Cuando se distorsiona el
Self
En la personalidad íntegra
florece la pureza, la autenticidad, la compasión y la sabiduría,
aquella personalidad que cumple, al unísono, el amor, acción y
conocimiento; los tres aspectos del flujo pulsátil vital. En su
aplicación relacional, social, da lugar a la educación como
transmisión del saber con amor; a la salud de amorosa actividad y a
la cultura de acción sabia.
La pureza consiste en la mente
comprometida con la propia existencia; viviendo y saboreando el aquí
y ahora con todo su esplendor, concibiendo que existir es estar en
relación con: los semejantes y el mundo natural. La autenticidad
consiste en percibirse a sí mismo con naturalidad, con todos los
dones y talentos que nos son propios y compartirlo con las
relaciones. La compasión es la capacidad de ponerse en lugar y
circunstancias de nuestras relaciones teniendo en cuenta que el
propio bienestar también es el de ellos y por el bien mutuo. La
sabiduría es la interacción de los tres aspectos anteriores entre
sí más el aliciente de la curiosidad hacia el mundo como una
maravilla, convirtiéndose en experiencia con el proceso de existir
e integrar en la consciencia sus efectos; conjunto que sólo
adquiere sentido en estado de relación.
Cualquier desviación de este
encuadre supone un bloqueo de miras y un posicionamiento miserable
ante sí mismo y el mundo relacional. Aunque se apliquen todos los
mecanismos posibles de defensa. Cada uno de ellos revela la propia
miseria personal.
Nacemos con un self manifiesto
en nuestra naturaleza orgánica. Estamos comprometidos con el vivir y
el componente instintivo lo garantiza mientras el potencial nervioso
madura y va haciendo accesible el aprendizaje y la auto consciencia;
desarrollándose un self existencial y un arraigado sentido del Yo o
personalidad.
En el transcurso de este
proceso actúan las influencias patógenas que rompen y menoscaban la
natural maduración alterando la autoconsciencia.
Cuando consideramos los
atributos del ambiente en el mundo en el que maduramos, crecemos y
vivimos, advertimos que estas cualidades sólo aparecen de forma
fragmentaria, des conexas y entretejidas con emociones defensivas
respecto a uno mismo y los demás. Quisiéramos poder confiar y
entregarnos, pero la hostilidad y el temor lo imposibilitan.
Quisiéramos ser generosos con el corazón y los actos, pero
atesoramos nuestros afectos y posesiones y tratamos de extraer de los
demás algo que sacie nuestra vacuidad existencial. Y podríamos
seguir así en infinidad de aspectos personales y relacionales.
Nos damos cuenta que el mundo
relacional envolvente nos entorpece manifestar nuestros profundos e
íntimos anhelos de poder gozar de nuestra vida y compartirla así
con los demás. Los demás y yo mismo no somos demasiado diferentes.
Nuestro íntimo anhelo es el mismo, pero las defensas ante las
heridas vividas nos particularizan de forma muy compleja. Al poco de
nacer y mientra crecemos todo esto dañino ya está manifiesto. Lo
respiramos, lo palpamos, lo comemos, lo bebemos… De modo que
estando fuera muy pronto nos inter-penetra y se fundo con nuestro yo.
No me extenderé en el cómo,
pues ya es bien sabido, sólo indicaré que desde la gestación estas
fuerzas actúan generando un sistema de realimentación simbiótico
madre-hijo/a. Los tóxicos psico-emocionales y bio-físicos actúan
en el biosistemas intrauterino. La placenta, como filtro, no hace
milagros. Después tras la experiencia del alumbramiento con su gran
carga vivencial, a lo largo de ese año aproximado de gestación
extrauterina, el mundo social (a través de los padres y hermanos) se
hace presente en este indefenso ser. Así se configuran las primeras
defensas de autoprotección del ser. Digo ser, porque aún no hay un
yo; simplemente vestigios de su esbozo.
