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sábado, 6 de diciembre de 2014
Consideraciones bioenergéticas sobre el amor sexual ¿El sexo es amor? y ¿El amor es sexo?
Consideraciones bioenergéticas sobre el amor sexual
¿El sexo es amor? y ¿El amor es sexo?
Desde el
punto de vista de la Bioenergética y
Ontoenergética ver el sexo y el amor como dos sentimientos distintos es una
característica propia de los individuos neuróticos.
Desde la
salud se proclama que el sexo es una expresión del amor como verdad
fundamental.
En la vida
corriente estos dos hechos plantean una aparente contradicción. Hay numerosas
conductas en ambos sexos que parecen reforzar esta contradicción.
En nuestra
cultura nadie está libre de conflictos neuróticos y éstos tan sólo varían en
cuanto al grado de intensidad y, con ello, tampoco se está exento de actitudes
ambivalentes; es decir, con sentimientos y emociones opuestas hacia el mismo
fenómeno humano o relación.
Donde
tendría que darse un sentir unitario, aparece una pugna de amor y odio; afecto
y hostilidad, cariño e ira. Esto evidencia un conflicto neurótico en la gente
que enfrenta en una oposición lo que debería ser un sentimiento unitario.
Ya he dicho
que los impulsos naturales tanto instintivos como existenciales aparecen en
tres direcciones: hacia el afecto, hacia la acción y hacia el conocimiento. La
sexualidad es un ejemplo claro y sin excepciones de esta unicidad en sus tres
ámbitos. Sexo es acción, es afecto y crea conocimiento con su experiencia. No
hay nada más motivante y cautivador que el impulso sexual, produce una
tendencia activa sin igual y se manifiesta en la pura acción. Acción y fusión
afectiva son inseparables en el individuo sano.
Otra cosa
es que este flujo trino resulte bloqueado o reducido por una maniobra
defensiva. El resultado es que el miedo desviará la acción hacia la defensa, el
afecto (lo que ha resultado herido) tienda a disminuirse o convertirse en
resentimiento u odio y el conocimiento obtenido sea contrario a la propia
confianza y seguridad.
Cuando
hablamos del sentimiento de amor hacemos referencia a muchas modalidades de
relaciones que no son sexuales. Manifestamos amor a amigos, a familiares, a
nuestras mascotas, a la localidad, a nuestro país, incluso a lo abstracto como
puede ser una idea o al propio concepto de divinidad. Lo incuestionable es que
se aplica el sentimiento de amor a algún tipo de relación de la que se desea
proximidad y contacto, sea físico o no. En su aspecto intenso incluye el deseo
de fusión, confluencia y unión con lo amado. Si la pulsión de la acción nos
impulsa al movimiento, al desplazamiento para acercarse o alejarse; el del amor
nos impulsa a obtener una vivencia de plenitud, de experimentar la unión; el
logro es la fusión, es ser uno con lo amado; sea persona, relación, idea o
fenómeno físico, interpersonal o espiritual.
El
sentimiento de amor nos impulsa a desear y necesitar la proximidad y el
contacto tanto con el espíritu (procesos mentales mediante la identificación)
como con el cuerpo (contacto físico, abrazo, beso, penetración).
Deseamos
ser uno con lo que amamos y amamos aquello que forma parte de esta unidad.
Con esta
corta exposición acerca del amor vemos la conexión que implica con el sexo.
Aquí se ve sin la menor duda que el sexo es amor en su pureza. Es un deseo y
necesidad de confluir, de unión; también es un aspecto espiritual ya que
implica la experiencia de identificación y el conocimiento del fenómeno,
relación o persona con lo que se logra confluir. El acto físico implica acción,
la experiencia hace perder los límites del Yo en un “nosotros” y queda
registrada en la consciencia como saber y conocimiento; es decir, como
información significativa y experiencia integrada en el Yo y Self.
En el aspecto convivencia, se entiende el
amor como un sentimiento que conduce a una relación interpersonal con la
persona deseada y querida con la que se establece tres manifestaciones.
Intimidad |
La primera es
la intimidad, es decir la gratificación de abrir y participar la afectividad
con confianza. Es el abrir el mundo interior y participarlo a la persona amada
con la seguridad de reciprocidad. La segunda es la parte pasional, es decir la
realización del deseo vehemente de fundirse y experimentar la unión física con
el/la amado/a. El tercer aspecto es la consecuencia de estas dos experiencias que crean un
espacio y tiempo en el que, en diferente grado, se puedan dar los dos aspectos primeros
con la máxima seguridad y eficiencia, lo que implica los aspectos más
racionales de la relación como son el sentido de responsabilidad, el de
compromiso y otros valores y acuerdos que apoyan y hacen posible la continuidad
formal de esa relación amorosa. Esta última no sólo implica la relación entre
los dos amados, sino también su interacción e implicación con el tejido
interpersonal y social de la comunidad.
El
sentimiento de amor es necesidad de cercanía y fusión, el lograrlo es su
culminación; ello implica necesariamente relación y tanto el objeto del amor
como la relación que implica abarcan muchas modalidades de relación y
estimación además de las sexuales. Si tenemos en cuenta todo aquello que
despierta sentimientos amorosos, seguramente nos sorprenderemos al comprobar
que casi todo cuanto nos rodea, sea de índole material, sea de orden
inmaterial, es digno de ser amado. Al hijo, al abuelo, hacia el/la pareja, al
grupo de amigos, a una ideología o creencia, a un tipo de música o de literatura,
a un paisaje, a poblaciones, a naciones, a ideas, a conocimientos, a la propia
concepción de la Naturaleza , a la vida o
hacia la concepción de la divinidad personal; y sólo por citar algunas de esa
multitud de fenómenos amados. Todo cuanto tiene que ver con la manifestación
expansiva de la vida es amado. La gracia, la vitalidad, la armonía, la belleza…
Amor tiene que ver con necesidad de completarse y realizarse, tiene que ver con
motivaciones de índole creciente y ¡cómo no! Con las meta motivaciones de la
experiencia de auto realización. Cuanto más abierta y fluida está la
espontaneidad y la libertad yoica de una persona, tanto más ama su vida y a
todos los fenómenos que implican vida y sus logros en lo que le rodea.
El arranque
de esta disociación puede producirse principalmente en dos estadios diferentes
de la evolución y maduración psico-afectiva infantil. Una de ellas es el estadio
oral con la necesidad de satisfacción erótica de contacto corporal, amamantamiento,
afecto y cuidado. Los tres aspectos primeros se satisfacen intensamente en la
función de darle el pecho. En esta etapa básica evolutiva todo el conjunto
energético de la boca responde como un órgano erótico, con excitación y placer,
con capacidad orgásmica. El pezón, también excitado, responde otorgando
sensaciones placenteras y vertiendo la nutricia leche. Al mamar la criatura
manifiesta su amor hacia la madre, expresa el deseo de contacto íntimo y la
fusión de boca y pecho les hace ser “uno”. El niño se entrega
incondicionalmente llegándose a producir el llamado “orgasmo oral”. Cuando esta
necesidad no se satisface adecuadamente por los motivos que sean, se produce un
bloqueo evolutivo y una fijación en ella que permanece confinada en el
inconsciente constituyendo una defensa caracterial.
Allí, a comienzos del milenio, se desarrolló una civilización donde la poesía yla Minne
(el amor ideal, el amor sublime, el amor idílico) tenían sus leyes. La leyenda
cuenta que las leys d’amors fueron
entregadas al primer trovador por un halcón que se hallaba posado en la rama de
una encina de oro. El principio básico era que la Minne
excluía el amor carnal o matrimonio. La Minne
era la unión de las almas y de los corazones; el matrimonio, la de los cuerpos.
