Encuentro de las pulsiones instintivas con las existenciales
El pulso de la vida se manifiesta en tres vertientes: el amor, la acción y
el conocimiento. Las tres se proyectan desde su núcleo esencial; el ámbito
existencial y el ámbito instintivo. Ambos aspectos resultan complementarios y
están al servicio de la vida humana. Uno arraigado en la propia expresión viva
como información que garantiza la vida tanto en el ámbito de preservación de la
propia vida como en la continuidad de la especie. El pulso instintivo sexual y
de supervivencia. Está inscrito en lo genético, en la información necesaria que
se transmite por herencia de generación a generación.
El otro aspecto antitético, complementario, el existencial, reside en lo
profundo del Ser, en el ámbito de la consciencia con su desarrollo, para lo
cual precisa de apoyo social en la expresión cada vez más palpable del
potencial humano manifestándose en la sociedad humana.
La herencia cultural rompe con esta complementariedad mediante una
oposición y pugna promovida. La tradición llamada “judeo-cristiana” ha
condenado a la Naturaleza en un ámbito inferior, con la función de ser objeto
de dominio y explotación en todo su conjunto por parte de un ser creado “ex
profeso” por Dios para señorear sobre el resto de la creación. Entonces todo
cuanto no es “hombre” queda convertido en algo puramente objetual (incluida la
mujer que es un subproducto del hombre según el mito de la creación de Eva).
Esta concepción está en pleno contraste con la mayoría de las tradiciones
paganas que admitían e incluso propugnaban que la sustancia divina creadora
asimismo se manifiesta en la Naturaleza y todas sus manifestaciones, tanto
inorgánicas como orgánicas. Lo que denominamos la historia antigua oficial
consiste en una lucha permanente entre las versiones de la tradición
judeo-cristiana-islámica contra el paganismo, especialmente por su aspecto
politeísta. Creándose la noción de infierno, no como el de los paganos que es
un lugar metafísico en el mundo espiritual o de ultratumba, sino como lugar de
condena y suplicio eterno para los que agravian los dictados de Dios a través
del clero, su mediador. La correspondencia de un único dios absoluto con un
sacerdocio al servicio de sus “dictados” y una clase dirigente de tipo
teocrático elegido por decreto divino creó un modelo de vida que se enfrentaba
plenamente con el aspecto instintivo tanto como supervivencia individual como
de especie, al tratar de bloquear los sentimientos que surgen del deseo y la
sensación de pertenencia a la Naturaleza entendida como diosa o Gran Madre de
la vida. La lucha despiadada por la posesión y explotación de la Naturaleza
llevada a cabo por caudillos leales a un único dios masculino codujo a la
negación del potencial femenino tanto en la mujer como en el propio hombre. Animus
y Ánima fueron separados y Ánima sufrió condenación en el confinamiento del
ámbito infernal de castigo, siendo tan sólo aceptado su aspecto totalmente
sublimado como amor y devoción abnegada a Dios en la beatitud y la santidad,
que suponía el triunfo total sobre la bárbara influencia del instinto, siempre
favorecido por la fuerza maligna definida como demonios y su gran jefe supremo
o Satanás.
Así las fuerzas instintivas o se dignificaban al servicio del dios y de los gobernantes, o eran condenables por las leyes humanas y divinas. Aún quedan vestigios aterradores de esta práctica sistemáticamente dirigidas hacia el mundo de la mujer en su aspecto principal de la moral sexual y de su libertad, el derecho a ser ella misma.
Manifestación 8 de Marzo |
Esta contienda milenaria ha penetrado en todas las fibras que componen
nuestra cultura; y si no lo advertimos es por su influencia en muchas creencias que aún ocupan estatus de
valores y escapan al abordaje crítico y objetivo. La familia como institución
socioeconómica y base de la sociedad es un claro ejemplo. Con ello no me
refiero a la convivencia amorosa de dos adultos atendiendo y cuidando de sus
hijos, sino a la condición contractual
y, por tanto económica, del enlace matrimonial. No es tanto una libre unión basada en el amor y la igualdad sino una institución de poder que, además de
aportar nuevas generaciones, les infunde los valores y creencias seculares
aunque se autodeclaren laicos, agnósticos o ateos.
