Reflexión
interpretativa acerca de un sueño tipo Centauro
La consideración del ámbito Centauro en la psicología
transpersonal se refiere al estado de evolución de la personalidad en la que
más allá de las necesidades, la persona aspira y responde a motivaciones
integrativas y también transpersonales, es decir, de autorrealización.
Expongo aquí una reflexión ligada a un sueño reciente
que ejemplifica esta posición.
El asunto de la acertada interpretación de los sueños
es algo muy delicado. La misma palabra “interpretación” plantea su misterio.
Interpretar nos sitúa en el ámbito justo, en activo y pasivo; por parte del
analista interpretador sea externo o propio y el creador, el soñador, cuya
creación está íntimamente ligada a sus necesidades y motivaciones internas marcadamente
inconscientes. Por ello debido a la complejidad de las motivaciones humanas, el
marco interpretativo es presentado por la dinámica profunda del soñador.
La naturaleza de la personalidad del sujeto da
dirección, sentido y significado a los elementos simbólicos que constituyen su
sueño. La composición formal de los
símbolos como imágenes y argumento, cuando lo hay, no debe engañarnos.
Pueden, a ojos del interpretador, parecer algo obvio, sin serlo. El contexto
interpretativo del interpretador interfiere, como lo hace la transferencia y
contratransferencia, en este fenómeno.
Más allá del limitado enfoque freudiano y
postfreudiano del análisis onírico, se presenta el entender los sueños como
manifestación de tipo existencial. Ya no son resultado de deseos y necesidades
mal resueltas o pendientes de satisfacción propias del acontecer neurótico,
sino impulsos profundos que indican sugerencias creativas tendentes a la autosanación
y autorrealización. El contenido de los
símbolos oníricos son creaciones a partir de fuerzas inconscientes de la
personalidad del soñador y, sólo desde este ámbito, cobran sentido y
significado. Actualmente, aún con un influjo innegable de la omnipresente
neurosis, muchas personas se adentran o se sitúan en el ámbito Centauro. El
Centauro ya es, por sí mismo, una metáfora y un símbolo arquetípico. Representa
la integración más o menos armónica de la consciencia organísmica, el “Yo corporal”,
con el novedoso contacto expansivo de la consciencia del ser.
Así tenemos que mientras algunas personas son
dirigidas por necesidades y deseos de tipo egótico con manifestación de asuntos
de fundamentación neurótica principalmente; hay otras personas que incluyen en
menor o mayor medida otra potente motivación subconsciente relacionada con el
pulso del Ser. Sin llegar a plantearnos o situarnos en estados tan llamativos como los
denominados “Emergencia espiritual” o “Despertar transpersonal”; toda persona
que incluye en su dinámica vital la indagación de la consciencia más allá de
los límites encorsetados de la personalidad egótica y neurótica (el carácter
como defensa), muestra en su simbología esta impregnación más profunda.
Hace muy poco desperté con el impacto de un sueño cuyo contenido incidía en este contexto. El sueño daba inicio en una salida de fin de semana en familia. Iba conduciendo el auto por una carretera secundaria en un ambiente campestre, con campos de cultivos y zonas boscosas. Era una carretera tranquila sin apenas circulación de vehículos en la que conducía apaciblemente disfrutando del paisaje.
Hace muy poco desperté con el impacto de un sueño cuyo contenido incidía en este contexto. El sueño daba inicio en una salida de fin de semana en familia. Iba conduciendo el auto por una carretera secundaria en un ambiente campestre, con campos de cultivos y zonas boscosas. Era una carretera tranquila sin apenas circulación de vehículos en la que conducía apaciblemente disfrutando del paisaje.
En esto veo a alguien atendiendo una pequeña hoguera
que me llama la atención por un momento. Algo me dice intuitivamente que está
cuidando de que ese pequeño fuego para evitar convertirse en una amenaza.
Al
poco ello queda en el olvido mientras prosigue el viaje.
Pronto llegamos a lo
que parece el lugar de destino: un lugar de esparcimiento de fin de semana con
un restaurante integrado en la naturaleza.
Todo discurre agradablemente. Seguidamente me veo
junto a mi familia acomodados en una mesa del restaurante junto a un ventanal
gozando de un agradable menú. El sonido de una sirena me invita a mirar hacia
una pista forestal por la que va un vehículo de emergencias. Se trata de un
furgón de bomberos haciendo sonar su sirena. Inmediatamente recuerdo la pequeña
hoguera de unas horas antes. La desazón me invade. Esa atención en vigilar el
pequeño fuego ha parecido fallar y éste puede haberse convertido en un
incendio. Hay motivos de alarma.
De inmediato me veo yendo a pie, sólo, por el campo al
encuentro del lugar del fuego. Efectivamente se trata de un incendio que cada
vez adquiere mayor proporción y peligro. Sé que mi familia permanece en ese
establecimiento de fin de semana con su garantía de protección, pero yo estoy
ahora en una especie de población a la que el fuego amenaza. Sus pobladores se
disponen a abandonar el lugar en diversos medios. En ello me doy cuenta de que
no se advierte la presencia de dotaciones de brigadas contra incendios, ni
suenan sirenas de vehículos de bomberos. En esta población hay un apeadero de
ferrocarril y en él un tren que se va llenando de gente para abandonar el lugar.
En esto oigo rumores o “siento” que el fragor del
incendio se encamina al lugar donde está mi familia y que este tren no pasa por
él. Así que procedo a regresar con prisas, quizá corriendo a reunirme con
ellos. Viéndome nuevamente con la familia nos vemos cercados por el incendio,
pero no me alarma. Sé que estamos seguros, a salvo. Lo que me pregunto es por
la suerte del vehículo familiar aparcado en un prado a modo de aparcamiento
cerca del establecimiento y en la posibilidad de que el fuego lo alcance y
dañe.