Con el matrimonio muere la Minne y la poesía. Se
creía que quien albergase en su corazón la autentica Minne no ansiaba el cuerpo de su amada, sino tan solo su corazón.
La verdadera Minne es amor puro e incorpóreo.
La Minne no es amor a secas; Eros no es sexo.
Amor y respeto a la vida |
El amor
exige, además del deseo, la proximidad activa y pasiva y la culminación, el
contacto fusional, la veraz experiencia de placer y realización. No se trata
sólo de una fusión psicológica que denominamos identificación, no. Se da una
realización personal como en el arte o el saber, o valores como libertad,
justicia, fraternidad… y ¡cómo no! Contacto físico entre los seres amados:
abrazo que pone en contacto dos corazones. Beso que funde el deseo de
incorporar y nutrir. Penetración que disuelve los límites yoicos en una
experiencia pico.
Fisiológicamente esta expresión de sentimiento, de emotividad, se
manifiesta orgánicamente de una forma dual; por un lado los tejidos musculares
se ablandan y se hacen conductores; de otro, se produce una acumulación de
sangre en los órganos implicados. La erección del pene es debida a la
acumulación de sangre en su interior, la excitación de la vagina, vulva y
clítoris también depende del flujo generoso de sangre en la pelvis femenina. Tenemos
que el aspecto activo-agresivo (muscular) precisa relajarse para producir y
conducir el sentir; y el aspecto pasivo-receptivo (órganos huecos) se llenan de
sangre, flujos y se activan. Aquí vemos la complementariedad de los dos
aspectos en sí mismos. El yang tiene en sí yin; y el yin tiene en sí yang. Lo que
pone en contacto y relación a ambos aspectos es el sistema nervioso, en
especial el autónomo; que actúa como nexo entre ambos en el núcleo del cerebro
y en los plexos vegetativos.
Si corazón
es metáfora de amor, su fluido, la sangre, es su sustancia, la propia energía
vital. El sistema circulatorio es su circuito que lo distribuye por todo
el cuerpo. El sistema muscular acumula, concentra y libera esta energía hacia
el contacto y también lo controla reduciéndolo o inhibiéndolo. El propio
corazón es un órgano muscular. Y el sistema nervioso autónomo organiza y
equilibra el proceso. El sistema nervioso cerebro-espinal, asentado en la
aplicación de la conciencia, el entendimiento y la integración apoya la
realización del proceso.
Las
llamadas zonas erógenas se caracterizan por la riqueza de suministro de sangre,
son órganos de contacto con enorme cantidad de terminaciones nerviosas y están
adaptadas para el contacto. Lo vemos en los órganos sexuales, también el los
labios, el dar de mamar y en zonas muy sensibles y erógenas de la piel. Y todo
ello manifiesta tipos o aspectos del amor.
Llegados a
este punto se debe abordar la diferencia del sentimiento de amor y la idea o
concepción cognitiva del amor. El sentimiento de amor se localiza corporalmente;
se advierte en la zona del corazón y del pecho. El corazón parece
engrandecerse, abrirse e incluso brincar dentro de una sensación de apertura de
pecho; parece que las costillas y el esternón ya no limitan sino que expanden
la cavidad pletórica de cálido sentimiento; de allí se extiende a los brazos
(como impulso de abrazar) y alcanza las manos y dedos que se muestran cálidos y
sensibles posibilitando esa cualidad cálida y tierna que llamamos cariño y
ternura. También alcanza, a través del cuello, al rostro suavizándolo y
dulcificándolo, llenando de deseo los labios y haciendo centellear o chispear
la mirada en los ojos. Acariciar el rostro y cuello, besarse y mirarse los ojos
captando esa verdad demuestra la experiencia de amarse. El deseo de abrirse, de
compartir, de entregarse manifiesta el anhelo de contacto tierno, de agradecido
placer por todo el cuerpo y piel deviene el sublime órgano de contacto pudiendo
producirse un contacto fusional emotivo. Asimismo el sentimiento alcanza la
pelvis y genitales, cuando es sexual, posibilitando la íntima fusión y la
disolución de los yos en el orgasmo. Así responde el Yo, el cuerpo, al
sentimiento de amor.
Pero
busquemos fenómenos que puedan cuestionar todo cuanto hasta ahora se ha dicho.
Uno de ellos que, aparentemente, parece contradecir que el sexo es una
manifestación del amor es el fenómeno masculino de la erección matutina,
también llamada fría. Comúnmente se asocia con la sensación de la vejiga llena
y que tal presión produce una sensación de carga energética en la pelvis. Pero
esta interpretación no es afortunada por la simple razón que en nuestro
discurrir diario cotidiano, numerosas veces debemos aguantar la necesidad de
orinar por razones obvias y no se produce tal erección. El caso es que el hombre
se despierta con una erección sin que esté asociada a deseo sexual; otra cosa
es que, al verse en erección, piense y evoque un impulso o deseo sexual. Esta
erección a los pocos instantes desaparece en cuanto el sujeto se ocupa de
actividades conscientes cotidianas, entre ellas el orinar. Anatómicamente esta
erección matutina se caracteriza por la carga de sangre en las cavernas
internas del pene mientras que las pequeñas arterias y capilares superficiales
se hallan contraídas dando por resultado poco calor superficial. El pene tiene
erección, pero adolece de sensibilidad; lo instintivo, lo inconsciente
manifiesta su función (pulsión sexual) pero el Yo, la consciencia ordinaria
está desconectada y por tanto fría.
Precisamente esta peculiaridad del pene erecto, pero desconectado de la
cualidad afectiva también se observa en los hombres en los que el calor de la
entrega íntima y la pasión les falta. Son hombres que muestran rigidez
caracterológica y consecuentemente insensibilidad. En ellos el sentimiento de
amor no se manifiesta en el acto sexual y la experiencia y encuentro no resulta
satisfactorio.
En relación
con lo que voy diciendo es importante exponer que, en el caso de la mujer, hay
asimismo fenómenos biológicos correspondientes. Los tenemos en los pezones y
clítoris, ambos órganos eréctiles, entran en erección cuando la sangre fluye
generosamente en estos órganos dándoles asimismo calidez y gran sensibilidad.
Pero aún más importante es el flujo generalizado de sangre en el interior del área
pélvica femenina, donde se acumula especialmente en el plexo uterino y en el
plexo vaginal; ambos venosos. Cuando el plexo vaginal está pletórico, la vagina
está rodeada de sangre y la mujer se vive excitada sexualmente. Cuando el área
pélvica está plena de sangre la mujer experimenta un calor interno asociado al
deseo y a la manifestación sexual.
La sensación es muy diferente a esa otra
pre-menstrual en la que el endometrio está pletórico de sangre y a punto de
iniciar su desprendimiento con la menstruación; aquí la condición de útero algo
contraído produce la sensación de malestar o dolor pre-menstrual. Ambos
fenómenos no deben confundirse, son diferentes, aunque, por supuesto, pueden
darse simultáneamente circunstancialmente. Es bastante común, según mi
experiencia clínica, que disfunciones circulatorias generen sensaciones de
movimiento, comúnmente ascendentes de ese calor pélvico hacia áreas superiores
y, más común aún, que acontezca la sensación de calor o quemazón interno en el
área pélvica femenina disociada del deseo sexual, o que se aprecie más en un
lado que en el otro de la pelvis; de acuerdo con bloqueos de tipo afectivo de
diversa índole que, entonces, puede irradiar hacia las extremidades y también
ascender hacia el tórax e incluso hacia la cabeza creando preocupación e
incluso ansiedad. Ello nos indica que también ellas pueden disociar el
sentimiento, la cualidad del corazón, de su respuesta pulsional sexual; siendo
más fácil de notar que en el hombre.