El aspecto más patológico de la institución familiar es la manifestación de la lucha de poder entre lo masculino y lo femenino y este conflicto mediatiza todo lo demás.
Se reproduce la lucha ancestral en un mundo vivencial, aquí se manifiestan
los conflictos internos de los cónyuges entre su parte animus y ánima; aquí se
exhiben las heridas sufridas por la anterior generación en cada uno de sus
miembros y cómo, éstos atrapados en sus conflictos, los proyectan al
otro/a creando conflicto en vez de
armonía. Generando un medio único donde generar un carácter y una situación
edípica en los hijos que, a su vez, dará lugar a los conflictos neuróticos y
que influirán cuando estos, a su vez, generen otra institución familiar.
Por ello la problemática edípica es el resultado de esta lucha tan propia
de la cultura que denominamos “judeo-cristiana” que ha extendido sus raíces hegemónicas
y colonialistas por todo el mundo.
Es el desarrollo del conflicto edípico lo que hace que las jóvenes
generaciones rompan la complementariedad de instinto y consciencia a través de
la creación de una estructura mental que trata de negar lo primero y confinar a lo segundo en
unos estrechos límites que la hacen inoperativa.
Sólo la consciencia sondeando intrépidamente en el cuerpo, dándose cuenta de los maravillosos sentimientos que en este se producen, puede expandir al individuo mucho más allá de los dictados de la información fijada genéticamente y modificarla para la siguiente generación. Lo que hay en los genes es información y ésta se conforma en la interacción de la vida con el ambiente, por ello está sujeta a cambios adaptativos constituyendo progresivamente a la evolución.
La estructura mental polariza entre lo racional y lo irracional, lo primero
se aplaude y refuerza, lo segundo se combate y controla; pero cuanto más
control se ejerce desde el imperio de lo racional, más vigor adquiere lo
irracional constituyendo una peligrosa amenaza. La consciencia disuelve el
conflicto al asentarse en un territorio a-racional, libre de conflicto.
La dimensión instintiva humana, pulsional, inseparable de nuestra vivencia
corporal, de nuestro Yo, manifiesta diferencias comparado con lo instintivo de
otras especies animales. En el animal humano, debido a la inmensidad de conexiones
neuronales en el cerebro, sus pulsiones aparecen como sensaciones y sentimientos.
Su origen es inevitable, pero su conducción como vitalidad y excitación, y su
manifestación como sentimiento, contacto y placer están sujetos a modulaciones,
contención y genuina sublimación si se da consciencia corporal; es decir si el
Yo está bien conectado sin interferencias egóticas. El darse cuenta de lo que
vitalmente aflora como un flujo de vida, la asociación con el estímulo que lo
excita y la comprensión de su significado en nuestra personalidad y en la de
los otros nos permite unas posibilidades
inmensas de satisfacerlas, canalizarlas y transformarlas o, en su momento,
contenerlas a la espera del momento favorable para su liberación; pero no en la
obligación de reprimirlas o suprimirlas insensibilizando, creando una defensa
caracterial.
La función de la comunidad, sea pequeña o global es la de crear condiciones
en las que los aspectos más básicos de lo instintivo queden resueltos y
satisfechos. La seguridad, el cobijo, la alimentación y el cuidado de jóvenes,
enfermos y mayores se aseguren. Donde los rigores predatorios de la naturaleza
queden en gran parte inoperativos y se permita disponer de mayor tiempo para la
socialización y el reparto de tareas para el beneficio mutuo de toda la
comunidad. Estando garantizado el cobijo ante las inclemencias climáticas, el
estar protegidos de los seres predadores y poder producir los recursos alimentarios
suficientes para vivir saludablemente, dan a la comunidad la opción de
desarrollar posibilidades inmensas de indagación propia (autoconocimiento), del
ámbito exterior (conocimiento, ciencia) y de las relaciones afectivas aplicando
a todo ello la creatividad. De aquí proviene el progreso cultural social. Las tres modalidades de pulsión
pueden darse con esplendor. La afectiva, la acción y el conocimiento. Si
meditamos sobre ello vemos que el “darse cuenta”, el estar en contacto sensible
con los procesos yoicos, muy potentes en los humanos, nos permiten expandir la
consciencia abarcando la comprensión y utilización de los recursos ambientales
y adentrarse con ella en los no menos misteriosos aspectos de nuestro mundo
interior.
