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domingo, 21 de septiembre de 2014

Sobre la sofisticación sexual en Bioenergética y Ontoenergética


Sobre la sofisticación sexual en Bioenergética y Ontoenergética

     En un escrito anterior me ocupé de las relaciones entre las pulsiones instintivas y lo existencial en el que los procesos yoicos juegan un papel fundamental.

     En el ámbito de la sexualidad humana, el contenido pulsional instintivo es lo más relevante unido a un vigoroso y sano predominio yoico; por ello el comportamiento humano en cualquiera de sus aspectos no puede quedar separado de su personalidad.

     He sostenido muchas veces que los tres aspectos de la manifestación de la vida en el humano son: Amor, Acción y Conocimiento. No hay aspecto en la personalidad saludable en el que los tres aspectos no se den. Se da tanto en el ámbito pulsional, en el yoico y el  existencial. La sexualidad es el mejor exponente de este fenómeno. No olvidemos que la sexualidad además de ser constituyente de la personalidad, también la forma (a través de la sexualidad infantil y adolescente) y la modela (mediante las experiencias vividas).

     Desde la salud se puede afirmar sin riesgo de errar que en la sexualidad se manifiesta el pleno amor, que la manifestación de sus sentimientos mueve a acciones con un poder formidable y que, con todo ello, constituye un vasto conjunto de experiencias que se registran y constituyen saber.


     Tratar de entender lo que es la satisfacción sexual implica considerar lo dicho y darse cuenta de que se trata de un complejo mosaico de múltiples satisfacciones que implican todos los aspectos de la personalidad. Pretender que la satisfacción sexual se puede obtener a través de información y de la práctica de técnicas sexuales es un reduccionismo. Cada ser humano realiza su propia satisfacción sexual pues es una experiencia del conjunto de su personalidad en relación con otra. Reducirla a una práctica de técnicas es una de las manifestaciones de reducir al ser humano a un mero objeto mecánico con disposición a manipulación y programación. La entrega sexual es un producto dinámico de una forma de entender y manifestar la propia integridad de la vida, y entonces es una experiencia sana y madura. De igual modo los problemas emocionales se manifiestan en el modo de experienciar la sexualidad y los problemas que acontezcan de índole sexual reflejan problemáticas emocionales.

    De acuerdo con esto muchos procederes de los abordajes sexológicos, en su intervención, adolecen de este reduccionismo; considerando al ser humano como un objeto programable en sí mismo y con sus relaciones. Así, desde una opción orientada al tratamiento de dificultades y problemas sexuales, se puede contribuir, de modo más o menos consciente, al asentamiento y promoción de la sofisticación sexual alentando una notable confusión: el reunir en un mismo paquete la sofisticación  sexual y la madurez sexual.


     Desde la bioenergética se hace imprescindible distinguirlo y deshacer esta confusión a veces deliberada. Ya A. Lowen lo planteaba en su libro Amor y Orgasmo, diciendo que la sofisticación sexual se manifiesta sobre todo en las actitudes hacia: 1º) el acto sexual, 2º) la masturbación y 3º) el cuerpo. Tres aspectos que siguen plenamente vigentes en la actual bioenergética. Lowen nos dice que la persona sofisticada entiende el acto sexual como una actuación escénica, y no como la expresión de sentimientos hacia su pareja sexual. La persona sofisticada sexualmente considera que hacer el amor es una manifestación victoriosa del ego, mientras que la masturbación es una derrota.

     El enfatizar en los valores o creencias egóticas de la sexualidad constituye una racionalización de la falta de adecuación sexual y elimina la conciencia de sentimientos de culpabilidad sexual. Ahora lo iré explicando.

     La actitud sofisticada considera la personalidad como idéntica a la mente e ignora el papel del cuerpo y de sus procesos físicos como determinantes del comportamiento y la respuesta humana. Así ignora que el conjunto de tensiones inhiben o dificultan la función respiratoria y con ello la producción de sentimientos sexuales, el contacto con ellos y su expresión. La sexología al servicio de la sofisticación sexual considera que lo que se experimenta como dificultades, problemas o insatisfacciones sexuales son algo puramente psíquico y, por ello, cognitivo y conductual.


