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domingo, 7 de julio de 2013

Ontoenergética del Capitalismo

Ontoenergética del capitalismo

      Hace pocos días publiqué un artículo sobre el significado del dinero. Al hacerlo recordé el escrito que realicé el 02/02/2010 con el título "Ontoenergética del Capitalismo" y que envié a mi entrañable amiga Inés Herreros. Ella recogío algunos fragmentos del mismo publicándolos en el blog Aho Mitakuyeoyasin. Hoy he decidido rescatarlo y publicarlo íntegramente tal y como lo redacté entonces con el convencimieto que sigue siendo totalmente vigente hoy como entonces, habiendo  transcurrido tres años.

Pero antes de abordarlo me gustaría añadir una nota adicional. Cuando me refiero al "Parásito", también hago referencia al concepto que en ciertos círculos se denomima "egrégor" y que también coincide con lo que en científico Rupert Sheldrake designó como una modalidad de "Campo Mórfico". Al final del artículo me permitiré reproducir lo que resumidamete dice de Rupert Sheldrake y de su concepto Campo Mórfico  en  Wikipedia.


     Actualmente la concepción común del entender las relaciones productivas produce grandes dificultades en los miembros de la sociedad.
·         La vida útil de un trabajador.
·         La política de las empresas ante sus trabajadores y sus fines.
·         La condición de la mujer, otros géneros y jóvenes
·         El índice de  fertilidad, los niños y compaginación laboral y el ambiente educativo.
     El concepto de mercado lo llena todo, tanto la producción como las relaciones en el trabajo entre trabajadores y con las jefaturas.
     El substrato básico es el de criterios económicos supeditados al poder que supone la acumulación del dinero y su manejo estratégico en el ámbito global.


      La complejidad y la sofistificación tecnológica hace que las personas no puedan ser dueñas de su devenir personal, no pueden igualar ni cuestionar los capitales necesarios para crear industrias productivas sin la servidumbre a los almacenes de préstamos para todo, incluso de salud y seguridad. Ni tan sólo la vivienda y los bienes necesarios como alimentación, vestimenta y suministro de agua y energía están exentos de actividad económica. Todo ello obedece a la ley de que allí donde hay un alto campo de energía vital, este campo fagocita y absorbe la energía vital de campos más flojos o débiles circundantes. Con lo cual sólo  la energía vital convertida en fuerza económica (dinero, capitales) se irradia posibilitando que los otros organismos abran sus identidades y dejen fluir su vitalidad en la dirección de donde procede el estímulo y efecto (“El dinero atrae el dinero” dice el refrán; esta es la versión popular de esta ley aplicada a lo económico). De hecho es como la relación que tiene el rayo entre el cielo y la tierra: La carga y fuerza eléctrica de las masas nubosas se hace fuertemente positiva en comparación con la fuerza eléctrica del suelo. Y entonces, ante la imposibilidad de que la electricidad de la tierra fluya directamente hacia las nubes, se produce una leve descarga positiva del cielo a tierra ionizando una senda por la atmósfera que posibilita que una poderosa descarga en ráfaga de electrones se dispare desde la tierra hacia las nubes de la atmósfera produciéndose el rayo.  Las nubes exigen una carga negativa y la hacen posible invirtiendo una pequeña descarga que posibilita que un potente chorro acuda a ellas. Es una imagen análoga a como el gran depósito  del capital hace que la energía vital de la gente trabajadora fluya hacia este depósito convertido en capital. Hace que la energía vital de la gente se venda como fuerza de trabajo a cambio de dinero que, a su vez es fagocitado por los servicios y necesidades que están regulados por el propio capital. De forma que se da un flujo incesante de energía vital en forma de dinero hacia la gran masa o depósito de energía vital convertida en capitales y sin contar con la plusvalía.

