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martes, 16 de marzo de 2021

Auto realización, Experiencias cumbres y Valores.

                               Auto realización, Experiencias cumbres y Valores.


En la última entrega consideré el aspecto creativo primario en relación con la Auto realización y el humanismo habiendo indicado las conexiones con la ciencia, cultura y educación.

Dije que el instante de inspiración, el aspecto primario creativo, surge del inconsciente irrumpiendo a la consciencia, llenándola de contenido significante, emocionalmente maravilloso, fascinante y que motiva a su realización práctica por medio de un laborioso proceso secundario.

También dije que las personas se aproximan a la creatividad primaria contactando con su autenticidad, es decir, desprendiéndose de las adherencias neuróticas.

Asimismo indiqué que una inspiración creativa es algo muy parecido a una experiencia cumbre pero de más baja intensidad; y que la aparición de experiencias cumbres conducen a y asientan la auto realización, en especial trascendente.

 

Una experiencia cumbre es un pico que aparece en un estado mesetario, la comparación con la sexualidad es indiscutible y ciertamente puede ser lo mismo. Tras la fase de excitación (aumento de la energía emocional), ésta se sitúa en estado mesetario; en la sexualidad, comúnmente breve en el hombre y hasta bastante prolongada en la mujer. Este estado mesetario está altamente cargado de vitalidad y deseo y con él se pierde mucho contacto con la realidad exterior; es una entrega plena a la vivencia que implica a los amantes. El mundo se centra en ellos y el compartir la experiencia “Ser” para ambos. A partir de este estado gozoso mesetario acontece una experiencia de plena disolución del Yo, unos instantes de éxtasis en los que el umbral llega a su punto más alto, desapareciendo el tiempo, convirtiéndose todo en disolución y unicidad. En tal momento hay una intensa descarga energética que denominamos orgasmo. Wilhelm Reich lo estudia admirablemente en su libro “La función del orgasmo”.

Una experiencia cumbre sigue el mismo proceso. El sujeto va entrando en un estado de conciencia crecientemente absorto en su mundo profundo, se hace ajeno al mundo circundante, por decirlo así, profano; está en su centro sagrado y en ese estado de conciencia alterada puede mantenerse estable. Está, siente que algo se puede desencadenar, pero sin certeza de ello; y de ese estado mesetario brota una serie de contenidos vivenciales que lo arrebatan en lo maravilloso del misterio. Esta experiencia tan única y maravillosa se compone de tres aspectos experienciales: es una experiencia estética (la belleza aparece con su máximo esplendor); es una experiencia afectiva (la bondad propia y del entorno es incuestionable); y es una experiencia cognitiva (la certeza de que es algo verdadero, sin la menor duda). Atendiendo a los testimonios de quienes las han vivido se puede realzar un listado de características; estas son algunas y se le pueden agregar múltiples más: Verdad, Belleza, Totalidad, Ausencia de contradicciones, Proceso vivo, Unicidad, Perfección, Necesidad, Plenitud, Justicia, Orden, Complicidad, Riqueza, Ausencia de esfuerzo, Alegría, Auto sacrificio, etc. Son vivencias plenas de significado; pero, al tiempo, son términos abstractos. Una vez experimentados y ya salidos de la “experiencia cumbre” su desarrollo cognitivo precisará de mucho proceso racional, entonces nos damos cuenta de su naturaleza abstracta. Nos daremos cuenta de que cada término incluye muchos términos y aspectos experienciales. Resulta muy difícil y limitado tratar de explicarlo. Tan sólo se puede resumir como un “éxtasis”, un acontecimiento experiencial extraordinario transformador.

Es una experiencia emocional plena y asimismo total y con una inmensa cantidad de información significativa. Se trata de una expansión intensa de la vitalidad, afectividad y cognición; alcanzando un alto umbral de lo considerado posible como vivencia. Es, pues, bioenergéticamente una gran pulsación del propio núcleo del Ser en una unidad inmensa de energía vital. Procede del inconsciente, pero no manifiesta productos conflictivos, más bien, lo opuesto; unicidad, integración, sinergia plenamente significativa.

