y lo corto se definen mutuamente.

Lo alto y lo bajo dependen mutuamente.

El antes y el después se suceden mutuamente.

 

Por ello, el Maestro actúa sin hacer y enseña sin decir.

Las cosas surgen y él deja que vengan;

las cosas desaparecen y él deja que partan.

El Maestro tiene, pero no posee;


actúa, mas no espera nada.

Cuando su obra termina, la olvida;

por eso es imperecedera.”

 

Tao te Ching. Capítulo 2.


Darse cuenta de esta dialéctica nos induce a una tercera vía; manifiestamente expuesta en la anterior: La conciencia unitiva. “Se trata de la capacidad de percibir simultáneamente en “lo que es” su particularidad y su universalidad. Es decir de verlo a la vez en el “aquí y ahora” y también como eterno. Dicho de otro modo, el ser capaces de captar lo universal en y a través de lo temporal y momentáneo.” (A. Maslow).

Lo explico para su mejor comprensión: Toda persona tiene un potencial, del que en gran parte es desconocedor. Tal potencial le permite poder llegar a ser algo grande; deberíamos afinar la sensibilidad para poder captar este potencial en nosotros mismos y en los demás y maravillarnos por ello. El proceso de auto realizarse es ponerlo en práctica. Cualquier terapeuta en su actividad y cualquier educador debería poseer esta percepción unitiva, y así ser verazmente  terapeuta o educador. Ha de manifestar esta apreciación incondicionalmente positiva. Ha de darse cuenta que el paciente o educando es un ser único y sagrado y, al tiempo, entender que resulta funcionalmente imperfecto y que precisa mejorar.

A cualquier ser humano debemos aplicarle este presupuesto, a pesar de las horribles acciones que haya podido cometer. A pesar de sus errores y patologías, debemos captar este aspecto sagrado junto al profano. Ya sabemos que en uno mismo existen férreas defensas que dificultan el contacto con el ser y nos colocan como reactivos y en defensa ante lo que nos duele y amenaza; que tenemos heridas y traumas que han dañado el contacto con nuestro ser originario y consecuentemente sentimos temor y enojo ante tales injusticias, conduciéndonos a un victimismo y también a la hostilidad, resentimiento, rencor y desconfianza. Pero el “Ser” subyace en nuestra profundidad subconsciente. Aunque haya dificultades para contactar con él, éste existe y podría manifestarse al ser potencial. Para lograrlo, para conseguir esta fusión, no es necesario esperar o experimentar experiencias cumbres.

Algo parecido ocurre en la dicotomía entre actividad-como-medio y actividad-como –fin. Es decir una actividad que valga la pena puede convertirse en algo sacralizado, convertirla en un fin, en un valor por sí misma. Aquí tenemos otro modo de fusión de hecho y valor, al transformar un hacer en un fin y así ese hacer adquiere rango de valor y ambos aspectos quedan unidos. En muchas ocasiones nos encontramos en esta situación; como cuando elegimos formarnos en una profesión y debemos aceptar una actividad laboral distinta a ella y descubrimos que vale la pena y da sentido a este momento o fase de la vida.

Otro aspecto relacionado con los valores es el siguiente. Los hechos “lo que es” en cuanto a fenómenos no son eventos aislados o concretos. Adquieren sentido y significado en relación con la sucesión de los mismos. Hay antecedentes y hay también consecuentes. Están inmersos en una direccionalidad. Una cosa o evento conduce a otra cosa o evento y aborrecemos el que exista un vacío en su secuencia. Tratamos de llenar ese vacío de alguna manera (fantasía, creatividad, lógica, etc.).Así pues los hechos  (lo que es) sugieren o insinúan lo que les sigue en algún sentido. Lo que nos parece como incompleto nos empuja a completarlo, esa secuencia, ese vacío empuja a algo nuevo que de cierre a esta vivencia. Se ajusta a las leyes de la percepción de la psicología de la Gestalt. Es una motivación, y como tal se hace necesaria. Es algo activo, es yang por así decirlo. Así pues la creatividad se asienta en una sensación de dirección hacia algo más. La percepción de “lo que es”, en tanto que puede ser completado o mejorado nos conduce a “lo que debe ser”. ¡Atentos! Esta necesidad de completar, de llenar ese vacío, también lo puede hacer nuestro sistema de creencias  egótico y su marco interpretativo neurótico, y entonces perdemos el contacto con el ser y el complemento se aleja de lo saludable y auto realizador. 