Seguidamente, a medida que la
creciente autonomía madura, el ambiente familiar se va haciendo más
abierto al mundo social; la criatura se va socializando más y más
alcanzando cotas importantes al iniciarse el proceso escolar. Es
entonces cuando la cultura, la sociedad y el poder introducen sus
tentáculos en el niño-a asentando valores-guías que marcarán su
existencia personal, social y cultural; pero generalmente, en nuestro
mundo “desarrollado” la elección de la orientación
escolar-educativa tiene que ver con decisiones de los padres que
tienen mucho de ideología. Así todo el conjunto de creencias de
índole irracional (religiones e ideologías) actúan como poder
autoritario aún cuando se declaren demócratas.
Se dan dos aspectos
complementarios que aseguran el proceso. En primer lugar se trata del
terreno afectivo en las etapas pre-edípica y edípica, cuando se
transfiere a la nueva generación las problemáticas neuróticas de
los progenitores; con ello se abren potentes heridas y se organizan
las medidas defensivas caracteriales. Aquí se transmite el
componente neurótico en la nueva generación; al tiempo y a
continuación lo que se denomina “tecnología de género” actúa
con todo su rigor. Los cuentos y leyendas que se cuentan a los hijos,
los juegos que repractican en grupos, los virtuales, la publicidad,
las series televisivas y animadas; todo este conjunto más las
opiniones de los adultos que les rodean y la propia escolaridad
muestran el espacio escénico dentro del cual representarán su
propia versión del drama. La tradición heredada y adecuada al
tiempo actual se manifiesta con sus raíces milenarias de
autoritarismo y antinaturalidad. Seguidamente estos jóvenes,
adentrándose en la pubertad se darán cuenta de la conflictividad de
sus padres con los abuelos y podrán esbozar los inmediatos
eslabones de un modo de conflicto secular. Y en la adolescencia toda
esta angustia y conflictividad estallará frente a la propia familia
y sociedad, pero esa rebeldía, esa oposición e incluso hostilidad
ya está muy alejada de su fuente; de las heridas primarias de la
infancia enterradas en el olvido del subconsciente y cubiertas de
potentes defensas.
Se opondrán, encontrarán
motivos más o menos racionales, pero el malestar y el dolor quedarán
ocultos a menos que procedan a una valerosa exploración interior.
El amor, el abrirse a los
demás desde la plenitud exige confianza y entrega (a los demás y a
sí mismo). La acción es la aplicación de la vitalidad en la
realidad envolvente con el fin de transformarla satisfactoriamente.
El conocimiento es la manifestación de la curiosidad, del deseo de
obtener entendimiento y comprensión del mundo envolvente. Los tres
fenómenos son la expresión trina del impulso vital. La triple cara
del pulso de la vida surgiendo desde el centro del organismo humano.
En cada impulso figuran estos tres componentes aunque pueda
prevalecer uno sobre los otros dos; es imposible que uno de ellos
quede excluido del impulso. Es como si se tratara de concebir que en
el espacio tridimensional, una de sus tres dimensiones pudiera no
darse, ¡imposible! Lo que puede ocurrir y de hecho acontece es que
el propio impulso y sus aspectos queden alterados y distorsionados.
La impresión de carencia de amor lleva al deseo de ser
merecedor del mismo, a las maniobras para asegurarse la atención y el interés
de los demás y la integración de que el esfuerzo por ganarse a la gente; el
esfuerzo de ser querido nunca llega a satisfacerse. Que cualquier acción es
estéril al asentarse en la desconfianza y uno se cree víctima de los demás. Las
dudas e incertidumbres imposibilitan la entrega imponiéndole condiciones que
declaran inseguridad.
La sociedad consiste en la mutua interacción de las
personas. Todos y cada uno de los componentes de la sociedad adolecen de estas
distorsiones en mayor o menor grado configurándose el tipo de relaciones interpersonales
y sociales. Cada persona se sitúa socialmente desde su percepción del “yo”
dirigiéndose a los demás como “los otros”. Precisa de ellos para satisfacer sus
diversas necesidades y aporta, desde su persona a la comunidad, en sus
posibilidades. Si esto se quedara así la convivencia y relaciones serían muy
fáciles; cada uno aporta sus talentos, destrezas y conocimientos y entre la
diversidad se satisfacen todo tipo de necesidades y motivaciones. El bien
personal se correspondería con el bien común.