El otro
posible arranque de la disociación trata de las dificultades, obstáculos y
prohibiciones en la manifestación de la sexualidad infantil principalmente por
parte de los padres a sus hijos entre los dos y seis años. Esta sexualidad
infantil se manifiesta en el juego erótico, la curiosidad por el cuerpo de
otros niños y muy revelantemente en el contacto íntimo corporal con la figura
parental del sexo opuesto. Se trata de la complejidad llamada edípica. Estas
manifestaciones de la sexualidad infantil se confunden con la sexualidad adulta
y suscita preocupación removiendo los sentimientos neuróticos de los padres
respecto a su sexualidad, constituyendo un exponente del sentimiento de culpa respecto
a su propia sexualidad. Suele ser un tocamiento de genitales propios y de otros
niños como curiosidad y el consecuente juego erótico; ante ello los padres
responden con algún tipo de castigo relacionado con la retirada de amor y de la
aprobación; dependiendo de la sensibilidad, tolerancia y propia salud psico-afectiva
de los padres. Para los niños es un juego erótico de exploración, como
cualquier tipo de juego es un modo de exploración de las posibilidades de
placer que el propio cuerpo le produce. El error adulto consiste en confundir
el juego erótico con una actividad sexual genital adulta. Lo que supone una
distancia del propio adulto de los recuerdos y sentimientos de la propia
infancia; ese niño interior confinado en el olvido, en la celda del
inconsciente. La otra manifestación mucho más importante acontece entre los
cuatro a seis años. El reto de esta fase evolutiva es enorme puesto que la
criatura se ve en el dilema de elegir entre el amor por sus padres o sus
sentimientos sexuales. Hay que ponerse en el lugar del niño/a en sus intensos
sentimientos hacia sus padres y que en esta fase experimenta algo desconocido;
se trata de un sentimiento entrañable de proximidad y contacto físico con la
figura parental del sexo opuesto. Ama y desea la proximidad y el contacto con
él o ella, experimenta esa atracción hacia su persona y toda su sensibilidad
física y afectiva se enfoca hacia él o ella. Esto plantea una problemática de
enorme trascendencia. Remueve entre los padres posibles y profundas heridas que
repercuten en la dinámica familiar añadiéndose a las circunstancias y
conflictos actuales. El niño/a suele enfrentarlo suprimiendo, es decir,
reprimiendo sus sentimientos sexuales, priorizando una actitud obediente a la
autoridad de los padres. En esta etapa el afecto, la autoridad y la sexualidad
se enlazan en la dinámica del sistema familiar; siendo una situación
tremendamente difícil de sobrellevar para la criatura, especialmente también
porque, asimismo, a los padres les resulta conflictiva y difícil.
El niño/a
renuncia a sus sentimientos amorosos ahora sexualizados (tiene pleno contacto
con el cuerpo, sensaciones y sentimientos asentados en su identidad sexual, se
está construyendo su identificación de género incorporándolo en su identidad) y
ello no logra hacerlo sin que el enojo y la frustración resultantes sean
reprimidos posibilitando la sumisión; proceso mediante el cual se genera una
rigidez defensiva que hace posible reprimir los sentimientos sexuales y el
enojo. Así puede acceder al estadio evolutivo siguiente (periodo de latencia)
habiendo eliminado el componente sexual de sus sentimientos de amor. Ahora
puede manifestar sus afectos, pero separados de su significado corporal y
erótico.
Vemos que
la dinámica hasta el momento es el de reprimir los sentimientos sexuales a
favor del amor desexualizado. Durante l periodo de latencia así sucede sin
apenas conflictividad en condiciones normales; pero al despertar la pubertad
reaparece el impulso sexual trastornando este estado artificial de tipo
neurótico. Ahora se vuelve a presentar el conflicto entre amor y sensaciones
sexuales, ahora en forma de impulso genital. Los padres vuelven a la escena del
conflicto en forma de nuevas medidas de control y prohibición; ahora claramente
dirigidas contra la actividad genital (sea mediante la masturbación, sea hacia
las relaciones sexuales). Una vez más el adolescente procura hacer un esfuerzo
por reprimir sus impulsos sexuales con el objetivo de manifestar amor y mostrar
un adecuado comportamiento moral. Esta situación no puede sostenerse mucho
tiempo y pronto, a los pocos años (dependiendo según las familias) acontece un
cambio drástico. Se espera del joven que cumpla sexualmente, con un sentido de
madurez que nunca ha tenido ocasión de experimentar; así que para empezar a
funcionar ahora sexualmente, tiene que afrontar nuevamente el conflicto pero en
el otro bando (el contrario del asumido en la infancia). Ahora se le pide
desenvoltura sexual; lo que debe hacer es suprimir sentimientos de amor. En la
proporción en que se suprimía la sexualidad antes, ahora se suprime el amor.
Ahora la rigidez inicial que se generó para excluir la sexualidad, se convierte
en una coraza que le separará de los tiernos sentimientos amorosos del adulto.
Con toda
esta exposición se hace claro el cómo se consigue la disociación de tipo
neurótico entre sexualidad y amor y cómo se establece en el mundo adulto esta
dicotomía en la que el sexo y la sexualidad quedan independientes del amor. Y esto
es justamente lo que después alarma a los padres respecto a sus hijos cuando
ven manifestaciones sexuales infantiles que sólo ellos (los ahora padres, como
adultos) los interpretan como desconectados del amor mediante un mecanismo de
proyección.
Lo dicho da
explicación a un fenómeno actual frecuente en el que los jóvenes masculinos prefieren
contratar los servicios de una prostituta antes de molestarse en la labor de
ligar con una chica con la finalidad de fornicar. La misma existencia de tales
palabras (joder, fornicar, follar) son una muestra inconfundible de esta
manifestación de disociación neurótica. Podemos darnos cuenta de su alcance
cultural tanto desde el punto de vista histórico como de su gran presencia
actual y todas las vertientes de tipo económico y alienante que comporta.
Ya he dicho
antes (y en anteriores escritos) que esta disociación también se da en los
ámbitos de la salud y el abordaje sexológico de las disfunciones sexuales;
donde se considera el síntoma como abordable independientemente de la vivencia
amorosa. Lo que se logra es atenuar la angustia y ansiedad asociada a la
sintomatología afianzando esta disociación que jamás podrá aportar al individuo
y a la pareja implicada una satisfacción sexual saludable. Se trata de
funcionar adecuadamente, no de experimentar el amor sexual.
Y hablando
de amor sexual, ¿qué ocurre con actos, algunos de ellos delictivos, que
contradicen lo que hasta ahora se defiende que el amor es sexo?
Podemos
entender cómo un hombre puede preferir el servicio de una prostituta a una
relación sexual con su pareja, a la que quiere, y por la que no se excita. En
tal caso puede que por interiorización de convencionalismos sociales, de clase
o estatus, se sienta desvitalizado, avergonzado, insatisfecho, etc., y entonces
pueda sentirse más libre y genuinamente él mismo en este tipo de relación en el
que no participa su pareja. Así puede abrirse a una mujer o entregarse a ella
estando libre de unos condicionamientos que le pesan; sintiéndose más libre,
espontáneo y sincero.