Desde el punto de vista sintérgico, es la aparición de un grandioso y nuevo neuroalgoritmo de inmensa complejidad informacional, y totalmente congruente e íntegro. Un neuroalgoritmo que implica todo el conjunto del cerebro funcional (y por tanto de la totalidad del organismo) creando un campo neuronal-consciencia en fusión con lo existente (Unicidad, Totalidad, etc.). Y toda esta manifestación neuronal neuronal está siendo atestiguada por el Ser (El Procesador Central de J. Grinberg).

A diferencia del acto inspirativo del proceso primario, que después del instante inspirado, se disuelve, la experiencia cumbre es inolvidable y transformador, incluso podría decirse que transmutador. Tras la misma el sujeto se siente diferente; algo se ha transformado en lo profundo de sí, sin que pueda darse uno vuelta atrás; y si se ve forzado a realizarlo es a costa de una poderosa renuncia y duelo; tampoco volverá a ser como antes de la misma.

Esto es así porque en la experiencia cumbre el mundo propio y el exterior aparece siendo enteramente justo, al desnudo, plenamente autentico, verdadero y sumamente hermoso. Es una vivencia convencida, aunque no lo puede ser para los demás; es muy posible que el sujeto que la ha experimentado no pueda entender que los demás no lo puedan ver con tanta claridad como él.

Se trata de descripciones muy precisas y significativas que podría compararse a la descripción de un periodista riguroso de un acontecimiento presencial del que ha sido testigo; o de la certeza del científico que testifica acerca de lo que ha descubierto con pleno rigor de validez científica.

Para el sujeto que experimenta la experiencia cumbre no es algo que debería “Ser” o que “tendría que ser”; como aparece a consecuencia de la inspiración primaria; sino como “así es” o “Es así”. La plena actualización. Esa es su incuestionable certeza subjetiva, aunque siendo poseedora de pleno significado deviene para sí en auténtico y verdadero; incuestionable.

Pero ¿es la “verdad”? El percepto la ha vivido así, No le cabe la menor duda. Como buscadores de conocimiento esto nos lleva a la reflexión. Como ocurre con la inspiración como aspecto primario de la creatividad debe seguirle un afanoso proceso secundario.

La historia nos ha mostrado cómo de vivencias extásicas han surgido creencias y religiones, sectas, si así queremos verlo, que han conducido al sufrimiento y hasta el atroz dolor. Así, pues, ¡debemos dejarnos seducir por la absoluta certeza subjetiva de los místicos y de quienes tienen experiencias cumbres? Tendría que darse algún modo de comprobar la verdad de la afirmación, alguna forma de ponderarla. Demasiados visionarios, videntes y profetas han resultado estar equivocados después de sentirse absolutamente seguros. Estas decepciones y desilusiones fundamentan históricamente la función de la ciencia; la desconfianza y escepticismos ante estas pretensiones de revelación personal, llegándose al punto de considerarlas como datos carentes de valor en sí mismos. Por otra parte, tenemos a grandes científicos, cuyos logros se deben a repentinos y extásicas percepciones de la verdad. Luego son puestos a prueba por ellos mismos y otros colaboradores en un minucioso trabajo de investigación y experimentación.

Para muchos el sentido de la ciencia es verificación cautelosa, validación de hipótesis, investigación de la verdad o falsedad de ideas e hipótesis de otros; pudiéndose llegar a un punto integrista de esta concepción que conduce a un cientifismo constrictor. Así ocurre en la actualidad al asociarse lo científico y tecnológico como instrumento de verdad. Ciencia etimológicamente significa saber y conocimiento y por ello hay en sí el afán de descubrimiento y para ello aprecia y promueve percepciones y visiones del tipo de experiencias cumbres y luego el procesarlas pacientemente hacia su validación.

En un escrito anterior hablando de ciencia y saber abordé el tema del “amor-del-Ser” como forma de conocimiento y asimismo su riesgo de compromiso con la subjetividad afectiva.