   La persona sexualmente sofisticada aparece como libre de la culpabilidad, pero es algo aparente. Es una persona ilustrada en la variedad de posturas, prácticas, instrumentos y técnicas. Tiene una actitud de tipo abierta, desinhibida y, en ocasiones, ambigua y laxa acerca de lo que es considerado normal y lo considerado perverso; para este tipo de personas es un valor la falta de inhibiciones y de restricción en el comportamiento sexual. En nuestra época de internet tiene acceso, consume, participa, aporta e incluso comparte mucha información acerca de literatura, imágenes, prácticas e incluso experiencias sexuales. Se cree poseer conocimientos, incluso científicos, de la sexualidad. Esta persona puede ser crítico y mostrar desaprobación e incomprensión hacia otras gentes con posicionamientos diferentes a los suyos considerándolos anticuados o mojigatos. Aún con ello, a veces, su desempeño sexual le traición y entonces siente que fracasa ocasionándole un conflicto interior, lo que puede conducirle a consultar profesionales. Y esto concierne tanto a hombres como a mujeres.

     Él puede no conseguir la erección, el perderla al poco o sufrir una eyaculación precoz, en ocasiones el control eyaculatorio es tan firme que lo que le preocupa es el no poder eyacular. Y precisamente por efecto de estas ansiedades y temores es por lo que con mayor probabilidad puede acontecer. En la mujer, a parte de la dificultad de lubricación vaginal, el temor se centra en el no poder alcanzar el clímax y mucho menos el orgasmo.

    Todas estas manifestaciones no deseadas ocasionalmente acontecen en todas y todos debido a que las situaciones estresantes, afectivas y emocionales influyen directamente en el desempeño sexual; al ser la sexualidad una expresión plena del estado de la personalidad en un momento vivencial y experiencial dado. Y el hecho de que puedan presentarse ocasionalmente en episodios de crisis personales o situaciones estresantes, preocupantes y dolorosas no entraña nada anómalo. Lo propio de los aquejados de sofisticación sexual es que tales fenómenos son considerados como un fracaso personal, lo que permite apreciar el alto grado de ego implicado y de que en vez de ser un encuentro vivencial, se muestra como una actuación o representación sexual.


     El individuo o la pareja sofisticada representan o actúan sexualmente, son actores y con ello manifiestan sus intereses y prestigio como ejecutores de un guion, sea manifiesto o latente; algunas veces combinado con algunas drogas, entre las que suele figurar el alcohol en cantidades moderadas.


     En toda representación o actuación, sea en su aspecto publico o íntimo, siempre hay una variable que es la “observación”. No puede darse representación si no hay alguien que “observe” la actuación a fin de valorarla críticamente. El “observador” no tiene que ser necesariamente un publico en directo, puede ser en diferido mediante la comunicación de los hechos relevantes y, sobretodo, el propio sujeto actuante disociándose en actor y observador de la representación. El aspecto de la autocrítica tiene como objeto el alabar y exaltar los recursos y habilidades del actor, pero a veces los juicios y criticas se encaminan al reproche, la ineficiencia y, consecuentemente, al fracaso.

     Cuando en nuestra vida cotidiana realizamos una conducta, comúnmente es espontánea; pero en ocasiones, cuando esta sujeta a evaluación social, adquiere aspectos de representación como formas, modales, adecuación a las expectativas o contexto; tratando de evitar críticas y obtener aprobación y/o aceptación. Esto nos sirve de ejemplo. Ya no importa el placer de la espontaneidad y libertad, sino el autodominio y la adecuación al contexto. El placer y el deseo gozoso ha desaparecido dando lugar a un tipo de trabajo escénico que trata de obtener un fin público.

     La sexualidad es algo íntimo, privado; pero si se ejecuta con el fin de impresionar a un “observador” se convierte en actuación o representación y entonces queda sujeta a criterios de evaluación. Digamos que lo subjetivo cede ante el intento de objetivizar el acto. El gozo, el placer, el sentimiento, el amor y la mutua entrega son aspectos subjetivos del encuentro sexual saludable. Es una experiencia libre, espontanea, gozosa, afectiva y feliz. La experiencia o encuentro sexual se convierte en representación cuando trata de impresionar satisfaciendo a la pareja y no el compartir los sentimientos. Es representación cuando la satisfacción del otro es algo más importante que el propio gozo, deseos y necesidades. De este modo el disponer de ingente información y recursos propios y técnicas para producir excitación y placer e el otro/a es más importante que la propia relación sexual.