Algo que
nos ayudará a aclarar el asunto es retomando la temática de lo instintivo y lo
consciente. En un artículo anterior apunté acerca de la manifestación
instintiva y la consciente. El sexo es la manifestación instintiva y, por ello,
inconsciente del amor; y su actualización cognitiva y consciente, el sentimiento
de amor. Los condicionamientos patológicos de la propia cultura o subcultura
pueden bloquear o suprimir el aspecto consciente o amor, incluso convertirlo en
odio. De este modo es explicable el comportamiento sádico e incluso fanático en
ciertas prácticas sexuales claramente delictivas tales como el maltrato o
violencia de género, los abusos sexuales a niños y adultos, las violaciones,
etc. El conflicto personal puede perturbar la razón, puede entremezclar de un
modo tan confuso los sentimientos, los odios, las culpabilidades, las creencias
y la necesidad de identidad y de reconocimiento que el amor como acto
consciente, responsable y libre de entrega sea imposible y, por ello,
frustrante e insatisfactorio; pero simultáneamente, el instinto, es decir el
sexo, darse con vehemencia. Entonces la asociación del impulso sexual
instintivo puede manifestarse con la descarga de esa complejidad confusa de
sentimientos hostiles, fanáticos u odiosos; consiguiendo el individuo una
cierta sensación de alivio o distensión que interpreta como placer.
Efectivamente hay amor en su acto violento y destructivo en el ámbito
instintivo, pero encubierto y mediatizado por una potente patología que lo
deshumaniza. El deseo de violar compulsivo, el de la pedofilia, el de las violaciones
como prácticas de guerra y tantas otras parafílias y perversiones tienen en
ello su fuente.
Lo
instintivo, lo sexual, es una cualidad propia del acto de vivir y proyectarse
más allá de la finitud de la vida. Es una entrega total al acto de vivir cuando
la vida debe protegerse a sí misma dado que aún no se han generado los recursos nerviosos adecuados para hacerse
consciente de sí misma. El individuo perturbado mentalmente se halla en tal
caos consciente que puede invalidar e imposibilitar el entregarse por amor;
pero su biología, su programa instintivo está plenamente operativo y se abre
paso a través del caos psíquico personal. En un individuo saludable, el impulso
instintivo, a través de las sensaciones y sentimientos que genera lo convierte en
una expresión plena de consciencia y de entrega auto realizándose con él mismo;
manifestando amor al otro/a y a sí mismo/a.
Esto es
algo muy diferente a la afirmación de Theodor Reik cuando dice que el amor es
un fenómeno psicológico, mientras que el sexo es un proceso físico. En esta
afirmación se ignora la unidad básica del ser vivo. Ya lo he indicado
anteriormente.
He afirmado
que el sexo, la sexualidad es amor; pero se puede decir que ¿el amor es sexo?
En este aspecto aparece claro que tan solo en una de sus manifestaciones,
puesto que el sentimiento de amor se manifiesta de múltiples maneras y en
múltiples fenómenos. ¡Esto sí! Para que pueda manifestarse el sentimiento de
amor es preciso disponer de una capacidad conciente evolucionada.
Se puede
demostrar que aunque amor no sea sexo, sí deriva necesariamente de la función
sexual. Y no sólo por el hecho de que la sexualidad sea una pulsión expansiva
del instinto de vida.
La vida es,
en si misma, el resultado de una expansión o destello de la energía vital. Ya
desde la descripción de los biones por W. Reich se puede apreciar que esos
destellos de promovida tenían una luminación y pulsaban con ella, atrayéndose y
fusionándose hasta dar lugar a un organismo vivo protozoario. En la descripción
de la biogénesis W. Reich nos describe que la atracción, la fusión y la
pulsación constituyen eslabones expansivos en cadena que dan lugar a vidas
protozoarias; y que asimismo los atributos de atracción o mutuo deseo, fusión o
contacto, y expansión como experiencia gozosa describen tanto el amor como la
sexualidad.
Biones en forma de ameba |
Si
seguimos, dentro de esta consideración, la evolución de la vida se puede
demostrar que el sentimiento de amor está íntimamente asociado al desarrollo y
evolución de la función sexual.
El
amor como sentimiento consciente es muy reciente en el campo evolutivo de las
emociones; precisa de un gran desarrollo de la complejidad cerebral y esto sólo
se da, con seguridad, en la especie humana; aún nos resulta impreciso, pero posible,
en otros géneros mamíferos con gran complejidad cerebral como son los simios,
cetáceos y, quizá, más o menos rudimentariamente en otros mamíferos con los que
interactuamos.
Mitosis |
Desde la indiferenciación sexual de la
mayoría de los seres unicelulares evolucionó la diferenciación sexual y, con
ello, la actividad sexual. En los seres invertebrados vemos diversidad de
aspectos reproductivos sexuales y asexuales; pero nada hay en ellos que nos
permita apreciar comportamientos motivados por sentimientos de afecto o amor.
Incluso posibles vestigios de sentimientos de amor maternal hacia las crías
está completamente ausentes en los invertebrados y en muchos vertebrados como
los peces. Sin embargo el sexo manifiesto y la reproducción no es tan diferente
funcionalmente de animales más evolucionados.
Centrándonos en los vertebrados, tenemos que el apareamiento en los
peces consiste en que el macho se coloca sobre las masas de huevos expulsados
por la hembra y sobre ellos descarga su esperma. No es posible observar en este
comportamiento claros signos contacto, ternura y afecto entre macho y hembra;
no hay contacto íntimo entre ambos progenitores.
En los
anfibios es cuando se aprecia el contacto entre ambos sexos en la actividad
sexual. Los machos anuros, por ejemplo, sujetan a la hembra con unas
almohadillas de sujeción en sus ancas mientras la hembra deposita los huevos en
el agua. Los huevos y el esperma se descargan simultáneamente en el agua
produciéndose la fertilización. Comparándolo con los peces, este comportamiento
es más eficiente y asegura mejor la fertilización de los huevos. Aquí vemos un
contacto físico entre los progenitores, pero sin penetración alguna, ni
introducción de esperma en el cuerpo de la hembra. A más, los huevos son
dejados en el agua a su suerte.
Las
funciones de penetración o deposición de esperma dentro del cuerpo de la hembra
sólo aparecen en el paso evolutivo siguiente en el que las formas vivas se
independizan del agua y viven enteramente en tierra firme. No aparece la
necesidad de penetración entre los animales acuáticos. La vida se originó en el
agua, en el mar, pero el contacto íntimo propio del acto sexual fue apareciendo
en la medida que la vida evolucionó y se fue independizando del agua.
En los
reptiles se da una copulación, luego la hembra excava o construye nidos en los
que deposita los huevos; en algunos reptiles los huevos quedan allí como en las
tortugas; en otros las hembras los protegen y luego aportan alimento a sus crías.
En las aves
podemos observar complejas conductas de contacto entre el macho y la hembra que
bien podríamos interpretar como afecto y ternura, uno acicala las plumas del
otro en lo alto de una rama; luego se turnan en la labor de empollar los huevos
hasta su eclosión y también cuidan y nutren a sus polluelos; incluso se les
puede apreciar hechos interpretables como aprendizaje.
Ello es aún
más explícito entre los mamíferos, ya se trate de monotremas, marsupiales y
especialmente los placentarios. Entre estos últimos, en los más evolucionados
se puede descubrir genuinos sentimientos de afecto en muchas ocasiones
totalmente desligadas del periodo de celo o del cuidado y aprendizaje de sus
cachorros. Entre los animales domésticos comunes como perros y gatos se pueden
percibir gestos y conductas afectivas independientes del sexo y la crianza. Es
de remarcar que estas demostraciones de
conductas afectivas sólo aparecen en animales que muestran gran
intimidad física durante el proceso de reproducción.
En los
humanos, los sentimientos de cariño, afecto, ternura se relacionan generalmente
con el interés sexual. Todos estos sentimientos y emociones se engloban entre
sí. Los sentimientos de tipo sexual son potentes aspectos de motivación junto a
los afectos y, aunque con los años en
parejas de larga duración, el aspecto
de atracción sexual se ha reducido, se puede afirmar que el amor que los
mantiene tiene mucho que ver con los sentimientos sexuales originarios y la
experiencia de intimidad compartida.