En este punto se nos hace evidente la referencia a la ley del karma; y como estando en contacto con el ser o distantes de él generamos “lo que debe ser” integro, humano o desconectado del humanista y generador de conflictos y confusión cognitiva (es decir un contravalor). Así entendemos que este factor vectorial (dirección a completarse) es en sí mismo un valor, por lo menos, un puente entre hecho y valor. Puede aparecer lógico y parecer como natural, pero precisa, en tanto a una finalidad, de un componente ético. Así se plantea la cuestión de si los fines (el debe ser) tienen que ver con otros valores catalogados como como favorecedores de humanidad, es decir, éticos (que sea bueno para mí y los demás). Ello nos tiene que hacer reflexionar sobre el rol de aspectos como la ciencia, la tecnología, la economía y la política. No puede tratarse de algo neutro y avalorativo, sino de si esa direccionalidad cumple como antecedente y consecuente con finalidad valorativa y ética (en términos orientales si genera buen o mal karma). Desde este punto de vista esta sucesión vectorial (de un hecho se dirige a la consecuencia de algo mejorado), esa investigación científica o tecnológica, esa maniobra económica o política debe tener una dirección valorativa (es decir ética), pues de no ser así sería doctrinaria y egoísta, al servicio de intereses personales o corporativos de tipo egoísta y por tanto de explotación y abuso. La pregunta es ¿se dirige a valores (lo que es y debe ser) o a contravalores (lo que no debe ser para los demás y comporta satisfacción a mi ego)? Aquí se considera la vieja sentencia de si “los fines justifican los medios”. La cuestión en su valoración es si esos fines se proponen como autocráticos y despóticos, o como auto realizadores (véase el escrito Prehumanismo, Humanismo, Auto realización. 10 abril de 2020).

En este punto se abre otro aspecto importante a considerar: ¿Los hechos (lo que es) crean los deberes (lo que debe ser)? Cuando un hecho (lo que hacemos o conocemos) se ajusta a lo que es claro, objetivo y verdadero e inconfundible, mayor calidad adquiere su “deber ser”. Es una fuerza vectorial que impulsa y hasta obliga. Cuanta más claridad tiene una percepción o fenómeno, más se convierte en un “deber” y de igual modo, buscando la excelencia, nos conduce a la acción consecuente. Y exige cierta clase de acciones y no de otras. Para ello es necesaria una información clara y veraz; sin evasivas ni tretas de ocultamiento o distracción: dicho de otro modo sin intención de confundir o generar confusión. En este instante es imposible no hacer referencia a las negligentes políticas imperantes hoy que hacen de la  desinformación y la confusión una manipulación intencionada conducente a populismos reaccionarios de tipo, por lo menos, despóticos.

Esto significa que cuando “algo es suficientemente claro, cierto, verdadero, real, más allá de toda duda, su propio carácter de exigencia, sus propias adecuaciones. “Pide” cierta clase de acciones y no otras” (A. Maslow, La personalidad creadora, pág. 150).

Cuando los criterios surgen de la aspiración de auto realización, entonces ello mismo conduce con mayor facilidad a acciones (hechos). Así se consigue una decisión ética segura. Como ejemplo nos sirve el considerar un buen diagnóstico médico, lo que conduce a la seguridad del mejor tratamiento; teniendo en cuenta lo que este tratamiento implica, que, en ocasiones, comporta molestias y riesgos. Así lo que se “debe hacer” es al mismo tiempo racional y ético, lo que no significa necesariamente indoloro. Lo que la verdad pide es “lo que debe ser”. Ya Sócrates nos dijo que ninguna persona escoge voluntariamente lo falso o malo en lugar de lo verdadero y bueno. Así, sólo la ignorancia posibilita la elección errónea; y la falta de contacto con el propio ser es un tipo de ceguera que genera esa ignorancia.

Las personas auto realizadoras perciben sanamente la realidad y la verdad (en tanto que les guía el contacto con el ser) y por ello tienen bastante claro el bien y el mal por lo que consecuentemente toman decisiones éticas con mayor rapidez y seguridad que otras personas no implicadas en su auto realización. Ello no exime el riesgo de error. Es decir tienen clara percepción de valores y les conduce a la clara percepción de hechos, ya que en ellos “Ser” y “Deber ser” es una misma cosa como ya hemos visto. Así todo aquel que conoce y contacta con el Ser actúa con mayor certidumbre y toma decisiones éticas.

