REFLEXIÓN ONTOENERGÉTICA SOBRE EL DINERO.
El dinero
es una de los principales motivos actuales de preocupación en época de crisis,
pero por las mismas razones también lo ha sido en muchas generaciones desde un
tiempo inmemorial.
Ya
Buda hablaba de sus efectos perniciosos abogando por su renuncia por ser la
base de infinidad de deseos.
. Antes de él, los sabios hindúes, los
sanyasin renunciaban a él convirtiéndose en mendigantes.
Jesús, siglos después nos alerta sobre sus
efectos perniciosos espiritualmente…
Dios
desea la pureza en la renuncia del mundo material, Dios premia a sus amados con
la abundancia, el bienestar y la opulencia. Desde una óptica los ricos son
sirvientes del diablo en muchas escuelas espirituales como los agnósticos
antiguos, los maniqueos en los inicios de la cristiandad, en los cátaros en la Edad media; e incluso en la
primeros Franciscanos.
Dios ama
a sus fieles y leales colmándolos de todos los nobles dones de la vida. Concede
éxito en empresas, en la fertilidad, en la salud, en las propiedades, en la
distinción e influencia en la comunidad. Esta idea ha sembrado una forma de
pensar en el mundo anglosajón, muy especialmente en la mentalidad
norteamericana. Se basa en que Dios es amor, es bueno. Si Dios quiere lo mejor
para sus fieles y quiere que gocen de una vida plena, alegre y rica; no puede
estar en contra de que el fiel y leal creyente no renuncie a los bienes terrenos
que el propio Dios ha creado para premiarlo.
El mismo
Dios anunciando dos contrarios. Todo ello escrito y justificado en textos
sagrados bíblicos. La justificación del poder y de posesiones como premio es
propio del Antiguo Testamento; mientras que su crítica y la exhortación a su
renuncia es propio del Nuevo Testamento. Ello nos sugiere una pista histórica e
ideológica de dónde procede el conflicto.
Pero no
nos vamos a meter en el análisis de estas consideraciones, porque nos apartaría
del objetivo que me propongo. Tan solo muestro esta oposición antitética en el
seno de nuestro concepto de mundo dominante y su influencia en ideologías
operantes en la actualidad.
Como
cuenta Umberto Eco en su novela “El nombre de la Rosa” este tema es el que reúne
a los representantes de la Santa Sede
y a los franciscanos en el monasterio donde se desarrolla el drama novelado; en
él queda claro como el poder, aliado de la opulencia y protegido por la Santa Inquisición hiere con
fuego a sus oponentes, sean herejes asesinos dulcinistas, como sospechosos de
brujería, aún muy arraigada entre las gentes humildes (los siervos de nobles y
clérigos).
En la
película “Paseo por el amor y la muerte” también aparece crudamente expresado
este tema en la lucha de los nobles medievales contra el campesinado en uno de
sus heroicos enfrentamientos. Es una creación de John Houston en 1969 basada en
la novela de Hans Koning de 1961 del mismo título.
También
lo vemos muy cercanamente en la lucha de la clase obrera desde la Revolución Industrial
hasta la actualidad donde la ideología del Neoliberalismo lo impregna todo
ideológicamente creando crisis financieras y económicas en las que se hace la
guerra a la población llana, explotándola y reduciéndola a condiciones de
pobreza y temor a la misma.
La teoría
de la oscilación pendular en la historia es del todo injustificable por
eternizar y justificar este conflicto, y las teorías marxistas de dialéctica de
la lucha social no se ve representada en la situación actual; donde en vez de
darse una síntesis creativa liberadora, se da un funesto retroceso.
En esta
dialéctica hay un grave error y éste consiste en la propia interpretación
mecanicista y materialista del Ser humano.
