Proceso elaborativo de meditación ¿Quién soy Yo?
A partir de la
meditación del 30 de Diciembre de 2015 hasta 1 de Enero del 2016.
Durante el mes de
diciembre se ha realizado en Cepsi la versión ontoenergética de la meditación
¿Quién soy yo? de Ramana Maharshi. Este es el relato de lo experimentado
durante esta última sesión y los tres días siguientes mientras se producía la
entrada en el Año Nuevo.
¿Quién soy yo?
Pregunta
repetidamente formulada, no aceptando las respuestas de la mente.
La mente como receptora
y elaboradora de información está alejada del Ser. Todas sus respuestas
proceden de fuera, de interpretaciones, de creencias, de acuerdos… Todo eso que
no soy yo. Es lo que el mundo familiar, social y cultural ha escrito e mí.
Testifico,
observo sus contenidos, por ello sé que no es; tan sólo lo que tengo. Y
lo que tengo y poseo no puede manifestar el Ser. Lo observado es algo objetual,
no esencial. El observador, la consciencia, libre de cualquier interpretación
está muy próxima al ser, quizá lo sea.
Ahí estoy, en la
oscuridad del abismo, tratando de contemplar la nada, el vacío. Asaltan
pensamientos, impresiones, hechos insustanciales, triviales, monótonos y
sorprendentes. Son como moscas molestas tratando de posarse en mí y distraer mi
propósito. Me doy cuenta de ello y entonces desaparecen momentáneamente
permitiéndome mirar en la vacía oscuridad de la nada. Y allí, al poco aparece
un destello de luz, cual estrella o sol radiante. ¡Soy luz! ¡Soy armonía! Me
digo. Entonces alrededor de este sol de luz surge una membrana que lo envuelve
convirtiéndolo en una esfera. Sus destellos de luz apenas asoman de esa membrana.
No es un caparazón, es una membrana, una piel que la envuelve.
¿Qué es? ¿De qué
se trata? Disipo nuevamente las moscas que acuden a molestar la contemplación.
Nuevamente desaparecen…
Surge una
impresión que no me gusta; pero debo aceptarla, debo tomar contacto con ella
aunque me disguste…
Tomando cuerpo,
veo que se trata de “Horror”. Esta membrana está compuesta de horror. Es
horror. Desde ella percibo el mundo. Percibo a gentes objeto de persecución, a
gentes sufrientes por causas propias y ajenas. Veo a niños adiestrándose para
matar y odiar a los otros, veo a mujeres y niñ@s ahogándose en el mar mientras
tratan de alcanzar Europa. Veo incomprensión, competividad, avaricia, soberbia;
veo egoísmo, rencor; veo resentimiento, envidias, celos… Veo temor a los
diferentes… Les veo endurecerse y sentir
maldad. Veo que son muchedumbre quienes con sus acciones y vivencias me causan
el horror.
Trato de ver
cómo es su luz. Hay luminosidad apagada, gris… Sus membranas son corazas. En ellos veo temor,
miedo, angustia, ansiedad… Se protegen con ella y desde allí, desde el otro
lado, el exterior de la coraza, aparece la ira, la cólera, el odio, dando lugar
a la violencia como forma de defesa, atacando en vez de confiar.
En un mundo de
asustad@s y resentid@s no puede producirse luz, no puede abrirse el corazón… Y
ese corazón cerrado, protegido, insensibilizado, hace posible las decisiones y
acciones que causan mi horror.
Deseo ir más
allá, deseo e intento adentrarme más e mi luz, tratando de hallar cómo
deshacerme de la molesta membrana, pero sin éxito… Ta sólo aparecen escenas
ligadas con lo que causa el horror.
De nada sirve
reprimirlas, no puedo sublimarlas. Quiero sentir la luz radiante, no la
confinada dentro de la membrana. No puedo ir más allá…
Concluyo el
tiempo de meditación; me quedo con la desagradable sensación de bloqueo, de
insatisfacción por el sentimiento de horror, que persiste más allá de la
meditación.
Lo comparto con
los demás participantes. Me sorprende el que consideren que mi experiencia es
interesante. Esto fue el miércoles 30 por la tarde-noche.
Durante el
jueves 31 de diciembre sigo con esta sensación de incomodidad. El quehacer
cotidiano me distrae de este persistente sentir. Esa tarde, en la residencia
geriátrica acontece algo más que incide en mi sensibilidad. Jacinta, una
anciana centenaria, a la que conozco desde hace unos 10 años, aquejada de
demencia senil, está en estado comatoso, agonizando, transitando sus últimos
momentos en esta vida. Parte del trabajo de hoy es hacer acompañamiento de la
familia asistiendo a la moribunda.
Corazones
tocados por el dolor. Sus hij@s con sus parejas e incluso una nieta la observan
en su forzada respiración agarrándose a un hilo de vida. Hablamos sobre la
muerte, sobre lo que puede durar esta agonía… de cómo de ausente está su
consciencia de su estado físico y sensorial. Jacinta está serena, con los ojos
cerrados, como dormida; sin apenas reaccionar a los besos y caricias que entre
lágrimas le dan.
Se aproxima el
momento en el que cumple mi horario laboral. Acudo a despedirme del resto de
los residentes y antes de concluir con todos ellos, la enfermera me susurra al
oído que Jacinta ya se ha ido. Acudo de inmediato a la habitación y allí yace
sin vida, rodeada ahora por tres familiares llorándola ahora sin contención.
