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miércoles, 11 de febrero de 2015

Consideraciones ontoenergéticas acerca de la expresión de emociones y sentimientos dolorosos.

Consideraciones ontoenergéticas acerca de la expresión de emociones y sentimientos dolorosos (negativos).


     Las emociones son movimientos de energía viva en el organismo. ¿Puede haberlas buenas y malas? ¿Qué es una emoción buena y qué una emoción mala? Vemos que se trata de una interpretación moral sobre el flujo de la vida. ¿A qué llamamos emoción buena o positiva? ¿A qué llamamos emoción mala o negativa?

     Interpretamos como buena y positiva aquella que resulta benéfica para uno mismo y para los demás. Negativa o mala aquella que resulta nociva o peligrosa tanto para uno mismo como para los demás.
     Si especulamos en esta dirección nos adentramos más y más en el mundo de las opiniones y creencias, no de la propia naturaleza de la vida.

    Observando la manifestación de la vida vemos que una organización vital debe, fundamental y necesariamente, responder adecuadamente a las circunstancias y fenómenos que constituyen su ambiente, considerando que su evolución y desarrollo está sistémicamente ligado con su entorno, del que extrae energía y al que transfiere energía de múltiples modos. Sin un contexto sistémico no puede manifestarse un organismo vivo. El organismo vivo forma parte del sistema estando interconectado íntimamente con el mismo. Está constitucionalmente adecuado y adaptado a responder a los estímulos y condiciones del sistema al que está vinculado como una célula lo está al resto de las mismas que configura un organismo complejo pluricelular.
    Hay estímulos que acentúan su vibración y lo expanden, otros que resultan neutros o indiferentes y los hay, también, que bloquean la vibración y obligan a la contracción. Toda expansión es vivida como placer y toda contracción como displacer. El organismo vivo “ama” lo que produce placer y “teme” aquello que le produce malestar o dolor.
     Así vemos que tanto lo expansivo como lo contractivo forma parte del repertorio adaptativo sistémico. No son buenas ni malas y no tienen ningún aspecto moral.
     Su objetivo es contribuir a la continuidad de la vida tanto en el aspecto ontogenético como filogenético.

En los organismos complejos y sofisticados este “programa” de respuestas vitales deviene en consciencia propia, aparece un darse cuenta ligado al desarrollo de las áreas corticales de asociación e integración de información. Pero la consciencia no se localiza en ninguna parte concreta del cerebro; antes bien, parece que utiliza el cerebro como medio de concreción en el mundo orgánico. La consciencia se despliega por todo el cuerpo creando la noción del Yo y lo enfrenta al No-Yo, es decir, lo externo a mi organismo. A partir de ahí se categoriza y define tanto el Yo como el No-Yo configurándose la mente, a la que nosotros simplemente denominamos ego para diferenciarla claramente del Yo.
     El Yo, como expresión de la consciencia del propio organismo y acto de vivir, no cuenta con condicionamientos morales; pero si hay un sentir de armonía con el entorno o de conflicto con el mismo; al primero se tiende, al segundo trata de evitar. Lo que atrae por placentero produce un efecto expansivo y el organismo como Yo tiende a acudir  a él para tomar contacto, fundirse o incorporarlo asimilándolo; a ello llamamos afectividad, atracción, deseo, estimación y amor. En el otro caso, el Yo lo percibe como amenazante a su bienestar e integridad y producirá una respuesta de autoprotección consistente en tratar de evitarlo, distanciarse o, en caso de que esta maniobra no sea posible, el enfrentarlo para neutralizarlo; el temor sirve a la primera alternativa y la lucha a la última. Estas estrategias de proteger la propia existencia están al servicio del bien supremo que es mantener la vida y defenderla de riesgos y amenazas. No tiene, por ello, nada de negativo o maldad. El organismo precisa evitar situaciones peligrosas o enfrentarlas para cumplir con el objetivo de seguir viviendo. El darse cuenta de ello es función de la consciencia. El obtener valoraciones e interpretaciones es función de la mente y del ego.
    Darse cuenta de las emociones y sentimientos que el organismo produce en su función defensiva no atenta ninguna ley natural como tampoco la atenta cualquier emoción o sentimiento afectivo. Sí es cierto que la química de las reacciones de temor y lucha produce un estado tóxico en el propio organismo. Las descargas de adrenalina y corticoides deben ser metabolizadas rápidamente una vez cumplida su función de protección del organismo; si estas sustancias permanecen sin ser eliminadas, el organismo se intoxica como cuando alguien vive en estado de temor, angustia o estrés permanentemente. Ello nos indica que su función protectora y defensiva es situacional y transitoria y nunca permanente. El estado al que tiende el organismo y que desea como permanente es que le proporciones placer y bienestar.

