Consideraciones
ontoenergéticas acerca de la expresión de emociones y sentimientos dolorosos (negativos).
Las
emociones son movimientos de energía viva en el organismo. ¿Puede haberlas
buenas y malas? ¿Qué es una emoción buena y qué una emoción mala? Vemos que se
trata de una interpretación moral sobre el flujo de la vida. ¿A qué llamamos
emoción buena o positiva? ¿A qué llamamos emoción mala o negativa?
Interpretamos como buena y positiva aquella que resulta benéfica para
uno mismo y para los demás. Negativa o mala aquella que resulta nociva o
peligrosa tanto para uno mismo como para los demás.
Si
especulamos en esta dirección nos adentramos más y más en el mundo de las
opiniones y creencias, no de la propia naturaleza de la vida.
Observando
la manifestación de la vida vemos que una organización vital debe, fundamental
y necesariamente, responder adecuadamente a las circunstancias y fenómenos que
constituyen su ambiente, considerando que su evolución y desarrollo está
sistémicamente ligado con su entorno, del que extrae energía y al que
transfiere energía de múltiples modos. Sin un contexto sistémico no puede
manifestarse un organismo vivo. El organismo vivo forma parte del sistema
estando interconectado íntimamente con el mismo. Está constitucionalmente
adecuado y adaptado a responder a los estímulos y condiciones del sistema al
que está vinculado como una célula lo está al resto de las mismas que configura
un organismo complejo pluricelular.
Hay
estímulos que acentúan su vibración y lo expanden, otros que resultan neutros o
indiferentes y los hay, también, que bloquean la vibración y obligan a la
contracción. Toda expansión es vivida como placer y toda contracción como
displacer. El organismo vivo “ama” lo que produce placer y “teme” aquello que
le produce malestar o dolor.
Así vemos
que tanto lo expansivo como lo contractivo forma parte del repertorio
adaptativo sistémico. No son buenas ni malas y no tienen ningún aspecto moral.
Su objetivo
es contribuir a la continuidad de la vida tanto en el aspecto ontogenético como
filogenético.
En los organismos complejos y sofisticados este
“programa” de respuestas vitales deviene en consciencia propia, aparece un
darse cuenta ligado al desarrollo de las áreas corticales de asociación e integración
de información. Pero la consciencia no se localiza en ninguna parte concreta
del cerebro; antes bien, parece que utiliza el cerebro como medio de concreción
en el mundo orgánico. La consciencia se despliega por todo el cuerpo creando la
noción del Yo y lo enfrenta al No-Yo, es decir, lo externo a mi organismo. A
partir de ahí se categoriza y define tanto el Yo como el No-Yo configurándose
la mente, a la que nosotros simplemente denominamos ego para diferenciarla
claramente del Yo.
El Yo, como
expresión de la consciencia del propio organismo y acto de vivir, no cuenta con
condicionamientos morales; pero si hay un sentir de armonía con el entorno o de
conflicto con el mismo; al primero se tiende, al segundo trata de evitar. Lo
que atrae por placentero produce un efecto expansivo y el organismo como Yo
tiende a acudir a él para tomar
contacto, fundirse o incorporarlo asimilándolo; a ello llamamos afectividad,
atracción, deseo, estimación y amor. En el otro caso, el Yo lo percibe como
amenazante a su bienestar e integridad y producirá una respuesta de
autoprotección consistente en tratar de evitarlo, distanciarse o, en caso de
que esta maniobra no sea posible, el enfrentarlo para neutralizarlo; el temor
sirve a la primera alternativa y la lucha a la última. Estas estrategias de
proteger la propia existencia están al servicio del bien supremo que es mantener
la vida y defenderla de riesgos y amenazas. No tiene, por ello, nada de
negativo o maldad. El organismo precisa evitar situaciones peligrosas o enfrentarlas
para cumplir con el objetivo de seguir viviendo. El darse cuenta de ello es
función de la consciencia. El obtener valoraciones e interpretaciones es
función de la mente y del ego.