     La búsqueda de proezas sexuales, de maniobras y recursos diversos que acentúen la excitación y la lujuria tienen como objetivo satisfacer la necesidad de impresionar a los otros y al sí mismo, alardeando de esta evidente sofisticación de recursos. Evidentemente se trata de una compulsión y puede conducir a una adicción.


    Esto es así dado que el incentivo de impresionar a uno mismo y al otro/a es el de cada vez superarse. Si la práctica se mantiene en un mismo grado de intensidad pierde su poder, se convierte en monótono e insustancial y el individuo no puede satisfacer su fin de impresionar. Así, pues, o se cambia frecuentemente de compañero/a o se tiene que innovar técnicamente aportando mayores aspectos pretendidamente excitantes produciéndose así una incesante sofisticación que puede conducir a posicionamientos peligrosos para los atletas sexuales y situarlos en los límites de lo delictivo. Sea como fuere, a mayor apuesta excitatoria y sofisticada, mayor riesgo de fracaso y mayor temor al mismo. Y cuando esto ocurre, entonces uno tiene el sentimiento de fracaso aunque la defensa a su frustración le empuje a culpar al otro/a por ello.

     Cuando el desenvolvimiento sexual como representación forma parte de la identidad, aunque se trate de una falsa identidad, el deseo hacia la sexualidad no parte del sentimiento y el deseo físico; sino de la autoafirmación egótica. Es comparable, en algunos aspectos, a la anorexia y la bulimia. La angustia y ansiedad ligada a la imagen que se tiene de sí hace que la persona se dañe a sí misma por inaceptación. Se trata de una pseudo identidad egótica a la que se aspira junto a un desprecio por falta de contacto con la genuina identidad.

     Perseguir una imagen idealizada es lo buscado y no el vivir gozosamente en la realidad psico-corporal.

     La disociación de mente y cuerpo está asentada y ambos aspectos pugnan entre sí sin tregua. El objetivo es amoldar el cuerpo a la imaginería mental; el cuerpo va renunciando a sus sensaciones, sentimientos y salud para adecuarse. Como la mente se asienta necesariamente en la dimensión somática, está condenada al fracaso y al sufrimiento, a la angustia, a la ansiedad y a la depresión. El cuerpo resulta forzado y se debilita acercándose a la enfermedad e incluso al confín de la muerte.

     ¿De dónde procede esta inadecuación? ¿Cuál es la etiología de esta situación problemática?

     La respuesta es plenamente personal. Está íntimamente ligada a los sentimientos y vivencias que le han apartado de gozar de su integración psicosomática. El híper desarrollo del ego al sentir ineficiente el propio yo. Cuando los sentimientos ligados a los deseos corporales son cuestionados, considerados inoportunos o no aceptables, no respetados, no reconocidos y no atendidos, es cuando el esfuerzo de obtener aceptación, respeto, reconocimiento, atención y aprecio se desplaza al terreno egótico. Ello nos conduce a unas condiciones edípicas mal resueltas, a aspectos evolutivos psico-afectivos constituyentes de la estructura defensiva caracterial frente a la personalidad que, en proporción inversa, disminuye al aumentar la estructura caracterial.

     El cómo expresa y manifiesta una persona su sexualidad, sus sentimientos y vivencias sexuales está necesariamente unido a su personalidad; y a la aplicación de técnicas y procedimientos que esquiven el contacto con la realidad somato-psíquica propia (personalidad) no resolverán la problemática en el ámbito subyacente, siendo la posible mejora un aspecto añadido de representación sexual y obligando a una sustitución de la sintomatología sexual a otro aspecto de su vida y personalidad; salvo en las situaciones leves en las que el propio placereado y mejoras de comunicación psicoafectiva posibilite la toma de consciencia y favorezca que los sentimientos sexuales y corporales puedan reactivarse naturalmente.

     Mientras la actitud sexual albergue ansiedades, hostilidades y sentimientos de culpabilidad en forma latente o podrá manifestarse una sexualidad sana autorregulada; y aparecerá como contraparte la tendencia hacia la representación con la consecuente sofisticación sexual.

     En este aspecto vemos claramente que nuestra cultura y sociedad actual está irremediablemente entretejida con este aspecto de imagen o representación de la sexualidad. El erotismo comercial y la pornografía hunden sus raíces y tentáculos en todo ello. Incluso la comercialización y el deseo de consumo de artículos aparentemente desligados de lo sexual están influidos por sugerencias, invitaciones y analogías de tipo erótico o sexual.