En
Ontoenergética se afirma que la expresión vital en el organismo vivo humano, la
pulsación se dirige simultáneamente en tres direcciones o aspectos: Hacia el
amor o afecto; hacia la acción en todas sus modalidades y hacia el
conocimiento. Las tres direcciones en el fondo no es más que una, así como el
rayo de luz se descompone en siete colores al atravesar un prisma de cristal. El
afecto sin acción ni conocimiento es insulso, insatisfactorio, muerto. La acción
sin afecto y sin conocimiento puede ser homicida, y el conocimiento sin afecto ni acción es estéril, vacío; en este
sentido se produce una actitud ideológica neurótica que influye en la salud, la
educación y la cultura. En nuestra
cultura occidental, tecnicista, mecanicista, mercantilista, colonizadora y
especulativa, ni el amor se da espontáneamente, ni la acción es íntegra, ni el
conocimiento es veraz. Todo se confunde en intereses y avaricia de dinero,
posesiones y poder. La cultura queda marcada por este estigma, la educación es
dirigida a fines de explotación y especulación, y la salud es algo muy parecido
a un taller de reparaciones donde se cobra por la mano de obra y las
reparaciones (medicinas, tecnología, etc.).
En el
campo de la salud se da sufrimiento, en campo de la educación se da diferencias
según clases sociales y en el campo de la cultura se da una manipulación por
los medios de los que se vale el Poder en forma de propaganda y corrientes de
opinión. Y la posición del dinero es uno de los fines especulativos en su
aspecto virtual, porque el aspecto físico, monetario, cada vez es menor y en
vía de extinción.
Confundir
dinero con poder o disponibilidad de poder está en todas las mentes de nuestra
civilización y se impone infectando a todas las demás culturas y civilizaciones
con las que se relaciona. Pero ¿qué es el dinero en verdad?
El dinero
es una invención consensuada, acordada para facilitar el intercambio de bienes
y servicios en un momento histórico ya remoto. Es el medio de intercambio y no
un fin. Es algo que hace que dentro de la complejidad creciente de una sociedad
se pueda compartir sus servicios específicos sin obstáculos. Es un medio de
intercambio, no un fin. Las mentes abusivas, avariciosas, ávidas de llenar sus
vacíos existenciales intentan apropiarse de este medio para convertirlo en un
fin y, para ello, deben confundir a todos los demás y deslumbrarlos con sus
sofismas interesados.
Aquel que
se sitúa estratégicamente como conducto del medio adquiere una ventaja entre el
productor y el consumidor. En nuestros días los intermediarios entre los
productores y los consumidores imponen sus intereses encareciendo el
intercambio, alterándolo en su provecho. Así nacieron las primeras finanzas,
los primeros prestamistas y usureros que más tarde dieron lugar a bancos e
instituciones financieras.
Adueñarse
del control del medio de intercambio y poder imponer tarifas a los productores
que precisan de capital; explotar a los consumidores que necesitan de tales
productos para vivir; es su estrategia. Al final el que adquiere el capital y
lo acrecienta con los intereses de créditos a unos y otros es el que adquiere
directa o indirectamente la extracción y explotación de los recursos naturales
y especula con sus productos para imponer sus intereses a los consumidores. En
esto no hay afecto, sino avidez de posesión y poder. Y sus tentáculos se
introducen asimismo en todas las instituciones sociales y gubernamentales, pues
todos son clientes de sus créditos e inversiones.
Cuatro
estratos de población surge de esta relación: 1º Los desheredados del mundo. 2º
Los trabajadores cada vez más paupérrimos y temerosos de la exclusión social.
3º Los súbditos leales que adulan y dependen del amo. Y 4º los amos. Todos
ellos, en diferente forma, presos de
miedos e infelicidad. Unos como víctimas asumidas, otros por supervivencia,
otros por temor a perder privilegios y los últimos defendiéndose de todos los
demás a los que consideran adversarios declarados o latentes.