En las líneas
precedentes ya he dejado constancia de la importancia del contacto y atención
de la hembra con su progenie y que sólo en los animales más evolucionados
aparecen indicios y claras manifestaciones de relación física, íntima, entre
ellos y su descendencia; pudiéndolo denominar sin vacilar de sentimientos de
amor materno. En los mamíferos, la madre, además de protegerlos y nutrirlos,
los limpia, juega con ellos y les enseña destrezas; y cuando se les separa de
ella sufre aflicción. Este sentimiento maternal se manifiesta en una relación
directamente proporcional al estado de indefensión de las crías y al tiempo que
precisan para alcanzar la madurez que los hace autónomos e independientes.
Ahora
podemos decir que hay algún tipo de conexión entre el amor maternal y la
sexualidad. Planteándolo como pregunta se expondría así: ¿Qué relación y
conexión se da entre la crianza y el coito?
Observando
estos dos fenómenos en detalle apreciamos el deseo de cercanía, de contacto y
el mutuo interés en confluir. Vemos que los seres que cumplen ambas funciones
son los mamíferos y muy destacadamente entre ellos los placentarios. En ellos
se da una gestación completa con un
desarrollo del feto hasta estar en condiciones de vivir en el exterior de la
madre; no ocurre así entre los monotremas y acontece, en menor medida, con los
marsupiales. Por otra parte es necesario que para realizarse esta gestación
uterina se produzca la inseminación a través del pene en la vagina. Es un modo
de reproducción muy eficaz y garante de supervivencia de las crías y, por ende,
de la especie.
El fenómeno
del coito, el desarrollo en la placenta, el parto y la lactancia no pueden
considerarse fenómenos aislados; configuran una serie de acontecimientos
encadenados y necesarios; no es casual, pues, que coito y lactancia tengan una
relación funcional. Como sugiere A. Lowen estos dos procesos se parecen mucho,
el pene es un órgano eréctil como el pezón. La vagina, como la boca es una cavidad
envuelta por una membrana mucosa y, además, estos cuatro órganos reciben
generosa sangre. Tanto del pezón como del pene se segrega un líquido específico
dirigido a su cavidad receptora y en tal circunstancia se produce un placer
erótico por el contacto y fricción de sus superficies; y por último, ambos
procesos exigen un contacto íntimo, físico y afectivo. La diferencia es que el
pezón resulta pasivo comparado con la actividad del pene; y la boca resulta más
activa que la vagina; pero es obvio que las semejanzas son, en mucho,
superiores a esta relativa diferencia.
Lowen, también, en su aguda observación
aporta otra información de gran interés. Nos dice que en algunos animales la línea
mamaria converge en el clítoris de la hembra o en el pene del macho. En la
hembra las mamas son secretorias, mientras que el clítoris es inactivo y que en
el macho ocurre lo contrario: las mamas son inactivas y el pene secreta. Con
todo esto se concluye que las funciones de reproducción genital y lactancia
parten de un origen común: Se da una proyección corporal (pene o pezón) desde la
superficie ventral corporal hacia una cavidad receptiva (vagina o boca) con la
finalidad de unir a dos organismos.
Es evidente
que ambas, tanto en animales como en humanos, sirven al imperativo instinto de
vida. Tanto en los órganos activos como en los pasivos hay gran sensibilidad y
la copiosa presencia los vitaliza, les confiere vibración, sentimiento y
excitación. Son una expresión clara de una expansión energética; respondiendo
de tal manera al principio del placer, aquello que nos expande, centrífugo.
A partir de
aquí podemos atender a las diferencias energéticas entre ambas funciones. En la
lactancia hay una relación entre un organismo intensamente inmaduro con uno
maduro (aunque en el terreno de lo humano psicológicamente podamos relativizar
la palabra “maduro” según el grado de neuroticismo que albergue). En la función
genital se da una relación entre dos organismos maduros.
En la
lactancia el organismo inmaduro (de cualquier sexo) tiene una dependencia total
hacia el adulto; en la función genital, comúnmente, los participantes son de
distinto sexo y la relación es igualitaria, sin dependencia.
En esta
exposición aparecen dos datos; en uno el lactante se encuentra en una
dependencia total y no importa que sea macho o hembra (de hecho la inmadurez
sexual hace que a simple vista, a veces, sea difícil asignarles el sexo a
algunos cachorros); en el otro se da una relación libre de dos individuos
independientes y comúnmente de distinto sexo.
Ahora vamos
a centrarnos exclusivamente en el mamífero humano. En él la situación
energética, instintiva, yoica y existencial es diferente en ambas funciones.
Tradicionalmente la lactancia y en concreto el amamantamiento implica a la
figura materna. En la actualidad, avanzada¿? en la técnica y subcultura; la función materna puede
realizarla indistintamente la madre o el padre; pero aún así, se mantiene la
ventaja de la lactancia a través de dar el pecho a la tendencia de sustituirlo
por la lactancia artificial. Si esta tendencia puede generar problemas a corto,
medio o largo plazo, es algo que con el tiempo iremos comprobando. Es indudable
que la relación y contacto de excitación de la boca del bebé con la excitación
del pezón materno produce un intercambio más íntimo de sensaciones, sentimientos
y liberación de los mismos en forma de placer sensorial y experiencial,
contribuyendo a un estado intenso de placer y relación. Hoy en día hay unidades
familiares monoparentales y, en las demás, aunque lo común sea lo heterosexual,
también las hay homosexuales masculinas y femeninas. Estimo que en cuestión de
afectos su importancia no es ni mejor ni peor por tratarse de cualquier
modalidad de situación familiar; pero queda, en algunos casos, fuera de lugar
la relación de cuerpo excitado con el otro igualmente excitado. ¿Crea esto
algún tipo de insatisfacción o bloqueo? Tal como lo expreso parece que
obviamente es justo aseverarlo; pero hay muchas variables compensatorias y
adaptativas que pueden relativizarlo. Lo mismo se puede decir respecto al modo
de inseminación. La observación y la práctica clínica ya nos dará respuesta con
el tiempo.
Dejando al
margen este aspecto, respecto al cual aún no hay respuestas claras, coloquemos
en la situación de una lactancia común, en la que se da una relación inicial de
lactancia materna y tras el destete a los pocos meses le sigue la artificial
ofrecida por ambos padres indistintamente según circunstancias coyunturales. En
el bebé se da una excitación en la boca con su componente sexual. La criatura
se entrega totalmente a la madre y ésta le satisface simultáneamente en la
nutrición y en la sexualidad oral. El bebé , en su entrega incondicional,
experimenta satisfacción y placer.
Hay un
momento, sobre los tres meses, en el que el bebé reconoce a su madre lo cual
indica la presencia de autoconsciencia por anticiparse a la satisfacción y el
placer. Responde a ella con una sonrisa. Se da al tiempo la experiencia de
insatisfacción, de temor y angustia. No siempre que está en contacto con la
madre, ésta le satisface incondicionalmente. En ocasiones ella está alejada
afectivamente, preocupada por otras cosas, incluso hostil y rechazante. Así la
misma persona ocasiona dos estados anímicos opuestos. Los bebés antes del año
no son conscientes del amor o desamor de su madre, pero sí captan los estados
emocionales y reaccionan a ellos de forma instintiva e intuitiva. Sea como sea,
se establece que unas veces la madre proporciona placer y felicidad y en otras
frustración, temor y angustia. A esto se le llama relación objetal parcial. En
ella unas veces hay “la buena madre” que se asocia a todo lo bueno y feliz y
“la mala madre” castradora y frustrante. Mientras estas dos imágenes son
distintas y separadas, el niño bebé no disocia, pero hay un momento en que la
propia evolución del niño hace que esa “buena madre” y esa “mala madre” se unen
y se hacen indistintas; entonces aparece una disociación y ambivalencia en el
incipiente Yo infantil. Se dice que amor y temor se sienten hacia la misma
persona de la que se siente completamente dependiente. La magnitud y gravedad
del conflicto dependerá de la actitud y conciencia que adquiera la madre de las
emociones que transmite y las que suscita en su hijo/a.