     Por doquier y constantemente nos llegan representaciones y actuaciones de tipo sexual; aunque, claro está, no es ni mucho menos la única faceta en la que se manifiesta. Se da la constatación de que nuestro mundo “occidental” entiende el control cultural, social, político y económico como una puesta en escena que incluye infinidad de aspectos. La propia propaganda y publicidad se ocupa básicamente de ello; con todo se pretende crear imágenes y discursos que respondan a un guión y escenario de estrategias y representaciones. Las nuevas tecnologías de imagen y comunicación crean una imaginería global en la que se representan y actúan aquello que se desea promover como ideología y consumo. Todo este aspecto, por sí mismo, exige un estudio y apartado concienzudo, pero no es el momento oportuno.

     Hasta no hace muchas décadas, la conciencia de las personas influidas por dogmas religiosos y de la cultura represora consideraba una problemática el que un individuo no pudiera contener sus deseos y su actividad sexual. El que tuviera problemas en controlar el poder de su libido le hacía sentir que fracasaba como persona. Ahora, esta actividad nos resulta ridícula y mojigata. En especial en lo concerniente a la sofisticación sexual. Esto me incita a plantearme una pregunta: ¿Realmente se ha dado una revolución en este sentido a lo largo de unas décadas? Me respondo que se ha modificado el enfoque, que se ha desplazado la sintomatología, pero que esencialmente no ha habido cambios contundentes. El conflicto se ha confinado en un estrato más profundo de la personalidad; ya no es tan aparente y manifiesto; pero sigue dándose.

    Más arriba he dicho que lo que determina el aspecto de la sofisticación sexual es vivir la relación como actuación o representación en la cual los propios sentimientos sexuales son sustituidos por el juicio de la representación, sea en auto elogiarse por destreza y prácticas y/o por la necesidad de satisfacer al compañero/a en el encuentro. Vemos que se da una represión que no es de la parte formal y técnica de la sexualidad, sino del sentimiento ligado a la manifestación del Yo saludable.

    Antes se pretendía reprimir el imperioso impulso sexual ligado a lo pecaminoso y reprobatorio en el ámbito social (siempre con una doble vara de medir, ya se tratara de hombres  o mujeres). Los prostíbulos eran instituciones toleradas hipócritamente. La mujer decente debía ser casta y pura salvo para cumplir con su deber conyugal.

    Un aspecto que creo es importante a considerar en este punto es el factor que juega la masturbación en todo este asunto que nos ocupa. Si hace décadas todo cuanto tenía que ver con la “carne” era pecado; y lo único aceptado era el coito conyugal con la finalidad de procrear; el aspecto de satisfacerse y proporcionarse placer y descarga sexual mediante la masturbación era también condenado. Era, como ha sido siempre, la práctica habitual en niños, púberes y adolescentes; y el desahogo de aquellos/as que, por no constituir pareja o familia, no podían satisfacer sus pulsiones por otros medios igualmente pecaminosos. La moral sexual condenaba tales prácticas, pero era condescendiente en ciertas circunstancias. Esta moral era brutal respecto a la homosexualidad. El que poco a poco los homosexuales abandonaras la clandestinidad y se manifestaran exigiendo su libertad en el terreno personal y civil, exigió una respuesta moral social y se empezó a cambiar el significado de lo relacionado con la masturbación. Masturbarse era tener relaciones sexuales consigo mismo y, por ello, se asoció con que disminuía la propia virilidad y sana feminidad aproximándose a la homosexualidad. En una mezquina manipulación de la sexología, se describían los presuntos problemas asociados a la práctica de lo que se denominaba “el vicio solitario”. Si el coito era el recurso “natural” adulto en el seno conyugal, la masturbación propia era algo inmaduro por edad y mentalidad si se realizaba en solitario, pero asimismo era una práctica habitual entre los homosexuales, junto a otras aún más reprobables.