Al parecer no importa lo que sucede seguidamente,
parece que no es importante, porque seguidamente me veo andando por los parajes
consumidos por el fuego, entre árboles quemados y terrenos calcinados. Por
lugares desolados, asolados por la destrucción recibiendo intensas sensaciones
emocionales. Y en ello despierto del sueño.
En cuanto procedo a su análisis interpretativo me doy
cuenta que la magnitud de la energía que en él se muestra refleja la intensidad
de mi interés en comprender el contexto vital que me rodea desde la
consciencia. Veo clara la idea del deseo de vivir gozosamente en armonía con la
naturaleza, el compartirlo con las personas amadas. La sensación de que la
humanidad está utilizando un “fuego” con la sensación de dominio, pero esa
sensación es una ilusión y éste, por quién sabe qué “causa sorpresiva” escapa a
control convirtiéndose en un cataclismo. Los medios para atajar y vencer este
cataclismo resultan inexistentes o inoperantes; y las personas amenazadas por
ello tampoco disponen de la alternativa de desplazarse de su lugar para evitar
ser dañados.
Todos perdemos algo material en el acontecimiento que
nos supera enormemente en magnitud, pero eso tampoco es lo importante, aunque
sí objeto de tristeza. Lo que en verdad importa es la desolación y destrucción
del mundo en el que transitamos. Lo útil y lo molesto quedan reducidos a
cenizas. Lo senderos en el bosque y las zonas intransitables por la maleza
quedan reducidos e igualados a alfombras de ceniza y negros carbones sobre las
que pasar. Rocas desnudas ahumadas sobresaliendo de entre un manto de ceniza
que todo lo iguala, sean valles o montañas. Troncos altos desprovistos de toda
vida y ennegrecidos se yerguen como alfileres clavados en el paisaje grisáceo y
ennegrecido.
El bien y el mal quedan igualados en este mundo
calcinado. Todo queda igualado. Esto es lo que me sobrecoge profundamente.
Asocio esta escena dantesca con el fragor que acontece en nuestro mundo azotado
por fuegos culturales que destruyen nuestro mundo conocido. Todo cuanto hay de
belleza como cuánto hay de fealdad y dificultad se reducen a nada ante el fuego
desbastador. Todo queda igualado en la visión desolada de sus consecuencias.
Ante ellas aparece el sentimiento de futilidad, de impotencia ante lo que, por
arrogancia o soberbia, hemos desencadenado; de pena por lo innecesario de la
destrucción causada y la soledad que aparece por la carencia de vida por todo
el alrededor. Por intuición sabemos de qué se trata.
Considero el mundo que legamos a las jóvenes generaciones
y el ingente esfuerzo que les exigirá volver a repoblarlo de vida y belleza.
Ocurrirá, pero con lentitud, generación tras generación. Entretanto, inmersos
en el incendio, con medios insuficientes para neutralizarlo y controlarlo,
vemos como se consume y destruye lo que hemos heredado. Asombrados y penosos
participamos en la pérdida de un contexto vital, un mundo conocido. Se
desmorona ante nuestros ojos, se reduce a cenizas, a polvo. Lo miramos con
horror.
La
sensación es que asisto a este fenómeno de proporciones planetarias juntamente
con todos los demás, la humanidad, con diversos grados de pérdidas materiales y
personales. Ante ello, lo que consideramos bello y lo que juzgamos feo se
reduce a fútiles ilusiones transformadas en ceniza por la creencia de poder
controlar un poder que ya se nos ha escapado a control. El incendio ya
acontece, nuestros recursos para contenerlo y vencerlo son del todo
insuficientes e inexistentes; tan sólo
nos queda el resguardarnos del mismo ante la imposibilidad de combatirlo
eficientemente, el aceptar lo que nos arrebata, las pérdidas que ocasiona, y el
confiar que tras la desolación seamos capaces en generaciones venideras más
conscientes y responsables de hacerlo resurgir en su diversidad de vida y
belleza.
"Varias generaciones son necesarias para hacerlo resurgir en su diversidad de vida y belleza" |
Pero ya nunca será lo mismo que antaño. Persiste el
substrato físico, no lo que crezca sobre los montes y valles; ello será del
todo diferente. Eso diferente puede implicar la idea de mejoría por efecto de
la experiencia vivida, pero dependerá de la calidad humana que se desarrolle en
las generaciones que nos sucedan.
En el sueño yo soy un exponente de la humanidad. Yo
soy la humanidad y la humanidad soy yo. Una fusión plena. Una única identidad.
Desafío del mundo en el presente |
Este es el significado del sueño, su interpretación en
consonancia con mis sensaciones y elaboraciones profundas. Todos estos
materiales ya han ido apareciendo en consideraciones surgidas en procesos
meditativos e impresiones ante el acontecer del mundo actual. ¡Claro que
consiste en una creación fruto de un contexto vivencial actual! No creo que sea
profético, pero sí representa un contexto vivencial actual y, por ello,
transitorio. Se trata de una reflexión simbólica onírica ante el desafío del
acontecer del mundo en este presente. Tengo claro que desde el ser me ayuda a
incrementar la consciencia y el permanecer despierto y en alerta ante y frente
al mundo que me envuelve e incluye. Reconozco que no resulta optimista, todo lo
contrario, pero me sosiega el considerar que se trata de una situación
vivencial de ahora y no de un estado permanente. Es decir: “paso por ello” y
consecuentemente “no soy ello”.
Ernesto Cabeza Salamó
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