Meditación Febrero 2011: “Cuando florece el Ser”
A lo largo de las cuatro sesiones de este trabajo meditativo, he podido obtener las siguientes conclusiones.
La fase de risa ha sido fácilmente aceptada y seguida con genuinas carcajadas procedentes desde lo “hondo”. En general ha costado arrancar, siendo especialmente el oír la risa de otros lo que ha estimulado a los demás.
Tras un tiempo de reír se aprecia un cese de la misma con un cierto bloqueo expectativo; tras el cual, a cualquier ínfimo estímulo propio o ajeno se propicia un nuevo arranque.
Hay quienes que, en unos primeros encuentros les ha costado iniciar con la risa, en las posteriores realmente y literalmente se han revolcado por el suelo.
Otra observación es que en la fase final del ciclo de risa hay a quienes les ha costado mucho detener la risa, lo que ha producido una interferencia con la siguiente área de trabajo. De la misma manera que cuesta salirse de la inercia del discurrir cotidiano, también acontece una dificultad en desapegarse de la nueva situación emocional con la risa. Ello nos debe hacer considerar la tendencia que mantenemos de apego a nuestros estados emocionales.
E observado, asimismo, en personas concretas una dificultad de no poder contactar con la risa, siendo su voluntarismo la dificultad y también la preocupación por obtener en todo trabajo de tipo meditativo visiones o percepciones intrapsíquicas; lo que sugiere otro tipo de apego.
La fase de llorar ha resultado algo más dificultosa. Habitualmente para suscitar el llanto se ha recurrido a evocar y recordar situaciones infelices o dolorosas propias o ajenas, produciendo una reacción de lamento, dolor y compasión de índole secundaria. Considerándose este proceder como el natural. A lo largo de las cuatro sesiones de experimentación, la mayoría de los participantes no se han dado cuenta de la diferencia entre llorar por evocación y que el propio sentimiento les lleve a imágenes y situaciones vividas, permitiendo, de este modo, revivirlas y recapitularlas energética y anímicamente.
No ha sido una actividad muy valorada. Resulta evidente que el tratar de contactar con algo doloroso no es una motivación relevante.
En la fase de “testificar en quietud y silencio” se ha podido observar, sin la menor duda, que la previa expresión de estados emocionales ha propiciado un mayor vacío en la ideación y el consecuente descenso del diálogo interior; lo que ha ocasionado una sensación general positiva de sentirse meditando realmente.
La última fase, la de danza espontánea, ha sido muy variable; estando condicionada por los estados anímicos residuales y activados por las fases previas. La misma persona, en sesiones distintas, ha experimentado momentos diferentes, desde una gran necesidad de movimiento libre expresando su sentir, al deseo de mantener el estado de quietud meditativo.
El diálogo interior se ha visto reducido, los aspectos visionarios se han producido en unos según su cualidad energética y en otros, la mayoría, ha consistido en autoexpresión por el propio sentir.
Ernesto Cabeza Salamó
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