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sábado, 23 de enero de 2016

Reflexión interpretativa acerca de un sueño tipo Centauro


Reflexión interpretativa acerca de un sueño tipo Centauro


La consideración del ámbito Centauro en la psicología transpersonal se refiere al estado de evolución de la personalidad en la que más allá de las necesidades, la persona aspira y responde a motivaciones integrativas y también transpersonales, es decir, de autorrealización.

Expongo aquí una reflexión ligada a un sueño reciente que ejemplifica esta posición.

El asunto de la acertada interpretación de los sueños es algo muy delicado. La misma palabra “interpretación” plantea su misterio. Interpretar nos sitúa en el ámbito justo, en activo y pasivo; por parte del analista interpretador sea externo o propio y el creador, el soñador, cuya creación está íntimamente ligada a sus necesidades y  motivaciones internas marcadamente inconscientes. Por ello debido a la complejidad de las motivaciones humanas, el marco interpretativo es presentado por la dinámica profunda del soñador.

La naturaleza de la personalidad del sujeto da dirección, sentido y significado a los elementos simbólicos que constituyen su sueño. La composición formal de los  símbolos como imágenes y argumento, cuando lo hay, no debe engañarnos. Pueden, a ojos del interpretador, parecer algo obvio, sin serlo. El contexto interpretativo del interpretador interfiere, como lo hace la transferencia y contratransferencia, en este fenómeno.

Más allá del limitado enfoque freudiano y postfreudiano del análisis onírico, se presenta el entender los sueños como manifestación de tipo existencial. Ya no son resultado de deseos y necesidades mal resueltas o pendientes de satisfacción propias del acontecer neurótico, sino impulsos profundos que indican sugerencias creativas tendentes a la autosanación y autorrealización.  El contenido de los símbolos oníricos son creaciones a partir de fuerzas inconscientes de la personalidad del soñador y, sólo desde este ámbito, cobran sentido y significado. Actualmente, aún con un influjo innegable de la omnipresente neurosis, muchas personas se adentran o se sitúan en el ámbito Centauro. El Centauro ya es, por sí mismo, una metáfora y un símbolo arquetípico. Representa la integración más o menos armónica de la consciencia organísmica, el “Yo corporal”, con el novedoso contacto expansivo de la consciencia del ser.

Así tenemos que mientras algunas personas son dirigidas por necesidades y deseos de tipo egótico con manifestación de asuntos de fundamentación neurótica principalmente; hay otras personas que incluyen en menor o mayor medida otra potente motivación subconsciente relacionada con el pulso del Ser. Sin llegar a plantearnos o situarnos  en estados tan llamativos como los denominados “Emergencia espiritual” o “Despertar transpersonal”; toda persona que incluye en su dinámica vital la indagación de la consciencia más allá de los límites encorsetados de la personalidad egótica y neurótica (el carácter como defensa), muestra en su simbología esta impregnación más profunda.



 Hace muy poco desperté con el impacto de un sueño cuyo contenido incidía en este contexto. El sueño daba inicio en una salida de fin de semana en familia. Iba conduciendo el auto por una carretera secundaria en un ambiente campestre, con campos de cultivos y zonas boscosas. Era una carretera tranquila sin apenas circulación de vehículos en la que conducía apaciblemente disfrutando del paisaje.

En esto veo a alguien atendiendo una pequeña hoguera que me llama la atención por un momento. Algo me dice intuitivamente que está cuidando de que ese pequeño fuego para evitar convertirse en una amenaza. 
Al poco ello queda en el olvido mientras prosigue el viaje.
Pronto llegamos a lo que parece el lugar de destino: un lugar de esparcimiento de fin de semana con un restaurante integrado en la naturaleza.

Todo discurre agradablemente. Seguidamente me veo junto a mi familia acomodados en una mesa del restaurante junto a un ventanal gozando de un agradable menú. El sonido de una sirena me invita a mirar hacia una pista forestal por la que va un vehículo de emergencias. Se trata de un furgón de bomberos haciendo sonar su sirena. Inmediatamente recuerdo la pequeña hoguera de unas horas antes. La desazón me invade. Esa atención en vigilar el pequeño fuego ha parecido fallar y éste puede haberse convertido en un incendio. Hay motivos de alarma.

De inmediato me veo yendo a pie, sólo, por el campo al encuentro del lugar del fuego. Efectivamente se trata de un incendio que cada vez adquiere mayor proporción y peligro. Sé que mi familia permanece en ese establecimiento de fin de semana con su garantía de protección, pero yo estoy ahora en una especie de población a la que el fuego amenaza. Sus pobladores se disponen a abandonar el lugar en diversos medios. En ello me doy cuenta de que no se advierte la presencia de dotaciones de brigadas contra incendios, ni suenan sirenas de vehículos de bomberos. En esta población hay un apeadero de ferrocarril y en él un tren que se va llenando de gente para abandonar el lugar.

En esto oigo rumores o “siento” que el fragor del incendio se encamina al lugar donde está mi familia y que este tren no pasa por él. Así que procedo a regresar con prisas, quizá corriendo a reunirme con ellos. Viéndome nuevamente con la familia nos vemos cercados por el incendio, pero no me alarma. Sé que estamos seguros, a salvo. Lo que me pregunto es por la suerte del vehículo familiar aparcado en un prado a modo de aparcamiento cerca del establecimiento y en la posibilidad de que el fuego lo alcance y dañe.