Hablamos de la persona auto realizante y por ello sana, satisfecha, como mínimo en el tercer nivel según lo expuesto en el post Prehumanismo, Humanismo, Auto realización. A las personas que aún no se sitúan en dicho nivel (3) se les puede describir utilizando los términos del post como personas que perciben lo que es, pero presentan algún tipo de ceguera para lo que debe ser. Por ello los aspectos de ego y conflictos con la ética se dan y los confunde. No se dan cuenta de lo que debe ser, es su autenticidad y verdad de su ser; están invidentes en grado diverso para ello. Si una persona no alcanza a percibir “lo que es”, ya vemos que su mente está alienada de sí misma y del mundo que la rodea.

La facilidad ética de los auto realizadores y auto realizados proviene directamente de un incremento de la percepción-de-lo-que-es, de la percepción de-lo-que-debe-ser, o de ambas. Percibirse a uno mismo desde el Ser y reconocerlo como otro u otros seres es manifestar la compasión y favorecer la empatía; considerar los valores que se están descubriendo en sí y del potencial en valores del resto del mundo es un tipo de amor, creatividad y posibilidades inmensas en la ética. La ceguera para-lo-que-debe-ser se entiende asimismo como una ceguera para lo potencial, para las posibilidades ideales y para contemplar la propia eupsiquia y consecuente eutopía.

Concluyo este apartado citando nuevamente a A. Maslow sobre este tema: “La ceguera ante las posibilidades, cambios, desarrollo o potencialidades futuras conduce inevitablemente a una filosofía del status quo, en la cual “lo que es” (que abarca todo lo que existe o puede existir) debe tomarse como norma. La simple descripción no es, (…), más que una invitación a ingresar en el partido conservador”.

Para él y los humanistas, la descripción a-valorativa (es decir sin que resuenen los valores del Ser) es, entre otras cosas, simplemente chapucera. A esto W. Reich añadiría mucho más en cuanto a estructura caracterial y aludiría a la “Plaga emocional” como refleja en su entrañable libro “Escucha pequeño hombrecito”.

De lo profundo de nuestro ser, surgen ciertas voces susurrándonos lo que está bien para nosotros; son llamadas íntimas a las que valoramos y escuchamos porque nos guían y moldean. De acuerdo a Michael Newton serían las sugerencias de nuestro guía espiritual. La persona sana, en auto realización las valora y aprecia porque manifiestan su ser como una intuición e inspiración. No es así con las personas insanas, que temen esas voces como reproches, temores, culpabilizadoras, obsesivas, e incluso como caóticas, contradictorias y causantes de confusión.

Las personas auto realizantes descubren con satisfacción placer y asombro cómo estas entrañables voces desde el Ser, cuando se les presta atención, les sugieren cómo actuar mejor respecto a ellas mismas, para ello es imprescindible guardar silencio (metal) siendo receptivas y no interferir ni exigir; dejando que acontezcan con naturalidad.

Del mismo modo los hechos “lo-que-es-y-curre” también nos comunicarán y aportarán conocimiento quedamente. Para oír la voces-de-los-hechos es necesario permanecer en silencio, escuchar receptivamente. Maslow le llama “actitud taoísta” (en silencio, con quietud, escuchando plenamente el asunto-entre-manos). Esta actitud taoísta es asimismo coincidente con diversas actitudes meditativas y contemplativas procedentes de diversas tradiciones espirituales.

Nuestra mente procesa la información disponible en inmensidad de aspectos y les da un significado interpretativo, dentro del cual está nuestra parte reprimida subconsciente que, asimismo, denominamos “sombra” u “oscuridad personal”. Esta labor interpretativa de la mente interfiere dificultando e incluso impidiendo el contacto con nuestro Ser (con sus intuiciones e inspiración) y con el mundo exterior (que no lo vemos tal y como es, sino tal y como el resultado de nuestras interpretaciones lo muestra). En la medida que el marco interpretativa está distante de la realidad (lo-que-es), lo que seleccionamos como relevante es el resultado de aplicarle el filtro de la interpretación y entonces estamos manifestando cierta “ceguera-a-lo-que es” y consecuentemente en diversos grados de ignorancia que, en su conjunto, alterarán y confundirán nuestra conducta ética. Desde el punto de vista sintérgico, cuando nuestro sistema interpretativo está ajustado al “procesador Central” (nuestro Ser), se crea un gran campo neural (con gran integración, coherencia y densidad informacional) en armonía con la Lattice (estructura del Campo  Quántico) produciéndose un patrón de interferencia que crea nuestra realidad personal y su potencial (resonante con el Universo).