¿Nos consideramos victimas...?
     Sin embargo en las personas constatamos multitud de emociones y sentimientos ligados con el aspecto “defensivo” o “agresor” que se separan y difieren del aspecto auto protector-defensivo; entre ellas tenemos la ira, el resentimiento, el rencor, el odia, la rabia; y otras complejas como culpabilidad, ansiedad, depresión, etc. ¿De dónde proceden estas emociones? La respuesta es: “proceden de nuestra mente”. De si nos situamos en la vida como víctimas o agresores; de si interpretamos la vida como algo amenazante o contrario al propio bienestar. Se trata de interpretaciones con sus valoraciones y las creencias que ocasionan. Aquí surge el criterio moral, lo malo opuesto a lo bueno. La pugna entre ambos principios morales y su dramatización colectiva como un cuerpo doctrinal religioso.
    Dentro del pensamiento religioso, aunque se le denomine espiritual, se dice que los sentimientos y emociones negativas van en contra de la evolución espiritual. ¿Desde cuándo la genuina espiritualidad va en contra de la propia expresión de la vida? ¡Nunca! Una y otra es la misma expresión energética en el ámbito tridimensional o multidimensional. Una incomodidad, un enojo, una reacción de temor no contrarían la espiritualidad; en todo caso la interrumpen momentáneamente mientras el riesgo o peligro se manifiesta. La experiencia iluminada, el éxtasis, es una expansión de la consciencia trascendiendo lo tridimensional que aparece como placer, felicidad y armonía.
Neuropéptidos
     Lo que interfiere en la evolución o apertura trascendente es todo aquello que nos ata a situaciones, se manifiesta como apego o crea dependencia. Vivir en angustia, temor, ansiedad, depresión y miedo es una atadura, es un apego a una concepción victimista e impotente de uno mismo; es creerse una interpretación del sentido de la vida en lucha con la propia vida y genera un cuerpo de creencias que tratan de darle explicación y significado. En el ámbito bioquímico el hipotálamo se acostumbra a producir una determinada modalidad de neuropéptidos que estimulan todas las celular corporales produciendo en ellas receptores específicos, tanto más cuanto menor sea la variedad de estados emocionales-afectivos del individuo. Así se crea una adicción o dependencia a ciertas modalidades de emociones. Ello sí constituye un auténtico bloqueo y genera  imposibilidad de evolución existencial y transpersonal.
    Para enfrentar este aspecto es por lo que se dice que las emociones negativas imposibilitan o detienen el progreso espiritual y trascendente, pero para que se cree esta situación es necesario que el sentido del Yo se haya rendido o supeditado al imperio del ego y su importancia personal en un esfuerzo por centrar el interés propio y de los demás en uno mismo. El origen del ego es algo que no voy a exponer ahora; ya lo he tratado en anteriores escritos en diversos ámbitos y aspectos.