El problema de las experiencias cumbre es que, tras vivirlas, es inevitable elaborarlas, darles un sentido racional y pragmático, aplicable al propio vivir y al relato y justificación hacia los demás. Aquí radica el peligro, cuando los grandes recursos cognitivos (mentales) intervienen empaquetando una vivencia. Entonces la mente con sus contenidos manifiestos y latentes lo interpretan y justifican o racionalizan convirtiéndolo en una creación ideológica, hipotética, teórica y estética o artística. Aquí sí podemos darnos cuenta del riesgo que deviene conforme al criterio de salud o integridad personal y afectiva. Nuestros contenidos defensivos inconscientemente pueden aflorar sin que apenas podamos advertirlo, y mediatizar el sentido y significado de lo que fue la experiencia cumbre. Se trata de un proceso interpretativo de nuestra personalidad y carácter.

Ya nos hemos dado cuenta perfectamente que el principal componente de las experiencias cumbres es la emoción. Es lo que le da su inmenso valor experiencial.

Por otra parte,

en la práctica de tipo espiritual como es la meditar nos damos cuenta que aparecen como dificultades los aspectos emocionales de los que tratamos de desapegarnos. Este es un aspecto muy importante a considerar. Nos adiestramos en la búsqueda del Ser mediante la meditación dándole presencia al Observador y, desde el mismo, desprenderse de lo emocional; y cuando aparece una experiencia cumbre, ésta es justamente una experiencia emocional transformadora. Puede parecer esto una contradicción.

Aquellas personas que llevan tiempo practicando el estado meditativo, aquellas que han realizado o están avanzados en la práctica de la psicoterapia humanista y transpersonal, y aquellas que han experimentado estados de trance o estados de consciencia alterada (sean místicos, chamánicos, mediumnicos, o hipnóticos) se dan perfecta cuenta de que ello no es una contradicción, sino parte ineludible del proceso de auto realización.

Me explico. Si, desde el momento en que iniciamos el proceso de vivir, no experimentamos situaciones dolorosas, nuestra emotividad y afectividad sería lo natural de nosotros y fluiría con espontaneidad, con integridad y coherencia. Como tal situación es puramente un ideal; desde antes de nacer (de forma innata) ya disponemos de ciertas condiciones defensivas frente a situaciones displacenteras, dolorosas e incluso traumáticas ( tengamos en cuenta además la herencia genética, la epigenética transgeneracional e incluso la carga kármica); y desde el propio nacimiento siguen dándose y se desarrollan condiciones difíciles, displacenteras, frustrantes, dolorosas y traumáticas que crean mecanismos defensivos de tipo caracterial y se estructuran como resistencias subconscientes para evitar rememorar lo que se ha vivido como amenaza o peligro, dolor y se asocia con el temor. Justamente estos sentimientos y emociones latentes en el subconsciente y la maniobra de evitar lo doloroso hace que el tratar de contactar con nuestra autenticidad, surjan contenidos emocionales de forma confusa y contradictoria. Son parte de nuestra lucha interior por adquirir la integridad y coherencia y, al tiempo, mantener subconscientemente nuestros temores, enojos y culpas entre muchos materiales reprimidos. Se establecen capas dialécticas de carácter defensivo que, a lo largo de la autoterapia (mediante la meditación) o la psicoterapia hay que afrontar, aceptar y sanar. De lo perturbador debemos desapegarnos, que no reprimirlo o ignorarlo; pudiendo así contactar con el Observador o Ser y, desde él, abrirse a las experiencias cumbres sanas. Si no es así, el material latente, en una emergencia profunda desde el núcleo del Ser, su potente energía atraviesa las capas defensivas contaminándose de sus estructuras; y entonces, el carácter visionario de la emergencia, aunque mantenga su cualidad estásica, queda teñida en su camino a la consciencia y luego, en el proceso segundario, esos contenidos interpretativos ligados a la deficiencia de integridad y de coherencia hacen que deriven en elaboraciones con contenidos patológicos. Por ello numerosas experiencias de éxtasis y visionarias resultan erróneas, así como sus consecuencias.