Darse cuenta
de las emociones y sentimientos que el organismo produce en su función
defensiva no atenta ninguna ley natural como tampoco la atenta cualquier
emoción o sentimiento afectivo. Sí es cierto que la química de las reacciones
de temor y lucha produce un estado tóxico en el propio organismo. Las descargas
de adrenalina y corticoides deben ser metabolizadas rápidamente una vez
cumplida su función de protección del organismo; si estas sustancias permanecen
sin ser eliminadas, el organismo se intoxica como cuando alguien vive en estado
de temor, angustia o estrés permanentemente. Ello nos indica que su función
protectora y defensiva es situacional y transitoria y nunca permanente. El
estado al que tiende el organismo y que desea como permanente es que le
proporciones placer y bienestar.
¿Nos consideramos victimas...? |
Sin embargo
en las personas constatamos multitud de emociones y sentimientos ligados con el
aspecto “defensivo” o “agresor” que se separan y difieren del aspecto auto
protector-defensivo; entre ellas tenemos la ira, el resentimiento, el rencor,
el odia, la rabia; y otras complejas como culpabilidad, ansiedad, depresión,
etc. ¿De dónde proceden estas emociones? La respuesta es: “proceden de nuestra
mente”. De si nos situamos en la vida como víctimas o agresores; de si
interpretamos la vida como algo amenazante o contrario al propio bienestar. Se
trata de interpretaciones con sus valoraciones y las creencias que ocasionan.
Aquí surge el criterio moral, lo malo opuesto a lo bueno. La pugna entre ambos
principios morales y su dramatización colectiva como un cuerpo doctrinal religioso.
Dentro del
pensamiento religioso, aunque se le denomine espiritual, se dice que los sentimientos
y emociones negativas van en contra de la evolución espiritual. ¿Desde cuándo
la genuina espiritualidad va en contra de la propia expresión de la vida?
¡Nunca! Una y otra es la misma expresión energética en el ámbito tridimensional
o multidimensional. Una incomodidad, un enojo, una reacción de temor no
contrarían la espiritualidad; en todo caso la interrumpen momentáneamente
mientras el riesgo o peligro se manifiesta. La experiencia iluminada, el
éxtasis, es una expansión de la consciencia trascendiendo lo tridimensional que
aparece como placer, felicidad y armonía.
Neuropéptidos |
Lo que
interfiere en la evolución o apertura trascendente es todo aquello que nos ata
a situaciones, se manifiesta como apego o crea dependencia. Vivir en angustia,
temor, ansiedad, depresión y miedo es una atadura, es un apego a una concepción
victimista e impotente de uno mismo; es creerse una interpretación del sentido
de la vida en lucha con la propia vida y genera un cuerpo de creencias que
tratan de darle explicación y significado. En el ámbito bioquímico el
hipotálamo se acostumbra a producir una determinada modalidad de neuropéptidos
que estimulan todas las celular corporales produciendo en ellas receptores
específicos, tanto más cuanto menor sea la variedad de estados
emocionales-afectivos del individuo. Así se crea una adicción o dependencia a
ciertas modalidades de emociones. Ello sí constituye un auténtico bloqueo y
genera imposibilidad de evolución
existencial y transpersonal.
Para
enfrentar este aspecto es por lo que se dice que las emociones negativas
imposibilitan o detienen el progreso espiritual y trascendente, pero para que
se cree esta situación es necesario que el sentido del Yo se haya rendido o
supeditado al imperio del ego y su importancia personal en un esfuerzo por
centrar el interés propio y de los demás en uno mismo. El origen del ego es
algo que no voy a exponer ahora; ya lo he tratado en anteriores escritos en
diversos ámbitos y aspectos.