     Contactar con una emoción yoica de autodefensa y autoprotección y el manifestarla libremente, contando con cuantos condicionamientos puede haber en concordancia con las costumbres y leyes de una comunidad, es saludable y liberador. Permite poder acceder al estado de  armonía tras liberar la tensión de la contracción y restaurar las condiciones nuevamente favorables para el propio bienestar. Llorar tras un susto o amenaza permite liberar la contracción y expandirse re-armonizándose con el ambiente; a menos que se interprete a éste como una amenaza sistematizada. Y ello sería elegir vivir en medio de un veneno. Sólo una cultura basada en postulados egóticos y egoístas puede crear una condición de negación de respeto a la dignidad y bienestar de los semejantes. En tal caso es imperativo el transformarla para restaurar el contexto armónico de dignidad y respeto compartido. En tal sentido el propio contexto cultural contrario a la vida presentará exigencias para gestionar y controlar la presencia de emociones.
     Si la cultura manifiesta una estructura contraria a la vida, siendo tóxica, presentará exigencias para gestionar y controlar las propias emociones de forma que tanto las expansivas como las contractivas sean condicionadas. Pues tanto unas como otras constituirían una amenaza a la cultura. Las expansivas a favor de la consciencia y la dignidad evocarían la emancipación y el derecho a la libertad y dignidad; la negativas, la angustia, el temor, la ansiedad, rebeldía, frustración, violencia, etc., precisarían de represión. Y la represión es siempre una violencia contra el derecho y libertad. Esta función represiva exige un cuerpo doctrinario de reglas y normas y sus correspondientes sanciones. La finalidad es que sus miembros incorporen estas reglas y normas y se controlen a sí mismos en adaptación al entorno. Desde este esfuerzo en dominar y controlar las propias reacciones emocionales contrarias a la armonía y paz se entiende la importancia de la represión personal, el tratar de vencer y arrinconar los sentimientos y emociones no deseables en las zonas marginales y oscuras de nuestro subconsciente, en aquello que denominamos la “Sombra”, la zona oscura de nuestro ser. La  represión directa exige mucho esfuerzo, una especie de ascesis emocional y el temor al retorno de lo reprimido que es muy probable; por ello hay que generar estrategias que produzcan el mismo efecto disminuyendo riesgos. El afirmarse que ya no se trata de auto represión sino de sublimación es una de estas estrategias. Hay que decir que la sana sublimación siempre cuenta con el sentido yoico; siendo aceptación afectiva y la transformación en algo creativo igualmente expansivo y, por ello, como dije antes, algo de tipo ajeno a lo moral, pero en armonía con la ética y dignidad personal.
     La estrategia consiste en condicionar el pensamiento con la información de que una afirmación “positiva” empaqueta la emoción negativa y la transforma en positiva. Ello muestra la presencia de una creencia condicionante en donde esta creencia adquiere un poder de tipo mágico. Aquí vemos nuevamente que los dictados morales, presentados de otro modo, pretenden convencer de que se sublima en vez de reprimir, cuando lo que acontece es que se oculta la represión sutilmente tras un contenido mental de “índole moral positivo”. El esfuerzo por crear e incrementar la energía del pensamiento o formulación positiva requiere una aportación energética acorde con la magnitud de la creencia. Se trata de una cuestión de fe. Si resulta bien, la creencia se asienta; si fracasa, el sujeto tiene el añadido de culpabilidad por no poder/saber realizarlo y siembra una nueva duda sobre su identidad afianzando su inseguridad. Culpabilidad, duda e inseguridad ante la cual el sujeto puede presentar una defensa de negación lo que ocasionará mayor rigidez acrecentándose la coraza caracterial. Es frecuente que esta defensa reactiva adquiera aspectos de tipo obsesivo-compulsivo.