Desde el punto de vista sintérgico, cuando se realiza un campo neuronal de amplitud neuroalgorítmica y sus contenidos no resultan íntegros y coherentes, el resultado es una desarmonía con el campo cuántico (Latice) y el patrón de interferencia queda alterado, es decir: la creación de la realidad subjetiva no se ajusta a la autenticidad. El Procesador Central (Ser) no resuena en armonía producieniendo distorsiones perceptuales y vivenciales propias de los episodios y etapas de la llamada “Emergencia espiritual”, entre ellas la denominada “Noche oscura del alma”. Esto es, asimismo, una llamada a la atención para posibilitar su sanación.

Es, pues, comprensible que, desde el rigor de querer alcanzar el conocimiento del Ser, el abordaje científico afronte estas vivencias de éxtasis con cierto escepticismo y trate de dar fórmulas para distinguir las genuinas propias de auto realización, de las visionarias neuróticas o psicóticas.

He anotado anteriormente un listado de características de las experiencias cumbres, ahora las refresco: Verdad, Belleza, Totalidad, Ausencia de contradicción, Proceso vivo, Unicidad, Perfección, Necesidad, Plenitud, Justicia, Orden, Complicidad, Riqueza, Ausencia de esfuerzo y Alegría entre otras. Al considerarlo vemos que estas características son al mismo tiempo una lista de valores; se presentan como los “valores fundamentales” de la humanidad enunciadas y en concordancia por ilustres pensadores de la humanidad.

Estos son los valores de la vida por los que muchos han estado dispuestos a morir, y en su defensa han sido perseguidos, torturados e incluso muertos. Son los valores por los que luchamos y que anhelamos en toda la humanidad. Son asimismo aquellos “valores supremos” que han manifestado y manifiestan las mejores personas en sus mejores momentos; forman parte de lo que define una vida humana superior, espiritual y que son, asimismo, los objetivos de la psicoterapia y de la educación en el sentido amplio. Aquellas personas que los manifiestan y las que se hacen merecedoras de admirar y también son atributos que forman parte de los individuos santos, espirituales e incluso de lo divino.

¿Cuántas disciplinas propias del conocimiento las han estudiado! Desde la filosofía, sociología, psicología, estética, ética y jurisprudencia entre tantas. Se trata de una temática cognoscitiva y simultáneamente vemos que se trata de un enunciado valorativo. Son cualidades en las personas, es decir “que son” y se dan como hechos; son al mismo tiempo aquello a lo que aspiramos, a lo que anhelamos poder alcanzar o experimentar y conseguir; es decir a lo que se “debe ser”. Donde “ser” y “deber” es lo mismo; El serlo es asimismo un valor. Lo que en algunos es, debe ser en la humanidad.

El término “valor” como “deber ser” se refiere al mundo de la identidad. La pregunta ¿qué soy y qué debería ser? Sirve de ejemplo; a este tipo de pregunta, los profanos responderían con un “si estuviera en tu lugar… siguiendo con sugerencias y consejos. Una actitud de tipo parental y nutricia en los mejores casos. Una actitud moral e impositiva en otros siguiendo dogmas religioso-morales. Tal actitud no aporta buenos resultados, incluso resulta perjudicial porque limita la libertad y la espontaneidad del individuo al situarlo dentro de la inmadurez y optar por un posicionamiento adaptado y hasta sumiso. Lo que resulta útil es que la persona se sienta impulsada a averiguar cómo aproximarse al conocimiento de quién y qué es por medio del descubrimiento de su autenticidad, la verdad de su ser y la naturaleza de sí mismo. Cuanto más conocedora es la persona de su identidad como parte de la naturaleza, portadora de íntimos deseos, de su temperamento y constitución física, de todo aquello que le causa satisfacción y gozo; tanto más fácil y espontáneo le resultan las elecciones de valor. La persona elige con libertad lo que es conforme a su naturaleza e identidad, lo que le resulta adecuado y justo. Así la libertad no resulta ser la limitada elección de posibilidades racionales, sino que de ellas la más conveniente es lo que se ajusta a su “verdad” sobre sí mismo, lo que tiene que ver con su ser. Así la libertad de elección no es simplemente un escoger entre diversas posibilidades, sino acertar en lo que se ajusta a su ser. El libre albedrío no es sólo el poder escoger entre posibles alternativas, sino el conocer cuál de esas alternativas se ajusta a su identidad, a su verdad personal. Así la obtención de la propia y genuina identidad tiene que ser la propia naturaleza y la búsqueda del deber ser y del propio ser. ¿Quién con objetividad, claridad y discernimiento podría oponerse o resistirse a tal consideración? Sólo personas sujetas a directrices y dogmas rígidos se podrían oponer. Es decir, personas con firmes apegos, controladores en sí y para con los otros y rígidos serían quienes no podrían aceptarlo.