      Hoy en día la presencia de un capital personal depende del esfuerzo en tal sentido de generaciones previas unida a la presente y con la expectativa de que implique a las venideras. O desear a los alicientes de refuerzo variable que genera los juegos de loterías y rifas en sus grandes y diversas formas que contribuyen a crear adhesión de los necesitados y exhaustos personajes que se esfuerzan en contener el inexorable flujo de su vida que se escapa hacia el gran depósito de capital. Y en este sentido no hay tregua ni piedad. Cada litro de agua, cada kilovatio de energía, cada centímetro cuadrado de suelo y cada instante de vida  productiva, y por tanto de vida saludable, está sujeta a este flujo conductor hacia este gran depósito fagocitante. Y este parásito extiende su citoplasma en cualquier dirección donde puede localizar recursos para fagocitar. De modo que una alta proporción de la vida del individuo y de la familia se canaliza hacia este ente energético inteligente y vampírico.

      En tales condiciones, ante una realidad semejante, permanente y desde tantos ámbitos a la vez, la gente se encuentra agobiada, desfallecida y hasta desesperada y desolada. Se genera la sensación de que hay una incesante y eterna lucha para mantener la integridad personal evitando la pérdida sustancial de energía que conduce al colapso vital, y, por ello, cada persona fagocita, cuando puede, a sus semejantes de modo casi inconsciente, posibilitando que pierdan energía y se debiliten o enfermen; absorbiendo de este modo algo más de energía para resistir. Y esto mismo genera una situación individualista comparable a la conocida expresión “¡Sálvese quien pueda!”. En tal situación la gente joven, con un potencial energético y vital son quienes están mejor dotados para tal lucha y quienes mayor cantidad de energía pueden suministrar al parásito; y quienes, en función de su vigoroso campo energético, están también en mejores condiciones de luchar unos contra otros para arrebatarse energía o a sus generaciones ya debilitadas por la edad e incluso a las novísimas generaciones que nacen y necesitan de sus fuerzas vitales para crecer y desarrollarse. Y si esta lucha se produce entre generaciones, también se produce en la cuestión de género.


      Este parásito es una tenia con una capacidad de crecimiento constante con tal que le llegue suministro de vitalidad, de comida.

     Todos sabemos cómo se ha ido gestando y perfeccionando en la historia de la humanidad desde la adopción de la idea de poder personal asociado a la apropiación y acumulación de bienes materiales y la compra  de servidumbre y mercenarios para llenar  las necesidades  parásitas de mantenimiento y seguridad. Esto se produjo con la aparición de esa estructura de poder que se ha llamado Orden Patriarcal. Más tarde cuando la sociedad basada en el modelo artesanal se transformó en industrial al amparo de las élites de las jóvenes nacionalidad-estado, se creó estratégicas asociaciones de capitales y patrimonios que ya habían fagocitado energía a gentes llanas obligándolas a abandonar los campos y concentrándolos en las ciudades  dispuestas a vender su energía vital por un salario o jornal. La lucha social de la era industrial con el surgimiento del socialismo y de los sindicatos fue su resultado. La acumulación de energía vital en forma de capital permitió la búsqueda incesante de la técnica para facilitar el incremento de energía vital desde la población asalariada hacia el capital con el conveniente ajuste necesario del pacto social.
      Luego los capitales nacionales se convirtieron en supranacionales y finalmente en globales y planetarios; todo unido al creciente empeño en desarrollar tecnologías que faciliten y sofistiquen  las redes y entramados por los que la energía vital fluya hacia, directa o indirectamente,  a ese gran depósito fagocitante.
     La lucha por resistir y mantener la preciosa energía vital ante el efecto fagocito del poder lo llena todo actualmente y no hay acto o función humana que quede fuera de este fin. Todo está sujeto a compra-venta o gravado de impuestos y tasas.

      Y todo es, también, una sucesión de repeticiones significativas que dan valor a los actos y gestos; por los que el poder se manifiesta y produce el acuerdo de aceptar el “estatus quo”. Los gestos con su historia han estado sujetos a evolución y retoques de significado, pero canalizan el poder con su repetición constante, rutinaria. Y marca asimismo todo el ritualismo o rutinas del complejo modo de vida actual, donde los cauces, los medios, los recursos, etc., están trazados con una precisión geométrica.