¡Adiós Jacinta
del Castillo! Acabas de concluir tu existencia de 102 años. Muerte serena y
apacible rodeada por quienes la aman. ¡Buena muerte! – me digo. Doy mis
condolencias a los familiares presentes. Me despido de todos ellos, regreso al
salón con los demás residentes concluyendo la despedida. Ahora son las 17:20 H.
del 31 de diciembre del 2015. Saliendo del hogar geriátrico pienso que esa
tarde se moría una vida y en poco más de seis horas iba a morir el año.
Lúgubre
sentimiento de pena más potente que ese de horror de horas antes… ¿O quizá un
añadido más? La muerte no me causa horror… está más cercana a la ternura, al
cariño.
Se me pasa por
la mente la reflexión de la futilidad de tatos estados emocionales negativos
ante la presencia de inevitable de la muerte. ¿Qué es cualquier sentimiento,
angustia o temor ante la idea de la propia muerte? Desde allí el mundo que me
rodea, con el que convivo, me parece irreal. Sólo la muerte aparece como la más
trascendente verdad. Yo, como todos, nos entregaremos a sus brazos llegado el
momento; y todo lo demás perderá su valor; el valor que yo haya dado en vida.
Poco después se
aproxima la celebración del fin de año. En casa los preparativos de la cena, de
las uvas y el jolgorio que le sigue.
Llamo por
teléfono a mi padre, a mi hermana. Llamo a mi tío Paco a quién días antes había
acompañado al cuap aquejado por un fuerte dolor de ciática en la mitad de la
noche. Intercambiamos deseos de salud, bienestar y prosperidad para el año
naciente.
Horas de
distracción, en cuyos entreactos, acude el recuerdo de los sentimientos tan
cercanos. El horror, la pena, la tristeza. Y después del brindis de halagüeños
deseos, de haber dado la bienvenida al año nuevo, cuando ya vence el sueño,
acudo al lecho retomando la desnuda dimensión del sentir… luego acontece una
niebla en la consciencia y desaparezco en el sueño.
Como es
acostumbrado, a las 7:30 H. se acciona el despertador consistente en la radio.
Poco a poco me alcanza la nueva información.
Ya es el Primero de Enero. Oigo
opinar acerca del mensaje del Papa Francisco en el Año Nuevo. Ha dedicado, al
parecer, su discurso al tema de la oscuridad y la maldad humana que aparece
como poderosa cubriendo la bondad, ocultándola a la vista de la gente.
Me sonrío. El
propio Papa Francisco haciendo un discurso muy parecido al que en el día pasado
yo mismo me hacía y con el que aún sigo. Me entristece ese aire pesimista e
boca del gran representante del cristianismo católico. Esperaba mayor luz en
sus palabras y no el lamento de su no-manifestación en el conjunto de lo que
acontece en el mundo.
¡Ay! ¡Destella
la consciencia! Me entra risa de mí mismo.
¡Ahora caigo en
lo que durante estos dos días me faltaba! ¡El asombro! ¡La maravilla!
Observo desde la
consciencia, desde el testigo, el observador; el acontecer en el mundo como algo
sorprendente causante de una sensación de asombro. ¡Qué maravilloso portento de
energía creativa e este mundo! Aunque la creación pueda resultar una pesadilla.
Y con el asombro, se deshace el horror. La maravilla, el asombro vence al
horror en mí y también puede vencer el temor y la angustia en todos a quienes
este sentimiento les atenaza.
¡Cuánta necedad
en mí! ¡Qué tonto he sido durante tantas horas! Siempre aliento a abrirse al
asombro, a la experiencia del acontecer de la vida. Y justamente ese miércoles
pasado no se hizo presente cuando tanto lo necesitaba. ¿Cómo pude ignorarlo y
no sentirlo como respuesta al intento de vencer a la membrana que comprimía mi
luz interior? ¡Qué fácil hubiera sido el sólo convocarlo e invocarlo! Y no se
me ocurrió. Por eso me río de mi estupidez. Nunca llegamos a ser lo
suficientemente lúcidos para disipar nuestras propias tinieblas en un momento
preciso. Y si entonces no pude sintonizar con el asombro, debía ser
consecuencia de mi propia desconexión con mi autenticidad, con mi verdad.
Estaba más atrapado por la mente de lo que entonces imaginaba.
El acontecer
creativo en el mundo, fruto de la consciencia, pensamientos, deseos y acciones
de la gente; manifestándose portentosamente independientemente de su cualidad
positiva-favorable o negativa-dolorosa. Todo creaciones del Tonal de los
tiempos en boca y manos de la gente que da forma al mundo y a los
aconteceres de la humanidad en este hermoso planeta-hogar que es la Tierra.
¡Adiós sensación
de horror! Ahora sí vuelvo a sentir el radiar de mi luz, al disiparse la
membrana que la confinaba. ¿Cuánto durará este armonioso sentir? ¿Cuándo la
necedad volverá a inundarme distanciándome de mi verdad, de mi armonía y la sensación
de conexión y amor a Todo y tod@s?
No me importa.
Sé que cuando menos lo espere. Pero hoy no es.
Hoy luce la luz en mi corazón y está abierto, lo siento grade, claro y
fuerte. ¡Qué más puedo pedir!
Tan sólo el
desear que puedas realizarlo tú y con ello nos podamos agrupar en gran número
con este sentir, acariciando el hermoso y asombroso propósito de transmutar lo
que nos separa en la belleza y armonía que nos une.
Ahí va mi
testimonio y mi deseo para todas mis relaciones para hoy y todos los días
sucesivos en la inmensidad del espacio-tiempo.
Un gran abrazo a
Tod@s.
Ernesto
Cabeza Salamó