Aquí, en este justo punto, es oportuno hacer una consideración acerca de la naturaleza y objeto de la psicoterapia. La psicoterapia de corte humanista y todo aquello que tenga por objeto sanar a la persona debe encaminarse a la consecución de la autenticidad y al contacto con la verdadera naturaleza de si mismo como Ser y Deber ser; hacia el autodescubrimiento y la auto realización a través de la libertad de elección y de ser conocedor de la propia identidad. Se da asimismo una tentativa denominada asimismo psicoterapia que tiene por objetivo adaptar y adecuar al individuo al medio político, social y cultural, con la pretensión de inhibir cualquier tendencia que cuestione o desafíe es “estatus quo”; generando una masa acrítica y sumisamente adaptada al sistema normativo. Algunas veces el sofisma se presenta con el enunciado de que cada cual es responsable de su situación personal y material sin cuestionarse el marco de libertad que el sistema imperante presenta; entonces hace responsable y consigue autoculpabilizar al propio individuo por su inadecuación o dificultad de éxito en él. Si fracasas o no tienes éxito es por tu propia elección que no se ajusta al marco normativo en el que vives. En el fondo se nos dice que somos responsables y culpables de nuestra propia inadaptación… ¿a qué? ¿Es esto un valor del ser?

Si repasamos los escritos anteriores acerca del humanismo, vemos que esta segunda opción nos conduce a una concepción autocrática de la persona y a la definición de la misma como portador de insuficiencias o limitaciones que justifican el transhumanismo. La primera opción conduce directamente a la auto realización y en el mejor de los casos a la auto realización trascedente; en la que cualquier individuo es portador de un potencial propio al que debe acceder, activar, manifestar y potenciar. Aquí no es posible el planteamiento del transhumanismo, sino de una concepción abierta y potencial de humanidad. El humanismo y la psicoterapia y sanación humanista sintetiza la expresión “Llegar a ser lo que eres”. Es descubrirse en un proceso abierto de libertad y autoaceptación amorosa. O como declara A. Maslow: “El descubrimiento de la verdadera naturaleza propia es, a la vez, una búsqueda del deber y del ser”.

Resulta esclarecedor, a la vista de lo dicho, que, en tal concepción de la terapia, el propio proceso y los objetivos de la misma son lo mismo. El objetivo de la terapia es alcanzar el ser de la persona y su proceso exactamente lo mismo. Siendo por ello un proceso fenomenológico (¿cómo lo consigo? Y funcional (¿con qué finalidad?). “¡Llegar a ser lo que eres!” La tarea es que el yo al que aspiramos ya existe en un sentido real. Facilitar el recordarnos en verdad a través de las limitaciones, obstáculos y condicionamientos del medio coercitivo en el que habitamos. Cada cual se aproxima y lo alcanza conforme a su naturaleza profunda y esta cuestión nos pone en contacto con aspectos transpersonales que consideraremos próximamente.

 

 


11 de marzo de 2021. Ernesto Cabeza Salamó.



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