El dinero
es un medio, se adquiere, entre la mayoría, vendiendo la fuerza vital sea física,
emocional, intelectual, imaginativa, etc.; y obteniendo a cambio el medio de
intercambio. Vender un tiempo de vida a cambio de dinero. “¡Vender!” Y el capital lo que hace es “¡Comprar!” esta
fuerza vital. Se trata de comprar al mínimo precio y extraer lo máximo posible
de la energía viva que el otro vende. La astucia del que atesora el medio
mediatiza la transacción presionando sobre el resultado de la compra-venta en
su favor. Si los representantes de los ciudadanos se consideran lacayos y al
poder económico como amo; los que venden su vida a cambio de dinero lo tienen
muy negro y penoso. Máximo cuanta más avidez de control y poder se tenga sobre
el medio que ahora se ha convertido en el fin. Se abre el grifo o se cierra de
acuerdo con estrategias convenientes, sin consideración humana que valga. Por
ello esto puede considerarse como un atentado de unos pocos al grueso de la
población. Reducir la condición humana a la precariedad a favor de la
especulación y la opulencia de unos privilegiados es inmoral, es un atentado y
un delito deliberado hacia la población y la humanidad. Quizá algún día los
juristas de un mundo más evolucionado juzgarán severamente a los políticos,
economistas y juristas de la época actual con la severidad como actualmente lo hacemos
con los inquisidores y nobles medievales. Las leyes son elaboradas en base a
presiones económicas-ideológicas a pesar de las demandas y necesidades de los
ciudadanos corrientes. La democracia representativa, tal como se da en la
actualidad, de unos pocos partidos políticos en régimen de alternancia, no son
libres y responden en mayor o menor grado como lacayos de los amos a los que
sirven (a través de créditos, intereses económicos de financiación, procedencia
social, pretensiones egoístas, etc.) y tratan de justificar su función
defendiendo promesas electorales que quedarán mediatizadas por la intensidad de
las presiones de los poderosos. Muy poco interés tendrán estas instituciones de
partidos en que la democracia pueda hacerse más directa y pueda prescindir de
los profesionales de la política. Hoy el desencanto y la sospecha los toca a
todos sin importar sus colores.
Con todo
ello vemos y afirmamos que el dinero corrompe; pero si sólo es un medio, es un
invento consensuado. ¿Cómo puede adquirir este poder propio del anticristo?
Para ello
debemos sondear el psiquismo humano, hemos de adentrarnos en sus oscuras
mazmorras y ver su oscuridad, sus miasmas.
Herman Keyserling |
Herman
Keyserling lo estudió llegando a la conclusión de que lo que subyacía en este
estercolero era: 1º el “Miedo Originario” que no es la muerte, sino el atávico
del hambre y la miseria. Del esfuerzo por exorcizarlo aparece la necesidad de
la seguridad que, en nuestra civilización, se orienta a la propiedad o posesión
de recursos diversos. 2º el “Hambre Originaria” que más bien podría precisar como
“Avidez Originaria”. Él lo identifica como un instinto que tiende al incremento
sin freno y que, a no ser que tenga un límite estricto, puede desafiar a los
demás con agresividad. Este segundo aspecto se enfrenta a la búsqueda de
seguridad y lo desafía, creándose un conflicto entre el Miedo a la miseria y la
tendencia a la Avidez insaciable.
Esta
confrontación interna condena al Ser humano a un sufrimiento incesante, a una
necesidad de control, de represión y de que se someta a reglas que regulen y
sancionen la intensidad de ambas tendencias. Nos recuerda a la tópica freudiana
del instinto de vida o Eros y el Instinto de muerte o Thánatos con su
consecuente e insoluble conflicto en lo personal y lo cultural.
Para
mitigar o exorcizar el “Miedo Originario” hay que generar seguridad y ello se
hace a través de atesorar recursos materiales (dinero, propiedades, recursos,
etc.) que se consiguen en el medio de intercambio que es el dinero; para
conseguirlo hay que vender un tiempo de vida con su energía. Y que utilizan y
aprovechan los administradores del medio mediante productos financieros
diversos (ahorro, pólizas de seguros, acciones, etc.) y la propiedad de bienes
(dinero, propiedades, asalariados, poder, etc.).