El meollo
de este asunto consiste en que este niño ya siente amor y no amor por su madre.
Hay quienes
definen amor como una anticipación del gozo del placer y satisfacción por parte
de una persona o relación. En la criatura, cuando puede comunicarse con
palabras y extender sus bracitos hacia la madre sabemos que manifiesta un
sentimiento de afecto hacia ella que incluye memoria y anticipación. Lowen
define amor como la anticipación de placer y satisfacción, siendo el resultado
de la relación del niño con su madre. Mi visión del asunto es algo diferente a
Lowen. Sin quitar que esa incidencia de consciencia se da e influye, percibo
que en el niño hay algo más. Antes se daba la reacción biológica inconsciente
al placer o al dolor; y ésta sigue dándose en todo momento. El niño se empieza
a dar cuenta del sentimiento, nota sensaciones que le resultan conocidas
desde siempre. Siente y nota la expansión, siente que su corazón brinca y que
el pecho está abierto al placer. El sentimiento y la sensación son anteriores a
la anticipación y memoria. El integrar estas sensaciones y sentimientos que
surgen centrífugamente con la memoria y su anticipación da lugar al incipiente
Yo. Es el punto de descarga, de contacto con el ambiente lo que le devuelve
centrípetamente la sensación y constatación del límite del Yo. Allí está el
No-Yo, lo otro. Ese no-yo en relación con la madre afianza la existencia del Yo
limitando su alcance expansivo y produciendo en sus momentos intensos y
dolorosos contracciones (temor). El amor
del niño/a es, en el grado de su consciencia, la capacidad de expandirse y abrirse
al placer en relación con su madre, sea o no deseada, anticipado y anhelado.
¡Claro que el amor se reafirma con la consciencia de los límites del Yo! Y que
va adquiriendo madurez en tanto que los límites se asientan y que ello suscita
deseo e idealización; pero la idealización es una elaboración yoica que se une
a la experiencia también yoica de entrega propia. Lo que menoscaba el amor es
la angustia y el temor, no solo a que no acontezca el placer, sino a que se de
el displacer y el dolor de la negación, la incomprensión, la solitud, la
traición y el rechazo. La incipiente actividad yoica crea con esta experiencia
los esbozos e inclusotas primeras defensas caracteriales.
El amor,
originariamente como expresión yoica y cognitiva no es de tipo romántico; este
se produce después, cuando se evoca y proyecta en el tiempo la respuesta
placentera de apertura y entrega de lo deseado. El amor romántico es un deseo o
anhelo de conseguir la satisfacción afectiva a pesar de los inconvenientes y
frustraciones que en tal búsqueda acontezcan.
La acción expansiva
inconsciente es un amor biológico que responde al principio del placer. El amor
como sensaciones semiconscientes más conciencia de límites es lo que
proporciona el amor como experiencia afectiva ya arraigada en el principio de
realidad y el amor romántico es una
idealización pudiéndolo denominar “posrealidad”; con él se puede forzar la
interpretación del mundo para que se ajuste a esa tenaz idealización. En este
sentido aparecen las creaciones e interpretaciones de amores imposibles o que
conducen a desenlaces funestos como en tantas obras épicas literarias como en
“Romeo y Julieta”.
No estoy de acuerdo con la percepción
etnocéntrica de que los “salvajes” o “humanos primitivos” envidien la forma de
amor que sienten los “civilizados”. La práctica de hacer el amor cara a cara
ciertamente produce la sensación y experiencia de intimidad y de considerar la
realidad del otro; supone mirar los ojos y ver en la mirada la identidad del
otro. No idealicemos esto; en la cultura patriarcal no se pretende ver la
igualdad de la compañera, sino su sumisión y dependencia. El que las posturas
sexuales de gentes de otras civilizaciones tengan que limitarse a la cópula de
cuclillas o desde atrás es un estereotipo etnocentrista establecido. Es
considerar que esos seres humanos están más cerca de conductas afectivas de
animales que de las “civilizadas”.
La diversidad de posturas depende del aspecto lúdico y
de los sentimientos compartidos entre los amantes, no de la cultura. Hay
civilizaciones no occidentales en las que la riqueza de prácticas sexuales y de
posturas es de una amplitud enorme y que implican sexualidad frente a frente
como la práctica habitual occidental. Hay cosas con las que se puede suscitar
envidia en un sentido y en otras en sentido contrario. No es cierto que el “no
occidental” obtenga menor satisfacción y goce menos del amor que el
“occidental” etnocéntricamente avanzado.
Las
posibilidades de satisfacción amorosa depende de tantos aspectos como son la
intimidad en viviendas comunales, el que sean las parejas monogámicas o
poligámicas e incluso poliándricas. Las condiciones culturales y lo que se
considera tabú influyen, como aquí en occidente; las dogmáticas religiosas en
la población llana frente a la sofisticación de élites en estos aspectos.
La creación
del amor romántico en la Edad Media
influyó en mucho a través de la tradición de los trovadores, canciones y poemas
literarios hasta la actualidad, aunque en su origen respondiera esta creación
romántica a cuestiones de tipo espiritual y no mundano. A la separación del
amor mundano del incondicional de tipo elevado y celestial, tal y como floreció
a medianos de la Edad
media en la zona centro-meridional de Francia y que luego se expandió por toda
Europa.
Allí, a comienzos del milenio, se desarrolló una civilización donde la poesía y
Téngase en
cuenta el modelo occitano y su relación con los albigenses antes de la cruzada
que los llevó al exterminio. Esto último nos lleva a la relación entre amor
espiritual o trascendente y el amor mundano que éstos llevaron a un extremo
radical. En los mitos pre-cristianos centroeuropeos y su cristianización hay
mucha información relevante si atendemos los informes de Marija Gimbutas. En
las prácticas espirituales de tipo tántrico encontramos otra versión oriental,
en el polo opuesto, de la práctica sexual espiritual; incluso en la tradición
espiritual taoísta lo vemos reflejado de un modo innegable.
Alexander Lowen
es de la opinión que el sentimiento de amor nace cuando en el niño se
transforma la respuesta biológica, el placer y el gozo en una experiencia psicológica
que puede expresar en palabras; explica que con el lenguaje el niño está
capacitado para disociar. La combinación de recuerdos y la capacidad de
anticiparse crea el sentimiento dirigido a la “buena madre” que ahora ya es
consciente y puede expresar con lenguaje verbal. Escuetamente define amor “como
la anticipación de placer y satisfacción”(A. Lowen. Amor y orgasmo). Así el
niño regresa de forma nueva a la primitiva relación con la “buena madre”. Se
establece la dicotomía entre “la madre dadora de gozo y placer” y “la madre castrante y negadora”. El punto
importante es “la relación con la madre” y su modo de elaboración. El
decantarse por el amor romántico supone haber experimentado y conocido la
hostilidad asociada a la “mala madre” y, por tanto, se coloca como algo
completamente bueno, puro, noble, ideal. Aunque seguidamente asegura Lowen que
es necesario puesto que aún no ha encontrado su realización. Lo compara con la
esperanza, el deseo o los sueños; y añade que como aspiraciones y sentimientos
son necesarios para la existencia humana.