    Esta actitud sospechosa acerca de los nuevos juicios y creencias acerca de la masturbación, de un modo sutil fue extendiéndose en la cultura y socialización y ¡cómo no! En parte importante de la cultura familiar y de las consecuentes preocupaciones de los padres respecto a sus hijas/os. Así se fue incorporando el aspecto de la dinámica psico-afectiva  de la familia y añadiéndose a la situación pre-edípica y edípica. La evolución tecnificada familiar que ya exigía muchas horas de convivencia en el hogar intensificaba los sentimientos y emociones edípicas; recordemos que antaño los niños desaparecían de los hogares y tan solo aparecían para satisfacer necesidades de alimentación y sueño; todo lo demás se satisfacía en la pandilla con su enorme poder socializador.

    Cuando el urbanismo rompió con los campos y descampados y el tráfico de vehículos hizo peligroso el jugar en las calles, los niños se vieron obligados a permanecer más y más tiempo en los hogares acentuándose el efecto de la condición edípica y sus subyacentes conflictos entre los padres. El control sobre las prácticas indeseables en los hijos se convirtió en motivo de preocupación de los padres. Y contribuyó en crear un aspecto perturbador y generador de culpabilidad sexual.

    El incremento de sentimientos y relaciones edípicas junto al esfuerzo de contener y reprimir estos sentimientos en los niños y púberes ha creado un substrato importante que da explicación a aspectos relacionados con la actual sexualidad y, en concreto, con la temática de la sofisticación sexual. En un contexto de control de la sexualidad infantil por parte de los padres unido a una manipulación de los sentimientos asociados se crea una intensa problemática edípica en la que la excitación sexual unida a deseos libinidales y alianzas de lealtades conflictivas impone al niño/a un gran esfuerzo de dominio y represión. El problema es que la sobreexcitación libinidal conflictiva impulsa a excitaciones intensas que se liberan en las prácticas masturbatorias, pero están asociadas a angustia y culpabilidad y el niño/a trata de controlar sus actividades masturbatorias. Entonces el masturbarse se convierte en un fracaso de la voluntad, de la autodisciplina. Más tarde, al ilustrarse, llega a la conclusión de que la masturbación es algo inocuo, pero sí ligada a insuficiencia de su identidad, a su autodominio. Y aquí tenemos el substrato importante sobre el que se erige la sofisticación sexual. El que los sentimientos sexuales deben estar sujetos a  control y dominio; que se considera un fracaso el entregarse a ellos asociándose a ansiedad y culpabilidad. No queda más que generalizarlo a continuación a cualquier ocasión en que éstos puedan acontecer. La información técnica y de recursos pasa a compensar y sobreponerse a la ansiedad que producen estos sentimientos.

     Ya podemos ver que la represión, a pesar de las décadas, sigue presente aunque ahora en un ámbito más profundo. Actualmente no se reprime la conducta de ceder a la “carne”, sino todas aquellas sensaciones y sentimientos que van ligados a la sexualidad, desde el más próximo a uno mismo, la masturbación, y con estas palabras sugiero el último aspecto concerniente a la masturbación y es que, como ya he dicho en anterioridad, masturbarse es tener relaciones sexuales con uno mismo y, con ello, muestra y manifiesta el amor, la sensibilidad y el placer a uno/a mismo/a.

    Aunque la masturbación palidece ante la sexualidad compartida, no pierde su significado, dado que significa asimismo una ocasión para encontrarse consigo mismo, con todo cuanto puede contener esta expresión “Encuentro consigo mismo”.

    ¿Qué significa desde el punto de vista vivencial encontrarse consigo mismo? Desde mi punto de vista significa que la consciencia abarca todo mi organismo como una unidad inseparable, íntegra. Donde mis sensaciones, mis sentimientos, mis emociones, mis deseos y mi pensamiento configuran una única realidad plena de vibración y vida. La persona herida, sea o no sofisticada, no puede afirmar este punto de vista; y si lo hace sólo lo hará en teoría dado que tiene aspectos de contacto  con su realidad somática bloqueados por el dolor, el miedo y la angustia. En bioenergética hablamos de la coraza caracterial y de su función defensiva frente al mundo (todo lo que me rodea y con lo que estoy en relación) y en el mundo interior (aquello que me oculto y niego de mi mismo como inaceptable). Así la coraza me defiende del mundo externo y del mundo interno. ¿Qué me queda entonces? Queda la interpretación del mundo desde mi mente y la creación de una imagen o ideal de mí que no se ajusta a lo que espontáneamente manifiesto de mí. Lo que queda entonces es una creación mental interpretativa de la realidad tanto fuera como dentro de uno mismo, es decir el ego, el yo mental, disociado del cuerpo.