Y cuando
acomete el instinto de “Avidez Originaria”, el egoísmo aflora como una bestia
insaciable conduciendo a poner en entredicho el principio de seguridad, a
arriesgar las propiedades con este fin; a especular y desafiar o luchar contra
otros para obtener más privilegios, más poder, más propiedades, más capital. Y
si lo logra, entonces al escalar a estancias de mayor poder, esta avidez puede
fluir más impunemente con los límites que imponga el sistema de control
jurídico o tercer poder.
Esta
concepción del ser humano movido por instintos y miedos inconscientes lo coloca
en un callejón sin salida e imposibilita su evolución. Es un tipo de darwinismo
en el que el más audaz, el más temerario y agresivo es el que mejor puede
triunfar y, por ello, se considera el más dotado y también modelo de
triunfador. En tal sentido la moral debe ser estricta y controladora para crear
un pacto social que permita la convivencia.
No cabe
duda que esto refleja la situación actual de nuestra cultura y determina el
papel de cada individuo enfrentado a sí mismo y a los demás, temeroso de perder
poder y ávido de conquistarlo a expensas de otros más débiles o menos dotados.
El propio
Keyserling intuyó que hay que conquistar una nueva condición de ser para
salirse de esta insatisfactoria e infeliz existencia.
Desde mi
punto de vista ontoenergético, el “Miedo Originario” no es algo instintivo,
sino una reacción defensiva al impulso expansivo de la vida en el aspecto
interno, centrípeto. Cuando el Ser humano se sentía parte de la Naturaleza, un hijo de
la misma, éste confiaba en que su madre le proporcionaría los recursos de
subsistencia; y sabía cómo y dónde obtenerlos. Y la colectividad, los demás,
siendo asimismo hermanos en cuanto a origen, se apoyan mutuamente
comprometiendo las propias vidas en el bien común, pues eso asegura su
existencia. Siempre el apoyo mutuo ha sido el motor de la evolución y del
progreso comunitario, al satisfacer la seguridad incondicionalmente. Cuando el
afecto, la acción y el conocimiento de una comunidad se unen y pone al servicio
de su supervivencia, ésta se siente segura y confiada, cuenta con un destino
común.
En cuanto
al Hambre o “Avidez Originaria”, vemos que tiene que ver con el bloqueo o
represión de la tendencia natural de expansión vital en el sentido externo,
centrífugo. La expansión vital consiste en la expresión de amor, de actividad y
de necesidad de conocimiento. La actividad y la necesidad de controlarse y
controlar el exterior surgen de la insatisfacción o pérdida del contacto con el
afecto, el amor. Sin afecto no hay apertura, no hay entrega, no hay confianza,
no hay fortaleza ni hay claridad. La carencia hunde al individuo en un dolor de
privación e insatisfacción y debe ser reprimido. Lo reprimido emerge cual fiera
enjaulada cuando logra escapar de su confinamiento desatando su energía hostil,
resentida, herida, rencorosa, celosa, envidiosa, de odio… al amor imposible
traicionado o prohibido.
Es el
deseo, el anhelo, la necesidad de dar y recibir afecto lo que nos vincula
socialmente, nos da seguridad y fuerza para asociarnos en acciones que
benefician a todos los individuos y permite compartir todos los recursos y
conocimientos disponibles en la comunidad por el bien común. Entonces la
apertura, la grandeza de corazón, la certeza en los propios recursos y la
intuición y la fortaleza o seguridad personal se dan y comparten.
En este
contexto, el dinero vuelve a ocupar su papel de intercambio de bienes y
servicios; mientras sea necesario para el funcionamiento social. ¿Por qué digo
esto?
El dinero
surgió como necesidad de intercambio cuando la adquisición y producción de
bienes y servicios suponía un gran esfuerzo. El valor que tenían los bienes y
servicios, su necesidad y su presencia debían considerarse de algún modo y así
se generó su “precio”. Pero entonces valor y precio iban de la mano. Fue cuando
los intereses de los intermediarios (mercaderes, prestamistas, etc.) crearon
productos de poco valor necesario, de estatus y mucho precio y convencieron de
su deseo de adquisición a los demás, cuando el equilibrio se rompió. Los
acomodados, con la ostentación reflejando su emergente poder, propiciaron el deseo
de los demás de copiar y emular, creándose necesidades innecesarias ligadas a
estatus de estratificación social. Y desde entonces, creándose castas
sacerdotales, monarquías e instituciones financieras, la situación se ha ido
sofisticando enormemente dando lugar a la complejidad y conflictividad de
nuestro mundo.