Es factible enunciar que los propios hechos, por su propia naturaleza, nos sugieren cómo se debe proceder con ellos. ¡Cuántas veces, cuando aplicamos la actitud taoísta, descubrimos respuestas y soluciones a diversas problemáticas en cualquier ámbito del hacer humano (ya sea técnico, matemático, epistolar, terapéutico, matrimonial o de pareja, vocacional y tantos otros más!

Aquí doy por concluido este estudio acerca de los valores del Ser, propios de la actitud auto realizante en tanto que se compromete con la meta de auto realización, sabiendo que como un horizonte, siempre se extiende más allá, siempre hay un nuevo aspecto por descubrir y conocer, con el que crecer y hacernos más humanos-en-el-mundo. Y, así, sin apenas percibirlo, siendo siempre exploradores, nos adentramos en lo auto realizado. Somos ya auto realizados en el sentido de que exploramos este aspecto de la propia humanidad y lo manifestamos con espontaneidad en un grado cada vez mayor. Por ello es “estar en camino” permanente contemplando la fusión con lo Inalcanzable.



19 de marzo de 2021.   Ernesto cabeza Salamó. 


 









martes, 16 de marzo de 2021

Auto realización, Experiencias cumbres y Valores.

                               Auto realización, Experiencias cumbres y Valores.


En la última entrega consideré el aspecto creativo primario en relación con la Auto realización y el humanismo habiendo indicado las conexiones con la ciencia, cultura y educación.

Dije que el instante de inspiración, el aspecto primario creativo, surge del inconsciente irrumpiendo a la consciencia, llenándola de contenido significante, emocionalmente maravilloso, fascinante y que motiva a su realización práctica por medio de un laborioso proceso secundario.

También dije que las personas se aproximan a la creatividad primaria contactando con su autenticidad, es decir, desprendiéndose de las adherencias neuróticas.

Asimismo indiqué que una inspiración creativa es algo muy parecido a una experiencia cumbre pero de más baja intensidad; y que la aparición de experiencias cumbres conducen a y asientan la auto realización, en especial trascendente.

 

Una experiencia cumbre es un pico que aparece en un estado mesetario, la comparación con la sexualidad es indiscutible y ciertamente puede ser lo mismo. Tras la fase de excitación (aumento de la energía emocional), ésta se sitúa en estado mesetario; en la sexualidad, comúnmente breve en el hombre y hasta bastante prolongada en la mujer. Este estado mesetario está altamente cargado de vitalidad y deseo y con él se pierde mucho contacto con la realidad exterior; es una entrega plena a la vivencia que implica a los amantes. El mundo se centra en ellos y el compartir la experiencia “Ser” para ambos. A partir de este estado gozoso mesetario acontece una experiencia de plena disolución del Yo, unos instantes de éxtasis en los que el umbral llega a su punto más alto, desapareciendo el tiempo, convirtiéndose todo en disolución y unicidad. En tal momento hay una intensa descarga energética que denominamos orgasmo. Wilhelm Reich lo estudia admirablemente en su libro “La función del orgasmo”.