Ya hemos visto que la distorsión en el amor genera
desconfianza y dificultad de entrega al sí mismo y a los demás; hace que se
tenga hambre de llenar carencias y para ello emerge el narcisismo o importancia
personal. Esta necesidad de satisfacer la importancia personal utiliza todos
los recursos cognitivos al alcance en la instancia psíquica que denomino “ego”
(la imagen que tengo de mí mismo y que muestro en el ámbito social). Desde el
“ego” trato de hacerme notar, atraer la atención, interés, admiración, aprecio,
etc., de los demás ofreciéndoles a cambio destrezas y cualidades que son en
parte reales y en parte fantaseadas o idealizadas; ocultándome o reservándome
aquellas características que me censuro o me avergüenzan (la “sombra”). Así no
podemos permitirnos permitirnos mostrarnos tal como somos, tan sólo tal como
deseamos que nos vean. Las relaciones devienen ficticias con un componente
desiderativo al tiempo favorable y desfavorable. La verdad y la autenticidad
quedan rotas. Las expectativas van más allá de lo racional pigmentándose de
contenido irracional. En esta polaridad quedamos anclados. La misma polaridad
que hace milenios impulsó a ciertos individuos a obtener visiones de grandeza
y, con la fuerza, empezaron a someter a comunidades bajo su yugo, creando los
primeros imperios; anexionando poblaciones y territorios engrandeciendo su
poder y forzando la lealtad de los vencidos o aniquilándolos. W. Reich en su
magistral obra “la irrupción de la moral sexual coercitiva” muestra como pude
gestarse la mentalidad autoritaria patriarcal desde la serena igualdad del
linaje matrilineal originario. Actualmente hay aportaciones arqueológicas que
ofrecen información al respecto a través
de Marija Gimbutas en el estudio del calcolítico europeo, o la información
procedente de la “Civilización del Indo” o la información que nos aporta James
Mellaart a propósito de la antiquísima ciudad de Çatal Hüyük en Anatolia con
9.000 años de antigüedad.
Expansión de invasiones patriarcales caucásicas en la antigüedad |
Desde que el autoritarismo patriarcal se impuso a
partir de sumeria hace como 6.000 años hasta hoy, esa ideología se ha mantenido
adecuándose a la sucesión de siglos y milenios sin perder su esencia,
compenetrando el substrato de las ideologías y creencias, dando lugar a
religiones y los choques entre ellas. Sometiendo a sus habitantes al poder
institucional y, en particular, a las mujeres siendo desposeídas de dignidad y
propia identidad hasta el día de hoy cuando reivindican su espacio y presencia
robada.
La sensación de poder se inició con la economía del
clan y la ubicación económica de la mujer, después prosiguió con la fuerza de
las armas en las guerras, momento que los mercaderes y el comercio empezó a
reunir capitales con los que se fundía la hegemonía política defendida por
ejércitos y la expansión comercial interesada en materias primas y mercados.
Los terratenientes y los grandes comerciantes efectuaban préstamos con los que
se financiaban linajes de reyes y emperadores con sus campañas de conquistas,
para apropiarse de materias primas y monopolizar mercados. Más tarde, en la
Edad media, al crearse los estados modernos centralizados con su organización
política y urbana empezó a prosperar una clase burguesa-financiera que
progresivamente se fue haciendo con el poder financiando sus propios intereses
e influyendo en los reinos y políticos con sus inversiones y préstamos.
En la antigüedad
los esclavos y siervos contribuían a la economía productiva, después con el
surgimiento de tecnologías, con la ilustración y la industrialización se creó
una clase proletaria y obrera a la que explotar al tiempo que con sus hijos
aportaban soldados a los campos de batalla. Y la mujer en condición de casi
servidumbre con el imperativo de ser madres cargaba con lo básico en la familia
y la sociedad.
En la actualidad la industria se ha mecanizado
prescindiendo de la clase obrera generándose una masa de desempleados de ambos
sexos con una imposibilidad real de proporcionarles empleo digno, viéndose cada
cual luchando por su suerte y compitiendo con los demás por un empleo precario
o el autoempleo casi de subsistencia. Ahora la riqueza es enteramente
financiera y continuamente ésta aumenta a causa de la necesidad de préstamos
para cubrir las necesidades reales y adquirir la falsa ilusión de seguridad a
través de la variante de explotación financiera consistente en toda modalidad
de seguros para todo lo imaginable.