Al parecer no importa lo que sucede seguidamente, parece que no es importante, porque seguidamente me veo andando por los parajes consumidos por el fuego, entre árboles quemados y terrenos calcinados. Por lugares desolados, asolados por la destrucción recibiendo intensas sensaciones emocionales. Y en ello despierto del sueño. 


En cuanto procedo a su análisis interpretativo me doy cuenta que la magnitud de la energía que en él se muestra refleja la intensidad de mi interés en comprender el contexto vital que me rodea desde la consciencia. Veo clara la idea del deseo de vivir gozosamente en armonía con la naturaleza, el compartirlo con las personas amadas. La sensación de que la humanidad está utilizando un “fuego” con la sensación de dominio, pero esa sensación es una ilusión y éste, por quién sabe qué “causa sorpresiva” escapa a control convirtiéndose en un cataclismo. Los medios para atajar y vencer este cataclismo resultan inexistentes o inoperantes; y las personas amenazadas por ello tampoco disponen de la alternativa de desplazarse de su lugar para evitar ser dañados.

Todos perdemos algo material en el acontecimiento que nos supera enormemente en magnitud, pero eso tampoco es lo importante, aunque sí objeto de tristeza. Lo que en verdad importa es la desolación y destrucción del mundo en el que transitamos. Lo útil y lo molesto quedan reducidos a cenizas. Lo senderos en el bosque y las zonas intransitables por la maleza quedan reducidos e igualados a alfombras de ceniza y negros carbones sobre las que pasar. Rocas desnudas ahumadas sobresaliendo de entre un manto de ceniza que todo lo iguala, sean valles o montañas. Troncos altos desprovistos de toda vida y ennegrecidos se yerguen como alfileres clavados en el paisaje grisáceo y ennegrecido.

El bien y el mal quedan igualados en este mundo calcinado. Todo queda igualado. Esto es lo que me sobrecoge profundamente. Asocio esta escena dantesca con el fragor que acontece en nuestro mundo azotado por fuegos culturales que destruyen nuestro mundo conocido. Todo cuanto hay de belleza como cuánto hay de fealdad y dificultad se reducen a nada ante el fuego desbastador. Todo queda igualado en la visión desolada de sus consecuencias. Ante ellas aparece el sentimiento de futilidad, de impotencia ante lo que, por arrogancia o soberbia, hemos desencadenado; de pena por lo innecesario de la destrucción causada y la soledad que aparece por la carencia de vida por todo el alrededor. Por intuición sabemos de qué se trata.

Considero el mundo que legamos a las jóvenes generaciones y el ingente esfuerzo que les exigirá volver a repoblarlo de vida y belleza. Ocurrirá, pero con lentitud, generación tras generación. Entretanto, inmersos en el incendio, con medios insuficientes para neutralizarlo y controlarlo, vemos como se consume y destruye lo que hemos heredado. Asombrados y penosos participamos en la pérdida de un contexto vital, un mundo conocido. Se desmorona ante nuestros ojos, se reduce a cenizas, a polvo. Lo miramos con horror.

La sensación es que asisto a este fenómeno de proporciones planetarias juntamente con todos los demás, la humanidad, con diversos grados de pérdidas materiales y personales. Ante ello, lo que consideramos bello y lo que juzgamos feo se reduce a fútiles ilusiones transformadas en ceniza por la creencia de poder controlar un poder que ya se nos ha escapado a control. El incendio ya acontece, nuestros recursos para contenerlo y vencerlo son del todo insuficientes e inexistentes;  tan sólo nos queda el resguardarnos del mismo ante la imposibilidad de combatirlo eficientemente, el aceptar lo que nos arrebata, las pérdidas que ocasiona, y el confiar que tras la desolación seamos capaces en generaciones venideras más conscientes y responsables de hacerlo resurgir en su diversidad de vida y belleza. 

"Varias generaciones son necesarias para hacerlo resurgir en su diversidad de vida y belleza"

Pero ya nunca será lo mismo que antaño. Persiste el substrato físico, no lo que crezca sobre los montes y valles; ello será del todo diferente. Eso diferente puede implicar la idea de mejoría por efecto de la experiencia vivida, pero dependerá de la calidad humana que se desarrolle en las generaciones que nos sucedan.

En el sueño yo soy un exponente de la humanidad. Yo soy la humanidad y la humanidad soy yo. Una fusión plena. Una única identidad.

Desafío del mundo en el presente
Este es el significado del sueño, su interpretación en consonancia con mis sensaciones y elaboraciones profundas. Todos estos materiales ya han ido apareciendo en consideraciones surgidas en procesos meditativos e impresiones ante el acontecer del mundo actual. ¡Claro que consiste en una creación fruto de un contexto vivencial actual! No creo que sea profético, pero sí representa un contexto vivencial actual y, por ello, transitorio. Se trata de una reflexión simbólica onírica ante el desafío del acontecer del mundo en este presente. Tengo claro que desde el ser me ayuda a incrementar la consciencia y el permanecer despierto y en alerta ante y frente al mundo que me envuelve e incluye. Reconozco que no resulta optimista, todo lo contrario, pero me sosiega el considerar que se trata de una situación vivencial de ahora y no de un estado permanente. Es decir: “paso por ello” y consecuentemente “no soy ello”.    

Ernesto Cabeza Salamó




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