Sentimiento de amor |
Tal enfoque
considera como normal o relativamente saludable esta disociación de tipo
neurótico. No veo tan claro como él que la experiencia de amar como sentimiento
sea tan sólo una abstracción y una manifestación de tipo secundario a partir de
la mente. Veo la experiencia de amor afectivo como una genuina expansión
somática plena de deseo, pero no tanto de anticipación, sino de disposición a
entregarse. La liberación del diafragma y la expansión torácica permite aflorar
la presencia sin temor alguno y sentir el corazón abierto; ésta es la
naturaleza de este deseo genuino. Vemos, consecuentemente, que la imperiosidad
del amor romántico en la vida está en relación directa con la magnitud de la
disociación y en relación inversa con el contacto directo o consciencia del Yo;
y su exteriorización a través de la personalidad.
El amor
afectivo, no disociado, sino integrado es la manifestación madura del amor,
cuando éste, por su contexto, se conecta con la genitalidad entonces deviene en
amor sexual, es decir no disociado.
El amor
romántico disocia, se opone a “lo odiado” o “lo negante”; generando un opuesto
que representa lo anhelado, lo que llena plenamente el deseo; es decir a la
imagen introyectada de la “mala madre” se opone la imagen introyectada de la
“buena madre” y como el objeto de amor reúne ambos aspectos, lo resultante es
una ambivalencia. Aceptar la ambivalencia como un único fenómeno interno dual
posibilita su inocuidad; pero cuando luchamos con el aspecto malo u odioso,
entonces generamos “la sombra”, esa pseudo entidad oscura y temida que reúne y
cobija a todo cuanto reprimimos y negamos de nosotros mismos. Con la misma
intensidad con que tratamos de evitar contactar con la sombra, así presiona ella
para emerger y manifestarse. Es una lucha que, consecuentemente, nos va
debilitando y, ocasionalmente, cuando el rigor del control decae o cesa, ese
contenido aflora irracionalmente creándonos problemas con los demás y con
nosotros mismos. Entonces el anhelo es reencontrar el paraíso perdido, ese
“amor impoluto”.
Vemos que
los dogmas religiosos de las grandes religiones conocidas se encuentran
atrapadas en este dilema. El bien, belleza, luz y amor en lo divino; el mal, la
fealdad, la oscuridad y el odio en lo
demoniaco; o como en un escrito anterior definía como un “dispater” en el que
concurren ambos aspectos aplicándose a lo protector y a lo vengador o
castigador.
¿Entonces
la aspiración hacia el “amor”, hacia la búsqueda del paraíso es algo neurótico?
Evidentemente no. En todo sentimiento de amor hay un cierto contenido de
búsqueda del paraíso. ¿Acaso no nos sentimos en un paraíso cuando encontramos
al ser amado? El problema no reside en el “amor” sino en el cómo y bajo qué
condiciones se interpreta “lo amado”.
No es el
deseo y capacidad de plena entrega lo neurótico, sino el que ese deseo y
necesidad de entregarse a sí mismo y a los demás esté imposibilitado o reducido
por el temor a la misma entrega, por temor de abrirse a lo doloroso y al mismo
tiempo la necesidad de entregarse confiadamente a ello. Esto sí es neurótico.
El querer y no poder; el desear y temer al mismo objeto al que se dirige
nuestro corazón.
Es el
conflicto de no poder superar este dilema ante esa primal figura materna que
era “buena” y “mala” al tiempo.
Se es
neurótico porque ese amor no se puede satisfacer de un modo “sexual maduro
adulto”, es decir, íntegramente genital. El deseo de colmar la carencia oral
infantil nos impide obtener la satisfacción de la sexualidad genital; el grado
de necesidad o carencia pregenital bloquea y altera la entrega de la sexualidad
genital; y amor es la capacidad de entregarse (en la totalidad) al ser amado. El problema no es la incapacidad
de amar, sino la incapacidad o el bloqueo de expresar el amor de un modo
adulto, maduro, íntegro. Eso no quiere decir que el niño no ame; ama como niño
con las necesidades y demandas propias de niño, es decir, inmaduras desde el
punto de vista adulto.
Nuestro
niño/a interior ama, pero ¿cómo es ese niño que llevamos dentro? ¿satisfecho y
agradecido? ¿con carencias y asustado? Así se expresa como adulto. El amor que
como adultos exteriorizamos tendrá la impronta de lo que nos frustra, nos dolió
o tenemos como carencia afectiva. Y así será y continuará hasta que se resuelvan estos conflictos inmaduros de tipo
sexual. Este amor que se mantiene apegado a necesidades infantiles
insatisfechas no muestra su conexión con la realidad biológica adulta, madura y
es, de hecho, una dependencia o apego al pasado infantil; es un amor ilusorio,
asentado en la fantasía y no en la realidad.
La búsqueda
del amor desarraigado de la profundidad orgánica, en lucha por disociación,
convertido en un anhelo inalcanzable, confundido con un sentimiento ideal, ha
conducido y sigue conduciendo al sufrimiento, a la muerte, al homicidio y hasta
el genocidio. Ha sido en la historia, ocurre en nuestra actualidad y seguirá
dándose mientras se de y no se resuelva la disociación propia de la sexualidad
insatisfecha infantil.
Es oportuno ahora anotar unas consideraciones socioculturales respecto a cómo se construye el concepto de amor. Ya hemos visto que la experiencia de amor es algo construido a lo largo de siglos e incluso milenios y transmitido a través de la tradición cultural, inscrito en el tejido social. Centrándonos en el aspecto de "amor de pareja" podemos decir que presenta unos patrones y acuerdos en relación a los géneros (aquí específicamente masculino y femenino) que, en la construcción de la identidad de chicos y chicas, su orientación resulta opuesta. mientras las chicas construyen su identidad orientada hacia la relación y sus afectos; los chicos se orientan a la creación, acción y a la protección e el espacio público. Ello constituye una forma de entender e interpretar un relato cultural convirtiéndolo en un introyecto o creencia y estereotipos que dan sustancia mental, egotista, a las experiencias amorosas comunes. Darse cueta de ello permite contactar con posibles formas alternativas de vivir y amar en las que el modelo cultural de amar expone al géero femeino a la violencia de sus parejas. Démonos cuenta de cómo de natural vemos al hombre relacionado con hechos y actos de importancia, siendo los principales protagonistas activos e las relaciones amorosas; pueden elegir, se les considera culturalmete como sujetos de sus propios deseos. Mietras que las mujeres se convierten en objetos del deseo.
A la mujer le toca jugar el papel de "ser para ellos". Su éxito es el de ser elegida, convirtiéndose en objeto de amor; lo que significa renuciar a los propios deseos, aspiraciones y motivaciones ante las expectativas amarosas del género masculino. Esto empuja a muchas mujeres a supeditar e incluso negar sus propios deseos, motivaciones y evolución; es decir a renuciar a ser ellas mismas y adaptarse o adecuarse a deseos y expectativas ajenas hasta el punto de alienarse con la expectativa de agradar.
Démoos cueta también de la estereotipia de la dominate creencia (introyecto) por el cual se considera que el amor es la única o principal fuente de satisfacción para las mujeres, y que se logra a través de la relación de pareja especialmente matrimonial que culmina con la maternidad. Ello reduce enormemente e incluso excluye otras motivaciones que conducen a la auto realización. Se fija la disposición a la creencia de "ser para los demás". Con ello se cimenta y refuerza creencias, definidas por algunos como "mitos", como el de la"media naranja"; la creencia en la persona plenamente complementaria que representa el verdadero amor capaz de colmar las expectativas femeninas. Creencia qe exige que, por tradición, la vida de la mujer orbite alrededor de su hombre como de un plaeta alrededor del Sol. Lo que es una relación completamente asimétrica en la que la mujer cree que el amor es una experiencia expansiva y gozosa de su propio orgaismo que se comparte con la experiencia del otro; y que el otro no es responsable del amor.