Contactar
con una emoción yoica de autodefensa y autoprotección y el manifestarla
libremente, contando con cuantos condicionamientos puede haber en concordancia
con las costumbres y leyes de una comunidad, es saludable y liberador. Permite
poder acceder al estado de armonía tras
liberar la tensión de la contracción y restaurar las condiciones nuevamente favorables
para el propio bienestar. Llorar tras un susto o amenaza permite liberar la
contracción y expandirse re-armonizándose con el ambiente; a menos que se
interprete a éste como una amenaza sistematizada. Y ello sería elegir vivir en
medio de un veneno. Sólo una cultura basada en postulados egóticos y egoístas
puede crear una condición de negación de respeto a la dignidad y bienestar de
los semejantes. En tal caso es imperativo el transformarla para restaurar el
contexto armónico de dignidad y respeto compartido. En tal sentido el propio
contexto cultural contrario a la vida presentará exigencias para gestionar y controlar
la presencia de emociones.
Si la
cultura manifiesta una estructura contraria a la vida, siendo tóxica,
presentará exigencias para gestionar y controlar las propias emociones de forma
que tanto las expansivas como las contractivas sean condicionadas. Pues tanto
unas como otras constituirían una amenaza a la cultura. Las expansivas a favor
de la consciencia y la dignidad evocarían la emancipación y el derecho a la
libertad y dignidad; la negativas, la angustia, el temor, la ansiedad,
rebeldía, frustración, violencia, etc., precisarían de represión. Y la
represión es siempre una violencia contra el derecho y libertad. Esta función
represiva exige un cuerpo doctrinario de reglas y normas y sus correspondientes
sanciones. La finalidad es que sus miembros incorporen estas reglas y normas y
se controlen a sí mismos en adaptación al entorno. Desde este esfuerzo en
dominar y controlar las propias reacciones emocionales contrarias a la armonía
y paz se entiende la importancia de la represión personal, el tratar de vencer
y arrinconar los sentimientos y emociones no deseables en las zonas marginales
y oscuras de nuestro subconsciente, en aquello que denominamos la “Sombra”, la
zona oscura de nuestro ser. La represión
directa exige mucho esfuerzo, una especie de ascesis emocional y el temor al
retorno de lo reprimido que es muy probable; por ello hay que generar
estrategias que produzcan el mismo efecto disminuyendo riesgos. El afirmarse
que ya no se trata de auto represión sino de sublimación es una de estas estrategias.
Hay que decir que la sana sublimación siempre cuenta con el sentido yoico;
siendo aceptación afectiva y la transformación en algo creativo igualmente
expansivo y, por ello, como dije antes, algo de tipo ajeno a lo moral, pero en
armonía con la ética y dignidad personal.
La
estrategia consiste en condicionar el pensamiento con la información de que una
afirmación “positiva” empaqueta la emoción negativa y la transforma en
positiva. Ello muestra la presencia de una creencia condicionante en donde esta
creencia adquiere un poder de tipo mágico. Aquí vemos nuevamente que los
dictados morales, presentados de otro modo, pretenden convencer de que se
sublima en vez de reprimir, cuando lo que acontece es que se oculta la
represión sutilmente tras un contenido mental de “índole moral positivo”. El
esfuerzo por crear e incrementar la energía del pensamiento o formulación positiva
requiere una aportación energética acorde con la magnitud de la creencia. Se
trata de una cuestión de fe. Si resulta bien, la creencia se asienta; si
fracasa, el sujeto tiene el añadido de culpabilidad por no poder/saber
realizarlo y siembra una nueva duda sobre su identidad afianzando su
inseguridad. Culpabilidad, duda e inseguridad ante la cual el sujeto puede
presentar una defensa de negación lo que ocasionará mayor rigidez
acrecentándose la coraza caracterial. Es frecuente que esta defensa reactiva
adquiera aspectos de tipo obsesivo-compulsivo.
El término
sublimación procede de la asimilación de dos palabras. Una procedente del
ámbito de la química ,sublimación,
que es el paso de un material de estado denso al estado gaseoso sin mediar por
el estado líquido; y por otra parte del término sublime, que procedente del arte tiene como significado un estado
de belleza superlativo, de grandeza y elevación. S. Freud lo acuñó refiriéndose
especialmente a las pulsiones sexuales, aunque parece que también lo extrapoló
a pulsiones agresivas.