     El término sublimación procede de la asimilación de dos palabras. Una procedente del ámbito de la química ,sublimación, que es el paso de un material de estado denso al estado gaseoso sin mediar por el estado líquido; y por otra parte del término sublime, que procedente del arte tiene como significado un estado de belleza superlativo, de grandeza y elevación. S. Freud lo acuñó refiriéndose especialmente a las pulsiones sexuales, aunque parece que también lo extrapoló a pulsiones agresivas.
     Con ello se pone de manifiesto que la sublimación, lejos de ser un fenómeno común, tiene que ver con algo excepcional. Convertir lo común en sublime, lo corriente en extraordinario, lo denso en gaseoso. No se logra por un común condicionamiento positivo, ni tampoco por un acto voluntario común.
      Transformar un impulso sexual en arte o un impulso hostil en amoroso no es tarea fácil y automática; precisa mucha elaboración y especialmente la presencia de consciencia y no simple deseo y voluntad mental. Los contenidos mentales no tienen nada de originalidad, tan sólo de imaginería. La creatividad es mucho más que la asociación de imágenes e ideas. Y la sublimación es puro arte.

     Tomando en consideración el paradigma ontoenergético, vemos que sólo la atención enfocada en niveles de consciencia dimensionales es capaz de convertir o transformar un fenómeno energético en una creación. La consciencia y su energía, la atención, pueden interactuar en la estructura espacio-tiempo (Lattice) a través de la activación del campo neural cuando manifiesta un algoritmo de gran integración. El salto de la consciencia en la sublimación es un salto cuántico, no un hecho mecánico o desiderativo. La mente tan sólo procesa y asocia información, los significados existenciales le son ajenos. Los significados existenciales tienen que ver con la experiencia de vivir e incumben a los procesos yoicos energéticos y con el contacto con procesos de consciencia de tipo no ordinario cuya manifestación se ubica en el subconsciente, no el propio de la sombra, sino del ámbito multidimensional en el que el posicionamiento del observador o testigo es algo determinante.
     Para sublimar el campo vibratorio neural tiene que asumir un alto grado de integración y armonía inter hemisférica, debido a esta alta integración algorítmica, la consciencia y la atención conducen esta energía a un salto dimensional produciendo otro campo neural algorítmico que aporta nuevo significado existencial o, dicho de otro modo, una nueva consciencia de darse cuenta, una nueva mentalidad, la mera manifestación de una experiencia pico, de una iluminación o satori. Sólo un salto de un nivel de consciencia a otro más íntegro y sinérgico puede posibilitar la autentica sublimación.

     La pseudo conversión de una emoción negativa a una de tipo positivo es una mera maniobra de prestidigitación que intenta colocar una represión camuflada en la categoría de sublimación.

     Las emociones, los sentimientos, los valores dicotomizados tal y como los maneja la mente no pueden sublimarse si no se supera el ámbito de la propia mente. Sólo situándose en la posición del testigo u observador se puede tener acceso a la creatividad trascendente.
    Del mismo modo aquello que se dice y piensa en consciencia ordinaria no tiene efecto relevante en los acontecimientos externos a menos que le acompañe un estado emocional marcado o existencial. Lo que se hace, piensa y dice en un contexto de rutinariedad no tiene raíces profundas y su marco de influencia es mínimo, pues carece de cualquier poder. En relación con uno mismo sí debe considerarse con mayor atención. Cualquier expresión que se refiera a uno mismo o se piense de sí mismo tiene una repercusión en los procesos internos. Puede reforzar o disminuir aspectos de nuestra autoimagen, pueden resultar contradictorios generando confusión y duda, y pueden dañar nuestra identidad, en especial si van unidos a la conjugación del verbo ser, que se refiere a nuestra esencia personal. Todo aquello que se afirma genera un compromiso yoico y existencial y con mayor poder cuanto más existencial resulte. Todos sabemos el poder que tienen los acuerdos y promesas formulados en estados de agitación o crisis psico-afectivas y existenciales, y que siguen operantes más allá de la situación coyuntural, aún en el caso de que se olviden. Tal hecho ha creado una distorsión en la Lattice, esta distorsión literalmente ha sido creada como forma mental existiendo independientemente de su creador, pero estando en relación e influyéndolo. De allí la necesidad imperiosa de la integridad, de la impecabilidad; de que aquello que se siente, piensa, dice y actúe esté en congruencia.