Asentada esta creecia o intoyecto se originan otros relatos o introyectos subordinados talescomo "Amor a primera vista"; es decir la complementariedad atrae como una fuerza más allá de la comunicación y el mutuo conocimiento. ¿Para qué si se trata de mi otra mitad? y que agrega otros introyectos como "el amor todo lo puede" o "todo puede disculparse por amor". Se trata de ideas bastante generalizadas que justifican muchas relaciones patológicas de violencia de género. Otra creencia subordinada es el énfasis en el "modelo maternal de amor" como eje fundametal de la feminidad y que se extiende más allá de la propia materidad hacia una actitud de tipo maternal dirigida a la pareja y confunde amar con cuidar, quedando la mujer relegada a un ser al servicio de cuidar, nutrir, abastecer y complacer a los "amados necesitados".
En todo este contexto la mujer amante y virtuosa no se asienta en la asertividad e igualdad, sino en el aguante, en la renuncia, en el soportar; produciéndose una reacción rebelde que, en el intento de reprimirlo, genera culpabilidad. He aquí el falso concepto del amor que apoyando y, al tiempo, uniéndose a la disociación neurótica configura la patología de las parejas y familias; y que conduce inexorablemente a una guerra latente o manifiesta de "sexos", a "luchas de poder" con sus repercusiones durante la lactancia-maternidad y luego en la conflictividad edípica con los hjos.
El amor como capacidad de entrega plena es indisolublemente un acto biológico vivido como expansión y entrega, produciendo placer y éxtasis y acompañado de una satisfacción física y gozosa en el ámbito psíquico. La capacidad de fundirse, de disolverse en la entrega al otro/a es su sello de identidad. La certeza de la entrega incondicionada y la satisfacción que ello produce, en primer lugar en la relación sexual genital, en lo corpóreo como placer, se integran como experiencia gozosa y se expande más allá de uno mismo y la alteridad a todo el mundo asequible, es decir, hasta donde se concibe el Universo personal.
Es oportuno ahora anotar unas consideraciones socioculturales respecto a cómo se construye el concepto de amor. Ya hemos visto que la experiencia de amor es algo construido a lo largo de siglos e incluso milenios y transmitido a través de la tradición cultural, inscrito en el tejido social. Centrándonos en el aspecto de "amor de pareja" podemos decir que presenta unos patrones y acuerdos en relación a los géneros (aquí específicamente masculino y femenino) que, en la construcción de la identidad de chicos y chicas, su orientación resulta opuesta. mientras las chicas construyen su identidad orientada hacia la relación y sus afectos; los chicos se orientan a la creación, acción y a la protección e el espacio público. Ello constituye una forma de entender e interpretar un relato cultural convirtiéndolo en un introyecto o creencia y estereotipos que dan sustancia mental, egotista, a las experiencias amorosas comunes. Darse cueta de ello permite contactar con posibles formas alternativas de vivir y amar en las que el modelo cultural de amar expone al géero femeino a la violencia de sus parejas. Démonos cuenta de cómo de natural vemos al hombre relacionado con hechos y actos de importancia, siendo los principales protagonistas activos e las relaciones amorosas; pueden elegir, se les considera culturalmete como sujetos de sus propios deseos. Mietras que las mujeres se convierten en objetos del deseo.
A la mujer le toca jugar el papel de "ser para ellos". Su éxito es el de ser elegida, convirtiéndose en objeto de amor; lo que significa renuciar a los propios deseos, aspiraciones y motivaciones ante las expectativas amarosas del género masculino. Esto empuja a muchas mujeres a supeditar e incluso negar sus propios deseos, motivaciones y evolución; es decir a renuciar a ser ellas mismas y adaptarse o adecuarse a deseos y expectativas ajenas hasta el punto de alienarse con la expectativa de agradar.
Démoos cueta también de la estereotipia de la dominate creencia (introyecto) por el cual se considera que el amor es la única o principal fuente de satisfacción para las mujeres, y que se logra a través de la relación de pareja especialmente matrimonial que culmina con la maternidad. Ello reduce enormemente e incluso excluye otras motivaciones que conducen a la auto realización. Se fija la disposición a la creencia de "ser para los demás". Con ello se cimenta y refuerza creencias, definidas por algunos como "mitos", como el de la"media naranja"; la creencia en la persona plenamente complementaria que representa el verdadero amor capaz de colmar las expectativas femeninas. Creencia qe exige que, por tradición, la vida de la mujer orbite alrededor de su hombre como de un plaeta alrededor del Sol. Lo que es una relación completamente asimétrica en la que la mujer cree que el amor es una experiencia expansiva y gozosa de su propio orgaismo que se comparte con la experiencia del otro; y que el otro no es responsable del amor.
Asentada esta creecia o intoyecto se originan otros relatos o introyectos subordinados talescomo "Amor a primera vista"; es decir la complementariedad atrae como una fuerza más allá de la comunicación y el mutuo conocimiento. ¿Para qué si se trata de mi otra mitad? y que agrega otros introyectos como "el amor todo lo puede" o "todo puede disculparse por amor". Se trata de ideas bastante generalizadas que justifican muchas relaciones patológicas de violencia de género. Otra creencia subordinada es el énfasis en el "modelo maternal de amor" como eje fundametal de la feminidad y que se extiende más allá de la propia materidad hacia una actitud de tipo maternal dirigida a la pareja y confunde amar con cuidar, quedando la mujer relegada a un ser al servicio de cuidar, nutrir, abastecer y complacer a los "amados necesitados".
En todo este contexto la mujer amante y virtuosa no se asienta en la asertividad e igualdad, sino en el aguante, en la renuncia, en el soportar; produciéndose una reacción rebelde que, en el intento de reprimirlo, genera culpabilidad. He aquí el falso concepto del amor que apoyando y, al tiempo, uniéndose a la disociación neurótica configura la patología de las parejas y familias; y que conduce inexorablemente a una guerra latente o manifiesta de "sexos", a "luchas de poder" con sus repercusiones durante la lactancia-maternidad y luego en la conflictividad edípica con los hjos.
El amor como capacidad de entrega plena es indisolublemente un acto biológico vivido como expansión y entrega, produciendo placer y éxtasis y acompañado de una satisfacción física y gozosa en el ámbito psíquico. La capacidad de fundirse, de disolverse en la entrega al otro/a es su sello de identidad. La certeza de la entrega incondicionada y la satisfacción que ello produce, en primer lugar en la relación sexual genital, en lo corpóreo como placer, se integran como experiencia gozosa y se expande más allá de uno mismo y la alteridad a todo el mundo asequible, es decir, hasta donde se concibe el Universo personal.
En los
humanos, lo espiritual, lo divino, no se encuentra en lo desencarnado ni en lo
ultratumba; se encuentra en la capacidad de entregarse y experimentar el
éxtasis, primero en el orgasmo genital, en nuestra capacidad de abrirnos y
entregarnos en nuestras relaciones. Dándose esto, el potencial se expande más
allá del confín yoico alcanzando profundidad existencial y transpersonal. El
éxtasis sexual y el cósmico es la integración de nuestra naturaleza silvestre,
animal, con la profundidad que proporciona las posibilidades de la consciencia;
la consciencia orgánico o yoica, la existencial y la trascendente o
transpersonal.
Por último
considero oportuno añadir que la persona sofisticada se siente impulsada por el
sexo sin amor; y aquel que proclama el amor sin sexo, promete un reino que
ciertamente no es de este mundo, del humano. Cuando en estos individuos emerge
el caudal o fuerza existencial y/o transpersonal, entonces se sienten
intensamente trastornados, confundidos y zarandeados por fuerzas que no pueden
controlar; que consideran, temerosamente, de otro mundo pudiéndose,
erróneamente, interpretar como delirios y alucinaciones. La disociación les
hará oscilar entre lo paradisiaco y lo demoniaco.
Ernesto Cabeza Salamó
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