Una experiencia cumbre sigue el mismo proceso. El sujeto va entrando en un estado de conciencia crecientemente absorto en su mundo profundo, se hace ajeno al mundo circundante, por decirlo así, profano; está en su centro sagrado y en ese estado de conciencia alterada puede mantenerse estable. Está, siente que algo se puede desencadenar, pero sin certeza de ello; y de ese estado mesetario brota una serie de contenidos vivenciales que lo arrebatan en lo maravilloso del misterio. Esta experiencia tan única y maravillosa se compone de tres aspectos experienciales: es una experiencia estética (la belleza aparece con su máximo esplendor); es una experiencia afectiva (la bondad propia y del entorno es incuestionable); y es una experiencia cognitiva (la certeza de que es algo verdadero, sin la menor duda). Atendiendo a los testimonios de quienes las han vivido se puede realzar un listado de características; estas son algunas y se le pueden agregar múltiples más: Verdad, Belleza, Totalidad, Ausencia de contradicciones, Proceso vivo, Unicidad, Perfección, Necesidad, Plenitud, Justicia, Orden, Complicidad, Riqueza, Ausencia de esfuerzo, Alegría, Auto sacrificio, etc. Son vivencias plenas de significado; pero, al tiempo, son términos abstractos. Una vez experimentados y ya salidos de la “experiencia cumbre” su desarrollo cognitivo precisará de mucho proceso racional, entonces nos damos cuenta de su naturaleza abstracta. Nos daremos cuenta de que cada término incluye muchos términos y aspectos experienciales. Resulta muy difícil y limitado tratar de explicarlo. Tan sólo se puede resumir como un “éxtasis”, un acontecimiento experiencial extraordinario transformador.

Es una experiencia emocional plena y asimismo total y con una inmensa cantidad de información significativa. Se trata de una expansión intensa de la vitalidad, afectividad y cognición; alcanzando un alto umbral de lo considerado posible como vivencia. Es, pues, bioenergéticamente una gran pulsación del propio núcleo del Ser en una unidad inmensa de energía vital. Procede del inconsciente, pero no manifiesta productos conflictivos, más bien, lo opuesto; unicidad, integración, sinergia plenamente significativa.

Desde el punto de vista sintérgico, es la aparición de un grandioso y nuevo neuroalgoritmo de inmensa complejidad informacional, y totalmente congruente e íntegro. Un neuroalgoritmo que implica todo el conjunto del cerebro funcional (y por tanto de la totalidad del organismo) creando un campo neuronal-consciencia en fusión con lo existente (Unicidad, Totalidad, etc.). Y toda esta manifestación neuronal neuronal está siendo atestiguada por el Ser (El Procesador Central de J. Grinberg).

A diferencia del acto inspirativo del proceso primario, que después del instante inspirado, se disuelve, la experiencia cumbre es inolvidable y transformador, incluso podría decirse que transmutador. Tras la misma el sujeto se siente diferente; algo se ha transformado en lo profundo de sí, sin que pueda darse uno vuelta atrás; y si se ve forzado a realizarlo es a costa de una poderosa renuncia y duelo; tampoco volverá a ser como antes de la misma.

Esto es así porque en la experiencia cumbre el mundo propio y el exterior aparece siendo enteramente justo, al desnudo, plenamente autentico, verdadero y sumamente hermoso. Es una vivencia convencida, aunque no lo puede ser para los demás; es muy posible que el sujeto que la ha experimentado no pueda entender que los demás no lo puedan ver con tanta claridad como él.

Se trata de descripciones muy precisas y significativas que podría compararse a la descripción de un periodista riguroso de un acontecimiento presencial del que ha sido testigo; o de la certeza del científico que testifica acerca de lo que ha descubierto con pleno rigor de validez científica.

Para el sujeto que experimenta la experiencia cumbre no es algo que debería “Ser” o que “tendría que ser”; como aparece a consecuencia de la inspiración primaria; sino como “así es” o “Es así”. La plena actualización. Esa es su incuestionable certeza subjetiva, aunque siendo poseedora de pleno significado deviene para sí en auténtico y verdadero; incuestionable.

Pero ¿es la “verdad”? El percepto la ha vivido así, No le cabe la menor duda. Como buscadores de conocimiento esto nos lleva a la reflexión. Como ocurre con la inspiración como aspecto primario de la creatividad debe seguirle un afanoso proceso secundario.

La historia nos ha mostrado cómo de vivencias extásicas han surgido creencias y religiones, sectas, si así queremos verlo, que han conducido al sufrimiento y hasta el atroz dolor. Así, pues, ¡debemos dejarnos seducir por la absoluta certeza subjetiva de los místicos y de quienes tienen experiencias cumbres? Tendría que darse algún modo de comprobar la verdad de la afirmación, alguna forma de ponderarla. Demasiados visionarios, videntes y profetas han resultado estar equivocados después de sentirse absolutamente seguros. Estas decepciones y desilusiones fundamentan históricamente la función de la ciencia; la desconfianza y escepticismos ante estas pretensiones de revelación personal, llegándose al punto de considerarlas como datos carentes de valor en sí mismos. Por otra parte, tenemos a grandes científicos, cuyos logros se deben a repentinos y extásicas percepciones de la verdad. Luego son puestos a prueba por ellos mismos y otros colaboradores en un minucioso trabajo de investigación y experimentación.