      Hoy en día no hay enemigo contra quien levantarse, ni a quien destronar. Los gestores que trabajan para el Parásito tejen sus telarañas ilusorias creando el hacia dónde dirigir este malestar común y, en función del guión, se crean situaciones y personajes que les toca asumir los roles oscuros del drama. Los administradores y gestores al servicio del Parásito generan escenarios e incentivan la aparición de los personajes propicios para la función. Todo es un inmenso escenario o decorado donde deben interpretarse roles y acontecimientos que cubren con un manto nebuloso la existencia del vampírico Parásito. Y hacia estos dramas y sus personajes se desplaza la inquietud y se descarga la angustia y hostilidad. Ellos son los que por imperativos del guión se convierten en los perseguidores y posteriormente son acusados y objeto de la justicia de la función representada. Hay simultáneamente varios dramas en escena ocupando la atención, dándose por real lo que es ficción. Pero ello permite que la gente se movilice, genere emociones, tome partidos y luche contra sus iguales tomándolos por adversarios y, en su caso, odiándolos irreconciliablemente. Hay dramas enquistados durante décadas y otros que se suceden con celeridad, unos de amplio aspecto y otros de alcance local o regional. Todo ello cortinas de humo. También hay funciones de evasión con melodramas, comedias e idilios; genuinos pasatiempos que distraen y hacen olvidar, aún por breves momentos, los dramas y el ulterior asunto. Y, por supuesto, la función o papel que se asigna cada individuo en su propia creación dramática en la que interpreta e interactúa con los demás.
      Es muy difícil, así, tener claridad y perspectiva para idear y poner en acción decisiones eficaces. Estamos demasiado imbuidos de los contenidos y significados de los conceptos transmitidos por la historia en forma de cultura y sociedad con sus acuerdos, leyes y costumbres. Somos, pues, domesticados para ser gregarios, pero insatisfechos y desconfiados unos respecto de los otros, desplazando la inquietud, infelicidad y temor propio a la necesaria interacción con los demás.
     Un sistema orgánico autoconsciente como el humano ha surgido del apoyo mutuo, de otro modo no hubiera podido sobrevivir, creando estrechas relaciones de compromiso compartido por asegurar la supervivencia y satisfacción de necesidades y motivaciones. El intento del Parásito es romper esta íntima interacción confundiendo y haciendo susceptible al individuo, convirtiéndolo en paranoide y temeroso de sus semejantes en el ámbito de las relaciones desde las muy cercanas a las lejanas y globales. Jamás las personas han estado tan estrechamente conectadas, pero tan sometidas y alienadas como hoy en día. Las relaciones de poder establecieron el neuroticismo y hoy en día la individualización y la desconfianza irracional, lo convierten en un demente consigo mismo, con sus relaciones y con el planeta. Ilusiones, delirios, alucinaciones, paranoia, miedo y hostilidad se entremezclan con la aspiración de fraternidad y amor. Ejemplos históricos los ha habido, pero incluso se han convertido en dramas apropiados por colectivos para crear falsa identidad frente a las de otros. Las ideologías y religiones cumplen esta función.
     Los héroes míticos indican que la búsqueda es de índole personal, ofreciéndose como modelos, y los convertimos en salvadores rindiéndoles culto y creando iglesias con sus dogmas constitucionales.
     ¿Qué se puede hacer ante todo esto?
     ¿Nos damos cuenta que la afiliación a las partes de estos dramas no nos conduce a solución alguna?
     ¿De la guerra fría obtuvimos la respuesta?
     ¿De las guerras mundiales se ha obtenido alguna respuesta?
     ¿De la generación de iluminados doctrinarios estamos obteniendo respuestas que no sean el odio y temor de unos a otros?
     ¿De las crisis económicas obtenemos respuesta?
     ¿Del sufrimiento de niños, mujeres,  ancianos y grupos marginados obtenernos respuestas?
     ¿De nuestra infelicidad, quebranto de vigor y enfermedades obtenemos respuestas?
    ¿Del progreso tecnológico y su utilización compulsiva en consumismo obtenemos respuesta?
     No. Tan sólo plantean preguntas. Cuestiones en medio de otras cuestiones en un estratificado laberinto tridimensional. Tibias respuestas particulares a tal o cual asunto acuciante de acuerdo con nuestra singularidad y situación personal. Y así se parchea creyendo que se mejora el mundo.
     La confusión ha hecho que se pierda toda perspectiva y lo importante. No hay nada más patético que ver masas tratando de crearse un rinconcito personal seguro sin contar con los demás y, además, compitiendo con los demás. ¿Qué especie gregaria puede sobrevivir así en este planeta?
     Y sin embargo esto manifiesta nuestra condición actual humana. Luchas sociales, nacionales, culturales, generacionales, ideológicas, religiosas, de género, raciales, familiares y personales. ¡Un despropósito! ¡Una locura! ¡La plena irracionalidad!
     Ser uno mismo, aspirar a ello, es decir, comprometiéndose con la autorrealización, es algo que sorprende a multitud. No se considera esto. “No se me ha ocurrido pensar en ello” es una respuesta tristemente frecuente. Por ello lo evasivo es tan extenso y hay tantos y tantos ritos, hábitos y rutinas en tal sentido.  Y hasta en su ejecución se pugna y lucha. Como ejemplo sirva las salidas de fines de semana y el estrés y competividad que se da en las carreteras en situaciones tan irrisorias como en retenciones de tráfico. Con estrés se emprende la salida y con estrés se produce el regreso y, hasta con estrés, para muchos acontece lo entremedio. El resultado puede ser tristemente dramático conduciendo a accidentes con lesiones y muertes del todo inútiles.