Con ello se
pone de manifiesto que la sublimación, lejos de ser un fenómeno común, tiene
que ver con algo excepcional. Convertir lo común en sublime, lo corriente en
extraordinario, lo denso en gaseoso. No se logra por un común condicionamiento
positivo, ni tampoco por un acto voluntario común.
Transformar un impulso sexual en arte o un impulso hostil en amoroso no
es tarea fácil y automática; precisa mucha elaboración y especialmente la
presencia de consciencia y no simple deseo y voluntad mental. Los contenidos
mentales no tienen nada de originalidad, tan sólo de imaginería. La creatividad
es mucho más que la asociación de imágenes e ideas. Y la sublimación es puro
arte.
Tomando en
consideración el paradigma ontoenergético, vemos que sólo la atención enfocada
en niveles de consciencia dimensionales es capaz de convertir o transformar un
fenómeno energético en una creación. La consciencia y su energía, la atención,
pueden interactuar en la estructura espacio-tiempo (Lattice) a través de la
activación del campo neural cuando manifiesta un algoritmo de gran integración.
El salto de la consciencia en la sublimación es un salto cuántico, no un hecho
mecánico o desiderativo. La mente tan sólo procesa y asocia información, los
significados existenciales le son ajenos. Los significados existenciales tienen
que ver con la experiencia de vivir e incumben a los procesos yoicos
energéticos y con el contacto con procesos de consciencia de tipo no ordinario
cuya manifestación se ubica en el subconsciente, no el propio de la sombra,
sino del ámbito multidimensional en el que el posicionamiento del observador o
testigo es algo determinante.
Para sublimar el campo vibratorio neural tiene que asumir un alto grado
de integración y armonía inter hemisférica, debido a esta alta integración
algorítmica, la consciencia y la atención conducen esta energía a un salto
dimensional produciendo otro campo neural algorítmico que aporta nuevo
significado existencial o, dicho de otro modo, una nueva consciencia de darse
cuenta, una nueva mentalidad, la mera manifestación de una experiencia pico, de
una iluminación o satori. Sólo un salto de un nivel de consciencia a otro más
íntegro y sinérgico puede posibilitar la autentica sublimación.
La pseudo
conversión de una emoción negativa a una de tipo positivo es una mera maniobra
de prestidigitación que intenta colocar una represión camuflada en la categoría
de sublimación.
Las
emociones, los sentimientos, los valores dicotomizados tal y como los maneja la
mente no pueden sublimarse si no se supera el ámbito de la propia mente. Sólo
situándose en la posición del testigo u observador se puede tener acceso a la
creatividad trascendente.
Del mismo
modo aquello que se dice y piensa en consciencia ordinaria no tiene efecto
relevante en los acontecimientos externos a menos que le acompañe un estado
emocional marcado o existencial. Lo que se hace, piensa y dice en un contexto
de rutinariedad no tiene raíces profundas y su marco de influencia es mínimo,
pues carece de cualquier poder. En relación con uno mismo sí debe considerarse
con mayor atención. Cualquier expresión que se refiera a uno mismo o se piense
de sí mismo tiene una repercusión en los procesos internos. Puede reforzar o
disminuir aspectos de nuestra autoimagen, pueden resultar contradictorios
generando confusión y duda, y pueden dañar nuestra identidad, en especial si
van unidos a la conjugación del verbo ser,
que se refiere a nuestra esencia personal. Todo aquello que se afirma genera un
compromiso yoico y existencial y con mayor poder cuanto más existencial
resulte. Todos sabemos el poder que tienen los acuerdos y promesas formulados
en estados de agitación o crisis psico-afectivas y existenciales, y que siguen
operantes más allá de la situación coyuntural, aún en el caso de que se
olviden. Tal hecho ha creado una distorsión en la Lattice , esta distorsión
literalmente ha sido creada como forma mental existiendo independientemente de
su creador, pero estando en relación e influyéndolo. De allí la necesidad
imperiosa de la integridad, de la impecabilidad; de que aquello que se siente,
piensa, dice y actúe esté en congruencia.