     La expresividad del cuerpo ya sabemos que puede ser espontánea y aprendida, se manifiesta a través de la movilidad y la motilidad; la aprendida, análoga a la sofisticación, solo puede interpretarse, representarse durante el tiempo de actuación dejando aflorar después su verdad. La expresividad espontánea sana es vibración y gracia en los gestos y movimientos manifestando la excitación interna en sus sentimientos y acciones sin rigidez alguna y con armonía.

     Qué decir tiene que cuanto más en contacto se esté con la libertad y espontaneidad del cuerpo, mejor será la vivencia de la entrega sexual. Los sentimientos sexuales fluyen desde el núcleo de la personalidad y fluyen por los órganos y tejidos manifestando el placer y el gozo, la expansión y el amor.

    La coraza bloquea el contacto, la producción y expresión de las sensaciones, sentimientos y acciones sometiéndolas a los dictados interpretativos de la mente. Se traba la mandíbula, se bloquea la garganta, la piel palidece, los ojos se apagan o muestran dureza e insensibilidad cuando no temor o solicitud de apoyo. La respiración se bloquea y fragmenta o se hace superficial y se agita, impidiendo la suficiente oxigenación del organismo para producir sentimientos. La espalda se contrae, endurece inflexiblemente o pierde su capacidad de soporte. La pelvis se contrae por delante y por fuera inmovilizándose, apretándola o bloqueándola interfiriendo con la entrega a las oleadas de excitación y sentimientos sexuales. Las piernas y pies se ponen rígidos y pierden arraigo imposibilitando la seguridad y confianza en uno mismo.

    La entrega a los sentimientos y a la experiencia amorosa queda reducida y en su lugar toma posesión los requerimientos del ego, la representación de lo que se considera que es la sexualidad sea como representación de las propias destrezas y técnicas, sea como la necesidad de complacer y satisfacer al compañero/a.

    El cuerpo sano manifiesta su vitalidad en sus expresiones y acciones, vitalidad es la cualidad vibratoria del conjunto de las células, tejidos y órganos manifestando el bienestar y el gozo de vivir confiriendo plenitud y gracia al porte y a los movimientos que resultan expresiones de genuinos sentimientos y no actos rígidos programados. El cuerpo sano reconoce su estado y se auto regula sabiendo qué necesita en cada momento. No se agota al estar en contacto intimo consigo mismo y cuando se expresa lo hace de forma expansiva manifestando el gozo de vivir. El cuerpo sometido al ego, a la mente, pierde contacto con sus deseos y sensaciones, hace más de lo que le permite su estado e ignorando el cansancio fuerza el cuerpo insensibilizado hacia la fatiga que se puede hacer crónica. Considerar el cuerpo como un instrumento de la mente, como un mecanismo que se usa, es lo propio de cualquier estructura caracterial y cuando se produce en el ámbito de la sexualidad, entonces se actúa con el cuerpo, se representa con él lo que cree debe ser la sexualidad como acción y relación. La persona sofisticada sexualmente no se hace consciente de que los sentimientos y las emociones tienen su origen en las funciones y necesidades del cuerpo siendo la manifestación de su propia vida. Pierde el contacto con el cuerpo y trata que éste se adecue a los requerimientos de su mente, a su modo de interpretar el mundo relacional; se puede decir que en la persona que aborda así la sexualidad, la propia sexualidad se encuentra en su cabeza, lo que la coloca en una situación de no-realidad, ilusoria y egotista por lo menos.

     Aunque la persona sofisticada sexualmente parecer, como imagen, una persona abierta sexualmente y liberada; se haya muy lejos de la madurez.

      La persona abierta sexualmente sana y madura no interpreta, su expresión sexual es la expresión de sus sentimientos; no teme fracasar porque está en contacto con sus circunstancias, tampoco se exige un grado de desenvoltura porque no actúa y, cada encuentro es una vivencia. No se juzga ni juzga valorando en términos de perfección o fracaso porque siente y vive y no representa. En general la persona sana no distingue entre el gozo de vivir y el gozo de amar, ambos aspectos son una misma realidad y se entrega a los aconteceres de su vida, sean los que sean con entusiasmo y asombro.

"Gozo de vivir, gozo de amar, amar la vida. Todo es lo mismo"


 (Escrito en Agosto de  2014)


Ernesto Cabeza Salamó



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