¿Cómo vemos ahora el amor? ¿Es entrega y confianza?
Todo lo contrario. La gente se siente utilizada y explotada, en soledad, sin
apenas redes confiables de relaciones. Sin contacto con su ser y en un estado
de estereotipia, banalidad y vacuidad intensa. La tristeza, depresión,
ansiedad, angustia y malestar lo inunda todo. La psiquiatría y el tratamiento
de las enfermedades mentales y psicosomáticas están en pleno orden del día. Se
comercializa todo: calidad del aire, calidad del agua, calidad de alimentos,
lugar donde vivir, la educación, la sanidad, incluso la muerte. ¡Todo! ¡Es
sorprendente y terrible que se viva con tanta naturalidad!
La acción está
sometida a grandes restricciones. Ya no es un impulso espontáneo transformador
y creativo; es un medio de descarga motriz y emocional, es un trabajo
competitivo que puede desaparecer en cualquier momento, es algo que debe
institucionalizarse y canalizarse adecuándose a las líneas y umbrales trazados
de forma que no atente al sistema. La acción se convierte, a través de la
frustración y el desamor, en odio y hostilidad, en temor y violencia.
¿Y el conocimiento? Se convierte en consumición de
cierto tipo de información calculada y perfilada con fines prácticos de
entretenimiento y productividad. Saber y conocer ciertos aspectos inmediatos y
utilitarios, destrezas para tratar de sobrevivir y contenerse lo incontenible.
Se transforma en control propio y de los demás, lo que nos aproxima a autómatas
informados. A los que adquieren sabiduría a través de la vida, a los mayores,
se les confina en instituciones geriátricas; la comunicación intergeneracional
se imposibilita o dificulta. El conocimiento se convierte en ciencia
tecnológica sólo para élites escogidas al dificultarse el acceso a los estudios
universitarios a los de clase humilde.
Si la tendencia operante se mantuviera y se asentara
volveríamos a una nueva reedición de la Edad media en la que el clero sería lo
financiero y los señores feudales los poseedores de la ciencia y tecnología.
Ontoenergéticamente hablando la educación es la
consecuencia de la interacción social de amor y conocimiento. Es incentivar y
transmitir el conocimiento a través del amor. Ya vemos que la mínima distorsión
en el amor tiene consecuencias nefastas y qué decir si se da asimismo
distorsiones en el conocimiento. Es por ello que el control de la educación es
un muy valioso instrumento del poder y debe servir a sus propósitos. Las
políticas educativas y las “tecnologías del poder” causan desinformación intencionada mientras
decretan qué debe considerarse la formación adecuada a los estratos de
población.
Ontoenergéticamente la salud es la consecuencia de la
interacción social de amor y acción. Volvemos a obtener un cuadro caótico. No
puede darse una genuina salud, en todo caso una controlada normalidad en la que
el neuroticismo es normativo y la locura mental y orgánica uno de sus extremos.
Se considera locura, no sólo los desvaríos psicóticos, sino las desviaciones
que cuestionan el control-estatus por su poder desestabilizador del “estatus
quo”. Los visionarios e idealistas utópicos están sujetos a alucinaciones y
delirios como los psicóticos e igualmente pueden ser peligrosos. El criterio de
normalidad como pensamiento único excluye a ambos extremos en lo marginal. La
tecnología aplicada a todo hace que la salud se entienda mecánicamente, que
consista en adecuarse a unas pautas estadísticas que indican un balance en el
organismo, pudiendo intervenirse estabilizándolo y también considerándolo a
modo de mecanismo sustituyendo ciertos materiales dañados o defectuosos por
otros operativos mediante trasplantes o artificiales como prótesis. El médico
ya no es un conocedor de la salud, sino un ilustrado administrador y gestor de
síntomas con el fin de concretizar estados patológicos y anómalos y poder
adecuarlos a la normalidad artificiosa de la vida social y productiva. Todo
profesional de la salud, especialmente los médicos deberían ser, ante todo,
sanadores antes que científicos y técnicos. Para poder considerarse sanadores
deberían ser humanistas y para serlo eficazmente personas sanas. La gestión y
administración de la salud, hoy por hoy, tan tecnificada y mecanizada es
convertida en una aplicación de grandes intereses sociopolíticos y mercantiles.