     Así, pues, se ha visto que en las condiciones en que vivimos nutrimos de continuo la insaciable voracidad del parásito en innumerables ámbitos. ¡Es hora de parar! El parásito necesita alimentarse de nuestra energía vital y de nuestras emociones. Así pues el manejo propio y apropiado de nuestra situación energética lo puede vencer. Si no se le suministra alimento muere, se reduce hasta morir por inanición; pero para ello debemos autorrealizarnos y compartir el significado de la autorrealización. Ser esencialmente uno mismo no es separarse unos de otros, sino asociarse en un propósito autoregulativo y autorrealizador de todo nuestro mundo cultural y social.
     La ontoenergética ya dice rotundamente que la energía vital, nuestra vida expresada a través de nuestro existir orgánico se manifiesta en tres direcciones simultáneamente: hacia la afectividad, hacia la acción y hacia el conocimiento. Realizar en cada individuo su afectividad, su actividad y obtener su conocimiento es autorrealización y ello implica y exige la participación de todos los demás individuos del colectivo humano. Debemos canalizar nuestros afectos a nuestros semejantes, debemos efectuar acciones contando con nuestros semejantes, sólo nos es útil el conocimiento si lo podemos compartir con nuestros semejantes. Y el compartir estas tres manifestaciones de nuestra energía vital nos da sentido a la existencia y armoniza y teje nuestra implicación social y cultural.
     Ser uno mismo presentiviza y anula el historicismo de  los actos repetitivos con significados acuñados por el poder para su perpetuación. El poder no emana ya de la escenografía sino de la responsabilidad; ya no emana de los roles mantenidos sino de la autoridad (de autor) y no reiterador, de la presencia y no de de la “escenificación”, del afecto y no de la “insensibilidad”, de la autenticidad de uno mismo y no de la “imagen representada” y de la sabiduría y no del “adoctrinamiento”. Hay demasiados sobreentendidos y suposiciones que se dan como verdades cuando son meras ilusiones. Hay demasiado fingimiento ocultando desesperación existencial. Hay demasiadas evasiones por temor a enfrentar la propia muerte.
     No hace falta dinamitar al parásito, pues todo consiste en darse cuenta que vive de nuestra negación a ser. La coerción, la autoridad, la confusión, la negación de uno mismo es lo que posibilita
  Que hunda sus tentáculos en sus víctimas y, a través de ellos, drene la vida hacia sí. Hacer actos a propósito desafiando los convencionalismos, las costumbres, cuestionando los valores autoritarios que por tradición  impregnan los conceptos, los gestos, los hábitos y rutinas, lo debilitan. Y dejar inoperativa esta carga inercial es el trabajo de autorrealizarse, de acercarse a la propia naturaleza con la mirada nítida del asombro del que descubre conocimiento. Si nos libramos de los discursos de dominación en lo social, cultural, espiritual, social y género nos vemos tal como somos y no tal como creemos que deben vernos.
La acción del amor genera salud como armonía, el conocimiento del amor genera educación y la acción (o trabajo) y cultura adquieren un significado nuevo y transformador imposible de cosificar porque manifiestan una doble dialéctica personal y social. El afán de tener y poseer sea lo que fuere (posesiones materiales, intelectuales, fama,…) queda sustituido por el Ser y desde el mismo se comparte y no se vende. Lo que “se es” no está sujeto a compraventa. Se es o no se es. Entonces lo que adquiere valor es lo motivacional y meta motivacional y no el comercio. El servicio como objetivo y meta y no el lucro. Lucrar es un contravalor que niega el ser. Servir es el valor que expande nuestro ánimo hacia los demás. El dinero ya no es el objetivo, sino el medio de intercambiar bienes y servicios, y el mundo y la sociedad se convierte en un lugar de abundancia y no de escasez. Esto es posible; tan sólo es necesario el compromiso de tratar de autorrealizarse por parte de un mayor número de gente.
Barcelona a 02-02-2010
Ernesto Cabeza  Salamó


Los dibujos son de Miguel Brieva, de su revista DINERO



Nota sobre Rupert Sheldrake:  Rupert Sheldrake (nacido en 1942) es un pensador contemporáneo, biólogo, filósofo y autor británico de numerosas teorías y obras. Las nuevas ideas que plantea Rupert Shelpdrake son novedosas, aunque aún no ha demostrado ninguna científicamente.
Sus ideas toman conceptos y cosmovisiones tanto de tradiciones occidentales como orientales, y genera nuevas categorías. Su teoría más importante se conoce como Teoría de los Campos Mórficos, sobre la que ha escrito diversos libros y realizado muchas experiencias. Las ideas de Sheldrake salen de la línea materialista predominante y generan controversia en el mundo de la ciencia.

Alfred Rupert Sheldrake

Desarrolló la hipótesis de los Campos mórficos y produjo publicaciones e investigaciones relacionadas con temas como el desarrollo y la conducta, la telepatía, la percepción y la metafísica en animales y plantas. Sería uno de los defensores de la teoría holística.
Los campos mórficos llevan información, no energía, y son utilizables a través del espacio y del tiempo sin perdida alguna de intensidad después de haber sido creados. Son campos no físicos que ejercen influencia sobre sistemas que presentan algún tipo de organización inherente.
"La teoría de la causación formativa se centra en cómo las cosas toman sus formas o patrones de organización. Así que cubre la formación de galaxias, átomos, cristales, moléculas, plantas, animales, células, sociedades. Cubre todas las cosas que tienen formas, patrones o estructuras o propiedades auto-organizativas. Todas estas cosas se organizan por sí mismas. Un átomo no tiene que ser creado por algún agente externo, se organiza solo. Una molécula y un cristal no es organizado por los seres humanos pieza por pieza sino que cristaliza espontáneamente. Los animales crecen espontáneamente. Todas estas cosas son diferentes de las máquinas, que son artificialmente ensambladas por seres humanos. Esta teoría trata sistemas naturales auto-organizados y el origen de las formas. Y asume que la causa de las formas es la influencia de campos organizativos, campos formativos, que llamo campos mórficos. El rasgo principal es que la forma de las sociedades, ideas, cristales y moléculas dependen de la manera en que tipos similares han sido organizados en el pasado. Hay una especie de memoria integrada en los campos mórficos de cada cosa auto-organizada. Concibo las regularidades de la naturaleza como hábitos más que cosas gobernadas por leyes matemáticas eternas que existen de alguna forma fuera de la naturaleza".

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