Con
la tecnología que libera al individuo del esfuerzo y del riesgo en la
producción de bienes y servicios, es por lo que el valor del medio de
intercambio pierde sentido. El trabajo cada vez es menos una obligación y se
convierte en una actividad ligada a la pulsión vital de actividad, asociada al
afecto y. El trabajo se transforma en una actividad de auto realización y, en
la medida, de que ello se de más compartidamente, el dinero pierde su función.
Esto irá a más en un futuro ya próximo, cuando las tres direcciones del impulso
expansivo sean fluidas en la mayoría de los pobladores de las sociedades del
mundo. La salud, la integridad, la autenticidad y el saber serán los motores de
cada uno de sus miembros y estos, dejando de ser autómatas, sometidos a la vida
estereotipada y rutinaria, se conviertan en auto realizadores, deseosos de
acceder al misterio del propio ser y
existencia y compartir sus dones, talentos y maravillas por el bien mutuo y el
equilibrio del sistema vivo planetario. Entonces lo importante se considerará en
valores y meta valores y el reconocimiento y meta recompensas serán sus
resultados y aspiraciones.
En vista
de todo lo dicho vemos que la condición del tema del dinero en la actualidad
responde a una interpretación egocéntrica y separatista que, disgrega y hace
difícil, el apoyo mutuo y, en cambio, favorece el egoísmo y la pugna de todos
con todos. Esta interpretación es neurótica y está relacionada con una carencia
primal de seguridad, apoyo y afecto de las que se deriva la Avidez Originaria de H.
Keyserling.
Si las
personas no nos cuestionamos el limpiar y descubrir las causas de nuestras
avideces, que se convierten en dependencias, no podremos salirnos de este
círculo vicioso. Sólo descubriendo el efecto transformador de contactar con el
Ser y el afán de sus valores nos posibilita la transformación. Estos valores
que surgen del Ser, existenciales, son universales y nos reúnen nuevamente
superando la competividad y favoreciendo la búsqueda de lo que nos separa. Los
valores y meta valores del Ser, al ser universales, nos agrupan sin renunciar a
la genuina expresión de la propia personalidad y creatividad. Cada uno tiene un
universo que aportar y compartir, de acuerdo con su naturaleza y todos nos beneficiamos
de ello. Esto que se comparte entre todos tiene un gran valor pero no tiene
precio; se da, se regala, se entrega. No hace falta el medio del dinero. Es el
mutuo respeto, el mutuo reconocimiento, el sentimiento de que uno es una
“autoridad” (de autor, no de poder) en tal aspecto, tema o talento.
Y desde
aquí vemos que la crítica, el juicio de unos a otros, el juzgarnos como buenos
o malos surge de nuestra mente impregnada de carencias, de inseguridades, de
temores hacia los demás. La confianza no se puede dar si uno siente que, en lo
profundo, ha sido herido y está enojado por ello. Cuando esta violación se
introyecta y se reprime, no lo recordaremos, pero su efecto le hará desconfiado y temeroso a sí mismo y a
los demás; y consecuentemente la relación con el dinero manifestará de igual
manera reflejado la necesidad de ahuyentar la seguridad y el modo de canalizar
la avidez de llenar un vacío existencial.