Para muchos el sentido de la ciencia es verificación cautelosa, validación de hipótesis, investigación de la verdad o falsedad de ideas e hipótesis de otros; pudiéndose llegar a un punto integrista de esta concepción que conduce a un cientifismo constrictor. Así ocurre en la actualidad al asociarse lo científico y tecnológico como instrumento de verdad. Ciencia etimológicamente significa saber y conocimiento y por ello hay en sí el afán de descubrimiento y para ello aprecia y promueve percepciones y visiones del tipo de experiencias cumbres y luego el procesarlas pacientemente hacia su validación.

En un escrito anterior hablando de ciencia y saber abordé el tema del “amor-del-Ser” como forma de conocimiento y asimismo su riesgo de compromiso con la subjetividad afectiva.

El problema de las experiencias cumbre es que, tras vivirlas, es inevitable elaborarlas, darles un sentido racional y pragmático, aplicable al propio vivir y al relato y justificación hacia los demás. Aquí radica el peligro, cuando los grandes recursos cognitivos (mentales) intervienen empaquetando una vivencia. Entonces la mente con sus contenidos manifiestos y latentes lo interpretan y justifican o racionalizan convirtiéndolo en una creación ideológica, hipotética, teórica y estética o artística. Aquí sí podemos darnos cuenta del riesgo que deviene conforme al criterio de salud o integridad personal y afectiva. Nuestros contenidos defensivos inconscientemente pueden aflorar sin que apenas podamos advertirlo, y mediatizar el sentido y significado de lo que fue la experiencia cumbre. Se trata de un proceso interpretativo de nuestra personalidad y carácter.

Ya nos hemos dado cuenta perfectamente que el principal componente de las experiencias cumbres es la emoción. Es lo que le da su inmenso valor experiencial.

Por otra parte,

en la práctica de tipo espiritual como es la meditar nos damos cuenta que aparecen como dificultades los aspectos emocionales de los que tratamos de desapegarnos. Este es un aspecto muy importante a considerar. Nos adiestramos en la búsqueda del Ser mediante la meditación dándole presencia al Observador y, desde el mismo, desprenderse de lo emocional; y cuando aparece una experiencia cumbre, ésta es justamente una experiencia emocional transformadora. Puede parecer esto una contradicción.

Aquellas personas que llevan tiempo practicando el estado meditativo, aquellas que han realizado o están avanzados en la práctica de la psicoterapia humanista y transpersonal, y aquellas que han experimentado estados de trance o estados de consciencia alterada (sean místicos, chamánicos, mediumnicos, o hipnóticos) se dan perfecta cuenta de que ello no es una contradicción, sino parte ineludible del proceso de auto realización.

Me explico. Si, desde el momento en que iniciamos el proceso de vivir, no experimentamos situaciones dolorosas, nuestra emotividad y afectividad sería lo natural de nosotros y fluiría con espontaneidad, con integridad y coherencia. Como tal situación es puramente un ideal; desde antes de nacer (de forma innata) ya disponemos de ciertas condiciones defensivas frente a situaciones displacenteras, dolorosas e incluso traumáticas ( tengamos en cuenta además la herencia genética, la epigenética transgeneracional e incluso la carga kármica); y desde el propio nacimiento siguen dándose y se desarrollan condiciones difíciles, displacenteras, frustrantes, dolorosas y traumáticas que crean mecanismos defensivos de tipo caracterial y se estructuran como resistencias subconscientes para evitar rememorar lo que se ha vivido como amenaza o peligro, dolor y se asocia con el temor. Justamente estos sentimientos y emociones latentes en el subconsciente y la maniobra de evitar lo doloroso hace que el tratar de contactar con nuestra autenticidad, surjan contenidos emocionales de forma confusa y contradictoria. Son parte de nuestra lucha interior por adquirir la integridad y coherencia y, al tiempo, mantener subconscientemente nuestros temores, enojos y culpas entre muchos materiales reprimidos. Se establecen capas dialécticas de carácter defensivo que, a lo largo de la autoterapia (mediante la meditación) o la psicoterapia hay que afrontar, aceptar y sanar. De lo perturbador debemos desapegarnos, que no reprimirlo o ignorarlo; pudiendo así contactar con el Observador o Ser y, desde él, abrirse a las experiencias cumbres sanas. Si no es así, el material latente, en una emergencia profunda desde el núcleo del Ser, su potente energía atraviesa las capas defensivas contaminándose de sus estructuras; y entonces, el carácter visionario de la emergencia, aunque mantenga su cualidad estásica, queda teñida en su camino a la consciencia y luego, en el proceso segundario, esos contenidos interpretativos ligados a la deficiencia de integridad y de coherencia hacen que deriven en elaboraciones con contenidos patológicos. Por ello numerosas experiencias de éxtasis y visionarias resultan erróneas, así como sus consecuencias.