     El tema de expresar corrientes emotivas que resultan de heridas yoicas es una forma de liberarlas, su objeto no es diferente del reconocer el dolor de una lesión física. El reconocer que duele, que sangra, etc., no agrava su estado; antes bien, lo alivia; siendo el primer paso hacia la curación. Sentir dolor emocional, tristeza, pena, enojo, lástima, etc., constituye la constatación de la toma de consciencia y supone el intento de tratar de regresar a las condiciones existentes antes del siniestro o trauma. Es la señal de alarma o la luz ámbar de atención, de que debemos ocuparnos más intensamente de nuestra situación actual. Ignorarlo es una irresponsabilidad que puede resultar peligrosa para nuestra propia salud personal y relacional. La libre expresión emotiva es un desahogo con la liberación de la energía asociada a la contracción debida al acontecimiento, sea cual fuera su índole. A la consciencia del acontecimiento debe seguirle una relajación o expansión vital que asegura la puesta en marcha del proceso de auto recuperación. Proceso de regeneración que resulta dificultado e incluso bloqueado si los tejidos y órganos permanecen rígidos y contraídos, en estado de shock. Otra cosa es convertir el acontecimiento traumático en algo de tipo personal otorgándole una interpretación o significado egótico. Se pone en marcha entonces el conjunto de creencias a las que estamos apegados como la de considerarnos  unas víctimas, unos desgraciados, gafados, etc. Estas interpretaciones y juicios sí son dañinos como ya he dicho antes, pero son de índole mental y tienen que ver con nuestro narcisismo o importancia personal.

     En psicoterapia aliento el contactar y darse cuenta de los acontecimientos deplorables, dolorosos, traumáticos, etc., de nuestra historia personal puesto que de ellos se originan interpretaciones de nuestra personalidad e identidad. Son heridas que permanecen cautivas en los substratos de la consciencia, ocultos por defensas que evitan que nuestro “darse cuenta” no las pueda alcanzar para evitar dolor. Una herida de cualquier índole oculta a la consciencia permanece abierta y doliente hasta que se produzca una acción efectiva de reconocimiento, atención y tratamiento para que pueda sanar; en su defecto sigue sangrando e incluso puede empeorar e infectarse.
     Las heridas pendientes de sanar de épocas y etapas pasadas, pudiendo ser muy antiguas, responden del mismo modo. Debe contactarse con ellas en consciencia, liberar su energía contractiva-emocional ligada, exteriorizarla como una expansión vital para que se facilite la autoregeneración. El que se tema su dolor o circunstancia causante es irrelevante. Hay que presentivizarla y revivirla apoyando que a la contracción de dolor le siga una expansión emocional y así pueda sanar y convertirse en una fuente de conocimiento aunque nos informe de aspectos y hechos que no nos gusten considerar o admitir.

    Todo ello apoya la consideración de que acontecimientos, lesiones y relaciones fallidas nos tratan de comunicar estados personales incongruentes con nuestra integridad personal. Representan conflictos en nosotros mismos y con el entorno que nos debilitan, nos hacen vulnerables o nos enferman, en caso de no resolverlos. El principio de su resolución pasa por saber de ellos, aceptarlos aunque no nos gusten e incluso repulsen; luego tomar consciencia de su significado (lo que expresa nuestro estado en este momento o situación) y considerar francamente si el camino que recorremos precisa de modificaciones a fin de que se ajuste a nuestro sentido existencial, a nuestra “Verdad profunda”. Recorrer este proceso no tiene nada de negativo. Es, sin duda, un gran recurso en el trayecto de crecer como seres humanos y auto-realizarnos.



Barcelona 10 de Febrero de 2015.

Ernesto Cabeza Salamó



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