Quedarse
en lo superficial, en lo aparente, en lo formal, nos ajusta a la estereotipia y
a lo rutinario, a lo banal e insustancial obligándonos a desear e imaginar actividades
evasivas y otras que nos excitan a fin de tener la sensación del vivir activo;
pero alejados de la fuente del ser, de la profunda fuente de afecto, de acción
y conocimiento. Permanecer en lo aparente sin preguntarse por lo propio del ser
es confundir el medio con el fin. El fin del dinero es el intercambio de bienes
y servicios, el medio pierde sentido y sólo se sustenta por la cantidad de ego
e importancia personal con el que se hincha. Por ello lo primero es librarnos
de la sobrevaloración del medio o agente instrumental, de todo aquello que
proyectemos egótico a lo superficial y de su componente ilusorio y fascinador.
Es como si queriendo clavar un tablón le diéramos la total importancia al
martillo y no a la función de la tabla ya clavada.
No nos cansemos de considerar que todo
cuanto utilizamos como bienes procede de la naturaleza y luego es transformado.
El valor que le demos a esta realidad dependerá de la concepción de lo humano
que tengamos. Es consecuencia de la concepción referencial. Si en la tradición
judeo-cristiana se considera que Dios creó el mundo y lo entregó al ser humano
para su explotación; y al ser humano infundiendo su aliento de vida, entonces
teológicamente y antológicamente el Ser Humano y Dios están directamente vinculados,
pero el mundo natural y material es de sustancia ajena a la propia sustancia de
Dios. Así pues, desde esta óptica, el Ser humano tiene todo el derecho a
explotar el mundo en su provecho y ello con el beneplácito divino. La otra
interpretación, de tipo pagano, es que tanto lo material como la consciencia
procede de la fuerza creativa cósmica y no es algo ajeno ni separado de ello
antológicamente, por lo cual tanto lo inorgánico como lo orgánico y la
consciente procede de un único y absoluta fuente originaria. Desde los valores
del Ser nos damos cuenta de que no somos dueños de la naturaleza, sino que
somos parte de la naturaleza; de ella surgimos y en ella evolucionamos
convirtiéndonos en humanos de igual modo que todos los demás seres han surgido
de ella y evolucionado, y todos (vegetales, animales, humanos) tenemos derecho
a sus bienes y sustento. Así, pues, no hay nada que comprar, pues pertenecemos
a la Tierra,
tan sólo se nos confía una pequeña fracción de la misma para satisfacer
nuestras necesidades; y tenemos la responsabilidad de su justa y eficiente
utilización en nuestro provecho juntamente con el de todos los demás seres
humanos y no humanos que también proceden y son parte de ella. Somos
depositarios, se nos confía su justa administración y se nos autoriza un título
por el cual asumimos la responsabilidad de su utilización y aprovechamiento
considerando el bien común. Esto es lo que jurídicamente dispone el título de
propiedad: la responsabilidad ética de su utilización en el bien común. El
traspaso de este título de compromiso y responsabilidad para el bien general es
el fin y el medio es el dinero. Nunca lo olvidemos. Nos ha sido concedido a
cambio de nada y el traspaso no debe ser objeto alguno de especulación.
Caminamos
hacia una solución transitoria de este problema respecto al dinero cuando
sentimos y apoyamos que lo que destinamos al bien personal siempre incluya el
bien común y general. Lo que me produce bien, bienestar y me satisface también
contribuye al bien y bienestar de los demás. Así el reparto de los bienes queda
asentado en la sinergia; otra opción es la de
aquel que habiendo conseguido abundancia (riqueza) por sus méritos, la
entrega repartiéndola entre los desfavorecidos. Así su mayor riqueza no será de
tipo material, sino reconocimiento y admiración por parte de los demás. Y esa
riqueza de reconocimiento ya no es un medio, es una realidad. Aquí también
vemos la sinergia en acción. Ambos ejemplos nos sugieren el paso intermedio en
el proceso de superar la necesidad del dinero como medio de distribución y
reparto de bienes y servicios sociales. Quien lo pueda ver y entender ya está
en el camino.
Acabada
esta redacción me ha llegado un hermoso vídeo titulado en español ¿qué harías
de tu vida si el dinero no importara? Con un discurso de Alan Watts. Ya lo he
compartido hace poco., pero ahora lo incluyo como complemento del tema.
Ernesto Cabeza Salamó
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