Desde el punto de vista sintérgico, cuando se realiza un campo neuronal de amplitud neuroalgorítmica y sus contenidos no resultan íntegros y coherentes, el resultado es una desarmonía con el campo cuántico (Latice) y el patrón de interferencia queda alterado, es decir: la creación de la realidad subjetiva no se ajusta a la autenticidad. El Procesador Central (Ser) no resuena en armonía producieniendo distorsiones perceptuales y vivenciales propias de los episodios y etapas de la llamada “Emergencia espiritual”, entre ellas la denominada “Noche oscura del alma”. Esto es, asimismo, una llamada a la atención para posibilitar su sanación.

Es, pues, comprensible que, desde el rigor de querer alcanzar el conocimiento del Ser, el abordaje científico afronte estas vivencias de éxtasis con cierto escepticismo y trate de dar fórmulas para distinguir las genuinas propias de auto realización, de las visionarias neuróticas o psicóticas.

He anotado anteriormente un listado de características de las experiencias cumbres, ahora las refresco: Verdad, Belleza, Totalidad, Ausencia de contradicción, Proceso vivo, Unicidad, Perfección, Necesidad, Plenitud, Justicia, Orden, Complicidad, Riqueza, Ausencia de esfuerzo y Alegría entre otras. Al considerarlo vemos que estas características son al mismo tiempo una lista de valores; se presentan como los “valores fundamentales” de la humanidad enunciadas y en concordancia por ilustres pensadores de la humanidad.

Estos son los valores de la vida por los que muchos han estado dispuestos a morir, y en su defensa han sido perseguidos, torturados e incluso muertos. Son los valores por los que luchamos y que anhelamos en toda la humanidad. Son asimismo aquellos “valores supremos” que han manifestado y manifiestan las mejores personas en sus mejores momentos; forman parte de lo que define una vida humana superior, espiritual y que son, asimismo, los objetivos de la psicoterapia y de la educación en el sentido amplio. Aquellas personas que los manifiestan y las que se hacen merecedoras de admirar y también son atributos que forman parte de los individuos santos, espirituales e incluso de lo divino.

¿Cuántas disciplinas propias del conocimiento las han estudiado! Desde la filosofía, sociología, psicología, estética, ética y jurisprudencia entre tantas. Se trata de una temática cognoscitiva y simultáneamente vemos que se trata de un enunciado valorativo. Son cualidades en las personas, es decir “que son” y se dan como hechos; son al mismo tiempo aquello a lo que aspiramos, a lo que anhelamos poder alcanzar o experimentar y conseguir; es decir a lo que se “debe ser”. Donde “ser” y “deber” es lo mismo; El serlo es asimismo un valor. Lo que en algunos es, debe ser en la humanidad.