Las sensaciones y sentimientos pulsionales conducen a la expansión de la
consciencia y a la obtención de conocimiento. Aquí no hay conflicto alguno
entre instinto y ser. Este punto debemos tenerlo muy claro, es un aspecto
básico de gran importancia que nos libera de una tradición milenaria negadora
de la vida implicada en nuestras creencias y valores culturales. La fuente
instintiva es inconsciente en tanto que tiene sus raíces genéticas, pero la
excitación de células y tejidos orgánicos son sensaciones y éstas muestran
invariablemente sentimientos que, a menos que uno esté insensibilizado por
tensiones crónicas caracteriales, alcanzan la consciencia creando bienestar y
gozo; que la propia comunidad procura satisfacer redundando en contacto
placentero. En tal caso no hay lugar para la angustia, ni la ansiedad, ni la
culpa, ni el miedo. Estos aspectos negativos y hostiles de la propia vida surgen
del bloqueo y negación de los sentimientos y sensaciones vitales con las que se
manifiestan las pulsiones del mundo instintivo.
Cuando el “darse cuenta”, el tomar consciencia, de las sensaciones y
sentimientos ocurre, todo ese marco de origen instintivo e inconsciente deviene
plena consciencia y contacto con nuestro Yo. Se trata de la emergencia desde el
núcleo biológico hacia el aspecto
cognitivo del Yo.
Cuando a través del Yo, cuando la
sensibilidad, la emotividad y la afectividad es la mediadora entre el Yo y el
inconsciente, entonces la experiencia de vivir, el sentir el flujo de la vida
en el propio Yo, en la dimensión orgánica, abre el contacto a otro aspecto que
dormita en el inconsciente; aspecto que se va haciendo consciente a través del
Yo. Este aspecto sugiere respuestas a ciertas preguntas de índole filosófica,
de índole ontológica. ¿Qué es vivir? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Qué juega en
mi experiencia de vivir la existencia de los demás?, etc. Las respuestas se van
madurando en la consciencia, van adquiriendo valor, contenido, significado. Son
sensaciones que nacen en la conjunción con el Yo, incrementando su sensación de
bienestar, de gozo de vivir; tienen un alto contenido intuitivo y que elaborándose
devienen en conocimiento, en saber. Cumple, como indiqué al principio, con las
tres vertientes. Amor, acción y conocimiento, pero esta vez vinculados con la
creatividad y la transformación. Uno siente una transformación en lo profundo
del Ser, se trasciende y aspira contribuir a la transformación del tejido
social y cultural; al afán de contribuir al bien común como un acto de amor
incondicional le lleva a la acción, a la asociación e intercambio con otros en
situaciones parecidas, uniendo o asociando sus motivaciones trascendentes cada
vez con amor más incondicional al género humano y a la vida en todo su conjunto
y modo de manifestación. Buscando dar mayor integridad y congruencia a lo emergente, sobreponiéndose y desafiando las contradicciones
y las incomprensiones de quienes se sienten amenazados con su vivencia, aún
condicionada culturalmente en las creencias y la herencia secular.
Ello me lleva a considerar nuevos horizontes, de abordar las circunstancias
y retos de la transformación yoica y ontológica desde nuevas visiones de:
Sexología ontoenergética, ahora emergente. La psicología y su aplicación como
psicoterapia a las meta patologías y el acompañamiento en las emergencias transformadoras
transpersonales. La epistemología propia de este ámbito cada vez más
diferenciado de aquello influido por el condicionamiento de premisas y
creencias milenarias negadoras de la libertad, espontaneidad y de la vida como
manifestación del bienestar y gozo.
También conduce, como en otros escritos he indicado, a una concepción
dinámica e integral de la cultura, de la educación y de la salud. A una nueva
edición del enfoque de la historia y a una construcción novedosa de lo que
respecta a actos, conocimientos y afectos. Se crea la urdimbre sobre la que tejer
un creativo entramado. Una trama, un tapiz, social y cultural en el que pulsión
instintiva y despertar de la consciencia se den de la mano en cada persona generando una nueva concepción de humanidad y de interacción con el mundo y el
Universo que la rodea, acoge e incita su curiosidad y conocimiento.
Desde el gozo de amar y vivir gestamos una nueva humanidad |
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