El tema de
expresar corrientes emotivas que resultan de heridas yoicas es una forma de
liberarlas, su objeto no es diferente del reconocer el dolor de una lesión
física. El reconocer que duele, que sangra, etc., no agrava su estado; antes
bien, lo alivia; siendo el primer paso hacia la curación. Sentir dolor
emocional, tristeza, pena, enojo, lástima, etc., constituye la constatación de
la toma de consciencia y supone el intento de tratar de regresar a las
condiciones existentes antes del siniestro o trauma. Es la señal de alarma o la
luz ámbar de atención, de que debemos ocuparnos más intensamente de nuestra
situación actual. Ignorarlo es una irresponsabilidad que puede resultar
peligrosa para nuestra propia salud personal y relacional. La libre expresión
emotiva es un desahogo con la liberación de la energía asociada a la
contracción debida al acontecimiento, sea cual fuera su índole. A la
consciencia del acontecimiento debe seguirle una relajación o expansión vital
que asegura la puesta en marcha del proceso de auto recuperación. Proceso de
regeneración que resulta dificultado e incluso bloqueado si los tejidos y
órganos permanecen rígidos y contraídos, en estado de shock. Otra cosa es
convertir el acontecimiento traumático en algo de tipo personal otorgándole una
interpretación o significado egótico. Se pone en marcha entonces el conjunto de
creencias a las que estamos apegados como la de considerarnos unas víctimas, unos desgraciados, gafados,
etc. Estas interpretaciones y juicios sí son dañinos como ya he dicho antes,
pero son de índole mental y tienen que ver con nuestro narcisismo o importancia
personal.
En
psicoterapia aliento el contactar y darse cuenta de los acontecimientos
deplorables, dolorosos, traumáticos, etc., de nuestra historia personal puesto
que de ellos se originan interpretaciones de nuestra personalidad e identidad.
Son heridas que permanecen cautivas en los substratos de la consciencia,
ocultos por defensas que evitan que nuestro “darse cuenta” no las pueda alcanzar
para evitar dolor. Una herida de cualquier índole oculta a la consciencia
permanece abierta y doliente hasta que se produzca una acción efectiva de
reconocimiento, atención y tratamiento para que pueda sanar; en su defecto
sigue sangrando e incluso puede empeorar e infectarse.
Las heridas
pendientes de sanar de épocas y etapas pasadas, pudiendo ser muy antiguas,
responden del mismo modo. Debe contactarse con ellas en consciencia, liberar su
energía contractiva-emocional ligada, exteriorizarla como una expansión vital
para que se facilite la autoregeneración. El que se tema su dolor o
circunstancia causante es irrelevante. Hay que presentivizarla y revivirla
apoyando que a la contracción de dolor le siga una expansión emocional y así
pueda sanar y convertirse en una fuente de conocimiento aunque nos informe de
aspectos y hechos que no nos gusten considerar o admitir.
Todo ello
apoya la consideración de que acontecimientos, lesiones y relaciones fallidas
nos tratan de comunicar estados personales incongruentes con nuestra integridad
personal. Representan conflictos en nosotros mismos y con el entorno que nos
debilitan, nos hacen vulnerables o nos enferman, en caso de no resolverlos. El
principio de su resolución pasa por saber de ellos, aceptarlos aunque no nos
gusten e incluso repulsen; luego tomar consciencia de su significado (lo que
expresa nuestro estado en este momento o situación) y considerar francamente si
el camino que recorremos precisa de modificaciones a fin de que se ajuste a
nuestro sentido existencial, a nuestra “Verdad profunda”. Recorrer este proceso
no tiene nada de negativo. Es, sin duda, un gran recurso en el trayecto de
crecer como seres humanos y auto-realizarnos.
Barcelona 10 de Febrero de 2015.
Ernesto Cabeza Salamó
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