El término “valor” como “deber ser” se refiere al mundo de la identidad. La pregunta ¿qué soy y qué debería ser? Sirve de ejemplo; a este tipo de pregunta, los profanos responderían con un “si estuviera en tu lugar… siguiendo con sugerencias y consejos. Una actitud de tipo parental y nutricia en los mejores casos. Una actitud moral e impositiva en otros siguiendo dogmas religioso-morales. Tal actitud no aporta buenos resultados, incluso resulta perjudicial porque limita la libertad y la espontaneidad del individuo al situarlo dentro de la inmadurez y optar por un posicionamiento adaptado y hasta sumiso. Lo que resulta útil es que la persona se sienta impulsada a averiguar cómo aproximarse al conocimiento de quién y qué es por medio del descubrimiento de su autenticidad, la verdad de su ser y la naturaleza de sí mismo. Cuanto más conocedora es la persona de su identidad como parte de la naturaleza, portadora de íntimos deseos, de su temperamento y constitución física, de todo aquello que le causa satisfacción y gozo; tanto más fácil y espontáneo le resultan las elecciones de valor. La persona elige con libertad lo que es conforme a su naturaleza e identidad, lo que le resulta adecuado y justo. Así la libertad no resulta ser la limitada elección de posibilidades racionales, sino que de ellas la más conveniente es lo que se ajusta a su “verdad” sobre sí mismo, lo que tiene que ver con su ser. Así la libertad de elección no es simplemente un escoger entre diversas posibilidades, sino acertar en lo que se ajusta a su ser. El libre albedrío no es sólo el poder escoger entre posibles alternativas, sino el conocer cuál de esas alternativas se ajusta a su identidad, a su verdad personal. Así la obtención de la propia y genuina identidad tiene que ser la propia naturaleza y la búsqueda del deber ser y del propio ser. ¿Quién con objetividad, claridad y discernimiento podría oponerse o resistirse a tal consideración? Sólo personas sujetas a directrices y dogmas rígidos se podrían oponer. Es decir, personas con firmes apegos, controladores en sí y para con los otros y rígidos serían quienes no podrían aceptarlo.

Aquí, en este justo punto, es oportuno hacer una consideración acerca de la naturaleza y objeto de la psicoterapia. La psicoterapia de corte humanista y todo aquello que tenga por objeto sanar a la persona debe encaminarse a la consecución de la autenticidad y al contacto con la verdadera naturaleza de si mismo como Ser y Deber ser; hacia el autodescubrimiento y la auto realización a través de la libertad de elección y de ser conocedor de la propia identidad. Se da asimismo una tentativa denominada asimismo psicoterapia que tiene por objetivo adaptar y adecuar al individuo al medio político, social y cultural, con la pretensión de inhibir cualquier tendencia que cuestione o desafíe es “estatus quo”; generando una masa acrítica y sumisamente adaptada al sistema normativo. Algunas veces el sofisma se presenta con el enunciado de que cada cual es responsable de su situación personal y material sin cuestionarse el marco de libertad que el sistema imperante presenta; entonces hace responsable y consigue autoculpabilizar al propio individuo por su inadecuación o dificultad de éxito en él. Si fracasas o no tienes éxito es por tu propia elección que no se ajusta al marco normativo en el que vives. En el fondo se nos dice que somos responsables y culpables de nuestra propia inadaptación… ¿a qué? ¿Es esto un valor del ser?

Si repasamos los escritos anteriores acerca del humanismo, vemos que esta segunda opción nos conduce a una concepción autocrática de la persona y a la definición de la misma como portador de insuficiencias o limitaciones que justifican el transhumanismo. La primera opción conduce directamente a la auto realización y en el mejor de los casos a la auto realización trascedente; en la que cualquier individuo es portador de un potencial propio al que debe acceder, activar, manifestar y potenciar. Aquí no es posible el planteamiento del transhumanismo, sino de una concepción abierta y potencial de humanidad. El humanismo y la psicoterapia y sanación humanista sintetiza la expresión “Llegar a ser lo que eres”. Es descubrirse en un proceso abierto de libertad y autoaceptación amorosa. O como declara A. Maslow: “El descubrimiento de la verdadera naturaleza propia es, a la vez, una búsqueda del deber y del ser”.

Resulta esclarecedor, a la vista de lo dicho, que, en tal concepción de la terapia, el propio proceso y los objetivos de la misma son lo mismo. El objetivo de la terapia es alcanzar el ser de la persona y su proceso exactamente lo mismo. Siendo por ello un proceso fenomenológico (¿cómo lo consigo? Y funcional (¿con qué finalidad?). “¡Llegar a ser lo que eres!” La tarea es que el yo al que aspiramos ya existe en un sentido real. Facilitar el recordarnos en verdad a través de las limitaciones, obstáculos y condicionamientos del medio coercitivo en el que habitamos. Cada cual se aproxima y lo alcanza conforme a su naturaleza profunda y esta cuestión nos pone en contacto con aspectos transpersonales que consideraremos próximamente.

 

 


11 de marzo de 2021. Ernesto Cabeza Salamó.