Los fármacos ya no son dones amorosos para contribuir a sanar a los aquejados; se
convierten en mercancías de gran valor y precio que deben comprarse, sea por
medio de las arcas de los estados, o mediante la clínica privada (es decir de
pago). El juramento hipocrático es sólo un recurso retórico muerto de
significado. El amor queda sustituido por el marketing y bajo la ambición del
beneficio económico sólo se invierte e investiga lo que promete beneficios, no
en lo necesario. Las políticas sanitarias consisten en administrar partidas
presupuestarias moderando los gastos. El enfoque economicista hace que los
trabajadores de la sanidad se sientan empleados sujetos a productividad y no
tanto humanistas comprometidos con los sufrientes.
Ontoenergéticamente la cultura surge de la interacción
social de acción y conocimiento. Ya hemos visto como la acción está sometida a
grandes restricciones que bloquean su función creadora y transformadora. Y el
conocimiento como forma de control político. La interacción de ambas
distorsiones genera una cultura muerta, conservadora, sin vitalidad. No se
alienta el que sea creativa, tan sólo reproductiva, revisionista,
recapituladora. Se entiende comúnmente cultura como el soporte de la identidad
de un colectivo humano y trata de convertirse en tradición secular. La cultura
se transforma en una estereotipia repetitiva, en costumbre y hábito. Se aleja
de la vitalidad. Es una rama a la que no le alcanza la savia vital. Se marchita
y muere. La auténtica cultura es por su
origen puro entusiasmo, manifiesta un sentido existencial común, es inquieta e
interactiva, intuitiva y creadora; liderando y generalizando la transformación;
impulsando a nuevos horizontes y cuestionando aquello que ya pierde sentido y vigencia. Es, por ello, pura filosofía. La cultura excita el tejido social dándole presencia y poder. Reúne a la
población a través de un pasado común, anima a que se enfrenten a los desafíos
actuales y universalizan sus logros a todos sus integrantes. Su cualidad
principal es el cambio, la evolución, el plantarse ante los horizontes y ver
que no son finales, sino meros comienzos. La cultura reúne en sí los frutos de
la educación y de la salud de los pobladores que la hacen palpitar. Reúne
orgánicamente lo más vital de todos los impulsos y realizaciones colectivas. Es
como un gigantesco árbol que hundiendo sus raíces en lo aportado por las
generaciones precedentes, crece y se alza desafiante hacia el cielo realizando
una expansión, tratando de obtener mayor bien y bienestar; pero siempre
alzándose hacia lo desconocido, hacia lo aún no alcanzado. Las ramas muertas
caen, pero el árbol crece y crece tratando de alcanzar el sol en lo alto del
cielo. Esa meta es la realización del ser humano como comunidad. Incentiva,
estimula y plantea retos que excitan la triple pulsión de cada uno de sus
individuos, sabe que cuantos más alcancen la auto realización mayor será su
poder de imaginar y realizar logros en beneficio de todos sus integrantes.
Démonos cuenta de las distorsiones mencionadas.
Consideremos en cómo operan en cada un@ de nosotr@s. Hagámonos responsables de
corregirlas en nuestro ser y apoyemos y facilitemos el que los demás las puedan
realizar. La transformación es un ejercicio personal que se comparte con los
más próximos mientras se piensa en términos globales. La consciencia reside en
nuestro self, la manifestación existencial de nuestro Ser. Contactando con
nuestro mundo profundo advertimos nuestro significado y sentido de la vida, lo
demás son distracciones u obstáculos. No nos engañemos ni nos dejemos engañar.
Tengamos en cuenta que hay mucho interés en mantenernos limitados porque así
favorecemos a nuestros opresores.
Ernesto Cabeza Salamó (05-06-2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario